“Las prácticas subversivas corren siempre el riesgo de convertirse en clichés adormecedores a base de repetirlas y, sobre todo, al repetirlas en una cultura en la que todo se considera mercancía, y en la que la “subversión” tiene un valor de mercado” 

Judith Butler en el prefacio de 1999 de El Género en Disputa

Creemos que la huelga del día de la mujer trabajadora forma parte de una nueva rebelión cívica en nuestro país, y probablemente sea el movimiento feminista el que va a capitalizar las transformaciones políticas de las próximas décadas. Así pues, como revista que entiende y trabaja sobre la compleja relación entre teoría y praxis, tenemos la obligación de salir de la comodidad del pensamiento aislado de la realidad social, es decir, no podemos quedarnos en nuestra torre de marfil sin intentar aportar algo a una de las movilizaciones y reivindicaciones más crecientes en nuestro país, a la cual admiramos y apoyamos. No hay mejor respuesta a la embriaguez intelectual y, al mismo tiempo, a evitar una legitimación factual del presente, que una confrontación compleja e incómoda entre teoría y práctica, que más que pensar en sobredeterminaciones y lógicas sólidas y esenciales, sigue firmemente la premisa spinozista: “ni reír ni llorar, sino comprender”.

En este sentido, existe, sin duda, un riesgo también en el propio movimiento de empantanarse en la pura crítica y el intelectualismo teórico. Esto se traduciría en lo que ya apuntaba Butler en la referencia inicial: que las políticas críticas feministas terminen desprovistas de todo aguijón transformador quedándose solamente en la denuncia. Tal situación es fácilmente articulable por el nuevo ciclo del capitalismo desde un constructivismo un tanto ingenuo, que a base de señalar la contingencia de lo social pretende propugnar una liquidez permanente, donde la identidad de género nunca llega a sedimentarse. José Enrique Ema contestaba a esto – desde Lacan –  hace poco en un ciclo de ponencias en la Universidad Complutense, remarcando que cuando un sujeto hace determinadas elecciones en un proceso histórico, tales funcionan como necesarias para el propio sujeto y, en contraposición a los reclamos de ciertas posiciones liberales, mantienen una importante sedimentación en el sujeto.

Para abordar esta – por decirlo de algún modo – “contra-articulación”, necesitamos más que nunca volver a esa tensión incómoda planteada, y revolver la teoría en la praxis para abordar con constantes nuevas hipótesis la lucha feminista y su articulación con las otras demandas contemporáneas. Así pues, hay que tener inteligencia y generosidad para que el movimiento feminista realmente se convierta en una alternativa, es decir, existe la necesidad histórica de seguir la máxima gramsciana que dice “Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda nuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza”. Y en el mismo sentido y también siguiendo a Gramsci, tenemos que entender que “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ‘orgánicos’ infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”.

Si queremos plantear la batalla cultural, nuestra intención tiene que ser anclar el enfoque feminista a todos los aspectos de la sociedad, que deje de ser una burbuja, que deje de ser simplemente un “enfoque”. Porque desde nuestro punto de vista, no es ningún avance que el feminismo se especialice y se trate siempre solo como un asunto sectorial y particular que compete a las mujeres y que queda recluido en los departamentos de género, argumento con el cual los hombres se han desentendido del feminismo y lo han apartado de la agenda tanto como han podido. Por esto – y en tanto que huelga enmarcada en una nueva rebelión cívica – tampoco creemos o podemos entender el feminismo fuera de la interseccionalidad. Cómo no hay nada puramente económico en la economía, no hay nada pura y esencialmente de género en el género, y pensar el género requiere pensar en cómo este queda enmarcado en las diferentes reivindicaciones políticas de nuestros tiempos, y en cómo articularlo conjuntamente con tales reivindicaciones.

El feminismo se ha convertido en un sujeto político de tal importancia a través de abrirse paso por un camino tortuoso e incómodo de pensadores y activistas (masculinos) que lo querían volver a recluir a un asunto secundario, que lo rechazaban como lucha de segunda categoría frente a unos “verdaderos problemas”, pero que han terminado por tener que hablar de feminismo para pensar la realidad. Ha sido un movimiento que ha tenido la valentía de enfrentarse de cara a sus detractores y las teorías que lo cuestionaban, hasta que tales teorías han tenido que terminar pensando la perspectiva feminista de una forma u otra: el 8 de marzo es una expresión de eso, es una movilización sobre la cual toda la opinión pública tiene que moverse y situarse, es una movilización que recuerda a gritos la necesidad de pensar la perspectiva feminista en todos los ámbitos, niveles y disciplinas, de pensar el feminismo como proyecto.

Y es que el movimiento feminista nunca ha sido un discurso aislado, suave, cómodo, políticamente correcto: ¿Qué mejor ejemplo de cómo pensar lo personal desde un ámbito político que el feminismo? El feminismo consiguió llevar problemas antes privados, personales y escondidos a la esfera política, cuestionando y obligando a los hombres a hablar y avergonzarse de su moral perversa más íntima y de su actitud paradójica, actitud reflejada en defender los derechos políticos de las mujeres en público mientras en los hogares se las explotaba, en defender la igualdad y los valores democráticos mientras no veían problema alguno en dar la exclusividad del trabajo de curas a las mujeres.

El feminismo ha emergido y ha empezado a construirse como proyecto sin seguir ningún manual, rompiendo con las cadenas paternalistas que se le quisieron implantar, siendo políticamente incorrecto y combativo, siendo una irrupción nueva y violenta. En ese sentido, el feminismo no es ningún “retorno de lo reprimido” sino que es una construcción completamente nueva que, a la vez, entiende de su historia. Así, lo peor que podría pasar es que se sumiera en lógicas antiguas, que cayera en la mera política de identidad y que dejase de molestar, que se encerrara en un departamento académico y asociativo y pensase sólo para sí: la destrucción de la opresión masculina va a ser siempre violenta para el privilegiado, para el hombre, por lo que no podemos dejar de molestar.