Reseña del libro “Ernesto Laclau i Chantal Mouffe: Populisme i hegemonia” de Antonio Gómez*

Por Alán Barroso

En esta época de incertidumbre e injusticia se nos hace imprescindible poder prescindir de todo excepto de la victoria. Sin embargo, como nos enseñó el libertador, el arte de vencer se aprende en la derrota, y precisamente es en la derrota donde hemos de situar el comienzo de la reseña del último libro de Antonio Gómez “Ernesto Laclau i Chantal Mouffe: Populisme i hegemonia” (Gedisa, 2018). La derrota no es algo bonito ni algo digno de admirar, aunque a veces -por desgracia- constituye un espacio seguro en el que resguardarse del vértigo que supone enfrentarse a una posible victoria. En el caso que nos concierne, es un punto de partida.

El fin de los treinta gloriosos y la posterior ofensiva neoliberal iniciada con la llegada al poder de Thatcher y Reagan sentó las bases de la hegemonía neoliberal que, hasta hoy, lo ha impregnado todo. Además, supuso una época de reflujo para los movimientos sociales de protesta nacidos a partir de la segunda mitad del siglo XX.  Uno de los principales logros de esta nueva hegemonía neoliberal edificada sobre las cenizas del keynesianismo posterior a la 2ª Guerra Mundial cristalizaría en una nueva forma de entender la política -cuyo máximo exponente encontramos en Tony Blair y su tercera vía- como una cuestión tecnocrática según la cual la política no es una confrontación partidista e ideológica, sino más bien una gestión neutral de lo público. De esta manera se imponía un consenso hacia el centro que aceptaba la globalización y la preeminencia del mercado, mientras las cuestiones políticas se reducían a meros aspectos técnicos que debían ser resueltos por expertos. A esta realidad diferentes autores como Slavoj Zizek o la misma Chantal Mouffe le atribuyen el concepto de “post-política”. La elección ya no consistía entre una política de izquierdas o una de derechas, sino entre una buena o una mala política económica.

En este contexto de derrota del keynesianismo y de victoria del fundamentalismo de mercado surgieron, sin embargo, nuevas formas de resistencia frente a otros tipos de subordinación que iban más allá de la noción marxista de clase. Demandas democráticas de carácter antirracista, feminista, LGTB y ecologistas que empezaron a proliferar y a construir un campo emancipador importante y nada desdeñable dentro del movimiento democrático mundial. Esto tuvo como consecuencia la inevitable entrada en crisis del sujeto revolucionario. Esto es, frente a la multiplicidad de luchas y la ampliación del campo del antagonismo más allá de la clásica contradicción marxista capital-trabajo era difícil seguir pensando en la clase obrera como sujeto revolucionario por excelencia y como centro estructurante de una identidad popular. Entonces, ¿quién iba a protagonizar los cambios sociales que debían producirse?

De esta manera, la izquierda atravesó un periodo de aturdimiento e incapacidad de acción que podemos explicar destacando dos cuestiones. La primera, haberse sometido al nuevo orden hegemónico neoliberal, cuyo máximo exponente fue el nuevo laborismo de Tony Blair y la teoría de la tercera vía de Anthony Giddens, adhiriéndose así al consenso del extremo centro, aceptando la preeminencia del mercado y asumiendo la política como pura gestión técnica. La segunda, haber sido incapaces de tener en cuenta toda la serie de movimientos emergidos tras el mayo del 68 y su derivada ampliación del campo del antagonismo más allá del conflicto de clase.

El asunto que nos compete, sin embargo, a pesar de beber de esa derrota política, se sitúa en su máximo apogeo en la actualidad más rabiosa. El orden hegemónico neoliberal se tambalea tras la crisis económica del 2008 y la posterior liberación de un potencial crítico popular e impugnador que llenó las plazas y que a su vez bebía de la frustración generada por la insatisfacción con la post-política y la crisis de representación política.

En este contexto, la tarea fundamental de las fuerzas progresistas es dotarse de las herramientas teóricas necesarias para lograr subvertir la ya desmejorada hegemonía neoliberal y construir una propia sabiendo conjugar y articular la pluralidad de demandas democráticas que se enfrentan al orden neoliberal y proponiendo un nuevo proyecto integral de país. En esta operación urgente para las fuerzas progresistas, el populismo es una pieza clave. Por eso es fundamental comprender bien de qué hablamos cuando hablamos de populismo.

A lo largo los últimos años se ha hablado sin cesar de populismo. Durante el 2016 populismo fue considerada la palabra del año y, sin duda alguna, durante 2017 y 2018 ha seguido siendo central en nuestro panorama político. Volver a hablar de populismo es volver a transitar por un camino muy visitado, pero también muy maltratado. El populismo se ha utilizado como arma arrojadiza en el debate político. Un sentido peyorativo se ha apropiado de él y lo habitual ha sido verlo asociado a demagogia, irracionalidad o, por desgracia, a proyectos políticos de la extrema derecha, y de esta manera se ha despojado de toda seriedad teórica a este concepto.

Es precisamente por este grave desconocimiento y confusión en torno al concepto de populismo que hacen falta publicaciones honestas y responsables, pero sobre todo solventes y sistemáticas, que se atrevan a dotar de la seriedad y decencia teórica a un concepto que hoy en día juega un papel fundamental tanto en la comprensión del mundo en el que vivimos como en la posibilidad de construir nuevas formas de intervenir políticamente.

En este compendio básico de Antonio Gómez sobre la teoría desarrollada por Laclau y Mouffe en torno al populismo nos encontramos con una aproximación muy solvente e informada sobre el concepto, perfecta para introducirnos en el estudio de ambos autores y para despejar incógnitas y mitos en torno a la teoría del discurso.

En esta reseña se pretende explicar y contextualizar humildemente el porqué de la importancia de estudiar el populismo y darle la dignidad teórica que se merece. Por lo tanto, no podemos, por cuestión de espacio, profundizar demasiado en el desarrollo introductorio que nos ofrece Antonio Gómez, sin embargo, podemos recordar algunos puntos clave que nos sirvan para no tropezar nunca más con interpretaciones deshonestas y equivocadas sobre lo que es el populismo y la teoría desarrollada por Laclau y Mouffe.

En primer lugar, debemos descartar la tan difundida clasificación del populismo como una ideología. El populismo no es una ideología, no se puede atribuir a un fenómeno que se pueda delimitar ideológicamente, como el socialismo, el liberalismo o el conservadurismo. El populismo es una lógica de lo político. Esto es, simplificando, una manera de estructurar el campo político estableciendo una frontera entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’. En esa misma fractura del campo político se constituye un pueblo en contraposición a una élite. Y, precisamente, esa construcción de un pueblo puede ser de inclinaciones ideológicas muy diversas, dependiendo de la articulación de sus diferentes demandas constituyentes.

En segundo lugar, la teoría populista es radicalmente antiesencialista. ¿Qué es eso? Que, a pesar de compartir con el marxismo la existencia y la importancia de las identidades colectivas y la centralidad del antagonismo en política, el populismo (la teoría del discurso) no cree que la identidad y la conciencia dependan de la posición propia en la relación de producción ni en el conflicto capital-trabajo. De esta manera, la teoría populista no niega la existencia de las clases, sino que critica el determinismo y economicismo marxista. Esto es, ver la economía como último fundamento de la sociedad, lo que imposibilita pensar la heterogeneidad de las posiciones sociales de las demandas democráticas fruto del ensanchamiento del campo de las luchas emancipadoras frente al neoliberalismo.

En tercer lugar, las demandas democráticas. Estas demandas democráticas de las que hablamos son la unidad básica de una construcción populista. En un determinado orden existen multitud de demandas. En un orden funcional impera la llamada lógica de la diferencia. Esto es, las diferentes instituciones existentes son capaces de absorber las diferentes demandas y solventarlas de manera individualizada. Sin embargo, cuando existe un momento populista y un determinado orden hegemónico se tambalea, impera la lógica equivalencial. Esto significa que, frente a la imposibilidad de solución individualizada, todas las demandas desarrollan una solidaridad entre ellas frente a un orden que las niega y les impide realizarse. Esto permite que una gran cantidad de demandas (de carácter absolutamente heterogéneo e incluso antitético) generen lo que Laclau y Mouffe llaman ‘cadenas de equivalencia’ entre las diferentes demandas y que posteriormente deja de ser una simple mediación entre demandas diversas y adquiere consistencia propia a través de la centralidad de una demanda en concreto que empiece a funcionar como el significante que representa la cadena equivalencial como totalidad. Hay una plenitud de la comunidad que está ausente y la construcción del pueblo del populismo es el intento de dar nombre a esta plenitud ausente. Laclau y Mouffe entienden la identidad como algo relacional, y es precisamente que el pueblo adquiere identidad como tal en contraposición a esa élite que lo niega y que no da respuesta a todas sus demandas democráticas.

Por último, y para finalizar este breve apunte de elementos básicos del populismo, se debe destacar la centralidad de la hegemonía en el desarrollo teórico de Laclau y Mouffe. La hegemonía es la operación mediante la cual una particularidad asume una significación universal. Esto se puede representar con un recurso literario como la sinécdoque (la parte representa al todo). Partimos de la base de que la sociedad es algo imposible de acotar, solamente puede ser representada a partir de la parcialidad. De una manera más simple, la tarea política principal consiste en lograr que tu parte sea entendida como todo y tus puntos de vista sean compartidos como sentido común. Esta tarea se enmarca en una disputa que nunca se agota y nunca se cierra del todo. ¿Qué quiere decir esto? Laclau y Mouffe no creen que pueda existir un orden completamente cerrado donde la disputa política ha sido excluida, por lo que siempre hay posibilidad de contestación y de revertir ese orden construyendo una nueva hegemonía diferente a la que se había naturalizado. Siempre hay espacio para la política y la contestación.

En definitiva, el arte de vencer se aprende de la derrota y el populismo nace aprendiendo de esa derrota e intentando surfear sus dificultades y sus posibilidades. Hoy en día vencer es tarea urgente. Construir un orden nuevo justo e igualitario, una democracia radical y sana que reconozca y fomente todas las luchas por la emancipación y que, de una vez por todas, aborde los problemas más urgentes y apremiantes de nuestro planeta. Para escapar del laberinto tramposo de la postpolítica que retiene el cambio y conserva los privilegios hacen falta teorías adecuadas como la desarrollada por Laclau y Mouffe, tanto para perfeccionar nuestra intervención política como para comprender y acotar correctamente los procesos políticos que se dan en diferentes partes del mundo. En esa tarea urgente, devolver al populismo su dignidad teórica y reconocer su capacidad política es fundamental, y en esa labor se inscribe este libro de Antonio Gómez.

 

 

*Antonio Gómez Villar es profesor de Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB) y en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), profesor consultor (colaborador) en el grado de Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y profesor-tutor en el grado de Antropología social y cultural de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Es coordinador del proyecto de investigación “Working Dead. Escenarios del postrabajo” en La Virreina. Centre de l’imatge. Sus principales líneas de investigación tienen que ver con el análisis de los repertorios de acción colectiva de los movimientos sociales desde una perspectiva antagonista; y con los modos en que se ha redefinido el campo conceptual de recomposición de clase atendiendo a la transformación de las subjetividades y las nuevas relaciones culturales y políticas.