Por Merlina Del Giudice

No podemos negar que esta década asistimos a la que seguramente ha sido la primera crisis del patriarcado del siglo XXI. En muy poco tiempo y de forma muy rápida han cambiado las formas de comunicación, muchas de las formas de lucha y organización política, incluso, han nacido nuevas reivindicaciones y para sustituir a las ya logradas en el siglo pasado, no obstante, el objetivo nunca cambia, la búsqueda de la transformación de los equilibrios de poder entre géneros, las destrucciones del patriarcado siguen siendo el principal objetivo de un movimiento feminista amplio, duradero e increíblemente metamórfico.

A inicios de esta década podemos ver diferentes manifestaciones políticas en forma de colectivos, mareas, o formas de actuación i/u organización que ya desprendían un aire más fresco, caracterizado, me atrevería a decir, por unas lógicas femeninas aun no reconocidas pero que ya estaban cambiando las cosas. Por aquel entonces el panorama para las feministas difería mucho del que podemos vivir ahora, las compañeras que luchaban por feminizar espacios con sobredosis de machunidad lo pasaron mal, y no es que ahora sea un camino de rosas. Para ejemplificarlo, explicaba una compañera que estuvo en las acampadas del 15 M en Madrid:

 

‘En los primeros días de la Acampada en Madrid, ocurrió un hecho bien desagradable para muchas mujeres. Unas feministas colgaron un cartel que decía: “Esta revolución será feminista o no será”. Acto seguido, un hombre se golpeó el pecho –haciendo honor, supongo, a su genealogía pre-homínida- y arrancó dicha pancarta y también algunos aplausos de alguna gente que andaba por allí.’

Nadie se imagina que esto pueda pasar ahora, que unos compañeros que con los que pudiera una estar acampando para reivindicar ciertas cosas decidan arrancar una pancarta feminista. No han pasado ni diez años y no es solo que ahora cualquier movimiento o colectivo que desee luchar por cualquier tipo de derechos tenga que declararse a favor de la igualdad de género, si no, y a mi parecer más importante, que la palabra feminismo ya no es algo que de miedo, y no me refiero al miedo que nos puede y debe tener cualquier hijo sano y orgulloso del patriarcado, sino a las personas normales y corrientes, aquellas con las que podrías acabar acampando, a nuestras madres, hermanos o hermanas o las vecinas. Una de nuestras mayores victorias esta década es que si ahora colgáramos esa pancarta en la acampada de Madrid, el machito de turno no se atrevería nunca a arrancarla y quizás, y solo quizás, eso le llevaría a replantearse sus opiniones, pero más importante es que todo el mundo recibiría el mensaje de la pancarta, y esto significa que ya no pueden callarnos y repito, no han pasado ni diez años.

Un poco más tarde, en 2014 asistimos a una de las mayores victorias del movimiento, cuando tras mucha lucha se retira la la Ley que restringía la interrupción del embarazo y el ministro que la llevaba adelante (Nuestro amigo Gallardón) se ve obligado a dimitir. Sin duda uno de los mejores momentos de esta década, donde miles de mujeres totalmente diferentes y diversas salen a la calle a reivindicar su derecho a decidir sobre su propia maternidad.

Este último año hemos visto que el hartazgo de las mujeres está arrasando con todo a su paso, el feminismo está de moda y aunque esa sensación de vértigo, desborde e incertidumbre pueda dar miedo; algo totalmente comprensible puesto que las lógicas individualistas del neoliberalismo siempre pretenden apoderarse de la voluntad de emancipación y autonomía personal que buscan los feminismos, y al ser el feminismo un tema en boca de todo el mundo cada vez hay más hombres interesados en opinar y participar en él, no debemos rendirnos y reaccionar de manera reaccionaria ante los nuevos horizontes que se nos irán presentando. Las últimas campañas feminista como Me Too, Ni una Menos o Yo por ellas y ellas por mí, más el boom que ha habido en la creación de espacios autogestionados por y para mujeres demuestran que no es posible construir los feminismos si no es dentro de una dimensión colectiva.Y por lo que respecta a la presencia de hombres en el movimiento, opinando o actuando, siempre y cuando estos no ocupen más espacio del que deben, y recuerden que ante todo se debe escuchar, la construcción de unos feminismos aunque sea levemente hegemónicos pasan por incluir a los hombres en una parte de la lucha.

Después de muchos años en los que se ha tildado al movimiento de conformista, de haberse sobreinstitucionalizado y a la vez apaciguado gracias a un sucedáneo de igualdad se ha demostrado que no era así. El movimiento feminista está en erupción, en pleno desborde. Estamos en la cresta de la ola, no obstante, después de más de tres siglos de lucha no es la primera vez que nos encontramos en un punto similar y ya hemos visto que el enemigo es poderoso y se adapta bien, si algo hemos aprendido es que nos movemos por ciclos y que la lucha es algo que se ha de tomar con mucha calma (que no paciencia), pues no olvidemos, que la calma en tiempos de modernidad líquida y desenfrenado neoliberalismo puede ser muy revolucionaria, y muy femenina.