Manuel Buñuel (@Mbunleo) y Manuel Romero (@ManuelRomeroFer)

Publicamos esta serie conjuntamente con Contracultura. Este primer artículo también se puede leer en su web: https://contracultura.cc/2020/08/05/el-nacimiento-de-los-monstruos-i/

Introducción

El pasado 10 de marzo, enmarcados en los Itinerarios del Pensamiento Gramsciano, dimos una sesión sobre la llegada de Mussolini al poder y cómo esto afectó al devenir de la vida de Antonio Gramsci. Esta sesión nos pareció tan estimulante que decidimos escribir dos artículos sobre lo planteado en ella. Este es el primero, en el que hemos decidido abordar la cuestión de forma histórica.

El corto siglo XX de Eric Hobsbawm nos dejó con los peores horrores existentes en la historia humana, dos Guerras Mundiales, genocidios repartidos por todo el globo y tensiones políticas que podían desembocar en guerra nuclear. En este siglo se desarrollaron numerosos experimentos ideológicos, como es el caso del fascismo, el cual vamos a abordar en este artículo.

El fenómeno del fascismo ha sido enormemente estudiado. Tras la Segunda Guerra Mundial numerosos historiadores pusieron su interés en este fenómeno y sus aspectos, por contradictorios y poliédricos que pareciesen. En la actualidad, a pesar de los numerosos libros tratando esta ideología hay quien la usa como una mera descalificación o como un sinónimo de intolerante. La función de una parte de este artículo no es más que la de poner en contexto al fascismo con su momento histórico y desarrollar sus ideas principales.

Fascismo: ideas y contexto

El fascismo no surge en un contexto de normalidad democrática, el triunfo del fascismo es un producto de una fase de descomposición y parálisis de la democracia liberal. También es producto de unas élites más preocupadas por la amenaza roja que por las escuadras que sembraban el caos tanto a socialistas, liberales e incluso católicos. No podemos olvidar que los dos movimientos que podríamos catalogar como fascistas que gobernaron en Europa consiguieron entrar en el gobierno gracias a los conservadores. Es de amplio consenso que las élites conservadoras veían a los fascistas como unos “indeseables” necesarios para parar al socialismo, los conservadores como Giolitti o Von Papen trataron de “moderar” a los fascistas incluyéndolos en gobiernos. Tampoco podemos desechar la fuerte influencia de la I Guerra Mundial en el surgimiento del fascismo, tanto por sus consecuencias territoriales como por los problemas sociales que generó. El irredentismo de postguerra fue un motor del nacionalismo y posterior fascismo, además, uno de los sectores sociales más importantes que integró el fascismo en un principio eran los excombatientes fuertemente desencantados con los tratados de paz y los estudiantes de clase media violentamente nacionalistas.

Siguiendo con su contexto, podemos afirmar a todas luces que el fascismo es un fenómeno europeo, o incluso occidental si queremos abarcar un espacio geográfico más amplio. También para el surgimiento del fascismo eran necesarios movimientos e ideas políticas previas que aún siendo minoritarias asentaron un caldo de cultivo para que pudiera florecer el fascismo. Hablamos de movimientos como los del general Boulanger en Francia que mezclaban populismo y nacionalismo con una base de masas y un personaje carismático[1]. Otros movimientos previos fueron los de Georg von Schönerer en Austria-Hungría o incluso Karl Lueger como alcalde de Viena. El fascismo es hijo de la política de masas, es un dato olvidado en muchas ocasiones cuando se analiza esta cuestión. Como todo movimiento de masas que fue no podría haber surgido si la población no se hubiera interesado por la cosa pública. De hecho, una de las principales diferencias entre los fascistas y los conservadores es su apoyo en las masas, los conservadores siempre fueron partidarios de restringir el sufragio y de mantener a la plebe fuera de la política, por el contrario, el fascismo mediante plebiscitos y coreografías siempre intentó apoyarse en estas haciéndolas cómplice de sus pretensiones totalitarias.

Los conservadores siempre fueron partidarios de restringir el sufragio y de mantener a la plebe fuera de la política. Por el contrario, el fascismo mediante plebiscitos y coreografías siempre intentó apoyarse en estas haciéndolas cómplice de sus pretensiones totalitarias.

Por último, debemos comprender que el fascismo es la ideología o movimiento más diverso existente, la principal razón de esto es que rechaza valores universales, se centra en el éxito de los pueblos elegidos en su lucha por la supremacía, de ahí la primacía de la comunidad y términos como Volk y Razza[2]. El nacionalismo y la adaptación de los movimientos a las historias y situaciones nacionales concretas hacen que cada movimiento tenga particularidades y se puedan comparar entre sí.

Pero el nacionalismo que propugna el fascismo no es similar al del conservadurismo y otras ideologías prefascistas, de hecho, historiadores como Roger Griffin califican esta característica como uno de los “mínimos fascistas” sin el cual no hay fascismo. Este nacionalismo es catalogado como “ultranacionalismo palingenético”, el cual se centra en el renacimiento nacional, es decir, la palingénesis. Otras ideologías de derechas defienden el viejo orden y un nacionalismo vacuo, en este punto el fascismo rompe con ello, y defiende una revolución nacional y la vuelta a la edad de oro de la historia de la nación, a fin de que esta sirva como guía para la construcción de un futuro mejor, esta “edad de oro” siempre se coaliga con regímenes concretos, en el caso italiano sería la segunda reencarnación del Imperio Romano y en Alemania tendríamos el Sacro Imperio Romano (Primer Reich) y el Segundo Reich de Bismarck.

En lo económico el fascismo busca organizar “algún tipo nuevo de estructura económica nacional integrada, regulada y pluriclasista, se llamará nacionalcorporativa, nacionalsocialista o nacionalsindicalista”[3]. Aún así, no entraremos en este aspecto por motivos de espacio y porque consideramos que las principales innovaciones ideológicas del fascismo no se encuentran en este aspecto sino en otros ya mencionados anteriormente.

Los orígenes del fascismo en Italia

Es necesario entrar en el caso italiano y su momentum político para comprender cómo un movimiento político nuevo y marginal consiguió hacerse con el poder y tener mayoría absoluta parlamentaria. Con un calendario por delante podemos ver que pasaron menos de cuatro años desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta la Marcha sobre Roma que aupó a Mussolini al poder. Algo debió ocurrir durante este tiempo para que los hechos se decantasen en este sentido y no en otro:

  • Primera Guerra Mundial, desarrollo y exigencias. El trauma de la derrota de Caporetto y la falta de consenso sobre si intervenir en la guerra o no creó un caldo de cultivo propicio para ideologías nacionalistas tras la guerra. Durante el conflicto se desarrollaron tópicos con cierto fundamento como el del “soldado campesino y el obrero evasor”, el cual creó tensiones entre ambos estratos sociales. Una vez acabó el conflicto las reclamaciones de Italia no fueron satisfechas a pesar de haber estado en el bando vencedor, obtuvo el Trento, el sur del Tirol e Istria, pero no pudo conseguir la Dalmacia y el puerto italoparlante de Fiume (el cual fue ocupado por D’Annuzio). Los nacionalistas lo catalogaron como «la victoria mutilada», que era una reivindicación irredentista de ciertos territorios en disputa, pero que trascendió de ahí y se convirtió en un lema y sentir de muchas capas sociales.
  • Parálisis política y quiebra del Estado liberal. Desde 1919 hasta 1921 hubo cinco cambios de gobierno, el partido liberal no tenía líderes claros al margen de Giolitti y los socialistas estaban en auge y poseían su propia estructura (Cámaras Obreras, ligas locales y sindicatos). Además, los católicos ahora contaban con un partido propio, los popolari de Luigi Sturzo, esto acorraló a los liberales en el sistema político, que sumado a sus malos resultados en las elecciones de 1919 tuvieron que crear un gobierno entre seis partidos, con la consecuente inestabilidad política de esto. Por esta razón y por ciertas simpatías del propio Giolitti con Mussolini debido a sus enfrentamientos con los socialistas, le permitió entrar en el Bloque Nacional, una coalición de liberales, conservadores y fascistas. La mentalidad de que el fascismo era una enfermedad neurótica de postguerra capaz de ser curada y moderada integrándola en el sistema demostró ser un error total por parte de todo el que la aplicó. En el caso italiano los fascistas recibieron en 1921 35 escaños gracias a Giolitti, tenían capacidad de imponerse ante la policía y la cámara estaba aun más escindida con la creación del PCI. Cuando ocurrió la Marcha sobre Roma y Mussolini se hizo con el poder, sometió a votación la Ley de Acerbo que avivó el camino totalitario, y los liberales junto a los conservadores siguieron apoyando a los fascistas en su camino al poder absoluto. Tras las elecciones de 1924, debido a la persecución y gracias a esta ley electoral Mussolini obtuvo 374 escaños, más de dos tercios del Parlamento Italiano.
  • Marcha sobre Roma: dudas y toma del poder. Los fascistas decidieron asaltar Bolonia y Ferrara en mayo de 1922, expulsando gobiernos municipales socialistas electos. En julio ocuparon Cremona y vandalizaron sedes de sindicatos católicos y socialistas, también asaltaron el domicilio de Guido Miglioli, dirigente católico izquierdista. A finales de julio tomaron la Romaña, Rávena, Trento y Bolzano. Roma estaba a tiro y los fascistas no se lo pensaron, era su objetivo final. Ya en octubre de 1922 con Luigi Facta como Primer Ministro, Mussolini decidió dar el asalto final a Roma con el gobierno en una posición cada vez más débil. Las medidas de emergencia de Luigi Facta durante la Marcha sobre Roma tuvieron un moderado éxito, pudiendo detener a 20.000 Camisas Negras. Aún así, unos 9.000 sí que llegaron a Roma, algo malnutridos, sucios y cansados, poca resistencia podían dar si el ejercito se enfrentaba a ellos de forma firme. Pero el Rey Víctor Manuel III rechazó firmar el decreto de Facta de la ley marcial y también rechazó los intentos de Salandra de formar un gobierno conservador y nacionalista sin Mussolini. Con esta acción, el farol de Mussolini siguió intacto y sus “tropas” de Camisas Negras no tuvieron que combatir contra un ejército profesional, por lo que finalmente Mussolini pudo verse con el Rey y acordar que él sería el Primer Ministro. El emiloromañol presentó sus exigencias vestido con ropa algo ambigua, y le dijo al Rey «Señor, perdón por mi atuendo» porque «vengo de los campos de batalla». Su plan había funcionado, Mussolini pasó a ser Primer Ministro y a partir de ahí se reescribió este hecho haciendo ver que los Camisas Negras habían tomado el poder voluntariamente y por la fuerza.

A rebufo de la oleada revolucionaria: Bienio Rojo y los consejos de fábrica

Es conocida esa máxima de Antonio Gramsci que da título a este artículo y dice aquello de: “el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Efectivamente, en los años previos a la aparición y el auge del fascismo en Italia, continuando con la estela de la Revolución de Octubre de 1917, hubo señales evidentes de un movimiento revolucionario incipiente. El embrión de un mundo nuevo cuyas aspiraciones prometeicas terminaron siendo frustradas.

El foco de la insurgencia y la organización obrera se ubicó en las fábricas de la ciudad de Turín, capital de la región del Piamonte. Duramente golpeados por la I Guerra Mundial, los obreros turineses celebraron múltiples huelgas entre 1917 y 1919, un periodo -como decía- caracterizado por una agitación y un anhelo revolucionario permanente. Contemplando los acontecimientos acaecidos en Rusia, se buscó la forma de replicar en Italia la experiencia soviética, que había desvelado la Revolución como un hecho intempestivo, lejos de las versiones del marxismo que la concebían como una secuencia lógica del desarrollo histórico. Para ello, había un elemento que jugó el papel de resorte principal para la organización material e ideológica de la Revolución de Octubre, ya en marcha desde la experiencia inconclusa de 1905: los soviets.

Contemplando los acontecimientos acaecidos en Rusia, se buscó la forma de replicar en Italia la experiencia soviética, que había desvelado la Revolución como un hecho intempestivo, lejos de las versiones del marxismo que la concebían como una secuencia lógica del desarrollo histórico.

Como señala Manuel Sacristán, la traducción de «soviet» era «consejo», no únicamente en su sentido filológico, sino también político. La disputa por el carácter estratégico de los mismos provocó enconadas discusiones en el seno del movimiento revolucionario. Su función básica era la de una asamblea de obreros para el control de la producción. Sin embargo, el consejo poseía un valor simbólico mucho más fuerte, era, tal y como lo concebía Gramsci con el entusiasmo propio del que vislumbra el triunfo del proletariado, «el comienzo de una nueva Era de la historia del género humano», es decir, la simiente de un orden nuevo. Una anécdota que justificaría la vehemencia del sardo se encuentra en Antonio Gramsci: Vida de un revolucionario, la biografía narrada por Giusseppe Fiori en 1966. Según cuenta, corría el mes de septiembre del año 1919 cuando, tras una intensa labor propagandística por parte de los cabecillas de L’Ordine Nuovo, 2.000 obreros de la Fiat-Brevetti eligieron a sus delegados de sección, dando lugar al primer consejo de fábrica. La experiencia pronto se trasladó a otras fábricas y ya en otoño eran más de 30.000 los obreros de la metalurgia que poseían sus propios consejos. La consecuencia más evidente no se hizo esperar. Un informe titulado Il movimiento torinese dei Consigli di fabrica enviado en julio de 1920 al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista relata que los consejos de fábrica tuvieron la capacidad para movilizar en apenas una hora y casi de manera espontánea a 120.000 obreros, todo un “ejercito proletario que se precipitó como una avalancha hacia el centro de la ciudad y expulsó de las calles y las plazas a toda la gentuza nacionalista y militarista”.

Empero, la organización obrera y algunas de estas acciones masivas no fueron suficientes para evitar el devenir de la catástrofe. Gramsci, en el punto 3 de un artículo titulado Por una renovación del Partido Socialista, advirtió con extrema lucidez de los peligros de una posible ofensiva contrarrevolucionaria por parte de la burguesía italiana:

La fase actual de la lucha de clases en Italia es la fase que precede a la conquista del poder político por parte del proletariado revolucionario […] o una tremenda reacción por parte de la clase propietaria y de la casta de gobierno. Se recurrirá a todas las formas de violencia para someter al proletariado industrial y agrícola a un trabajo servil; se intentará destruir inexorablemente los órganos de lucha política de la clase obrera e incorporar los órganos de resistencia económica al engranaje del Estado burgués.

Lamentablemente, sus presagios eran ciertos y el resultado final ya lo hemos conocido en la primera parte de este artículo. El espejismo insurreccional proyectado en Italia con foco en Turín durante 1919-1920 se desdibujó a finales de este mismo año. Entre los motivos principales habría que destacar la negativa de los sindicatos, la Confederación General del Trabajo y el Partido Socialista Italiano a extender la huelga turinesa al resto del país. El estruendoso incremento de miembros en el PSI provocó su desestabilización interna. Ya en el congreso celebrado del 5 al 8 de octubre de 1919 en Bolonia el partido se encontraba divido en diferentes facciones. A un lado, el sector abstencionista liderado por Amadeo Bordiga se negaba a participar en el proceso electoral al considerarlo un freno “al empuje revolucionario”. Al otro, los llamados “maximalistas” de Serrati creían que los “órganos del Estado burgués eran tribunas útiles para la propaganda intensa de los principios comunistas”. Pero no únicamente había diferencias en torno a la participación en las elecciones del 16 de noviembre de 1919, los primeros comicios una vez finalizada la I Guerra Mundial, también en la forma de concebir el carácter estratégico (y ontológico) de los consejos de fábrica o la cuestión del partido revolucionario.

El espejismo insurreccional proyectado en Italia con foco en Turín durante 1919-1920 se desdibujó a finales de este mismo año. Entre los motivos principales habría que destacar la negativa de los sindicatos y el Partido Socialista Italiano a extender la huelga turinesa al resto del país.

El malestar creciente entre 1920-1922 en y con la dirección del PSI llevó a que, tras saldarse la victoria de los llamados «comunistas unitarios» en las elecciones del XVII Congreso, se incumpliera el acuerdo con la Internacional por no expulsar al sector reformista. Ese mismo día, el 21 de enero de 1921, la fracción de izquierda («comunistas puros»), entre los que se encontraban ordinovistas como Gramsci o Togliatti, se reunió en el teatro San Marco para dar a luz al Partido Comunista Italiano (PCI). Como podemos observar, el PCI no nace en un momento de germinación de un orden nuevo como era de esperar, sino que es un príncipe que se gesta como resultado de dos derrotas: la interna del XVII Congreso del PSI y el desastre histórico del movimiento revolucionario italiano de finales de la segunda década del siglo XX.

Todo este amasijo de consideraciones filosófico-políticas sobre el fascismo o los consejos de fábrica sumada a un puñado de datos históricos únicamente tienen como objetivo el de encontrar elementos que nos permitan arrojar algo de luz sobre nuestro presente, salvando el intervalo espacio-temporal entre ambas coyunturas, nada más y nada menos que un lapso de un siglo, para enfrentar a los monstruos a tiempo y dar cabida a los avances democráticos de la última década. Eso será lo que trataremos de hacer en la siguiente entrega…

Notas y referencias

[1] Paxton, R (2004) Anatomía del fascismo, p. 89.

[2] Paxton, R (2004) Anatomía del fascismo, p. 38.

[3] Payne, S (1992) Fascism: Comparisons and Definition, p. 6.