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Por Iago Moreno (@IagoMoreno_Es)

Cuando VOX se presentó a unas elecciones por primera vez, en las europeas de 2014, estuvo realmente a punto de hacer sonar la campanada, pero la subida de la participación impulsada por PODEMOS les dejó fuera del Parlamento Europeo. Sacaron 240 000 votos, y aún así no fue suficiente; se quedaron a las puertas de Bruselas, y pagaron un precio muy alto por ello. A partir de ahí, el efecto PODEMOS eclipsó por completo su llegada a la política y marcó las líneas de una agenda en la que ellos no tuvieron cabida alguna. Ni en los primeros meses, por haberse quedado sin representación, ni en los 2 años siguientes, donde el conflicto se centró en la competición a dos niveles entre el Partido Popular, Podemos, el Partido Socialista y Ciudadanos. Para las elecciones Generales pasadas, las de 2016, VOX ya se había convertido en una fuerza política aparentemente irrelevante, sacando poco más de 40 mil votos. La llegada de Ciudadanos, la presión de una posible victoria del bloque progresista, y la sombra de las decepciones anteriores pesaron enormemente sobre sus hombros. Pero el Otoño catalán ha dado un vuelco a la política Española a todos los niveles, brindando una segunda oportunidad a VOX para intentar lo que antes parecía imposible: conseguir que Abascal y los suyos entren a las instituciones y determinen, con mayor o menor fuerza, lo que pase en el espacio político de la derecha. Este extenso artículo intenta exponer una radiografía básica de lo que ha pasado y de lo que está pasando. Un análisis más profundo sobre el reciente auge de VOX que contextualice su vuelta, desentrañe sus estrategias y presente las posibles consecuencias de ello.

 

“Una travesía por el desierto”

Las imágenes del domingo resultan brutalmente impactantes. La plaza de Toros de Vistalegre a rebosar, miles de personas a las puertas sin haber podido entrar… Parece imposible recordar que hablamos del mismo estadio que vio “nacer” a Podemos (y aquí hay que recordar que Podemos nunca fue capaz de llenarlo). Por eso es importante poner un poco de claridad a los hechos y pensar cómo hemos llegado hasta aquí. Hace justo un año, el 7 de octubre de 2017, la respuesta a la movilización independentista del 1 de Octubre tomaba las calles de este país en dos formas distintas. Por un lado, la convocatoria “Hablemos-Parlem”, impulsada por movimientos cívicos y plataformas sociales cercanas al bloque del cambio; por el otro, la convocatoria de DENAES (“Asociación para la Defensa de la Nación Española”) a la que VOX se sumó. Hablemos convocó a concentraciones delante de todos los ayuntamientos del país. DENAES en las plaza Colón de Madrid, intentando desbordar  la concentración hasta la plaza colindante (la Plaza Margaret Thatcher) donde por entonces tenía su sede el Hogar Social Madrid. Las concentraciones de Hablemos movilizaron a miles de personas por todo el país reclamando “diálogo”. La de DENAES  apelaba directamente a la confrontación, y terminó con un discurso incendiario de Santiago Abascal jurando hacer todo lo posible por pasar a la acción. Hoy en día, de esas dos propuestas, una se ha difuminado y convertido en humo. La otra ya sale en las encuestas y es difícil cuestionar que que además de conseguir representación institucional, marcará con relativa fuerza el debate de la derecha.

 Santiago Abascal en un mítin / ©Vox 

Durante este último año la dirección de VOX ha hecho de todo menos perder el tiempo. Mientras Podemos se permitía el lujo de poder pasar, por ejemplo, dos meses sin reunir a su ejecutiva y pivotaba de un discurso a otro, VOX decidió pasar a la acción y remangarse las mangas de la camisa. Se abrió una agenda de actos amplia para permitir a sus figuras principales (Santiago Abascal, Javier Ortega y Rocío Monasterio) recorrer España de punta a punta. Provocó polémicas premeditadas para hacerse ver en la prensa y las redes sociales. Buscó nuevas formas de activar a la base social de la derecha. Trabajó por reforzar la lealtad de los medios de comunicación la derecha más tajante (EsRadio, LibertadDigital, Intereconomía). Pero sobretodo, se preparó para aprender de sus errores y dar forma a una estrategia nueva. Y eso es lo verdaderamente peligroso. VOX nació como un chantaje a la derecha Sorayista que pensaba que la mejor forma de sobrevivir a la crisis política del régimen del 78 era concentrar todas sus fuerzas en defender los consensos de los tres partidos “constitucionalistas”; unificar ese espacio político “constitucionalista” para dejar a sus contestantes como “un enemigo común”. Esta estrategia, que obligaba al Partido Popular a mantener un perfil bajo sobre cuestiones como el aborto, el feminismo, los derechos de las personas LGTBI, o intentar seducir al PNV a seguir siendo lo lo que siempre fue Convergencia (un partido bisagra comprometido con el pacto del 78). Eso no era plato de buen gusto para una parte muy importante de la derecha, al menos la que miraba al Partido Popular como sus siglas de referencia. Y el nacimiento de VOX intentó exprimir ese descontento creando una plataforma que reclamase una especie de “vuelta a los valores comunes de la casa de la derecha”. Pero en estos últimos 4 años VOX se ha dado cuenta de que eso no es suficiente, que la crisis política de este país es mucho más profunda, y que su ventana de oportunidad se ha ido haciendo más grande. La incapacidad y la impotencia del Partido Popular y Ciudadanos para frenar la desobediencia del procesismo a la legalidad del Estado y la constitución les ha abierto un espacio mucho más amplio para la acción. ¿Pero cómo van a aprovecharlo? La estrategia que siguen, como este artículo intenta explicar, se basa en una combinación de tres cosas: 1) abrazar una forma de hacer política comunicativamente inteligente, dispuesta a marcar hitos motivantes que hagan a sus seguidores sentirse parte de una historia importante y trascendente. Asumir la tarea de crear relatos fuertes que den sentido a lo vivido durante estos cuatro años, discursos que trascienden al “marketing electoral” de propuestas programáticas y exploten los anhelos, las demandas y las frustraciones de la base social a la que apelan 2) Aprender del resto de partidos emergentes de la derecha populista y acercarse a ellos 3) Replantearse cómo reactivar la base social de la derecha sentando las bases para una competencia virtuosa entre PP, VOX y C’s, y buscar fallas o contradicciones que les permitan disputar votantes transversalmente en otros espacios.

1- VOX ¿Un podemos de derechas?

Cuando Podemos se lanzó a por su primera campaña electoral, escogió un lema que dejó a la izquierda española entre perpleja y anonadada. “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?” Recuerdo bien la respuesta: ¡Pero si eso no significa absolutamente nada! “¿Contestar a una política vacía de propuestas vaciando más el mensaje?” Pero este lema tenía una intención clara y concreta: politizar el desencanto, llamar a romper con la resignación, llamar a reilusionarse. Iglesias y Errejón habían entendido que existía un espacio social amplio, abierto por  agotamiento de la confianza en los partidos tradicionales que dejaba margen a una fuerza política nueva para crecer; al menos si conseguía romper el descontento y la resignación. Si lograba apelar e ilusionar a esa gente que se sentía defraudada e indignada, pero que no veía en el resto de opciones de voto una alternativa fiable para hacer valer sus demandas. VOX ha entendido lo mismo: que la política de la gran coalición neoliberal, igual que deja a mucha gente progresista descontenta con los partidos tradicionales, también deja a mucha gente conservadora descontenta con sus opciones de voto tradicionales. Que hay mucha gente que se ha ido sintiendo cada vez menos representada y que estos cuatro años de expectativas de cambio frustradas (también para la derecha) ha agrandado ese espacio. VOX es perfectamente consciente de eso y por eso entiende que “su momento” es particularmente ahora; donde tiene una posición privilegiada para intentar hacer lo que otros antes aprendiendo de sus errores y aciertos, y a la vez un espacio mucho más amplio para conquistar que antes (donde muchísimas esperanzas estaban volcadas en C’s como nueva opción para la derecha).

Santiago Abascal, en el acto de VOX celebrado en el Palacio Vistalegre de Madrid / ©Paolo Aguilar-EFE-Madrid

Para enfrentarse a esta difícil tarea, ha entendido que ilusionar depende de la construcción de hitos que hagan a la gente sentirse protagonista y de relatos históricos que den sentido a sus campañas y a su propia existencia como opción de voto y como partido político. Y por eso se ha empeñado en buscar hacer de cada paso que da un día reseñable, un momento que grabar como “un episodio más” de una gran historia que, hoy, quiere hacer pensar que es ya imborrable. El 7 de octubre fue un ensayo de eso. VOX sabía que era su oportunidad para señalar a lo que ahora llama “la veleta naranja” y “la derechita cobarde”, de impugnar la respuesta caótica y errática del gobierno y Ciudadanos a la movilización independentista del 1 de Octubre. Era su oportunidad para señalar a los partidos de la derecha como “una casta” irresponsable, divorciada de los intereses de “la gente” e incapaz de responder “a los problemas más fundamentales de la nación española”. Y por eso se empeñó en singularizarse lo máximo posible en la concentración del 7 de octubre en Colón subiendo a Santiago Abascal a hablar ante las decenas de miles de personas como si fuese literalmente un mitin suyo, mientras Casado (por entonces eclipsado a la interna del Partido Popular por el Sorayismo) rebuscaba unas migajas entre el público, sacándose selfies o buscando micrófonos a la desesperada. Ahí comenzó el cambio para VOX, y ya lleva un año. Un año en el que ha entendido que tiene que construir un discurso que no gire en torno a cuestiones programáticas simples sino en relación a lo que pasa en el país, y que le ha llevado a, desde entonces, esmerarse en pensar cómo activar a la base social de la derecha construyendo relato. El intento más ambicioso hasta ahora ha sido el de gestar la idea de “la revolución de los balcones”, que Casado ha intentado apropiarse haciéndolo uno de los centros discursivos de su campaña en las primarias. VOX entendió que la respuesta de la derecha social al 1 de Octubre era claramente mucho más contundente que la de los partidos de la derecha, e intentó construir un relato a su favor que señalase la impotencia del gobierno y de las fuerzas del 78 y presentase a la contra derechista al independentismo “por fuera de los partidos de siempre” como la única resistencia real. Una forma de poner a la base social de la derecha activamente en contra de PP y C’s y capitalizar su descontento señalandolos como partidos impotentes y titubeantes que no habían sido leales a lo que dijo el Rey (entendiendo la autoridad que tiene su figura para esta parte de la sociedad) ni habían sido conscientes de lo que estaba en juego. Relato, relato, relato. Construcción de sentido. Un trabajo paulatino por delinear unos contornos claros de un espacio político que se viese como necesario para  “poner orden y romper tabúes”.

Hoy VOX afronta las elecciones europeas intentando aprender mientras corre de todo lo que ha pasado estos últimos años, confeccionando estrategias concretas para enfrentarse a cada reto concreto. Y ahí el hito de Vistalegre les parece fundamental. Saben que son vistos como un partido de segundo plano, que para mucha gente la calculadora pesa más que las razones y que tienen que conseguir ser vistos como una opción real más capaz de conseguir representación. El desencanto de las Europeas les persigue. Y por eso, más que una simple demostración de fuerza y apoyos, Abascal ve el acto de Vistalegre como “un bautismo político, un ascenso a primera división”. Así lo explicaba en Interconomía el pasado jueves, y así lo afirmaba el domingo Ortega Lara en su discurso. “Vox ha alcanzado su mayoría de edad, y este acto lo demuestra. Ahora nos toca consolidarnos a nivel nacional”, afirmó. Las encuestas son poco convincentes en los tiempos que vivimos, sobretodo para una derecha que ha tenido que vivir una y otra vez falsas esperanzas con Ciudadanos; hace falta un momento hito que sirva para ilustrar y convencer de ese “Paso a la madurez”. Y con 10 000 personas en las gradas de Vistalegre cantando el “a por ellos” mientras Santiago Abascal se daba un baño de masas, lo han conseguido. ¿Pero ha acabado de verdad “la travesía en el desierto”  de 4 años a la que se refería el líder de VOX?

2- VOX y la Hidra Populista de Le Pen, Salvini y Bannon

La hidra política del populismo de derechas sigue creciendo a costa de la crisis política de la Unión Europea. Le Pen, Salvini y Bannon lo saben y por eso se exprimen la cabeza intentando pensar cómo afrontar las siguientes elecciones europeas. Las fuerzas de derecha y anti-establishment del populismo son muy diferentes entre sí y saben que hacer confluir todas en una “internacional xenófoba” es extremadamente complicado. En primer lugar porque los dextropopulismos  mediterráneos tienen puesta la austeridad en el punto de mira de su discurso, y en el norte muchas de esas fuerzas, como VOX no acaban de comprar esa parte del discurso. En segundo, por que quien más se parece ideológicamente o políticamente a ellos no es necesariamente su mejor aliado nacional. En Hungría, sin ir más lejos, muchos piensan que los populistas de Jobbik (33 escaños) representan algo más parecido a lo que es el Frente Nacional o Alternativa por Alemania que FIDESZ, la candidatura de Viktor Orban. Pero Orban es un presidente de una nación y tiene mayoría absoluta en el parlamento húngaro. No es cómo en el caso Austriaco, donde los populistas tienen solo 10 diputados menos que el Partido Popular Austriaco y están en coalición. Es mucho más exagerado, y eso pesa.

Un dilema parecido se presenta en españa, donde como el periodista de CTXT y El Confidencial Guillermo Fernández ha remarcado en varias ocasiones, aún no está muy claro con quién se van a ir de la mano a Bruselas.  VOX se pelea contra viento y marea por intentar ser visto como parte de ese cambio transnacional para generar expectativas alrededor suya, pero a Bannon no le acaba de convencer esto, no están muy a la par con Le Pen y su crítica a la austeridad. Además, en VOX no pueden ni ver a Salvini. De hecho, Abascal no duda en remarcar cada vez que puede que Salvini ha apoyado a los independentistas catalanes y vascos, y de esta forma intenta evitar que la Lega se vuelva en una referencia para la extrema derecha española. Todo se complica a mayor por la presencia de Pablo Casado, que para liquidar a la interna y a la externa al Sorayismo ha adoptado muchos tintes populistas en su discurso, apelando a “representar a la España de los balcones” que se sintió defraudada el 1 de Octubre, adoptando posiciones abiertamente xenófobas en materia migratoria y echando un cable a Orban en las votaciones del Parlamento Europeo, donde por muchos eurodiputados que VOX consiga, el PP tendrá bastantes más. A los populistas de derecha les importa mantener una sinceridad pragmática en relación a sus posibilidades reales, y Mischaël Modrikamen, socio de Bannon lo ha dejado claro: “Hay mucha gente que es más mayoritaria y que no están lejos de nuestras convicciones, como Pablo Casado en España”. Es difícil saber qué pasará en las próximas semanas (Fernandez es la persona más confiable para enterarse de ello), pero no pinta nada fácil.

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Lo que pasa es que aún careciendo de su apoyo directo y formal, Santiago Abascal y su equipo se están esmerando muchísimo en aprender cuanto más sea posible de la experiencia de estas fuerzas políticas. Sobretodo a la hora de construir su discurso. Como en La Trivial explicamos muchas veces, el populismo no es una ideología, es una forma de construcción de lo político. Esta forma, ya sea en el caso de los populismos de izquierda o de derechas, entiende que el sentido más profundo de lo que significa pertenecer a una comunidad nacional, a un pueblo, no está dado, y trata de significarlo a su manera. Trata de construir un “nosotros”, de (re)fundar un pueblo, de construir una hegemonía social y popular nueva en la que los intereses de una parte de la sociedad (ya sean los populistas xenófobos de Salvini o los patriotas de izquierda de Mélenchon) sean vistos como representantes de toda la sociedad como tal, de la gente. Y esto, para hacerse, necesita de una frontera clara, de un enemigo común; “una casta”, “un establishment” al que señalar. VOX ha encontrado en la incompetencia de C’s y el PP durante el Otoño Catalán, la política de perfil bajo del PP durante el Sorayismo en cuestiones sociales y el constante cambio de posiciones de C’s una razón pública para señalar a los partidos de la derecha como parte de un establishment político incapaz de responder a los problemas de España. Y a partir de eso, ha levantado un discurso en el que enfrenta “La España viva” frente al PP, C’s y PSOE como un bloque unido. Ese discurso emplea una operación ideológica básica del populismo, lo que Laclau llama “cadena de equivalencias”. Entendiendo que las demandas sociales que se encuentran son muy diferentes entre sí y que necesita una forma de hilvanarlas, conecta todas las demandas de la base social de la derecha, defraudada y descontenta, no en relación al contenido de las demandas como tal, a su particularidad propia, sino a través de lo que comparten verdaderamente: un enemigo común que se niega a atajarlas y rechaza atenderlas. Eso permite a VOX construir una bomba política capaz de movilizar cosas tan diferentes como el enfado machista frente al auge del feminismo, las demandas de contundencia frente al independentismo de gran parte de la derecha, el control de fronteras, o las demandas de dejar de financiar partidos y sindicatos con dinero público. Lo articula como la lucha contra un enemigo común, lo sintetiza como una expresión de una supuesta lucha entre “España” y una especie de casta política divorciada de los intereses o de los valores de la gente que ellos ven como representativa de España.  Una lucha entre la nación de a pie y quien se le pone en medio.

El papel del independentismo y de la inmigración musulmana en el marco del discurso de VOX se fija también en la hidra dextropopulista. Para el discurso de “los verdes”, ambos representan  “peligros fundamentales” o “amenazas existenciales” a la nación que habría que extirpar o desterrar, como pasa con la llamada “inmigración masiva” en el discurso populista de derechas de fuerzas como AfD en Alemania o el Frente Nacional Francés. Señalan ese supuesto “peligro” o “amenaza” como algo radicalmente contaminante, intrusivo, perturbador, como algo que pone en cuestión a la propia nación en sí, pero que es imposible “arrancar” o “expulsar” sin vencer antes al Establishment o obligarle a ponerse “en orden”. Reproducen en un discurso eso que Lacan (como también Jorge Alemán recuerda), llamaba la “lógica masculina”. En sus cuadernos, Lacan habla de una “lógica masculina” (no en referencia al género, sino en general) que estaría marcada a todos los niveles por la imposibilidad de alcanzar su propia plenitud. Un sujeto incompleto, atormentado por la experiencia perturbadora de una “parte – no parte” que impediría al ser alcanzar su plenitud, “ser” en sí mismo, y que por lo tanto el ser rechaza y opone como un peligro, como una amenaza a su propia existencia. Los populismos de derechas europeos lo hacen frente a la inmigración. Intentan instalar en el imaginario común la idea de que nuestros países viven atormentados por la presencia perturbadora de un “otro” extraño y extranjero que desordena nuestras vidas, que arruina nuestra convivencia, que nos impide progresar. Por eso señalan como un peligro la existencia de Europa como tal, afirmando como por ejemplo el Frente Nacional que en 2050 “la mitad de la población francesa será Musulmana” y echando la culpa a los migrantes de la criminalidad.  Es importante entender que este discurso no funciona por sus conexiones con la experiencia real de la gente. De hecho, como habrá que explicar en otro artículo, la relación entre porcentaje de voto a partidos populistas de derechas y densidad de población inmigrante suele ser indirectamente proporcional. Pero esta xenofobia “masculina” (en términos Lacanianos, no de género) sirve como un catalizador muy potente para conducir el conjunto de descontentos y frustraciones de la gente en contra del establishment político.

VOX extiende el catálogo de “Enemigos de la patria” a una lista considerablemente mayor que la del resto de fuerzas dextropopulistas. En parte, porque usa una lista ya confeccionada heredada del aznarismo, formada por décadas de señalamiento de cualquier rival de la derecha como “la anti-España”. Este concepto fue puesto en circulación por la maquinaria propagandística del bando sublevado de la guerra civil pero continuó usado por la derecha después de 1975. No porque la derecha española sea una simple continuación del Franquismo -afirmar eso a la ligera dista mucho de la realidad- sino porque, en la práctica, es una forma de construir el discurso que da un resultado muy fructuoso a la derecha. Sobretodo cuando los 40 años de gobierno de Francisco Franco le dieron a la derecha un monopolio/patrimonio de la idea de nación que les permitía adoptar esa postura con facilidad. En el listados de “enemigos de la patria” que VOX asume  entran movimientos que amenazan la unidad de la nación española como tal, como es el secesionismo procesista, el independentismo vasco y los resquicios del apoyo social y político a la banda terrorista ETA. Pero también los nacionalismos periféricos no independentistas, la izquierda tradicional, las fuerzas patrióticas-democráticas como Podemos, y el feminismo. Estos últimos movimientos y actores no serían, para cualquier soberanista o populista de izquierdas, parte de los enemigos de la nación sino nodos centrales de su revitalización. Pero es evidente que el proyecto de país que VOX quiere construir no se parece en nada al de los populistas de izquierdas españoles. Ahora bien, a estos segundos, para ganar, les conviene recapacitar y asumir que el levantamiento popular del 15 de Mayo hace mucho que dejó de servir como “vacuna” frente al populismo de derechas. Además de que la construcción de un relato nacional distinto, “progresista, “popular”, “democrático”, “feminista” y “plurinacional”, ha avanzado muchas posiciones, pero aún no las suficientes. El resurgimiento de VOX va a abrir debates muy intensos en el seno de sus movimientos políticos, y sólo fijarse en los ejemplos de Mélenchon y Corbyn podría salvarles. Al fin y al cabo, a espera de ver los frutos de la estrategia de Sahra Wagenknecht en Alemania, han sido los únicos capaces de frenar el surgimiento de estas fuerzas dextropopulistas. Desestimar la fuerza de el discurso de VOX no es nada aconsejable. En las condiciones sociales, políticas y culturales que atraviesa nuestro país es sumamente poderoso y puede hacerle avanzar posiciones con facilidad, y eso es algo que hay que asumir cuanto antes.

3- VOX, “la veleta naranja” y “la derecha blandita”

VOX entiende que para crear una base electoral sólida y crecer tiene que mantener una discurso duro frente a Ciudadanos y el Partido Popular, incluso después de ver al Sorayismo derrotado. Por eso se ha dedicado a pensar como señalar las fallas y las contradicciones que molestan a la base social de la derecha. En el caso de Ciudadanos, su falta de constancia y coherencia a la hora de posicionarse y su torpe ambigüedad a la hora de hablar de temas que, en los círculos a los que VOX pretende movilizar, pesan enormemente. En el caso del Partido Popular, el haber abandonado los valores de la derecha durante más de 10 años de retroceso en sus posiciones políticas clave; la “huída al centro” de Soraya y Mariano. Por eso a Ciudadanos le llaman “la veleta naranja” y al Partido Popular “la derecha blandita”; y por eso se esmeran tanto en poner esos apodos en circulación hasta hacerlos resonar por cuantos más círculos y niveles posibles. Es una batalla clave para ellos. Como la de hacerles ver como impotenetes e incapaces. Necesitan explotar la idea de que cada uno por una razón, resultan inútiles como herramientas para defender a lo que ellos consideran amenazas fundamentales (e.g. “la ideología de genero”, “la inmigración masiva”, “el auge de la extrema izquierda”… y un largo etcétera).

De esta necesidad de confrontar a las dos grandes fuerzas de la derecha Española, surge un problema fundamental: si VOX se centrase meramente en buscar como erosionar o deteriorar a ambos partidos para rescatar algo de sus ruinas, el espacio político de la derecha se contraería y saldrían perdiendo a la larga. Por eso han descubierto, aunque no lo sepan aún poner en práctica, que también han de asumir la tarea de compaginar esta dureza con el resto de fuerzas de la derecha con una “competencia virtuosa” (como diría Errejón)  por ampliar el espacio de la derecha. Esto es algo que Casado también entiende; de hecho durante su campaña en las primarias repitió hasta la saciedad que su proyecto no iba a dedicarse meramente de representar a la derecha ya existente, ni a moderarse hacia el centro, sino a ampliar el espacio que él representaba desbordando lo que és. Ahora toca ver el grado de destreza que muestran unos y otros para ponerlo en práctica. VOX se juega mucho con esto; si permanece en una mera posición beligerante y de desafío sin pensar estratégicamente en desplazar los temas de debate, los registros y los códigos de la derecha hacia su terreno, se suicidará políticamente; o al menos se tendrá que resignar a sacar un resultado mucho peor del que potencialmente pudieran tener. Conviene recordar que de momento, es una de las dos cosas más importantes que están sobre la mesa para VOX, aparte de la de conseguir ser visto como capaz de entrar a las instituciones y determinante para formar alcaldías y gobiernos (al menos el de la comunidad de Madrid). VOX no va a hacer un sorpasso mágicamente pasando de la irrelevancia a la vanguardia de la derecha española solo por haber llenado Vistalegre, esto es algo claramente evidente. Pero si que podría determinar las líneas de muchos debates gracias a su inercia, su actividad bulliciosa y el foco de la prensa. Están por el momento en esa fase, la misma que vivió Podemos tras las Europeas. Y aunque no está claro cómo de bien lo van a hacer, podrían sacarle mucho provecho. Amanecer Dorado en Grecia, el Frente Nacional en Francia, o UKIP en Reino Unido ya lo han vivido también en sus momentos; cuando no puedes marcar la política del gobierno, lo más inteligente que puedes hacer es marcar los términos del debate. Y eso es lo que van a intentar.

Santiago Abascal y Albert en una imagen de Twitter, en 2012

Aun así, está claro que ningún partido populista de derechas, populista o no, ha crecido limitándose a competir en el espacio conservador. Intuyo que por eso VOX aspira a abrir pequeñas brechas en los electorados de otros partidos (inclusive los progresistas) y deshielar en la medida que pueda la abstención hablando de temas como la inmigración y las fronteras que todos los grandes partidos han optado por ignorar, o tomando posiciones contra el feminismo o las autonomías. A diferencia de otros partidos populistas de derechas, VOX no puede jugar la carta estatista de reivindicar un mayor control de la economía nacional, retomar una vía proteccionista o confrontar la desigualdad social multiplicada por la estafa de 2008. Es, en el fondo y la forma, un partido liberal en lo económico, y entonces tiene que buscar en otros frentes la forma de romper la cartografía izquierda y derecha a algunos niveles en busca de votantes más allá de su propio terreno. Arrinconado, ha pensado encontrar la solución por ejemplo en la explotación de un sentimiento por ahora minoritario de “virilidad nacional” que se pudiera sentirse cuestionado ante el auge del feminismo, hablando de las “denuncias falsas” en términos alarmistas y cuestionando “la ideología del género” en líneas discursivas parecidas a las de Jordan Peterson, como si el feminismo en sí mismo se tratase de una ideología radical y peligrosa para la sociedad occidental. Este discurso antifeminista se aprovecha de muchos resentimientos o miedos de una parte de la población masculina que ve con preocupación, ira o vértigo el auge que el feminismo tiene desde el 7N de 2015, y se extiende también a otros niveles del debate. Se ve por ejemplo en la contestación al independentismo, que muchas veces es pintado como un desafío a la “hombría del estado” y su autoridad. Algo que a la derecha americana, como explica la autora Bonnie Mann, ya le ha funcionado contra la insurgencia islámica cuando la representó como un ataque al “national manhood”, la posición de Estados Unidos como patriarca mundial. Más allá de lo que piense uno de este discurso en términos morales, se basa en una estrategia que se ha mostrado profundamente efectiva en el resto de países de occidente donde fuerzas populistas de derechas han saltado a la palestra, y en algunos casos, no solo han saltado a la palestra si no que han salido de la marginalidad para convertirse en “el nuevo mainstream”. El poder en las calles “la España feminista” que se vió el 8 de Marzo tiene uno de los mayores potenciales políticos de nuestro país. Pero eso no “vacuna” a España de la posibilidad de enfrentarse a un auge de fuerzas nítidamente antifeministas y populistas de derecha. Para acabar con esa posibilidad la nueva hegemonía social del feminismo tendría que ser capaz de colocar a los populistas de derechas como una excepción amenazante y no como algo verdaderamente representativo del ser nacional. Es decir, elevarse a una posición verdaderamente hegemónica en la que reivindique para sí una imagen actualizada de país en la que lo contrario a la normalidad, lo contrario al sentido común, sea el discurso de VOX. Pero instalar esa idea en el imaginario colectivo es una tarea complicada que consumirá mucho tiempo y esfuerzo a quienes tienen una idea distinta de España.