Jaime Bordel Gil (@jaimebgl) y Daniel Vicente Guisado (@DanielYya)
Bien sabemos que en tiempos de crisis la ciudadanía busca certezas y coherencia política. Desde mediados del 2018 hemos presenciado el auge de uno de los hombres fuertes más controvertidos de la política italiana desde que Il Cavaliere anunciara el nacimiento de la Segunda República (un eufemismo para hacer alusión a un nuevo sistema de partidos). Matteo Salvini consiguió con una mezcolanza ideológica y partidista (una coalición con el Movimento 5 Stelle) ser no solo el líder mejor valorado, sino el que consiguió elevar a la Lega (Nord) del 4% del 2013 al 34% en las europeas del año pasado. Pero la ambivalencia ideológica no se puede mantener ad infinitum.
Salvini ha cambiado de posturas demasiadas veces en los últimos años. Ni tan siquiera su arrolladora personalidad puede actuar de contención. En tan solo 5 meses la Lega de Salvini ha perdido 6 puntos (del 32 de enero al 26 actual). Giorgia Meloni, capitana de Fratelli d’Italia, es la escogida por los italianos como la mujer de las certezas y la coherencia. Según la media de sondeos, su partido se situaría en el 14%. Una cifra asombrosa comparativamente hablando (hace un año se situaba en el 5%). Meloni es, tras un Conte engrandecido por la pandemia, la política mejor valorada. Muchos empiezan a comentar que el verdadero monstruo político es ella. Salvini sería una suerte de derecha populista soft, mientras que es Meloni la que debería dar miedo. Sin embargo, a todas luces Italia ya ha estado en estos lugares. Ni esta extrema derecha es nueva ni es la primera vez que se encuentra tan fuerte en el panorama político del país transalpino. ¿Qué es Fratelli d’Italia, partido de una Giorgia Meloni cada vez más fuerte?
Del Polo Escluso al Inserimento
Los orígenes políticos de Fratelli d’Italia se remontan a la posguerra de la Segunda Guerra Mundial con el nacimiento del Movimiento Social Italiano (MSI), un partido formado por partidarios del dictador Benito Mussolini y antiguos funcionarios de la República de Saló. El MSI, cuyos apoyos oscilaron en torno a un 5% hasta su conversión en Alianza Nacional en los 90, se vio envuelto en una tremenda paradoja desde su nacimiento, la de ser un partido fascista en una república antifascista.
Excluido de cualquier acuerdo durante los primeros años de democracia, el MSI conformaba lo que Piero Ignazi denominó como Polo Escluso, un partido que reivindicaba la experiencia mussoliniana hasta las últimas consecuencias, y que era marginado por el resto de fuerzas políticas, quedando al margen de cualquier consenso democrático. Sin embargo, sus 40 años de vida política no fueron un periodo homogéneo en las filas de la organización posfascista; en ella convivieron diferentes posturas en el plano estratégico y se sucedieron distintos liderazgos que marcarían el rumbo de la organización.
Para entender estas distintas “sensibilidades” en el seno del MSI, Piero Ignazi distingue dos facciones presentes desde los orígenes del partido; una más “radical y movimentista”, y otra más moderada y cercana al nacional-catolicismo en el terreno ideológico. Una división que además se solapaba completamente con uno de los clivajes más importantes a la hora de analizar la política italiana: el eje territorial. En el norte industrial, donde la izquierda a través del Partido Comunista y las organizaciones obreras eran hegemónicas, el MSI adoptó una línea más cercana al fascismo de Saló. Abiertamente hostil al régimen de la Primera República, su ideario, muy próximo al del primer Mussolini, se combinaba con una fuerte presencia en las calles, donde los cuadros missini se lanzaron a combatir el predominio de la izquierda llegando a ser cómplices del terrorismo de extrema derecha en los llamados “años del plomo”. Sin embargo, en el sur, agrario, católico y mucho más conservador, la línea del partido siguió otros derroteros. Menos combativa y “antisistema”, y más ligada a la Iglesia, la defensa de la familia y los valores tradicionales, esta línea resultó ser mucho más efectiva electoralmente, y ya desde las elecciones de 1948 el sur de Italia se convirtió en el mayor caladero de votos del MSI.
En el norte industrial el MSI adoptó una línea más cercana al fascismo de Saló. En el sur, agrario, católico y mucho más conservador, la línea del partido [fue] menos combativa y “antisistema” y más ligada a la Iglesia, la defensa de la familia y los valores tradicionales.
En la Italia pos-fascista se daba un contexto partidista extraño. Por un lado, un bloque de la izquierda que basculaba cada vez más hacia un Partido Comunista que tuvo vetadas las instituciones nacionales durante décadas, y por otro, una Democracia Cristiana que se presentó como un partido de masas transversal. Reducir la DC de De Gasperi a un partido cristiano de derechas es un error. Su papel de partido alfa, que negociaba a izquierda y derecha según conveniencias, determinó la ausencia de cualquier opción claramente de derechas. El MSI nació con la intención de capturar esa derecha olvidada por una DC que aspiraba al centro.
El Primer MSI estuvo dominado por la facción moderada, liderada por Arturo Michelini, quien impulsó durante sus quince años en la secretaría general la llamada política de Inserimento. Pragmático y alejado de los excesos de la facción más beligerante, Michelini consideraba que el partido debía aceptar la institucionalidad republicana y abrirse a alcanzar alianzas con el centro-derecha en determinados momentos para “insertarse” en el sistema político italiano. Ello sin renunciar a sus orígenes: anti-sistema, conservador, anti-comunista, populista, defensor de las clases medias y profundamente anti-democrático, Michelini se aprovechó de una doble legitimación, tanto por parte de los comunistas como de los democristianos.
La debilidad de la República recién nacida era patente. Por un lado, los comunistas buscaban el surgimiento de un polo político claramente de derechas para robar protagonismo a la Democracia Cristiana, y ganarse a aquellos grupos juveniles criados en el “patriotismo social” de la segunda fase fascista. Por el otro, en plena fiebre anticomunista, a los democristianos les interesaba la normalización de importantes cuadros fascistas en tanto que esta servía para romper la imagen de un Comité de Liberación Nacional (los gobiernos de unidad tras la caída del fascismo).
En este contexto, la estrategia de Inserimento tuvo su éxito en un principio y consiguió que el partido encontrara su hueco en el tablero político italiano, pero no tardó mucho en agotarse. El acercamiento en la década de los 60 de la Democracia Cristiana (DC) al Partido Socialista (PSI), estableció un abismo entre missinis y democristianos, y el partido volvió a encontrarse completamente aislado. Sin la posibilidad de fraguar alianzas con una DC que ahora les repudiaba, el inserimento de Michelini ya no tenía sentido. Y en esta tesitura llegó Giorgio Almirante.
La estrategia de Inserimento tuvo su éxito en un principio y consiguió que el partido encontrara su hueco en el tablero político italiano, pero no tardó mucho en agotarse.
El que fuera primer secretario antes de la llegada de Michelini, y miembro del ala radical del partido, asumió la secretaría general en junio de 1969. Almirante entendió que el MSI debía buscar nuevas vías de legitimidad que fueran más allá de pactos puntuales con la DC. Había que aglutinar en torno al MSI a todos los grupúsculos de extrema derecha descontentos con la deriva del partido, sin perder de vista a los sectores más conservadores y anticomunistas de la DC. Esta estrategia de partido de masas de Almirante dio sus frutos tanto a nivel organizativo como electoral, donde los posfascistas cosecharon sus mejores resultados en democracia, un 8,7% en 1972.
La nueva línea política de Almirante se vio favorecida por los movimientos políticos de la DC en la década de los 50. La estabilidad central no se podía mantener más y los democristianos debían elegir bando ideológico. Los aires del Vaticano tenían claro que la DC debía virar hacia el centro-derecha, apoyándose casi en exclusiva en liberales y monárquicos. Sin embargo, las generaciones jóvenes democristianas rechazaron las diligencias católicas y sacaron adelante diversos gobiernos apoyados por liberales y socialdemócratas (más tarde, incluso, por socialistas). Más que por cuestiones ideológicas, fueron las cifras electorales las que decantaron la balanza hacia el centro-izquierda. Se buscaba el mantenimiento del poder, no la pureza centrista. En este aislamiento el MSI encontró su afirmación, que se vio potenciada por el desmoronamiento de unos partidos monárquicos que seguían anquilosados en lógicas pasadas.
Almirante recogió la estrategia del inserimento y la transformó en una posición ideológica del nuevo fascismo (neofascismo). El nuevo secretario de los missini comprendió la necesidad de complementar la nostalgia ideológica por nuevas vías estéticas para una normalización electoral del MSI. Debían desprenderse de cierta euforia neofascista en orden a hacerse más eficaces electoralmente. Llevó a cabo algo que no pasa desapercibido por nadie. Si el problema es el eje de confrontación (fascismo vs antifascismo), cambiémoslo por civilización vs comunismo.
Almirante comprendió la necesidad de complementar la nostalgia ideológica por nuevas vías estéticas para una normalización electoral del MSI. Debían desprenderse de cierta euforia neofascista en orden a hacerse más eficaces electoralmente.
El PCI de Luigi Longo primero, y de Enrico Berlinguer después, empezaba a acercarse al 30% de los sufragios italianos, con una DC estancada por debajo del 40%. La estrategia funcionó. Almirante llevó al MSI del 4% de 1968 al 8,7% de 1972. El objetivo era obtener apoyo de las alas más derechizadas de la Democracia Cristiana con el pretexto de defender la República del monstruo rojo. Y lo estaba consiguiendo. La laxitud ideológica del MSI, que le permitía tanto criticar a los gobiernos democristianos como a la izquierda totalitaria, le permitía una libertad inigualable. Almirante convirtió la exclusión en una ventaja. El neofascismo del MSI ya no era un significante que servía para unir a la militancia evocando un pasado ideal, sino una idea fuerza para revisar un sistema a todas luces con problemas en su falta de alternancia política. En 2018 Meloni decidió no entrar a gobernar con Salvini pensando, probablemente, en la estrategia de Almirante.
Sin embargo, los años de plomo en Italia, en los que Almirante y su MSI intentaron seguir manteniendo una estrategia doble, criticando el orden y el caos por igual, no era un contexto favorable para las medias tintas, y acabaron lastrando las aspiraciones del MSI. La participación de grupos de extrema derecha cercanos al MSI en algunos de los atentados más sangrientos de los 70 acabó con la estrategia de Almirante, y el MSI volvió a bajar de los 2 millones de votos. Nunca más volvió a superarlos hasta los 90.
Alianza Nacional y la ruptura con Berlusconi
Pese a su exclusión de los círculos de poder institucionales durante toda la Primera República, el MSI tampoco fue inmune a los vaivenes políticos de finales de los 80 y principios de los 90. Antes de su conversión en Alianza Nacional, en las filas del MSI se sucedieron tres secretarios generales en apenas cuatro años, una auténtica anomalía para un partido donde los liderazgos se contaban por décadas. Finalmente sería Fini el que asumiría el mando definitivo en 1991 tras haber sido desalojado de la secretaría del partido un año antes por Pino Rauti, cuya experiencia al frente del partido fue tan breve como decepcionante.
Rauti buscó llevar a la práctica sus tesis antiliberales y antiburguesas, pregonadas con ahínco durante tantos años, pero la Italia de Tangentopoli no era la de entreguerras ni la de la República de Saló, y el patinazo en las elecciones municipales del 90 (4%) devolvió a Fini el liderazgo del partido. Abandonadas las excentricidades de Rauti, el MSI volvía de la mano de Fini a una especie de nuevo inserimento, que buscaba recuperar al electorado tradicional espantado por los delirios antiburgueses de Rauti, y aprovechar la ventana de oportunidad que le abría el momento de descrédito general que vivía la política italiana, inmersa en la vorágine de Tangentopoli y con un PCI en plena disolución.
Esta vez la oportunidad no se desaprovechó, y tras unos resultados excelentes en las municipales de Roma y Nápoles, Fini supo ver de dónde venían los vientos. La reforma electoral del 93 exigía concurrir en coalición para no verse condenado a la irrelevancia política, y el nuevo secretario general entendió que los vínculos con un pasado fascista eran una losa demasiado pesada para los nuevos tiempos. No había que cambiar el fondo, pero sí el envoltorio.
Es en este contexto donde se produce el cambio del MSI a Alianza Nacional, una organización que se presenta como un paraguas bajo el que agrupar a toda la derecha italiana sin que nadie se sintiera incómodo por la etiqueta “fascista”. En palabras de Marco Tarchi, uno de los pensadores de referencia de la nueva derecha italiana, la transformación de AN se trataba de “un giro de carácter táctico, no había un repensamiento que llevara más allá de la tradición originaria, sino solo destrezas para disfrutar al máximo del capital de simpatía acumulado en el ámbito de un electorado moderado-conservador”[1]. Una maniobra a la que le faltaba un último paso: tocar poder, algo imposible con el sistema de partidos anterior a 1993. La DC jamás habría confluido con el MSI por muchos lavados de imagen que llevaran a cabo, y a todos los partidos de la Primera República aún les pesaba el corsé del antifascismo, que impedía pactar con quienes habían venerado al Duce. Faltaba Berlusconi.
En este contexto se produce el cambio del MSI a Alianza Nacional, que se presenta como un paraguas bajo el que agrupar a toda la derecha italiana sin que nadie se sintiera incómodo por la etiqueta “fascista”.
La aparición de Il Cavaliere y Forza Italia era la herramienta que necesitaba el MSI para integrarse en una coalición que le diera oportunidades de éxito electoral. Sin las ataduras de la Primera República, Berlusconi y su partido empresa le dieron la dosis de legitimidad que necesitaban los herederos del fascismo. Ya no eran un voto protesta, ese millón de votantes descarriados marginados en la esquina derecha del tablero. Votar a Alianza Nacional ahora era un voto a un potencial socio de gobierno. Se había roto un tabú, y a partir de ese momento, en la República antifascista se normalizaría tener ministros pertenecientes a tradiciones políticas próximas al fascismo.
¿El momento de Giorgia?
Hoy muchos se llevan las manos a la cabeza con el fulgurante ascenso de Meloni. ¿No era suficiente ya con Salvini? No obstante, no debemos olvidar que este germen, cultivado alrededor de los significantes dios, patria y familia, siempre estuvo ahí. Desde los tiempos del primer Almirante, en 1946, hasta la Italia del 2020, la llama del MSI nunca se ha apagado, y hoy desprende mas calor que nunca, desde el escudo de Fratelli D’Italia, que después de muchos años absorbido por Forza Italia y el Polo de la Libertad, vuelve a jugar un papel autónomo y relevante en la política italiana.
Como decía Ferrán Gallego, importante estudioso de las extremas derechas europeas, no debe confundirse el aislamiento institucional con la exclusión de la sociedad. Durante años el MSI fue excluido de los círculos de poder institucional copados por la DC, pero ello no significó una derrota definitiva. El consenso de una clase media conservadora en torno a fuertes postulados del fascismo profundo seguía ahí
Los herederos de Mussolini mantuvieron su nicho electoral durante décadas, y en los 90 Fini consiguió dar un salto adelante, y de la mano de Berlusconi sentar a la extrema derecha en el Consejo de Ministros. Hoy, veinticinco años después, Meloni parece haber sabido sacar partido a una estrategia “a lo Almirante” adaptada a los tiempos. Tras el nuevo inserimento de la etapa Fini, que fue mucho más allá que el de Michelini, Giorgia entendió que era más importante fortalecer su base y mostrarse coherente con los principios y valores del partido que tocar poder a cualquier precio. Por eso Fratelli D’Italia prefirió quedarse al margen del gobierno Lega-5 Stelle a pesar de los réditos que le podía haber dado a corto plazo. En aquel momento quien salió reforzado fue Salvini, que utilizó el Ministerio del Interior como plataforma para el debate público; pero ahora, quien ha perdido con la caída del gobierno tras unos meses titubeantes en la oposición es el mismo Salvini. Giorgia, al contrario, se muestra firme con un rotundo “yo ya lo advertí”.
Giorgia entendió que era más importante fortalecer su base y mostrarse coherente con los principios y valores del partido que tocar poder a cualquier precio. Por eso Fratelli D’Italia prefirió quedarse al margen del gobierno Lega-5 Stelle.
Sin necesidad de vivir en una performance permanente como el líder de la Liga, Meloni y el resto de cuadros de FDI se jactan de haber estado siempre ahí, defendiendo las ideas sobre Europa y la inmigración que han hecho popular al líder lombardo. Dios, Patria y Familia, y una dialéctica, defensores/enemigos de la civilización, que ya empleó Almirante contra el PCI y la izquierda italiana, y en la que hoy entran las personas migrantes, el colectivo LGTBI y casi cualquiera que rechace este ideario nacional-católico cultivado durante décadas.
“Somos un partido aburrido, que dice siempre las mismas cosas”[2]. Palabras de Guido Crosetto, miembro fundador del partido, que considera este aburrimiento como una virtud en el mundo de la política mainstream. Por su parte, Giorgia, prefiere definir su organización como “un árbol de profundas raíces, que a diferencia de otros partidos no se mueve a pesar de los golpes del viento[3]”. Veremos si consigue recoger sus frutos.
Notas y referencias
[1] http://www.revistaayer.com/sites/default/files/articulos/22-4-ayer22_LaHistoriaenel95_Ucelay.pdf
[3] https://www.politico.eu/article/sister-of-italy-brothers-of-italy-giorgia-meloni/