La foto ahora es nuestra.

Por Merlina Del Giudice

 

¿Es necesario para lograr la feminización de espacios, que algunas adoptemos roles tradicionalmente masculinos, con el propósito de ocupar un espacio primero, para luego feminizarlo? ¿O si ocupamos dicho espacio mediante métodos masculinos, perpetuamos la inferioridad subjetiva de los roles femeninos?

Un compañero me preguntó el otro día cómo podíamos feminizar un espacio mixto que ambos compartimos. En aquel momento no supe responderle.

He tenido la opinión, quizás demasiado positiva, de que la feminización de un espacio no pasa tanto por mujeres ocupando el espacio que les tendría que tocar, sino también por hombres renunciando a parte de su espacio.

Olvide demasiado rápido que es más “fácil” dejar el rol de oprimida que el de privilegiado.

La feminización de un espacio pasa por no ser marginadas por ocupar espacio que los hombres no nos quieren ceder, porque son muy felices en sus privilegios.

En un espacio mixto, el hombre siempre lo tendrá más fácil, porque a ellos los empujaron; los animaban desde pequeños a tomar el rol de intelectuales. A las mujeres, en cambio, se nos enseña, sutilmente (y no tan sutilmente) desde jóvenes que, si opinamos, y sobre todo si opinamos diferente, es probable que nos metamos en problemas.

¿O cuantas veces nos hemos callado algo importante para no generar malestar o empezar una discusión?

Entonces, si queremos conseguir que las mujeres se empoderen, participen y sientan que su presencia y aportaciones son tan importantes o más que las de un hombre, primero tenemos que ocupar ese rol masculino de intelectual, sabio y resolvedor. Después de haberlo ocupado feminizarlo. Y este último punto es importante, porque si nos olvidamos de feminizarlo y acabamos sintiéndonos cómodas en ese rol tan reconfortante, que está lleno de seguridad en una misma y ego, no servirá de nada, porque la finalidad de esto es cambiar de raíz las formas, las dinámicas y las actitudes para que otras compañeras no tengan que forzarse a llevar un rol masculino para ser escuchadas.

No obstante, no todo el esfuerzo pasa por nosotras, aunque es muy difícil que los compañeros entiendan, acepten y/o apliquen que la idea de ser un buen aliado no pasa solo por hablar en lenguaje inclusivo y tener cuotas de mujeres, sino que es algo más profundo, como abandonar sus privilegios, (lo cual, aceptémoslo, no les va a traer cosas buenas, porque por algo son privilegios) y dejar de ocupar tanto espacio. Si nos quieren tener a su lado en las múltiples luchas que sí compartimos, es absolutamente necesario que lo hagan, que nos empiecen a tomar en serio y que no nos ignoren.

En este punto de mi debate personal, siempre recuerdo aquella foto de la segunda internacional, donde aparece Rosa de Luxemburgo, rodeada de hombres de traje y bigote, en que se negó a abandonar la primera línea en favor de la sección femenina de su partido, porque ella entendía que eso la llevaba a invisibilizar a la única mujer que había conseguido colarse en la foto de los grandes hombres intelectuales. Y pienso, aunque no coincida con ella en todas sus reflexiones políticas, que si ella pudo hace ya unos cien años, llegar a ocupar este espacio sin abandonar sus ideales feministas, nosotras podemos y debemos, porque se lo debemos a mujeres como ella el poder seguir ocupando el espacio que por lógica e igualdad nos corresponde, aunque no nos hayan educado para ello, nos reeducaremos entre nosotras.

Hoy y siempre, luchando por nosotras.