Lena Macau
Saben ese espacio que queda entre objetividad y subjetividad, ese hueco entre la denotación y la connotación, aquellas cosquillas en la barriga –positivas o negativas- cuando no sabemos si el mensaje enviado por el emisor es el que nosotros recibimos, si hemos tenido en cuenta toda la información que él quería que recibiéramos. Ese “esto va con segundas”.
Me parecen admirables los autores literarios que reflexionan y trabajan en este espacio. Esto mantiene activas a las mentes; hace que leer no sea solamente quedar prendado del argumento de una historia; hace que después de leer se piense, se interprete y se cree tal complicidad autor-lector que sume exponencialmente el interés por la lectura.
Más allá del arte escrito, este terreno se ha trabajado desde hace tiempo a nivel visual. Los retratos a Luís XIV estaban calculados hasta el más mínimo detalle. Consciente o subconscientemente quienes veían el cuadro captaban el poder del cetro y la espada. Se habían calculado los materiales que debían verse en segundo plano, la postura tenía que ser la justa, la boca cerrada, la posición de los pies. Todo. Cabe dudar, entonces, si un retrato es la expresión trasparente de lo que uno es o la herramienta de creación para que vean lo que queremos aparentar ser.
Y para mí, unos de los reyes de las hipérboles y las metáforas son los ilustradores. Aquellos que trabajan en este espacio entre la ambigüedad y la emoción excitante. El misterio. Hoy, para Saul Steinberg (1913-1999). Nacido en Rumania y estudiante de Filosofía aunque posteriormente Arquitecto en Milán y mayormente conocido por su vida en New York y su relación con la revista The New Yorker, haciendo así cerca de noventa portadas y más de mil doscientos dibujos para esta. Además, destacar su serie Masks donde, hechas con papel o reusando bolsas, dibujaba caras para él y sus amigos que fueron fotografiados por Inge Morath. Con este trabajo, Steinberg hacía referencia a como él veía el mundo. Todos llevamos una máscara, ya sea real o metafóricamente. La gente inventa personas a través de la ropa, los peinados, los muebles y las posturas. Las ciudades se definen a sí mismas por su arquitectura, las naciones por sus iconos.
A través de su estilo, su voluntad y sus ilustraciones demuestra que aquello mentalmente complejo puede nacer de una simplicidad formal. Ésta deja margen a la imaginación y permite que vayamos más allá para descifrarla. Normalmente este es el tipo de lenguaje visual para los niños, porque aparentemente es de fácil comprensión pero siempre permite viajar a través de él. No hay que olvidar que el buen camino hacia la simplicidad empieza con toda la complicación y va limándola y trabajándola para hacerla clara, pero llena por dentro. Como dicen: No todo lo que es oro brilla, ni todo lo que brilla es oro.