“La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea.” Eduardo Galeano

La crisis ha devastado el sur, que ha profundizado su carácter colonial y dependiente del norte debido a la total asimetría entre el centro y la periferia. El sur transita hacia el subdesarrollo económico y social en un pleno proceso de involución civilizatoria, y España se puede salvar. Este país es un centro de anudamiento de contradicciones, el núcleo orgánico del régimen ha colapsado y la estructura empieza a resquebrajarse.

La tesis de Frederic Sala nos dice que el movimiento 15M fue un punto de inflexión clave porque “fue el primer contacto con la política de muchos jóvenes y el rencuentro con la política de mucha gente que ya se había olvidado de ella”. Xavier Domènech en su libro Hegemonías. Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos nos alienta a pensar históricamente el presente. Según el historiador el 15M sería “no solo la impugnación del sistema, sino también la impugnación de las izquierdas tradicionales”. Este movimiento abrió una posibilidad hegemónica social y cultural en la que el pueblo dejó de creer en los partidos tradicionales bajo el lema: ¡No nos representan!, hecho que nos permite pensar que nos encontramos en una fase histórica de crisis orgánica, que se caracteriza por el hecho de que los actores hegemónicos que encabezaban el proyecto de sentido común indiscutible ya no son capaces de crear entorno a ellos un consenso de todo un bloque histórico que acepte las directrices y el marco del régimen. El gran pensador italiano Gramsci nos decía que “en los momentos de crisis orgánica ya nadie dispone de la capacidad indiscutible de definir el sentido común”, es decir nadie dispone del monopolio de construir consenso social y popular. En estos momentos, donde lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, se produce un distanciamiento entre las élites hegemónicas y los grupos subalternos, de manera que aparece un claro sentido de deslegitimación política de los actores tradicionales.

No se puede entender el auge de sentimiento independentista en Cataluña sin entender que nos encontramos en plena fallida técnica del régimen que se establece en España en 1978. No se debe caer en el error de análisis histórico-político de no saber encontrar una relación justa entre lo orgánico y lo ocasional puesto que significaría exponer como inmediatamente activas causas que lo son, en cambio, mediatamente, o afirmar que las causas inmediatas son las causas eficientes únicas. En un caso se sobrestiman las causas mecánicas y en el otro se exalta el elemento individualista. Toda innovación orgánica en la estructura modifica orgánicamente las correlaciones absolutas y relativas. Por esto hay que plantear el problema de las relaciones entre la estructura y la sobreestructura para hacer el análisis acertado de las fuerzas y determinar su correlación. Y aquí hay que valorar dos cosas: 1)Ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no tenga ya las condiciones necesarias y suficientes o al menos en vías de desarrollo. 2) Ninguna sociedad puede ser disuelta si no ha desarrollado las formas de vida implícitas en sus relaciones.

Para entender el momento histórico actual hay que pensar desde el conflicto, que no es pensar para el conflicto. Pensar que toda situación siempre es un acuerdo determinado congelado entre diferentes actores. Esto permite ser capaz de diagnosticar en qué medida estos intereses, estos marcos y consensos contienen, o no, una parte de ese conflicto siempre latente en lo social, son capaces, o no, de integrar en buena medida los anhelos y demandas de los subalternos de tal manera que los que obedecen encuentren legítima y de interés general las razones de los que mandan. En qué medida vivimos en un momento de estabilidad en el cual, mas allá digamos del recurso coercitivo, las razones de los que dirigen son interpeladas y naturalizadas por los grupos subalternos. Si esto sucede estamos, digamos, en una situación hegemónica. Si esto no sucede nos encontramos en una brecha en la que un grupo o actor contrahegemónico puede generar, mediante discursos que permitan conquistar la cultura y el sentido común, un consenso entorno a si capaz de incluir los grupos subalternos para generar un bloque histórico suficiente para romper con el régimen tradicional.

Con todo esto quiero decir que no se puede diferenciar el conflicto catalán de la crisis orgánica del estado español. De hecho el proceso de independencia no es consecuencia de la crisis del régimen del 78, es la crisis de régimen. El malestar del pueblo y la indignación hacia la clase política está presente en todo el estado, pero puede cristalizar con mucha mas fuerza en aquellos territorios que puedan apelar a un relato nacional, construyendo un discurso transversal, para forjar una suerte de demanda nacional-popular plebeya, creando así una fuerte hegemonía popular que genere un consenso indudable capaz de incluir a muchos actores distintos para formar un bloque histórico.

Esto no es poca cosa. Hay gente que no puede entender porqué CiU, habiendo estado tantos años en el poder, no había hablado nunca de la necesidad de liberación nacional de Cataluña como pueblo libre y soberano, o como actores subalternos tan distantes de la ideología de CiU aceptan y perdonan las políticas de Artur Mas mientras éste siga defendiendo el proceso. Nos dice Xavier Domènech que “el proceso soberanista simplemente esconde un proceso de relegitimización de las élites catalanas” que quieren recuperar el consenso y seguir con opciones de estar en el poder.

Así es como CiU se ha hecho con la hegemonía cultural del independentismo, un concepto que hace unos años era defendido por los movimientos populares de extrema izquierda marxista, a los que CiU acusaba de hacer apología del terrorismo apoyando a Palestina o les decía que no era necesaria la independencia porque la nueva España democrática entendía la plurinacionalidad del estado. Eran otros tiempos, aún estaba sellado el pacto entre las élites Catalanas y Españolas. Pero este pacto, como el de la Transición, se ha agotado. Ahora vemos como CiU ve indudable la necesidad de una revolución democrática y popular que permita que Cataluña sea un estado independiente, y para lograr la victoria el President Artur Mas pedía, poco antes de las elecciones que había anticipado para lograr la aplastante mayoría absoluta (que no consiguió), el apoyo incondicional de todos los buenos catalanes para hacer imparable el proceso. Nos decía Gramsci que “el actor hegemónico necesita siempre convocar la clase trabajadora, las clases medias y la pequeña burguesía, buscando centralidad ideológica.” (apelando a que no es cuestión de ideología sino de sentido común) Fíjate que cuando una élite política quiere ser hegemónica construye una relación en la que este actor es capaz de generar en torno a sí un consenso, en el que incluye también a otros grupos y actores subordinados. Es decir, un grupo o actor con unos intereses particulares es hegemónico cuando es capaz de generar o encarnar una idea universal que interpela y reúne no sólo a la inmensa mayoría de su comunidad política sino que además fija las condiciones sobre las qué quienes quieran desafiarlo deben hacerlo.

Reflexionando, para terminar, veo necesario recuperar (o ganar) la hegemonía cultural, que es siempre un proceso lento y complejo, y mucho más en momentos críticos como el actual. La izquierda tiene que tener la voluntad de crear el marco que permita luchar contra el poder que nos ha causado la gran crisis y que acaba con los derechos básicos de las personas, el neoliberalismo. No debemos caer en la trampa ( o relato hegemónico de CiU que busca sobrevivir como élite político-económica). CiU ha sido el partido de toda Europa que más ha recortado el gasto social, que más ha devastado el estado de bienestar, privatizando la sanidad, el agua, etc… Políticas típicas del capitalismo que, como nos decía Galeano, “como Dios, tiene la mejor opinión sobre si mismo y no duda de su eternidad”.

Supongo que Gramsci se independizaría de la izquierda independentista y si ésta quiere recuperar a Gramsci, y la hegemonía cultural, deberá luchar por y para el pueblo. Con independencia de la independencia.