(Se ha publicado una versión en catalán de este artículo en Debats pel Demà. Ver en: https://debatspeldema.org/de-javier-a-txabi/)

Por Blai Burgaya Balaguer

Con La línea invisible nos encontramos enfrente de una serie técnicamente muy bien hecha, con personajes bien construidos, una fotografía espectacular y un equipo de actores que roza la perfección – como opinión personal, creo que hay que destacar la espléndida actuación de Enric Auquer como José Antonio Etxebarrieta. Asimismo, hay que tener muy en cuenta también que la serie explica un episodio muy concreto de la historia de ETA, y que es imposible comprender la complejidad del conflicto vasco solo a partir de la serie, aunque sí que facilita la comprensión de algunas cosas.

Así, los seis capítulos que conforman la serie abordan la fase de la V Asamblea durante la década de los sesenta que dividió a los líderes de la organización y se saldó con el primer asesinato, siguiendo la vida del líder Txabi Etxebarrieta. Y es justo en ese punto en el que creo que habría que haber contextualizado un poco mejor para explicar la situación de la que venía ETA y lo que significó la V Asamblea, que lo cambió todo. Porque la V Asamblea no fue una sola reunión clave como se ve en la serie. Sino que fue algo mucho más complejo que un cónclave para elegir un líder, y provocó muchas tensiones internas en la organización por las distintas corrientes que confluyeron en ese momento. Como decía, la V Asamblea no fue una reunión, sino que fue un proceso que duró varios años, el resultado del cual sí que fue bastante parecido al que se ve en la serie, esto es, la ruptura entre el sector más obrerista y el que apostaba por unos principios basados en la lengua y la etnia vasca. 

Del mismo modo que considero que le falta un poco de contexto a algunas partes de la historia, también considero que se hace poco hincapié en el rol represivo de la policía franquista. Es decir, he echado un poco en falta que se explicara de algún modo que a partir de ese primer asesinato, en Euskadi la policía empezó a militarizarse (más aún) y a utilizar nuevas formas de tortura de forma sistemática. 

He echado un poco en falta que se explicara de algún modo que a partir de ese primer asesinato, en Euskadi la policía empezó a militarizarse (más aún) y a utilizar nuevas formas de tortura de forma sistemática. 

Hay que aclarar que, tal vez, he encontrado estas carencias en la serie porque son lo que yo esperaría de una serie sobre ETA. Y creo que, en el fondo, esa también es una de sus virtudes, no darnos lo que esperábamos. Y es que por algunas de las entrevistas que he leído a su director, Mariano Barroso, su objetivo era retratar la historia personal de los personajes, y no tanto una historia de ETA o sobre ETA. Pero, justamente por eso, creo que es un poco extraño que ninguno de los actores que representa a los personajes protagonistas sea vasco, y seguramente no sea una crítica muy relevante, pero me pareció curioso.

Y en este sentido, es sumamente interesante, porque la historia que se cuenta nos demuestra que la política tiene que ver con las emociones, que no son esferas que se puedan separar. Porque, al final, la serie va sobre las motivaciones personales que mueven a unos y a otros y lo que pone en marcha esa guerra que, como todas, nace de las motivaciones más ocultas, más patéticas y más mezquinas. Y a eso me refería al principio con la complejidad de los personajes, y es que todos ellos están construidos de muchas capas: la humana, la moral, la social… Y nos encontramos con que un torturador implacable puede ser un padre entrañable, y un chaval brillante y especialista en informática puede empuñar una pistola y matar a otro ser humano. Y aunque a los que ven el mundo de forma maniquea esto no les va a convencer, es así y no se trata de humanizar. Del mismo modo que, el hecho de que Etxebarrieta no hablara euskera o que el policía Melitón Manzanas sí y se considerase un vasco de “pura cepa” nos habla de las contradicciones de los personajes; y sirve para entender que, tal vez, si uno se hubiera dedicado a aprender euskera para defender la identidad nacional y el otro se hubiera dedicado a entender a los que eran vascos como él, nos hubiéramos ahorrado mucho dolor y sufrimiento.

Y nos encontramos con que un torturador implacable puede ser un padre entrañable y un chaval brillante y especialista en informática puede empuñar una pistola y matar a otro ser humano. Aunque a los que ven el mundo de forma maniquea no les va a convencer, es así y no se trata de humanizar

Y es justamente por esto que una serie como esta es ahora más necesaria que nunca, porque la única manera de “olvidar” es recordar de dónde venimos y conocer una parte de nuestra historia reciente que está bastante oculta. Pero siempre teniendo en cuenta que no es posible ver el dolor y la muerte con una objetividad científica. Porque la interacción de la sensación física, la emoción psicológica y el compromiso político hacen que la distinción filosófica entre “mente” y “cuerpo” sea indefendible. De hecho, la maraña de dolencias físicas, rencores y temores que envolvió a la política en ese momento nos sugiere que esta tentativa de mantener separadas la anatomía y la política no ha funcionado nunca. Así, la historia que cuenta La línea invisible nos enseña que, a veces, la sensación de la propia fragilidad puede desviarse hacia una política agresiva. De la misma forma que también demuestra que la mortalidad y la vulnerabilidad son cualidades intrínsecas de la condición humana que, además de miedo y sospecha, también pueden provocar solidaridad y una experiencia compartida. De hecho, La línea invisible nos enseña y nos recuerda que todos estamos expuestos a la lógica del resentimiento en nuestras vidas, incluso quienes pretenden adoptar una serena objetividad científica ante las vidas de los demás.

La maraña de dolencias físicas, rencores y temores que envolvió a la política en ese momento nos sugiere que esta tentativa de mantener separadas la anatomía y la política no ha funcionado nunca

Finalmente, me gustaría remarcar que series como esta nos ayudan a poder construir un imaginario colectivo mediante productos de entretenimiento cultural de masas que son muy necesarios en nuestro país para que esa parte de nuestro pasado que fue el tardofranquismo sea entendida en su complejidad. Así, aprovecho la ocasión para recomendar de nuevo la otra gran serie de Mariano Barroso, El día de mañana, ambientada en la Barcelona de los años 70, para observar todos los matices de la resistencia franquista y de la lucha de clases en aquella época.