Morning Sun de Edward Hopper

Por Javier Zamora García

Desde que comenzaron las medidas para paliar los efectos del coronavirus ha vuelto a la esfera pública un léxico que muchos creíamos amenazado: disciplina social, solidaridad, cuidados, comunidad, Estado de Bienestar. Incluso Pedro Sánchez ha recordado, para refutarla, la famosa frase de la política británica Margaret Thatcher, según la cual “La sociedad no existe, solo existen hombres y mujeres individuales y familias”. ¿Es posible que esta crisis pueda hacer regresar un viejo lenguaje atrofiado y maltratado durante las últimas décadas?

Para no ser demasiado optimistas, tal vez sea un buen momento para recordar que Cayetana Álvarez de Toledo realizaba unas declaraciones bastante significativas hace poco más de dos semanas. En la semana previa al 8M, comenzaba su discurso afirmando que no existe una ideología machista que someta a las mujeres por el hecho de ser mujeres. En esas declaraciones, Cayetana mostraba un interesante estrechamiento del lenguaje. Sus declaraciones daban a entender que ella no concebía hablar de estructuras como el patriarcado. Prefería hacerlo de personas concretas con nombres propios. Al hacerlo, sus palabras representaban el mundo como un lugar en el que solo hay poder cuando alguien manda. Es decir, cuando alguien ejerce su dominio de forma personal: “Juan ha decretado esto, así que Juan tiene la culpa de”; “Eva ha evitado encarar esto otro, así que Eva tiene la culpa de”. Me pregunto qué pensaría Cayetana de cómo exigir culpas a un nuevo nombre propio que este año acabamos de conocer (coronavirus), o cómo exigirá culpas a los nombres propios que se entrelazan en esta crisis global. En cualquier caso, las palabras de Cayetana no son las únicas que se aferran a estos nombres propios. Incluso en las antípodas de su posición política también hay quienes detrás de la opresión sistémica solo veían opresores de carne y hueso. Son los mismos que prefieren elucubrar antes que afrontar una complejidad de causas en la que participan actores, pero también actantes no humanos (un virus), inercias históricas (la globalización), fenómenos sociales (el comercio de animales salvajes). Los que siguen prefiriendo buscar al culpable en vagas teorías de la conspiración, teorías donde los culpables son tanto más remotos cuanto más compleja es la situación, claro, hasta que finalmente acaban difuminándose en salones oscuros envueltos de humo, mucho humo. 

Por eso tiene tanta importancia que regrese, en nuestras palabras, ese vaporoso ente que es lo social y que tanto parece rechazar Cayetana, para quien, tal vez, todo deberían ser nombres propios

No nos equivoquemos. Los nombres propios existen, y ser capaces de pronunciarlos es uno de los principales actos políticos. Cuando se señala a quien comete un daño, donde antes solo había malestar, sufrimiento, supervivencia, de pronto emerge el poder. Y también la resistencia. Señalar a quien provoca un daño fue importante antes de esta crisis y lo seguirá siendo después. No obstante, reducir el poder a nombres propios, como Cayetana, nunca fue suficiente. De ahí que, buscando la culpa –concepto religioso– se nos escape la responsabilidad –concepto político. Una responsabilidad que también se instala en instituciones, en el espacio que nos rodea, en el lenguaje que usamos, en las inercias, en el aprendizaje, en el movimiento (in)consciente de los cuerpos. Por eso tiene tanta importancia que regrese, en nuestras palabras, ese vaporoso ente que es lo social y que tanto parece rechazar Cayetana, para quien, tal vez, todo deberían ser nombres propios. 

Paréntesis 1: María es un nombre propio. María es mujer, y en la tradición bíblica, la mujer es representada como un ser culpable. Pero María es diferente al resto de las mujeres. María es inmaculada. 

Paréntesis 2: La idea de que María, como mujer, pudo concebir de forma inmaculada es un delirio teológico. Este delirio teológico se aparece, como María, cada vez que se reparten culpas y no responsabilidades.

Foucault también dejó escrito que el poder es todo aquello que estructura el campo de acción de los otros. Como, por ejemplo, un virus 

No sé muy bien si al filósofo Michel Foucault le gustaban los nombres propios. Acostumbraba a rubricar los textos con su nombre, y hasta escribió una entrada sobre él mismo en un diccionario filosófico, que además firmó con sus mismas iniciales – M. aurice F. lorence. Cuando no hacía esas cosas, Foucault investigaba. Le disgustaban las teorías de la conspiración, así que trataba de encontrar una explicación a preguntas como qué es el poder o de qué formas se ejerce en situaciones complejas. En esas situaciones, le parecía un error entender el poder como una cosa que unos poseían y otros no. Como los nombres propios. Trató de buscar respuestas, y algunas las dejó escritas. El problema es que no siempre fue ni demasiado claro, ni demasiado querido. Dos circunstancias que, supongo, explican el hecho de que fuera él quien acabara escribiendo una entrada sobre él mismo en un diccionario filosófico. Además de eso, también dejó escrito que el poder es todo aquello que estructura el campo de acción de los otros. Como, por ejemplo, un virus. 

Supongo que Cayetana también querría escribir la entrada sobre sí misma en un diccionario. Al fin y al cabo, decía Cayetana en aquellas declaraciones, no le gusta que hablen en su nombre. No sé muy bien por qué trabaja de portavoz, ni qué hará cuando necesite un representante legal, pero a estas alturas ya he insistido lo suficiente en que el lenguaje de Cayetana descansa mucho sobre nombres propios. Por eso, además de ver el poder solo donde hay culpables de carne y hueso, nos decía hace dos semanas que no se sentía parte de ningún colectivo. Supongo que eso lo aprendió en Inglaterra, donde después de estudiar historia, obtuvo su doctorado. Al fin y al cabo, recordando de nuevo a Margaret Thatcher: “La sociedad no existe, solo existen hombres y mujeres individuales y familias”. En otras palabras, nombres propios. 

Dicen que habitamos en un tiempo del yo. Es extraño que pueda volver la sociedad en un tiempo del yo, pero eso es también lo que dicen. Más que un nombre propio, yo es un pronombre. En este tiempo del yo, dicen, es más importante mostrar quienes somos que hacer cualquier otra cosa como las que solíamos hacer antes del coronavirus – viajar, cocinar, trabajar, ir al gimnasio, salir con amigos. Supongo que por eso, incluso después del confinamiento, siguen apareciendo listas de las películas que yo quiero ver, los ejercicios que yo hago, los libros que yo he recopilado. 

Todos somos vulnerables frente al coronavirus (aunque, en la práctica, algunos lo sean más que otros)

Cayetana es un yo, y hace dos semanas dijo que no se sentía parte de ningún colectivo. Dijo que tener órganos femeninos no le hacía sentirse ni más lejos ni más cerca de otras mujeres. Desconozco si la amenaza de este virus habrá hecho que Cayetana sea más consciente de algunos de sus órganos, como los pulmones. Lo que sí sé es que Judith Butler tiene los mismos órganos femeninos que Cayetana, y como Cayetana, lleva años haciéndose preguntas parecidas. Su respuesta es que esos órganos nos unen más de lo que creíamos. Para empezar, porque todos somos vulnerables frente al coronavirus (aunque, en la práctica, algunos lo sean más que otros). Para Judith Butler, los órganos son una metáfora.

Walt Whitman era poeta, y como poeta, escribía metáforas. Tal vez entre sus versos había alguna sobre virus. Tampoco lo sé. Lo que sí sé es que escribió aquello de: “Soy inmenso. Contengo multitudes”. Los poetas, como Walt Whitman, crean lenguaje. Por eso pueden decir que ellos mismos son al mismo tiempo multitudes y nombres propios sin miedo a contradecirse. Supongo que dentro de esa multitud que era Walt Whitman había alguien femenino y alguien masculino. Alguien solidario y alguien egoísta. Alguien que llora y alguien que ríe. Alguien que se siente solo y alguien que se siente acompañado. Supongo que también habría alguien que, alguna vez, tuvo miedo a morir por contagiarse de un virus. Incluso alguien que perdió a otro alguien. Eso le permitía a Walt Whitman sentirse parte de muchos lugares. Desde que estalló esta crisis, yo también me siento multitudes. En este pequeño espacio de confinamiento estoy siendo muchas personas dentro de un mismo nombre propio. También me siento parte de una multitud más grande, formada por otra gente que a su vez componen multitudes. Un conjunto de órganos expuestos, cada uno a su manera, a la vulnerabilidad que representa el coronavirus.