Giorgos Venizelos y Yannis Stavrakakis

Este artículo fue publicado originalmente en Jacobin: https://jacobinmag.com/2020/03/left-populism-political-strategy-class-power.

Tras la capitulación de Syriza en Grecia, las concesiones de Podemos en España y la derrota del Partido Laborista de Jeremy Corbyn en diciembre de 2019, parece que ha crecido el escepticismo en los círculos de izquierdas sobre la viabilidad del populismo como estrategia política. Algunas discusiones similares ya habían sido planteadas en relación con los países latinoamericanos, especialmente cuando administraciones de derechas reemplazaron a los gobiernos populistas de izquierdas asociados a la “Marea Rosa” de los años 2000.

Este escepticismo viene habitualmente acompañado por el argumento de que el momento populista de la izquierda ha llegado a su fin. Incluso muchos de los que en su momento vieron con simpatía la estrategia populista de izquierdas ahora dudan de su efectividad y en ocasiones abogan en su lugar por un retorno al purismo de una estrategia centrada en la clase. Recientemente Jacobin dedicó un número completo al populismo de izquierdas, en el cual se discutía el “efímero y cruel… experimento del populismo de izquierdas en Europa [que] está en un punto muerto”. La versión italiana de dicho número de Jacobin  llevaba por título “Donde terminó el populismo”.

Sin ignorar las limitaciones del populismo, nos gustaría examinar la afirmación de que ha fracasado. Declaraciones de este tipo en ocasiones revelan una lógica lineal y determinista y parecen ignorar la fluidez y contingencia de lo político y los ciclos continuamente reactivados de antagonismo político. Consideremos por ejemplo Argentina, donde la izquierda populista volvió al poder en 2019 después de un receso de cuatro años, o Latinoamérica en términos generales, un continente que parece estar experimentando otro ‘momento populista’. Sostenemos que estos ciclos de declive y reactivación están incorporados en la contienda política misma y que requieren una perspectiva más abierta.  

¿Está el populismo en retroceso?

La conexión entre el populismo y la izquierda no es nueva, pero el populismo de izquierdas reemergió recientemente a la luz del agotamiento social, el descontento y el desencanto político en los años posteriores al colapso financiero de 2008. Efectivamente, los movimientos de las plazas en España y Grecia y el movimiento Occupy en Estados Unidos marcaron un giro en las políticas de la última década. Mientras que en el discurso europeo de los expertos ‘populismo’ se asocia convencionalmente a políticas retrógradas, nacionalismo y demagogia, estos movimientos plantearon demandas a favor de la democracia, la igualdad, la dignidad y la justicia económica. Esto desafío al mainstream y dejó a los expertos desconcertados. En cierto sentido, al trasladar el legado del movimiento alterglobalizador a la arena electoral estos movimientos abrieron discusiones sobre la reorganización y reorientación de la estrategia de la izquierda; básicamente pusieron de vuelta en el escenario principal del debate el partido y la cuestión de cómo gobernar.

 Mientras que en el discurso europeo de los expertos ‘populismo’ se asocia convencionalmente con políticas retrógradas, nacionalismo y demagogia, estos movimientos plantearon demandas a favor de la democracia, la igualdad, la dignidad y la justicia económica.

En los años posteriores surgieron numerosos experimentos que buscaban formas de salir de la parálisis crónica de la izquierda (un punto muerto sobradamente ilustrado por los eventos de 1989 y de 1968). Algunos abordaron cuestiones de participación y se centraron en formas digitales de organización, comunicación y democracia. Mientras que muchos favorecieron una estructura de orientación movimientista, otros fueron partidarios de organizaciones más jerárquicas o de una mezcla entre ambas. Algunos apostaron por un mayor radicalismo en cuanto a su discurso de izquierdas y otros por menos. Básicamente fue una colección polimórfica de experimentos políticos que a menudo compartían poco en términos de su arquitectura interna y el cuadro es incluso más diverso si incluimos a Latinoamérica. De forma importante, su lógica de articulación y su simbolismo empleaban una nueva gramática política que priorizaba la centralidad del pueblo y un profundo antielitismo, seguidos secundariamente por rasgos izquierdistas de clase más tradicionales. 

Pero no todo salió según lo previsto. En España Podemos puede ser considerado como un caso paradigmático de populismo de izquierdas que buscó “restaurar la soberanía popular” a través de una “toma del Estado”. Tras peleas amargas en el interior de su liderazgo y varios intentos de formar coaliciones con fuerzas que previamente consideraba del establishment – entrelazado con el auge de competidores populistas de derechas- Podemos perdió mucha de su credibilidad. Su compromiso institucional fue acompañado por retrocesos fundamentales y su momemtum electoral se desvaneció. En cualquier caso, Podemos ha alcanzado recientemente un acuerdo con el PSOE socialdemócrata para formar un gobierno con una agenda de política social.  

De manera similar, la popularidad de Jean-Luc Mélenchon también se ha esfumado en Francia. La Francia Insumisa acumuló apoyo popular, convirtiéndose en la fuerza principal de la izquierda francesa, pero los mensajes contradictorios, las posturas ambiguas (por ejemplo sobre Europa) y el carácter frecuentemente errático de su líder hicieron incomprensible su propuesta política. Todo esto hizo que se truncase la dinámica ascendente de la Francia Insumisa tras su apogeo en las elecciones presidenciales de 2017.

El ejemplo más prometedor de populismo de izquierdas radical fue Syriza en Grecia. La historia es ampliamente conocida. Syriza surgió del ciclo post-2008 de renacientes movilizaciones populares para reclamar el poder estatal y revertir las políticas neoliberales. La apuesta era elevada, como lo eran las promesas hechas por Alexis Tsipras y las esperanzas que la gente colocó sobre él. Aún así, ya en los primeros meses de su administración, sin margen de maniobra en sus negociaciones con los acreedores internacionales, Syriza firmó un duro acuerdo de austeridad. Pronto la historia de Syriza fue descrita con etiquetas diferentes que señalaban el gusto amargo que dejó para la izquierda griega e internacional: “capitulación”, “el caso griego”, “el fracaso de Syriza” o incluso “la traición”. Las elecciones griegas de julio de 2019 vieron a la derecha recuperar el poder. Nos enfrentamos a un retorno del establishment. En cualquier caso, es importante señalar que el porcentaje que Syriza consiguió (y que la llevó a la oposición) no fue muy diferente de aquel que primero la había llevado al poder. 

Sin ignorar ciertos ámbitos políticos en los que Syriza intentó salvaguardar y expandir modestamente los últimos bastiones de derechos sociales para los más marginados, el partido claramente fracasó a la hora de cumplir su promesa clave. Después de todo, se había construido a sí mismo en torno a demandas económicas para la restauración de las condiciones previas de los sectores populares y, de forma más importante, la cancelación de la deuda griega y la reversión de las medidas de austeridad. Este es obviamente el foco de las críticas que Syriza y, por extensión, la “estrategia populista de izquierdas” recibieron. Aún así, la cuestión es si el populismo de Syriza fue la razón específica de su fracaso. Una cuestión similar puede ser planteada también en relación con Podemos y Corbyn. Parece que la suposición anterior está basada en la hipótesis de que “más política de clase y menos populismo podría ser la fórmula adecuada para la izquierda”. No es un secreto que la última ola de resurgimiento (electoral) del  populismo de izquierdas no ha producido los resultados deseados. Pero, ¿puede el fracaso de Syriza simbolizar el fracaso de las estrategias populistas en general? Nuestro argumento central es que necesitamos distinguir- al menos analíticamente- entre estrategia populista y contenido ideológico.

Sin ignorar ciertos ámbitos políticos en los que Syriza intentó salvaguardar y expandir modestamente los últimos bastiones de derechos sociales, el partido claramente fracasó a la hora de cumplir su promesa clave: la cancelación de la deuda griega y la reversión de las medidas de austeridad.

Clarificaciones sobre el populismo de izquierdas

Un análisis de este tipo acaba naturalmente derivando hacia definiciones del populismo que compiten entre sí. Pero no nos quedemos atascados en estos debates académicos, que son a menudo reduccionistas. Lo que nos gustaría destacar es la dimensión estratégica del populismo. La estrategia populista construye performativamente un sujeto popular colectivo potente: una mayoría democrática construida durante el proceso de la acción política, más que postulada a posteriori. Este proceso incorpora diversas luchas y demandas en el nombre del ‘pueblo’ que va a ser construido antes que en el “pueblo” que ya está dado. Dicha estrategia no garantiza el éxito, por supuesto; no es una panacea y otros factores contingentes son importantes a la hora de dar forma a su trayectoria, especialmente una vez que se entra en el gobierno.  

En sociedades marcadas por múltiples divisiones, desigualdades y polarizaciones, el populismo indica así una práctica discursiva que busca crear vínculos entre los excluidos y dominados para empoderarlos en sus luchas por reparar esta exclusión. Estos discursos están articulados en torno al ‘pueblo’ como sujeto político central que exige su incorporación a la comunidad política, restaurando así la dignidad y la igualdad y honrando el compromiso con la ‘soberanía popular’.

Así, la centralidad del “pueblo” es el primer criterio para la identificación discursiva del populismo. Al mismo tiempo, esta agencia populista que construye un pueblo políticamente fuerte desde actividades y movimientos heterogéneos hace uso de una representación antagonista dicotómica del campo sociopolítico, que se divide entre “nosotros” y “ellos”, el “pueblo” y el “establishment”, el “99%” y el “1%”. Por tanto, el “antielitismo” constituye el segundo criterio para una identificación rigurosa del populismo. 

Y eso es todo,  ni más ni menos

Esta estrategia puede ser efectiva y lo ha sido en muchos ejemplos históricos. Pero no ofrece ninguna garantía de éxito por las políticas particulares promovidas, ni desequilibra la balanza del antagonismo político para siempre. De hecho, deberíamos alejar nuestro foco de cualquier asunción esencialista sobre el populismo y en su lugar centrarnos en su operación estratégica. Al deconstruir la crítica de izquierdas (centrada en la clase) al populismo, identificamos dos corrientes que estructuran la asunción de que el populismo fracasa necesariamente. En primer lugar, en estas perspectivas el populismo fracasa porque es necesariamente reformista. Su rechazo a entrar en conflicto con el capitalismo revelará en última instancia sus límites. Según estas descripciones esto es lo que sintetiza la experiencia europea más reciente del populismo de izquierdas. Pero uno se pregunta con qué otra opción (presuntamente exitosa) se compara esta estrategia.

El populismo no ofrece ninguna garantía de éxito por las políticas particulares promovidas. Deberíamos alejar nuestro foco de cualquier asunción esencialista sobre el populismo y en su lugar centrarnos en su operación estratégica.

En segundo lugar, la crítica de izquierdas al populismo sugiere que el momento populista para la izquierda necesariamente ha terminado. Esta asunción nos parece problemática en tanto que adscribe una esencia esencia teleológica al populismo y a la historia en general. Pero es importante centrarse en la dinámica performativa del populismo, que está presente en su función movilizadora, antes que en alguna esencia programática imaginada vinculada con resultados específicos. Aproximémonos a estos asuntos uno por uno.

Es cierto que los populistas de izquierdas en Europa no han tenido éxito a la hora de cumplir la mayor parte de sus promesas anti-neoliberales. También es cierto que experimentaron profundas transformaciones debido a su institucionalización. Nosotros sostenemos que los responsables de este resultado no son los factores populistas, sino los izquierdistas. 

El populismo (de izquierdas) no implica necesariamente un tipo de política reformista. Es más bien uno de los modos con los que un paquete programático izquierdista (sin importar su grado de radicalismo) puede desarrollar su capacidad de formar coaliciones, articular demandas y movilizar partidarios para construir una identidad colectiva y adquirir una forma capaz de socavar el status quo dentro de los sistemas representativos. En este sentido, todos los proyectos comunistas, socialistas, socialdemócratas y de izquierda radical pueden ser populistas también. Un programa de izquierdas que, digamos, presione por la redistribución, un sistema de salud gratuito o educación gratuita puede enmarcar estas demandas de un modo populista, es decir, buscando recuperar la soberanía popular (ni nacional ni de clase). 

Las limitaciones de Syriza, por ejemplo, no estaban enraizadas en el hecho de que el partido siguió una estrategia populista. Resultaron más bien de su abandono gradual del compromiso para llevar a cabo una ruptura clara con el neoliberalismo. De hecho, sin una estrategia movilizadora populista, Syriza y Podemos no habrían alcanzado en primer lugar una posición desde la que cumplir o traicionar sus compromisos políticos, y tampoco Bernie Sanders hubiese sido capaz de popularizar su agenda socialdemócrata en los Estados Unidos. Para empezar nadie hubiese oído hablar de ellos.

Sin una estrategia movilizadora populista, Syriza y Podemos no habrían alcanzado en primer lugar una posición desde la que cumplir o traicionar sus compromisos políticos y tampoco Bernie Sanders hubiese sido capaz de popularizar su agenda socialdemócrata en los Estados Unidos.

El segundo problema derivado de la crítica purista de izquierdas sugiere que el momento populista se ha acabado para la izquierda. Es cierto, la fotografía en 2020 difiere enormemente del ciclo proto-populista de protestas de 2010-2012 y del subsiguiente auge de los partidos populistas. Si nos fijamos en sus destinos electorales parece que están a la defensiva y lo que observamos en su lugar es el renacimiento de una derecha “populista” retrógrada. En cierto sentido, la oportunidad política asociada a ese momento específico quizás pueda pertenecer al pasado. Uno no debe olvidar, sin embargo, que así como la ola política surgió “de la nada”, inesperadamente, y se convirtió en la esperanza de millones de personas – canalizando la frustración generalizada hacia un proyecto electoral-, puede volver a surgir de nuevo. Esto es precisamente lo que ha sucedido en Argentina. Pero no ocurre por arte de magia. 

¿Antipopulismo de izquierdas?

El dilema artificial que prioriza la “clase” sobre la política “populista” (y por extensión popular) en ocasiones adopta una forma antipopulista. El antipopulismo contemporáneo se volvió evidente en los años posteriores a 2008, bajo un ropaje renovado, como una denuncia de los movimientos de las plazas que pedían “soberanía popular” y “democracia real” y alcanzó su apogeo durante el referéndum del Brexit y la elección de Donald Trump. Durante estos años, todos y todo los que no gustaba era encuadrado como populista.

El antipopulismo habitualmente proviene de una perspectiva liberal o de extremo centro, pero recientemente hemos identificado corrientes de izquierdas dentro de este repertorio discursivo (véase por ejemplo a algunos comunistas ortodoxos para quienes “el pueblo” carece históricamente de conciencia para liderar la lucha política y a izquierdistas cosmopolitas de clase urbana para quienes “el pueblo” parece demasiado vulgar en cuestiones de gusto). Aunque liberales e izquierdistas tienen diferencias ideológicas fundamentales, su antipopulismo comparte en ocasiones una lógica muy similar. 

En ambos antipopulismos hay un elitismo incorporado que acostumbra a destacar una agencia política como fundamental y esencialmente superior. En el caso de los liberales, es el mercado, las instituciones o los tecnócratas que siempre “saben más”; en el caso del antipopulismo de izquierdas es la clase y su vanguardia la que lo hace. En ambos casos, sin embargo, “el pueblo” o “la plebe” es una masa amorfa que no tiene la legitimidad suficiente para liderar, ya sea debido a su incapacidad técnica o a su conciencia política subdesarrollada. Esta jerarquía es la que revela el elitismo incrustado en todo antipopulismo. En el primer caso, se funda en el conocimiento y la experiencia superiores de una aristocracia; en el segundo, en el valor epistemológico y político superior del materialismo histórico. 

Los límites del populismo en el gobierno

Obviamente los proyectos populistas no son panaceas. De hecho, uno puede señalar numerosas limitaciones a las que se enfrentan. Para empezar, incluso cuando una estrategia populista resulta victoriosa electoralmente no puede garantizar la hegemonía (continua) del agente político que la emplea. Una profunda y duradera hegemonía – en ningún caso eterna, por supuesto- requeriría recursos y herramientas adicionales, que incluirían algún tipo de conocimiento técnico experto y espíritu creativo para el diseño institucional, combinados con un firme ethos democrático.

Incluso cuando una estrategia populista resulta victoriosa electoralmente no puede garantizar la hegemonía (continua) del agente político que la emplea. Una profunda y duradera hegemonía – en ningún caso eterna, por supuesto- requeriría recursos y herramientas adicionales.

Más allá de lo anterior, el peligro presente y evidente que cualquier fuerza populista encara es la cooptación de su radicalismo democrático. Esto sucede si sucumbe a los valores elitistas establecidos y a las instituciones post-democráticas que le preexisten, es decir, al business as usual. A pesar de su retórica radical, muy a menudo los proyectos populistas están sobredeterminados por dichas características y demuestran que son incapaces de impulsar una renovación democrática genuina, especialmente cuando se encuentran oposiciones fuertes y determinadas en el marco institucional nacional o internacional. Son absorbidos gradualmente por el denominado “elitismo democrático” y atrapados dentro de las tensiones de la representación y su agencia es gradualmente reducida a gestos mayormente cosméticos o secundarios. Esto significa que fracasan a la hora de facilitar una mayor democratización y un empoderamiento popular sustantivo (como por ejemplo en Grecia).

Bajo condiciones más favorables, un gobierno populista podría (como en Argentina o Venezuela) alcanzar muchos de sus objetivos primarios y disfrutar de reelecciones continuas; introducir cambios bastante considerables que mejoran la posición socioeconómica y la incorporación política de los sectores populares, revertir la espiral descendiente de movilidad social de las clases medias en crisis y elevar los estándares de vida empobrecidos de las clases bajas. Incluso en ese caso, podría fracasar a la hora de ejercer una influencia considerable en los modos de producción y los marcos psicosociales de consumo que condicionan la mayoría de las identidades sociales. En Venezuela, por ejemplo, el cambio social parece haber estado basado en la utilización de las ganancias producidas por los altos precios del petróleo, pero cuando estos empezaron a verse afectados, el movimiento chavista fue incapaz de ofrecer ninguna alternativa real. 

En cualquier caso, Venezuela pertenece a un grupo de países latinoamericanos en los cuales el populismo significó principalmente la integración de las masas excluidas en la vida institucional casi por primera vez -y esta perspectiva fue suficiente para desencadenar una polarización perniciosa que al final casi condujo a una guerra civil; por lo tanto podría ser vista como un caso que tiene poca relevancia para lo que está pasando en las denominadas “democracias establecidas” en Europa. Fijémonos en su lugar en Argentina, que está mucho más cercana al paradigma europeo.

En Argentina, muchos años de gobierno populista heterodoxo consiguieron restaurar el estatus precrisis de las decaídas clases medias y hacer avanzar a las clases bajas. Pero cuando estas clases percibieron de nuevo algo de estabilidad y seguridad, se volvieron hacia las viejas costumbres consumistas (valorando excesivamente el libre movimiento de capitales internacionales, lanzándose a por bienes importados tras un periodo de privación, etc.). Esto significó entregar la frágil economía argentina a las fuerzas de la globalización neoliberal, que produjeron, una vez más, una crisis muy profunda y otra intervención del FMI.

En otras palabras, sin perjuicio de los muchos avances conseguidos, el peronismo de izquierdas contemporáneo en Argentina se vio atrapado en un retorno psicosocial “nostálgico” o “mimético” al pasado. Reprodujo identidades basadas en el capitalismo globalizado que en el largo plazo beneficiaron a las fuerzas políticas que representan un retorno a la “normalidad” neoliberal (el presidente Mauricio Macri). En palabras del expresidente de Uruguay Pepe Mújica, aunque los gobiernos de izquierdas de América Latina gestionaron con bastante éxito el problema de la pobreza, lo hicieron de un modo que transformó a los pobres en consumidores y no en ciudadanos. 

En palabras del expresidente de Uruguay Pepe Mújica, aunque los gobiernos de izquierdas de América Latina gestionaron con bastante éxito el problema de la pobreza, lo hicieron de un modo que transformó a los pobres en consumidores y no en ciudadanos. 

¿Hay que retomar el populismo?

A lo mejor pusimos grandes esperanzas en el populismo, pero ¿hemos perdido por culpa de esta apuesta? La mayor parte de las limitaciones que hemos abordado más arriba con respecto a la implementación del supuesto “programa” populista parecen derivarse de las dificultades que surgen en el gobierno. Desde luego no es fácil combinar las prioridades populistas con una racionalidad gubernamental. Algunos populistas se vieron confrontados con su inhabilidad para romper con una cultura política o un marco socioeconómico preexistente o para manejar ataques antipopulistas de una forma que protegiese o extendiese el empoderamiento popular.

Estos asuntos, sin embargo, no parecen ser inherentes a la estrategia populista. La sobredeterminación y cooptación por fuerzas externas puede afectar en mayor o menor medida a todos los movimientos políticos (incluidos los que se fundan sobre una clase social muy específica) cuando se encuentran con desafíos similares dentro de contextos históricos particulares. De hecho, pueden señalar una limitación más amplia que afecta a los compromisos de la izquierda en el siglo XXI y a la dificultad del tránsito hacia alternativas poscapitalistas.

En su artículo introductorio para el último número de Jacobin, Bhaskar Sunkara defendía que las clases dominantes no tienen realmente miedo del populismo: “populismo es la palabra de moda del momento, pero no confundamos por qué las clases dominantes temen a Jeremy Corbyn y a Bernie Sanders. Temen la erosión de su riqueza ilícita y de sus privilegios. En otras palabras, todavía tienen miedo al socialismo y no al populismo”. ¡Es verdad! Pero añadiríamos un pequeño aporte: lo que está aterrorizando al establishment es tanto la causa detrás de una cierta movilización (le podemos poner la etiqueta de socialismo) como la habilidad estratégica misma para movilizar (el populismo). 

Lo que está aterrorizando al establishment es tanto la causa detrás de una cierta movilización (le podemos poner la etiqueta de socialismo) como la habilidad estratégica misma para movilizar (el populismo). 

De todas formas, es necesario subrayar que sin la estrategia populista las ideas socialistas y progresistas nunca adquirirían notoriedad y una audiencia más amplia. Sin dicha estrategia, las ideas de Sanders nunca se habrían trasladado desde los márgenes hasta el mainstream de la sociedad americana. Esta estrategia no es un fenómeno reciente inventado por los que abogan por un populismo de izquierdas, que simplemente describen y codifican su forma de funcionar. Históricamente, el ethos populista se manifestó en los “frentes populares” y en otras estrategias y prácticas cotidianas de los partidos de izquierdas mucho antes de la coyuntura actual. 

Tal vez los marxistas puristas deberían prestar un poco más de atención a la preocupación del propio Marx por la apertura de la clase trabajadora y el rol de las representaciones políticas dicotómicas. Marx comentó sobre los procesos que instituyen a un sujeto colectivo como agente revolucionario que:

Ninguna clase de la sociedad civil puede jugar este rol [revolucionario] sin despertar un momento de entusiasmo en sí misma y en las masas, un momento en el cual confraterniza y se funde con la sociedad en general… Para que un bien sea reconocido como el bien de toda la sociedad, todos los defectos de la sociedad deben por el contrario estar concentrados en otra clase. 

En realidad, parece que especialmente en los últimos años de su vida Marx fue muy consciente de la necesidad de interpelar al pueblo como algo más amplio que la clase trabajadora de un contexto socioeconómico dado. Esta es quizás la razón por la que en las décadas recientes se ha visto mucha investigación sobre el interés de Marx en el populismo ruso, su correspondencia con Vera Zasulich, etc. 

Si ignora los beneficios de la estrategia populista la izquierda corre el riesgo de aislarse y de convertirse en insignificante. No deberíamos estar negando las fortalezas del populismo, sino discutiendo las condiciones históricas que lo favorecen y qué es lo que le permite cumplir a la izquierda cuando llega al poder.

Sobre los autores

Giorgos Venizelos es doctorando en Ciencias Políticas y miembro del Center of Social Movement Studies (COSMOS) en la Escuela Normal Superior (Italia).

Yannis Stavrakakis es profesor de teoría política en la Universidad Aristóteles de Tesalónica (Grecia), donde dirige el Populismus Observatory. Es autor de los libros Lacan y lo político (1999) y La izquierda lacaniana (2010).

Traducción de David Sánchez Piñeiro