Por Giuliana Mezza

Durante esta semana los casi medio millón de inscritos de Podemos podrán decidir sobre la continuidad de Pablo Iglesias e Irene Montero tanto en la Secretaría General y la Portavocía Parlamentaria como en sus bancas de diputados nacionales. ¿El desencadenante de la consulta? Las reacciones -dentro y fuera del partido- frente a la compra, por parte de la pareja de líderes de la formación morada, de un chalet valuado en 600.000 euros en Galapagar, un municipio de la Comunidad de Madrid, situado a 35 km de la capital del Estado. ¿Qué se pone verdaderamente en juego con esta consulta? Es algo más complicado de responder.

En primer término no puede desconocerse que hay, en torno al tema, distintos aspectos y perspectivas que son relevantes, y que en una lectura de conjunto inevitablemente aparecen superpuestos. Es, en todo caso, la identificación de lo que constituye el nudo principal de la cuestión lo que sitúa la discusión en lugares significativamente diferentes. La pregunta por el eje principal de la polémica produce en sí misma efectos, provoca nuevas reacciones y genera posicionamientos.

El problema puede sin duda formularse en términos de acoso y máquina de fango. La utilización política de la información y la voracidad de la lógica del espectáculo son datos de la realidad, aún en la era de la posverdad. Asimismo, la legitimidad de la aspiración de una pareja, sea cual fuere su adscripción ideológica, a criar a sus hijos en un entorno de tranquilidad y privacidad, se encuentra también fuera de discusión. No habiendo ilícito alguno de por medio, nadie se atrevería a decir que una persona no tiene derecho a acceder a una propiedad a través de los ingresos que son fruto de su trabajo. Menos en el marco de un sistema que se articula en torno a la propiedad.

Si aceptamos que el grado de discrepancia que se puede llegar a manifestar  respecto de la existencia del acoso, o la validez de las intenciones de Pablo e Irene es en verdad poco sustancial, queda por tanto en evidencia que aquello que motiva la consulta se sitúa en otro sitio. Podemos nació haciendo suya la agenda del 15M, cuestionando las grandes estructuras políticas y económicas que moldeaban a su antojo la democracia, despojándola de su contenido esencialmente popular. Sería, en este punto inverosímil sostener que la credibilidad de dos líderes del partido se puede percibir amenazada por lo que los medios de comunicación u otras fuerzas políticas puedan considerar sobre su vida privada.

Es por este motivo que la mirada debe volverse sobre el impacto que la noticia tuvo entre los propios miembros de Podemos, sean estos inscritos, simpatizantes, militantes o referentes en sus respectivos territorios. El debate sobre el chalet es un debate político. Y su núcleo se encuentra en la idea de representación. El 15M fue un movimiento social que problematizó la democracia representativa en varios de sus aspectos nodales: “Democracia real ya”, “Lo llaman democracia y no lo es”, “PSOE, PP, la misma mierda es”, “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” fueron algunos de sus lemas. El mensaje parecía mostrarse transparente; las instituciones no velaban por los intereses de los ciudadanos, no atendían a sus demandas ni ofrecían respuestas a sus necesidades, sino que estaban siendo utilizadas en favor de poderes constituidos. Los partidos existentes, envueltos en un manto de privilegios y alejados de la realidad, no estaban en condiciones de protagonizar ningún tipo de cambio; ellos eran parte del problema. Podemos convirtió este diagnóstico en su acta fundacional.

Ahora bien, la estrategia política de la flamante fuerza se montó sobre la combinación de dos tipos de representación; la descriptiva y la sustantiva. Sólo la gente común, la que vive como el pueblo, la que luce como él, es capaz de llevar a las instituciones sus dolores, sus males, para así remediarlos. Al trazar una línea roja sobre el tablero político, Podemos logró erigirse como la única fuerza auténticamente popular. Reclamó para sí esa identidad, reivindicando la unidad indisoluble entre la apariencia y el contenido.

¿Es real que sólo quien se parece a su representado, puede defender sus intereses? ¿Es cierto que el horizonte político ideológico está determinado por la forma de vida de los individuos? Evidentemente no. Es por eso que tampoco aquí se halla la clave del desconcierto, de la desilusión. No se trata de que Pablo e Irene ya no sean capaces de defender el programa político de Podemos, de hecho no están en duda sus valiosas cualidades. El problema es que la construcción del “verdadero sujeto de transformación” se cimentó tanto en la idea de espejo como en la de mandato. Sólo aquel cuya imagen reflejara al pueblo, sería digno de llevar sus banderas.

Pablo e Irene tomaron una decisión en el terreno de su vida privada que, si no implica abandonar ese espejo en el que se mira el pueblo, al menos agrieta la imagen reflejada. Por eso su proyecto familiar posee implicancias políticas; supone un ahuecamiento, una jugada de jaque a uno de los pilares sobre los que se asienta el capital representativo de Podemos. En este estricto sentido la consulta a las bases es pertinente. No se trata de refrendar o no una opción personal ya adoptada. Y tampoco debería leerse –aunque habrá quienes caigan en esa tentación- como una oportunidad para manifestar un repudio que no se vincula con el tema en cuestión. La pregunta a las bases tiene que ver con el hecho de que uno de los elementos simbólicos troncales de la identidad partidaria ha sido desplazado.

Configurar la polémica como una trinchera frente a los intereses cloacales del sistema es –amén de todos los “pero”- útil para forzar a los actores a posicionarse abiertamente, dar un cierre hacia afuera, y blindar el partido de cara a los agitados tiempos que vienen. Por este motivo, el mejor escenario para Podemos es la victoria del sí. No obstante, la consulta no evita dejar descubierto la ineludible necesidad de volcarse a sanar las heridas, las recientes y las que no lo son tanto, si lo que se pretende es seguir siendo una alternativa política de cambio en España. No es, por tanto, una novedad, que este proceso que concluye el domingo por la tarde no constituye en sí mismo una respuesta hacia adentro; la valentía y la rendición de cuentas también deberían pasan por habilitar un debate interno que no se estructure de manera dicotómica ni deslegitime las discrepancias o los matices. Quien desconozca que la consulta no debe entenderse como un cierre definitivo, sino como una oportunidad para abrir espacios de diálogo dentro del partido, podría decir que es, en términos weberianos, un niño, políticamente hablando.