Por Miguel Morilla (@mmorilla_)

Recién he acabado de leer el libro de Chantal Mouffe “Por un populismo de izquierdas”, tras un tiempo con la voluntad de leer algo “del mundillo” y más allá de como de interesante me parecen algunos aspectos de su enfoque, aunque cuestione la efectividad de esa radicalidad democrática en los términos que se plantean, siempre me gusta aproximar una realidad concreta a eso que inspira nuestra teoría política. Mouffe habla en este libro del contexto que nos ha dejado la crisis de 2008 y el marco occidental al que ella denomina el “momento populista”.

Este marco es consecuencia de las limitaciones que el modelo neoliberal de los 80, tras la ruptura del pacto social(demócrata) post Segunda Guerra Mundial, ha manifestado en el desarrollo de esta reciente crisis. Estas limitaciones pueden dar paso al crecimiento de formaciones que establecen una dicotomía antagónica entre grupos en los cuales uno puede autoidentificarse y a su vez, identificar quién pertenece al otro – el “nosotros versus ellos”, en el que el “nosotros” aspira a ser la comunidad popular y el “ellos” ese referente contrario que quiere destruirla o, como mínimo, explotarla para su interés. Cabe decir que esta visión establece marcos de referencia identificativos, en ningún momento creo, ni creo que la autora crea, que debamos asumir esta dicotomía como descriptiva de una realidad social que debemos analizar de forma materialista. Más bien, la lógica populista debe ser entendida como una herramienta, y como tal, también puede ser usada, como se hace hincapié en el libro, por parte de la derecha. Ante esto, Mouffe plantea que la izquierda de tradición socialista ha de saber leer el momento político que comprenda la utilidad de esta herramienta y “construya pueblo” de manera afectuosa con prácticas discursivas que den lugar a una nueva forma de identificación.

El libro tiene una perspectiva generalista del mundo occidental y asume que cada realidad nacional tiene una configuración propia. Por ello, creo que hemos de fijarnos en lo que ha sucedido en el Estado en los últimos años y cuestionarnos si hoy estamos ante un “momento populista”.

El libro destina un capítulo entero al caso de Thatcher y el afianzamiento de su hegemonía neoliberal, que en España se dio en términos diferentes. Primero de todo, porque España en los 80 salía de una dictadura de 40 años – que implicó una desafección por la política generalizada y que ha limitado en buena medida la existencia de partidos de masas. Segundo, porque mientras Thatcher hacía su proceso liberalizador de la economía, aquí en España era un socialdemócrata como Felipe González quién se dedicaba a hacer un proceso de reconversión industrial que quedó socialmente compensado (en términos de opinión pública, obviamente) por el desarrollo del Estado del Bienestar. Así pues, cuando Thatcher decía que su mejor legado era Tony Blair porque este había asumido su marco neoliberal, en España podríamos decir que fue la etapa de González la que estableció un marco propio de “teórica” hegemonía socialdemócrata, que a la práctica no lo fue tanto sino más bien, una hegemonía de partido.

Recordemos que, entre los partidos originarios del régimen del 78, la UCD dinamitó poco después del proceso de transición y Alianza Popular veía en la transición un proceso demasiado acelerado hacia la democracia liberal al que se tuvo que sumar por política de hechos consumados. Quien demostró ser más fiel a la configuración salida de ese sistema fue el PSOE que estuvo 14 años de gobierno seguidos con González en los que reestructuró en buena medida el país y metió al país en la Unión Europea. La “buena salud” de la economía española debe entenderse como consecuencia de un periodo económicamente expansivo ligado a un contexto de mercado europeo de principios neoliberales. La construcción política de ese mercado y de las instituciones europeas que lo rigen, responde a los acuerdos entre partidos conservadores, liberales y socialdemócratas (sin existir todavía la tercera vía).

Con esto se escenifica que en España la hegemonía neoliberal ha estado intrínsicamente vinculada a la hegemonía socialista, en tanto el libre mercado era desarrollado a la par que el Estado del Bienestar. Posteriormente, cuando el PSOE de Zapatero se ve incapaz de gestionar la crisis y es sumiso a las directrices de las instituciones europeas, como haría también su compañero Hollande, la desafección de muchos votantes socialistas es palpable. No hablo ya de los jóvenes que salieron a la calle por todo el Estado en el 15M, que carecen de filia socialista al no haber vivido ese cambio que supuso González para tantos españoles. Hablo de aquellos que vieron una mejora en sus condiciones de vida y en las de sus hijos, y que veían como la sombra represiva que la dictadura imponía en todos los aspectos de la vida se desvanecía. En el momento de esta decepción, en España se abrió ese “momento populista” de que habla Mouffe, y efectivamente, Podemos fue el actor que pudo concentrar la respuesta mientras la izquierda tradicional fue incapaz de entender el momento.

No obstante, la situación actual en España me plantea la idea del agotamiento del “momento populista”. La llegada a la Moncloa de Sánchez fue un golpe de efecto. “El renacido” que fue forzado a irse por el mismo aparato que le había apoyado y que había vuelto como el izquierdista originario, ahora conseguía echar a Rajoy y devolver esperanza. De retorno a la Secretaría General del PSOE empezó a aparecer con eslóganes que reflejaban el espíritu comunicativo del PSOE: “somos la izquierda”, “hagamos un país mejor” y “la España que quieres”, mientras a la par observaba el ring de batalla en que se había convertido el espacio del cambio. Bien, quizás el PSOE ha recogido el testigo del “momento populista” y tomado como mal principal a la ultraderecha, pero creo que simplemente lo ha frenado en seco y le ha negado radicalidad para devolverlo a su campo de batalla: una opción posibilista sin experimentos, el PSOE que puede “volver a cambiar España”.

Podemos (y el Espacio del Cambio en general), entre las luchas internas y la necesidad de demostrar a casi cualquier precio que llegaron a la política institucional para cambiar las cosas han acabado teniendo una posición que ya nadie entiende. El “momento populista” se ha agotado. Este surge de la desafección, de la desafección se genera protesta y luego es necesario un proyecto que materialice las demandas surgidas. La insistencia de Podemos en ser miembro de un Gobierno de coalición da oxígeno al sistema del 78 para recomponerse. Sabemos que el PSOE hará de partido del régimen, y esta vez juega en casa, en las mismas instituciones que ellos configuraron y en las que se han sentado años y años. El Espacio del Cambio, en su sentido más amplio, debe pensar más en como enfocar estos años que vienen y en la conflictividad social que se puede generar por una nueva recesión económica que parece anunciarse o, simplemente, de la falta de cumplimiento de compromisos sociales que hará este “nuevo” PSOE. El sujeto político es, de lejos, más pequeño que el Espacio y toca redefinirse.

No olvidar quiénes somos, ni de dónde venimos significa entender que alejarse demasiado de aquello que te dio motivo de ser puede ser irreparable. Desaprovechar la brecha que se ha conseguido crear poniendo de manifiesto las contradicciones existentes del Régimen del 78 puede ser un precio muy elevado, y más si la acción política va destinada a su apuntalamiento. Hay espacio para confrontar: el mundo del trabajo aún sufre las consecuencias de la crisis y las reformas laborales no han estado derogadas, el estudiante en prácticas no tiene condiciones de trabajo dignas, las universidades están ahogadas… Nuevos movimientos sociales surgen para hacer frente a los problemas: movimientos sobre vivienda a raíz de la nueva burbuja inmobiliaria y el movimiento ecologista respecto a la emergencia climática que debemos vincular a la naturaleza extractiva del capitalismo son algunos ejemplos, sin olvidar tampoco la existencia de movimientos soberanistas que están impugnando este régimen del 78.

Hay batalla, y hace falta disputarla.