Por Roc Solà

Creció en Gijón pero vive desde hace casi veinte años en Madrid. Es doctor en filosofía y trabaja como profesor en el departamento de teoría sociológica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. También ha sido profesor en la Universidad Carlos III de Madrid y conferenciante invitado en varias universidades españolas y latinoamericanas. Fue miembro fundador del colectivo de intervención cultural Ladinamo, que editaba la revista del mismo nombre, y durante ocho años se encargó de la coordinación cultural y la dirección de proyectos del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ha escrito sobre cuestiones relacionadas con la epistemología, la filosofía política y la crítica cultural en diversas revistas especializadas. Ha publicado dos recopilaciones de obras de Karl Marx: una antología de El capital y una selección de textos sobre la teoría del materialismo histórico. También se ha encargado de la edición de ensayos clásicos de autores como Walter Benjamin, Karl Polanyi o Jeremy Bentham. Ha desarrollado una extensa labor como traductor y en 2011 comisarió la exposición Walter Benjamin. Constelaciones. Escribe habitualmente en su blog Espejismos Digitales.

1Hay corrientes, sobretodo después del 15M y las primaveras árabes, que centran sus análisis en la centralidad de las redes sociales como detonadoras del cambio político en nuestra época. En numerosos textos, artículos y conferencias, muestras una actitud crítica al respecto. ¿Por qué aparece este utopismo tecnológico?

Creo que el ciberutopismo es el resultado de nuestra impotencia política. Nos cuesta reconocerlo, pero el neoliberalismo ha sido un proyecto muy exitoso. No tanto porque haya logrado enriquecer a unas cuantas personas como porque ha privado a la mayoría de la capacidad de intervenir sobre su vida compartida, ha limitado mucho la soberanía colectiva. Esa es una enorme fuente de frustración política para las personas comprometidas con el cambio social. Y una tentación permanente es buscar atajos, en este caso tecnológicos. La ideología digital transmite la sensación de que en las redes sociales sociofobia_150pppse dan dinámicas virales que simplifican los procesos de transformación. O sea, que pequeñas acciones marginales y poco relevantes pueden tener resultados explosivos gracias al efecto multiplicador de la tecnología. En el fondo, es una forma de neoidealismo, se trata de un razonamiento muy similar al que mantenían los hegelianos de izquierda de los que se reía Marx en La ideología alemana.

2. En la introducción de “Los límites del mercado” de Karl Polanyi hablas de lo excepcional que es nuestra sociedad respecto a la historia. Destacas que nuestra sociedad ha confiado a la competencia mercantil la organización de ámbitos de vida común que antes habían estado regulados por normativas conservadoras de la estabilidad. ¿Cómo es posible que se siga creyendo en la utopía de los mercados?

Esa fe en el mercado se basa en cierto tipo de pesimismo antropológico muy característico de nuestra época. Hayek y Friedman lo explicaron muy bien. Los neoliberales creen que la democracia y, más en general, la deliberación política racional es imposible en nuestras sociedades de masas, complejas y culturalmente diversas. Llegar a acuerdos entre millones de personas es demasiado complicado y los intentos de deliberación a menudo concluyen con la imposición de las mayorías sobre las minorías. Por eso piensan que es preferible que intentemos organizarnos a través de un mecanismo de coordinación no impositivo que no requiere consenso ni deliberación, es decir, el mercado. El problema es que esta perspectiva está basada en una concepción del funcionamiento de los mercados completamente irreal. Los mercados generalizados históricos no han sido alternativas a la política sino herramientas de dominio de clase.

3. La sociofobia entendida como miedo a la democracia se fundamenta sobre la potente y convincente tesis, incluso interiorizada por la izquierda, de que en el fondo es normal que las decisiones sean tomadas por los que más saben. ¿Cómo se combate esta visión?

Creo que basta con estudiar un poco de historia. La intervención de los expertos a menudo ha sido catastrófica, y no sólo en economía. Un ejemplo tristísimo es el del hospitalismo. A principios del siglo XX en los hospitales de Estados Unidos los niños a menudo padecían una extraña afección que desarrollaban al cabo de un par de semanas de ingreso y que 1442575553_432325_1442850819_sumario_normaltenía una alta tasa de mortalidad. En realidad, aquella enfermedad era el resultado de la obsesión por la asepsia de los médicos y el desprecio de los pediatras –varones, en su mayoría– por los cuidados maternos. Los niños eran separados de sus madres y se les mantenía aislados en cubículos sin contacto humano. Al final morían de privación emocional. En es especial en el ámbito político hay que desafiar la expertocracia. Tenemos que aprender a reivindicar que la democracia es una idea escandalosa. Significa que sólo podemos llegar a entender qué leyes son justas o injustas razonando en común, no a través de una mera agregación o negociación de ideas individuales.

4. Ahora recién ha hecho fortuna entre las ciencias sociales el concepto de liquidez en donde muchos conceptos tradicionales reciben el adjetivo de líquidos. ¿Hasta qué punto sirven estas teorías para describir nuestra realidad social?

Creo que es un eslogan que capta un problema importante relacionado con la fragilización de las relaciones sociales en nuestras sociedades, un asunto muy menospreciado por la izquierda durante al menos un par de décadas. Pero también es cierto que se ha abusado mucho de esa expresión hasta volverla inservible.

5. Es conocido que los debates sobre Marx en ciertas galaxias de la izquierda siempre terminan en un enfrentamiento de quién es más revisionista y quién menos. Esto en el fondo es producto del uso como religión de estado de la URSS y en los partidos comunistas, y desgraciadamente ha terminado por desprestigiar el marxismo como método de análisis de la realidad. Tú propones no tomar los textos de Marx como un evangelio y sobretodo destacas sus producciones periodísticas. ¿Qué partes de la obra marxiana pueden ser útiles para pensar el presente?

Más que la obra marxiana en sí, que es interesante sobre todo para la gente que nos dedicamos a la historia de las ideas, creo que se puede reivindicar una ya larguísima tradición intelectual que se remonta a Marx y que está llena de polémicas, puntos de vista enfrentados y tensiones. El elemento que me parece insustituible en el enfoque de Marx es el acento que pone en la teoría de la explotación, es decir, su capacidad para detectar procesos políticos de dominación de clase tras lo que parecen dinámicas económicas automáticas y neutras.

6. Alguna vez has apuntado que Marx deja en blanco lo que debe ser el mundo después de la revolución. Este mismo vacío lo vemos tradicionalmente en la izquierda que nunca se ha planteado seria y concretamente la estructura institucional de una sociedad emancipada. En un mundo donde no existe un imaginario postcapitalista, ¿qué rumbo debería tomar una república para institucionalizar la radicalización de la democracia y la gestión de lo común?

Para empezar, mirando al pasado. A lo largo del último siglo hemos acumulado un enorme bagaje de experiencias en distintos lugares del mundo en torno a la democracia, la participación, la lucha contra la desigualdad… Una de las grandes victorias de los neoliberales ha sido convencernos de que todo eso ya no sirve, que ha quedado perdido para siempre y que tenemos que empezar desde cero. Suelo poner el siempre el mismo ejemplo, pero es que me parece útil de puro obvio: hasta hace muy pocos años en este país la telefonía era pública. ¿Os imagináis lo que supondría hoy desprivatizar la telefonía móvil y la conexión a Internet?

7. Slavoj Žižek tiene una imagen de personaje excéntrico y bufonesco y por eso a veces se duda de sus razonamientos y no se lo toma en serio. ¿Qué opinión te merece a ti el filósofo esloveno? En su último libro editado por Anagrama, “La nueva lucha de clases” plantea, para el tema de los refugiados, la solidaridad global como solución. ¿Estás de acuerdo?

Zizek me parece un filósofo muy sutil. Nunca me he sentido tan interesado por Hegel como en su presentación. En cambio, me parece que sus análisis políticos concretos son un poco de trazo grueso. La solidaridad global no es una solución es un resultado, un objetivo. El problema precisamente es cómo llegar a ese resultado. Infravalorar lo increíblemente conflictivo y complicado que es llegar a esa meta no hace más que alimentar la intolerancia.

8. En los tiempos actuales, el cine y la literatura más mainstream hablan de zombis, meteoritos y situaciones postapocalípticas. ¿Podría ser esto de ayuda para entender el mundo actual, más o menos, como la metodología que usas en “Capitalismo canalla” en el que utilizas la literatura para estudiar distintas fases del capitalismo?

Creo que las teorías que aspiran a tener capacidad crítica tienen que ser capaces de engranar de alguna manera con la sensibilidad, con las formas de vida de la gente a las que van dirigidas. Eso se puede conseguir de muchas maneras. Una de ellas es, en efecto, incorporar elementos de la cultura popular. Pero no es la única vía ni necesariamente la mejor. Lo que me parece esencial es hacer el esfuerzo de explicar las cosas con la máxima claridad. Y cuando se hace ese esfuerzo suele ocurrir que resulta natural y sencillo recurrir a ejemplos de la vida y la cultura cotidiana

9. En cuanto a la actualidad política ¿Qué opinas de Donald Trump?

Las épocas de crisis suelen ser momentos de movilización en los que se produce una reacción a la mercantilización en forma de politización. Lo que la gente de izquierda no siempre entiende es que el sentido de esa movilización puede tener muy distintas expresiones ideológicas. Es decir, pueden ser democratizadoras e igualitarias o reaccionarias y elitistas. El 15M fue una reacción a la mercantilización generalizada, pero también lo es el fundamentalismo islámico o el Frente Nacional. Creo que el éxito de Trump es un fenómeno similar, es lo que Gramsci llamaba una revolución pasiva: un proceso de movilización que deja inalterados los privilegios de las clases dominantes. La pregunta importante es por qué esos personajes han tenido éxito en esa movilización y la izquierda no. Y la respuesta es muy antipática. Trump o Le Pen han sabido interpelar a grandes masas de trabajadores que sienten que, en cambio, las organizaciones de izquierdas hablan de asuntos que no tienen que ver con sus vidas. Owen Jones lo ha comentado en ocasiones para explicar el apoyo de la clase trabajadora inglesa al Frente Nacional y otras organizaciones de extrema derecha. Esos partidos dan respuestas moralmente repugnantes a los problemas de los trabajadores pero al menos no fingen que esos problemas no existen ni los tratan como escoria.

10. Existe una posibilidad real de reorientación del proyecto de la Unión Europea después de los fenómenos del Brexit, la gestión vergonzosa del tema de los refugiados y el ascenso de la derecha antinmigración?

Sí, esa posibilidad siempre ha existido, aunque la ventana de oportunidad se está cerrando. Lo que estamos viviendo es la descomposición del proyecto de la Unión Europea como un espacio de mercantilización generalizada que se remonta a la época de la reunificación alemana y la caída de la URSS. En cualquier caso, lo que debería preocuparnos no es tanto que sea posible esa reorientación como que es completamente imprescindible. Para impulsar proyectos de democratización anticapitalista a escala nacional necesitamos una paraguas institucional continental.

11. Por último ¿Qué libros o autores en general recomendarías para seguir entendiendo el mundo que nos rodea?

Últimamente me ha gustado el libro de Paul Mason, Postcapitalismo. Más en general, creo que estamos viviendo una época muy buena del pensamiento ecologista (lo que no deja de ser inquietante). En ese sentido, el ensayo de Rutas sin mapa, de Emilio Santiago Muiño me ha parecido excelente.