Por Pablo Montenegro – @PabloMonP 

Fue Marx quien dijo, parafraseando a Hegel, aquella frase de “la historia se repite dos veces, primero como tragedia, después como farsa”, haciendo de la historia una especie de condena que parece pesar sobre aquellos que intentan cambiarla.

Es en nuestro presente en el que el “Final de la historia” comienza a desmoronarse, dando lugar a un momento de suma importancia por el cual la historia vuelve a estar en disputa. Nuevos partidos, identificados con reproducir ideas reaccionarias relacionadas con discursos históricamente ligados con partidos de extrema derecha, aparecen por todo el mundo. Es por ello que debemos parar a preguntarnos hasta qué punto estos nuevos partidos son una representación actual de lo que el fascismo fue en su momento, viendo si Marx tenía razón y seguimos atrapados en este proceso en el que, esta vez, la farsa aparece para repetir la historia.

El fascismo fue un fenómeno político surgido durante el siglo XX que dio lugar a muchas de las peores acciones realizadas en toda la historia de la humanidad. Conllevó una de las fases más negras de la condición humana, generando grandes conflictos y guerras, a la par que miles de matanzas indiscriminadas. Tras todo esto, fueron muchas las preguntas que intentaron desentrañar el porqué de esta situación: ¿cómo había podido surgir todo esto?, ¿cuáles eran los pasos que habíamos dado para llegar hasta aquí? Y sobre todo, ¿cuáles son los elementos que componen este pensamiento político que llegó a causar tanto mal en el mundo?

Charles Chaplin en “El Gran Dictador” (1940)

Hoy, muchas de estas preguntas siguen sin haber sido respondidas claramente o, mejor dicho, han obtenido tantas respuestas que es difícil sacar una conclusión lógica de cuáles son los motivos reales que hicieron que el fascismo llegase a triunfar como un movimiento político de masas.

Es recurrente desde ciertas perspectivas de la Teoría Política señalar que los movimientos fascistas surgidos en Europa fueron independientes entre sí, que no tuvieron nada que ver unos con otros, alejando y desvirtuando una realidad política que recorre internamente cada uno de ellos. Es así como estos elementos esenciales que se dieron en un movimiento que ocupó diferentes países en un corto periodo de tiempo quedan difuminados bajo una capa de contingencias históricas, impidiendo que se entienda la razón de que se diese como un proceso histórico común en un periodo de tiempo determinado. Si cualquier análisis se centra en las diferencias que existen entre cada uno de estos movimientos fascistas, es evidente que puede encontrarlas, ya que todos ellos se dieron como procesos populares. Lo que implica que absorbiera parte de los elementos estructurales de cada territorio constituyéndose con una identidad diferente dentro de cada uno de ellos, ya que las clases populares, a pesar de ocupar el mismo escalafón dentro de cualquier sociedad, tienen comportamientos diferentes, ya sea por cuestiones culturales, nacionales o tradicionales.

Seguramente, la mejor referencia teórica de lo que implica la política dentro del fascismo la encontramos en Carl Schmitt. La definición que este autor hace sobre la política no sólo se aplica desde la lógica del fascismo sino que es asumible por cualquier Teoría Política, ya que tienen que ver más con una definición genérica que con una aplicación práctica, siendo posible que ésta sea utilizada desde la visión más macabra, tal y como sucedió en el pasado.

Para Carl Schmitt, todo conjunto social implica una agrupación de personas que pasan a organizarse de alguna manera, constituyendo un “nosotros”, es decir, un grupo del que se pasa a formar parte, generando así una identidad propia con unas características que son atribuidas a todo el que forma parte de ese grupo. Esto trae la consecuencia implícita de generar un “ellos”, esa parte antagónica que queda fuera del “nosotros”, quedando una diferenciación que pasa a entenderse como natural entre ambos conjuntos sociales. Se crea así un grupo del que formamos parte y otro al que nos vemos enfrentados. No porque esta sea una condición de la naturaleza humana que busque generar un conflicto, sino como una forma de reivindicación de nuestra propia identidad que no se da como algo a priori. Existe un “nosotros” porque no formamos parte del “ellos”, se construye un adentro y un afuera del que señala quién forma parte de cada uno de los bandos.

Benito Mussolini saludando a las masas fascistas en Roma

La organización política por excelencia que más utiliza este esquema es la del Estado Nación. Es la pertenencia a un territorio la que define quiénes forman parte del grupo y quiénes no, siendo las fronteras del Estado las barreras físicas que señalan el límite entre estar a un lado u otro. Es en este sentido en el que el fascismo utiliza parte de este elemento del Estado para articularse. No haciéndolo como un Todo, ya que ni siquiera constituye un “nosotros” con todo lo que se encuentra dentro de ese territorio, sino que construye un “nosotros” interior al Estado de una manera diferente, en el que la identidad no queda definida completamente por el elemento territorial, generando siempre un enemigo interno. Un enemigo que ha conseguido traspasar estas fronteras del Estado para infiltrarse dentro de lo que ese “nosotros” debía suponer, haciendo que esa identidad del “nosotros” quede blindada a lo que pase a significarse bajo el concepto de Nación. Si no se forma parte de lo que esta idea implica, a pesar de estar dentro de esa frontera del Estado, sigues siendo considerado como parte de ese “ellos”.

En la mayoría de los casos, este enemigo interno tiene que ver con teorías políticas que se hacen incompatibles con cualquier tipo de lógica generada desde el propio fascismo. Principalmente es la teoría Marxista la que se ve señalada desde un inicio, pues, desde el principio, la concepción del “nosotros” generada desde el marxismo, pasa a traducirse en cuestiones de clase, señalando que el problema está en la existencia de clases dentro del propio Estado. Por eso fue el enemigo común en todos los países donde se desarrolló un movimiento fascista, porque el fascismo necesita un conflicto irresoluble, algo que no pueda terminarse con la abolición de la propiedad de los medios de producción, sino que siga perdurando con la existencia de seres humanos, a los que termina por someter. Por eso la raza como una de esas cuestiones internas que impiden la construcción del Estado bajo la idea de Nación. Se señala a alguien que se escapa de esa identidad que se quiere definir como un Todo dentro del Estado, identificando la cuestión racial como un posible elemento que termina por definir al enemigo.

 

Juegos Olímpicos de Berlín (1936)

Es aquí cuando el fascismo adquiere como propio cualquier elemento popular para alcanzar su máximo apogeo, apropiándose de cuestiones que se reproducen dentro de cualquier Estado, elevando cuestiones culturales y tradiciones a esa concepción de identidad nacional. Es esta construcción del “nosotros” la que siempre está reivindicada sobre las clases populares de cada pueblo, centrando la exclusión sobre los que descuadran de esos valores identitarios. En el caso del fascismo italiano, era común que se centrase el odio sobre los campesinos, ya que éstos se alejaban de un mundo recientemente industrializado y estaban relacionados con revueltas, mientras que era la clase obrera urbana la que pasaba a ser mayoritaria. Sin embargo, en España se producía de manera inversa, ya que las zonas urbanas eran las que generalmente se organizaban en movimientos de revuelta, dejando a los campesinos como la clase mayoritaria, sobre la que el fascismo español terminó por definir su identidad. Por todas estas razones, no se puede decir que el componente étnico o racial es un elemento reproducible dentro de cualquier movimiento fascista, ya que lo realmente importante es la forma de constituir la identidad. Esto queda resumido en la frase de el penúltimo contra el último”, que viene a ser traducido como: el que forma parte de las clases populares y queda identificado con la definición de Nación que intenta hacerse, frente al que queda automáticamente excluido, ya que no se amolda, o no comparte esa identidad de la nación.

José Antonio Primo de Rivera ante un grupo de militantes Falangistas

Es necesario señalar como otro punto el odio a la modernidad como un elemento importante pero no imprescindible, ya que esto es lo que en su momento unió a muchos partidos conservadores, que eran los que tradicionalmente habían sido los apoyados por las masas sociales. La reacción del fascismo es más bien ante la novedad, ante lo que suponía una cuestión de orden social que ahora se ve resquebrajado. Lo que mueve al fascismo no es un anhelo romántico del pasado, sino una ruptura del presente. Es lo que realmente hace que se den las condiciones sociales para que el fascismo surja, y lo que hace que éste sea capaz de constituirse como una opción de futuro dentro de cualquier sistema político.

Seguramente sea este punto en el que se produce la ruptura histórica que da lugar a que el fascismo pueda surgir, lo que nos lleva a entender el presente como un momento histórico similar al de aquella época.

——

El texto original de este artículo fue publicado por primera vez en Valenciano en nuestro portal hermano Revista Mirall.