Por Daniel González y Pedro Rojas Oliveros

El Acuerdo de Paz celebrado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP supuso para Colombia un momento de transición. No sólo estamos atravesando un camino complejo de la guerra a la paz, sino que estamos definiendo nuestro futuro como sociedad. No se trata, exclusivamente, de una inflexión política sino de un cambio de época. Nos encontramos en un mientras volátil entre el antes que nos brindaba la certeza de la guerra contra las FARC como horizonte de sociedad y un después incierto, en el que no tenemos muy claro hacia dónde debemos ir ni en qué podemos creer.

A continuación, proponemos algunas reflexiones sobre las que consideramos son las dos características más importantes de este momento de transición: en primer lugar, la crisis de legitimidad del proyecto político liderado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez, la cual toma forma hoy en la crisis de gobernabilidad de Iván Duque y, en segundo lugar, el ciclo de movilizaciones sociales que tiene lugar en el país desde 2016 y que toma forma hoy a través del #21N. Consideramos que un análisis estratégico de estos fenómenos puede ser de utilidad para hacer frente a la incertidumbre del futuro y construir así un nuevo proyecto de nación.

El otoño del patriarca

“¿Me olvidaron? Si me olvidaron digan de una vez, porque me amarro una piola en la nuca y me tiro al Magdalena”, decía Álvaro Uribe Vélez a los habitantes de Magangué (Bolívar) durante un acto de campaña previo a las presidenciales de 2018. Esta frase la va a repetir en otros municipios de la costa caribe en los que acompañó a su candidato, Iván Duque. Encontramos allí a un Uribe en pleno otoño, el líder que dominó la política colombiana durante los últimos veinte años pide no ser olvidado: ve en peligro la vigencia de su papel en nuestra historia.

La política está atada a las narrativas que orientan a nuestras sociedades. A partir de ellas le damos sentido a lo que ocurre. En esas narraciones aparecen personajes, tramas, misiones y objetos que conforman una historia. Durante los 20 años de hegemonía del uribismo, la historia reciente de Colombia se ha contado como la de aquel país que, cansado de las barbaridades del terrorismo, decidió elegir a un valiente justiciero antioqueño con la difícil misión de combatirlo y devolverles la seguridad a los colombianos. La misión era tan importante y difícil, que la temerosa Colombia exculpó al valiente justiciero para utilizar algunas maniobras non sanctas para que cumpliera su misión. Este relato le permite al uribismo ganar las elecciones presidenciales de 2002, 2006 y 2010, y convertir a su líder en el conductor moral e intelectual de los colombianos.

Durante los 20 años de hegemonía del uribismo, la historia reciente de Colombia se ha contado como la de aquel país que, cansado de las barbaridades del terrorismo, decidió elegir a un valiente justiciero antioqueño con la difícil misión de combatirlo y devolverles la seguridad a los colombianos

Dice el ensayista catalán Eloy Fernández Porta que “la codificación de las emociones es el grado cero de la política” y el uribismo parece entenderlo perfectamente. Recordemos esa confesión de Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña del No para el plebiscito, horas después del apretado triunfo en las urnas: “buscamos que la gente saliera a votar verraca”. En la narrativa uribista, Colombia desempeña el papel de la bella y vulnerable princesa que siempre está amenazada: por un dragón, por la bruja malvada o por alguna rival que envidia su fortuna. Es por esto por lo que la acción armada de las FARC era tan importante: sin malos no hay héroes. Son las emociones de ira y miedo producidas por la sensación de amenaza las que legitiman el proyecto político de Uribe.

Esto nos permite acercarnos a entender la importancia que supone el proceso de paz para Colombia: no sólo implica la transición de una sociedad en guerra hacia la paz, sino que a su vez rompe con la narrativa de la seguridad democrática. El tránsito de las FARC a la legalidad, no sólo arranca de la exitosa trama uribista al eficaz antagonista que amenaza a la princesa, también le arrebata la misión al héroe. Uribe, como héroe de guerra, ya no es funcional para una Colombia en tiempos de paz.

El acuerdo de paz ha obligado al uribismo a reinventarse. Al principio, en plena negociación, como partido de oposición, introdujo una nueva amenaza en su relato, el “castro-chavismo”. Como sabemos, esta narrativa actualizada le permitió conservar su monopolio sobre las emociones de los colombianos por un rato más y ganar el plebiscito del 2016 y las presidenciales de 2018, pero por un margen mucho más estrecho en comparación con sus victorias anteriores. Además, mes a mes las encuestas de percepción nos muestran el descenso en la favorabilidad de Uribe. Sus múltiples y constantes visitas a los estrados judiciales contribuyen con el descrédito. El acuerdo de paz le amarró la piola en la nuca al otrora héroe que ahora se resiste a sumergirse en el Magdalena.

El tránsito de las FARC a la legalidad, no sólo arranca de la exitosa trama uribista al eficaz antagonista que amenaza a la princesa, también le arrebata la misión al héroe. Uribe, como héroe de guerra, ya no es funcional para una Colombia en tiempos de paz

#21N No Futuro

Se ha extendido la idea de que el #21N responde a una indignación generalizada hacia el gobierno de Duque. Esto es cierto en gran parte, pero si ampliamos la perspectiva encontraremos que ambos hechos, el descrédito del presidente y la movilización social, tienen relación directa con el otoño del patriarca. Paradójicamente, el regreso del uribismo al Palacio de Nariño lo hizo más débil. Iván Duque no ha logrado mostrarse como líder ni construir una historia que involucre a los colombianos. No existe un relato que le dé sentido a su presidencia: no presenta una misión por cumplir, no hay un futuro por el cual luchar sino más bien un presente bastante confuso.

Antes de los Acuerdos, el relato de la seguridad democrática operaba como sentido común de los colombianos y contenía una sugestiva promesa de futuro. Según esta promesa, cuando el héroe consiguiera derrotar militarmente a las FARC todos los problemas del país desaparecerían, todo sería felicidad y ríos de miel. Uno de los triunfos estratégicos de Uribe fue el de ofrecerle a los colombianos un rumbo, un norte ideal al que sólo él podía conducirnos. Pues bien, el final de la guerrilla llegó (no por gracia de Uribe El Héroe, sino de Santos El Traidor), las FARC dejaron de combatir y, como dice la canción, “ese mundo perfecto aquí nunca llegó”. Desarmada la guerrilla, la violencia sigue escalando, la corrupción sigue galopando, la economía no mejora y los ríos de miel jamás corrieron. Además, la desmovilización de las FARC no supuso, como profetizó el uribismo, entregarle el país a su Secretariado o convertirnos en una segunda Venezuela. El Acuerdo de Paz puso en jaque las máximas y las amenazas de la narrativa uribista.

Desarmada la guerrilla, la violencia sigue escalando, la corrupción sigue galopando, la economía no mejora y los ríos de miel jamás corrieron

El sociólogo neoyorquino Sidney Tarrow utiliza el concepto de “estructura de oportunidad” para describir las características que presenta un entorno político, las cuales incentivan a la gente a llevar a cabo acciones colectivas. Desde su etapa de negociaciones, los Acuerdos de la Habana alentaron la emergencia de nuevos actores sociales que han venido desplegando los más diversos repertorios de acción colectiva para defender sus intereses. El Acuerdo inauguró un nuevo ciclo de movilizaciones sociales en Colombia y el #21N es sólo una fase de este.

Ese ciclo empieza con repertorios de acción colectiva (comités, mítines, redes virtuales, conversatorios, etc.) que promovieron ciudadanos, partidos, grupos de presión, entre otros, para hacer campaña al Sí y al No en el plebiscito del 2016. Con el triunfo del No, los comités promotores de los acuerdos se declararon en asamblea permanente y se concentraron en organizar desde barrios y universidades formas de presión para que Santos solucionara el embrollo que él mismo había creado. Al mismo tiempo, grupos evangélicos y católicos se tomaban las calles de algunas ciudades del país denunciando que los Acuerdos eran un caballo de madera que traía consigo los horrores de la ideología de género, el aborto a la carta y el tenebroso matrimonio igualitario. Luego vino la contienda para las presidenciales y la campaña de Petro que convocó a miles de personas en las plazas de sus ciudades y obligó al uribismo a ir a una segunda vuelta para definir la presidencia. El establishment en pleno tuvo que cerrar filas en torno a Duque y promover el miedo para detener el enjambre de abejas que había desatado la campaña de Petro. Vino también el masivo apoyo popular a la consulta anticorrupción con firmatones, plantones, y activismo en redes. En las más recientes elecciones regionales y locales se puso en jaque la sombra de Uribe en varios rincones del país, a tal punto que el mismo líder tuvo que salir a reconocer públicamente sus derrotas. Y llegó el #21N.

El 21 de noviembre de 2019 la sociedad colombiana acudió a la convocatoria de paro nacional que hicieron sindicatos, organizaciones sociales étnicas, organizaciones de estudiantes universitarios y partidos de oposición. Las motivaciones para la convocatoria fueron amplias porque, justamente, el quiebre en la narrativa hegemónica del uribismo ha permitido que nuevas demandas ocupen la agenda pública y pongan en jaque el sentido común de nuestra época. Ni el cambio de día en el calendario ni la estrategia del miedo en la noche del viernes 22 acabaron con la convocatoria del 21. El chico se alargó, las cacerolas siguieron haciendo ruido y durante casi un mes tuvimos #21N. Pero como dice la canción, “Llegó diciembre con su alegría mes de parranda y animación, en que se baila de noche y día y todo es juergas y diversión” y el impulso de la movilización cesó.

El #21N tiene una importancia estratégica superlativa, pero se agotará. Debemos entenderlo como una etapa de ese ciclo de movilización social que se abrió en 2016 y que viene mostrando su vitalidad a través de un variado repertorio de acción colectiva: marchas, plantones, conciertos, cacerolazos, campañas en redes, fiestas; pero también alianzas electorales, liderazgos alternativos, asambleas, nuevas formas de organización política… La lista es nutrida, lo cierto es que tarde o temprano este ciclo de movilizaciones en el que surge el #21N, deberá transformarse en otra cosa. La pregunta es: ¿en qué queremos que se transforme?

Debemos entender el #21N como una etapa de ese ciclo de movilización social que se abrió en 2016 y que viene mostrando su vitalidad a través de un variado repertorio de acción colectiva: marchas, plantones, conciertos, cacerolazos, campañas en redes, fiestas; pero también alianzas electorales, liderazgos alternativos, asambleas, nuevas formas de organización política…

La estrategia del caracol

La estrategia del caracol, película colombiana escrita y dirigida por Sergio Cabrera, nos cuenta la historia de los inquilinos de la casa Uribe, una antiquísima vivienda ubicada en el centro de Bogotá, muy cerca del Palacio de Nariño. En la casa Uribe funciona hace más de medio siglo una pensión administrada por una señora bastante conservadora que ocupa la casa desde hace mucho tiempo y donde viven, entre otros, un viejo anarquista español exiliado desde la guerra civil, un veterano estudiante de derecho, una joven travesti, un culebrero desplazado del Urabá y un comunista recalcitrante. Todas, personas sin más capitales que sí mismos y sus vecinos. Un día, aparece el Doctor Holguín, un burgués bogotano, hombre de negocios y portador de la estirpe Uribe, dueños originales del inmueble. La estrategia del caracol es la historia de la lucha entre los inquilinos de la casa Uribe y el Doctor Holguín por la propiedad de la casa. Y más que eso. Es la historia de una gente que no tiene nada de nada, enfrentándose a un tipo que tiene todo el dinero y la influencia para lograr lo que quiera ¿Qué pasa al final? Bueno, sin hacer spoiler a quienes no la han visto, adelantamos que la única forma en que los inquilinos son capaces de enfrentar a su poderoso enemigo es a través de una estrategia, la estrategia del caracol: creatividad, planeación, persistencia, sorpresa y, ante todo, acción colectiva. Solamente sumando esfuerzos, capitales y fijando un objetivo común es posible desafiar y derrotar a los adversarios más poderosos.

Así, planteamos que el otoño del patriarca y la consecuente irrupción del #21N deben cristalizarse en un nuevo relato nacional. Esto no es un mero movimiento de marketing, por el contrario, con ello estamos entrando al núcleo de la política. Nuestra propuesta es simple de poner sobre la mesa, aunque compleja para ejecutar, porque complejo también es el reto de disputar el relato a un adversario tan poderoso como el uribismo en torno al cual han cerrado filas empresarios, líneas editoriales de los medios masivos, élites regionales y, en general, todo el régimen político tradicional. A continuación, postulamos 7 elementos a tener en cuenta en clave del objetivo planteado:

  1. Entender la coyuntura en clave de estrategia política. Los momentos de auge en la movilización social, como el que estamos viviendo en Colombia, deben ser aprovechados para protestar, sí, pero también para construir. Estamos en un momento que demanda la articulación de los sectores que han encontrado en el ciclo del #21N un rito de catarsis. Cuando la movilización alcanza tal magnitud y transversalidad, es el momento para disputar lo que somos y lo que queremos como nación.
  2. Desescalar el lenguaje con el que se relacionan políticos, militantes y simpatizantes todos quienes se (auto)denominan como ‘alternativos’. “Tibios”, “mamertos”, “ardidos”, “polarizadores”, toda esa cadena de epítetos debe ser arrancada del lenguaje cotidiano. El lenguaje, como productor y reproductor de realidades es la primera herramienta para darle forma al relato.

Las movilizaciones se han visto opacadas por las disputas que se dan tanto en el espacio público, como en las redes virtuales entre líderes y simpatizantes de las distintas fuerzas políticas que han acompañado el #21N. Este es un momento para tender lazos, para crear nuevas certezas y para ampliar el campo político, no para ser malgastado en pugnas sin sentido que lo único que consiguen es poner el acento en las diferencias y blindar las puertas de sus respectivos movimientos políticos para que los que están adentro no salgan, pero para que tampoco nadie más entre.

iii. Conservar y fortalecer la transversalidad de la movilización. Esos rifirrafes amenazan con quitarle el ingrediente disruptivo al #21N: la transversalidad. Las marchas cada día se encaminan a dejar de ser el vivo clamor de una Colombia que busca un nuevo rumbo, para volver a ser el repetido y aburrido espacio de los ya convencidos.

Este momento de transición exige de altura en términos políticos. No es tiempo para develar la naturaleza de los que no son suficientemente progresistas, feministas, ambientalistas, o antiuribistas; tampoco es momento para abogar por una política sin extremismos. Estos discursos le desamarran la piola de la nuca al patriarca. Creemos, por el contrario, que el cambio de fase en el ciclo de movilización del #21N debe seguir siendo abierto. Dice la politóloga Chantal Mouffe que la democracia sólo es posible de construir manteniendo vivos los elementos de pluralidad que le anteceden. Esta no puede ser una estrategia pensada exclusivamente, desde el Parkway o desde la Universidad Nacional o desde el Congreso. Urge que todo lo que produzca este ciclo de movilización cuente con enfoques territoriales, étnicos y, en general, con cualquiera que se sienta excluido del régimen político tradicional que representa el uribismo.

La transversalidad debe ser la base sobre la que se debe asentar la construcción de una nueva voluntad colectiva y para ello, debemos dotarla de un relato que nos interpele a todos/as

La transversalidad debe ser la base sobre la que se debe asentar la construcción de una nueva voluntad colectiva y para ello, debemos dotarla de un relato que nos interpele a todos/as. Esto parece no entenderlo los dirigentes de lo que llamamos los “sectores alternativos”.

  1. Definir y dar sentido al campo político, es decir, identificar y dar lugar a los actores, estrategias y discursos que hacen presencia en la política nacional. Esta tarea, gira en torno a disputar lo que significa ser colombiano/a. Es escribir una historia distinta, encaminarnos hacia nuevos objetivos y formas de vida. Siguiendo al lingüista francés A. J. Greimas, el relato nace de simples oposiciones o diferencias. Oposiciones como vida/muerte, claro/oscuro o paz/guerra hacen parte de una estructura narrativa que hace del relato algo inteligible. En los relatos estas oposiciones se convierten en valores que son atribuidos a sujetos u objetos dentro de una historia. Esta atribución de valores es importante porque dota a los actores de identidad. Los jacobinos en Francia, por ejemplo, lograron instalar un ideal republicano a través de un relato en el que la noción de ciudadanía estaba anclada a los valores de libertad, igualdad y fraternidad. Las figuras políticas más destacadas del uribismo, a menudo con problemas judiciales, son a su vez presentadas como los “buenos muchachos”.
  2. Definir valores movilizadores. Para desarrollar el punto anterior son múltiples las opciones que podemos poner en juego. El mismo significante democracia puede ser disputado y plantear la oposición democracia/anti-democracia, o a su vez postular la oposición justicia/injusticia como el eje motor de nuestra narrativa. Estos valores, sin importar cuáles sean, constituirían el punto de partida para el despliegue de la nueva narrativa que planteamos. Desde allí podemos crear relatos en torno a un pasado común, posicionar a distintos actores en estos ejes y vislumbrar una misión que nos proyecte. Así, podemos plantear que: bajo un contexto de profundas injusticias (demandas reivindicadas en las marchas) el #21N fue un momento en el que la sociedad colombiana salió a las calles para luchar porque era justo. La justicia aquí, a diferencia del relato del No en el plebiscito, la presentamos ligada a la noción de democracia. La desfinanciación de las universidades públicas, el asesinato de líderes sociales, la reforma tributaria, etc., son injusticias con las que la nación colombiana tiene que lidiar en su cotidianidad y el futuro de la nación depende de superar ese estado de injusticia. De esta forma, los valores democracia y justicia, como vasos comunicantes de las manifestaciones, de la identidad de la nación y de la construcción de una Colombia que está por venir, nos permite cristalizar el #21N en un relato que avance hacia un nuevo sentido común en nuestro país. Así, la oposición al clamor de justicia del pueblo colombiano, es automáticamente entendida como un reverso democrático, como algo injusto.
  3. Definir una misión. Así como el declive del uribismo llega con la evaporación de su misión (acabar con las FARC y así devolverles la seguridad a los colombianos), un nuevo relato de nación implica la constitución de una nueva misión. Esto es responder a qué queremos como país. Esa misión bien podría ser, como en el ejemplo anterior, la superación del estado de injusticia en el que nos encontramos. Ahora, eso hay que llevarlo a un plano más concreto. Para ello, la superación de ese estado de injusticia debe estar ligada a propuestas palpables que nos permitan vislumbrar un futuro posible y que representen la materialización de nuestro objetivo. Un ejemplo muy interesante es el que lleva a cabo Alexandria Ocasio-Cortez en los Estados Unidos con la propuesta de un Green New Deal. La crisis climática es aprovechada por la congresista para proponer un nuevo horizonte en el que se daría solución a esta crisis y al mismo tiempo se mejorarían las condiciones de vida de los estadounidenses. El Green New Deal se convierte así en el elemento simbólico y en la herramienta para un cambio en la política estadounidense.

Los valores democracia y justicia, como vasos comunicantes de las manifestaciones, de la identidad de la nación y de la construcción de una Colombia que está por venir, nos permite cristalizar el #21N en un relato que avance hacia un nuevo sentido común en nuestro país

vii. Afirmar, repetir y viralizar. Manuel Castells, experto en comunicación política, sostiene que los mensajes, las organizaciones y los líderes que no tienen presencia mediática no existen para la gente o, para ser más específico, para el público. “Antiguo ciudadano, actual consumidor”, canta el símbolo del punk en castellano Evaristo Páramos. Lo que dice Castells es que, en nuestros días, “sólo aquellos que consiguen transmitir sus mensajes a los ciudadanos tienen la posibilidad de influir en sus decisiones de forma que les lleve a posiciones de poder en el estado y/o a mantener su control en las instituciones políticas”. Esto no significa que se tenga que estar con el dedo en el gatillo, listo a disparar 60 trinos por minuto. Significa que, a partir de un nuevo relato, la tarea es repetir y viralizar sus mensajes entendiendo que el ecosistema de los medios de comunicación en Colombia está cooptado por grupos económicos contrarios a cualquier deseo de cambio. Es importante que desde los gobiernos locales de los alternativos, y también desde los colectivos, movimientos, comités y el activismo individual se cree y fortalezca una red de comunicación para combatir los imaginarios que defienden y reproducen los medios masivos.

A modo de cierre, hemos intentado ser tan claros como la extensión del texto nos lo permite. Queremos aclarar que nuestra intención no es decir que aquí está “LA VERDAD”. Bienvenido el debate, bienvenida la crítica. El reto que tenemos es muy complejo. Creemos en el cambio y en un mejor futuro, pero sabemos que eso no llega sólo. Por eso, parafraseando a uno de los inspiradores de estas páginas, debemos instruirnos, organizarnos, conmovernos. Que el largo otoño pueda convertirse en primavera.