Ilustración: Joaquín Aldeguer.
Por Mario Caballero
La cifra de denuncias falsas por violencia de género, el número de inmigrantes irregulares en Andalucía o el porcentaje de voto en las Tres Mil Viviendas, son algunas de las informaciones falsas o engañosas que han aflorado en los últimos meses desde el entorno de VOX. Estos datos levantan controversia y confusión para alimentar su base de apoyos e introducir en la agenda debates más favorables a sus tesis políticas.
Han entendido que lo central en la disputa no tiene tanto que ver con la pugna por abanderar unas presuntas “verdades esenciales”, sino por la construcción de las mismas. Y así, que es clave la capacidad de determinar el campo de juego -los marcos, los términos, los valores que van a significar la discusión-.
En este escenario es donde el periodista oscila entre dos precipicios. En el peor de los casos, las prisas y la falta de mesura se concretan en noticias no contrastadas, de tal forma que los bulos consiguen engañarle y se cuelan en los medios de comunicación. En la perspectiva más optimista, el periodista verifica y contrapone la mentira por medio de métodos de verificación de datos, desmontando informaciones falsas y tratando de desvelar una verdad haciendo números. La paradoja es que estas soluciones no parecen tan contrarias llevadas a la práctica. A pesar de la inicial disparidad de los planteamientos, sus resultados han demostrado converger en importantes avances electorales a partir de calumnias y provocaciones que los medios han reproducido, aunque fuera para confrontarlas.
El problema que entraña la impugnación de un relato reaccionario a base de datos no es solo una incapacidad para articular nada por sí mismo, sino que buena parte de tales reprobaciones contribuyen a amplificar su mensaje, regalándole la agenda pública y asumiendo sus propios marcos. Sin saberlo, muchos periodistas y ciudadanos, trabajando para perseguir sus mentiras, ayudan a satisfacer las expectativas de VOX. Esta amplificación del mensaje otorga una mayor visibilidad a determinados actores políticos de la que hubieran tenido sin la ayuda del reproche a sus informaciones, y asienta cierta ilusión de un apoyo abrumador a las ideologías extremistas, que en la mayoría de casos emanan de posiciones subalternas sin capacidad de difusión mediática.
Han entendido su correlación de fuerzas bajo una hegemonía de batallas ganadas culturalmente, como la ley de violencia de género y del matrimonio igualitario, que contaban con una cierta ‘irreversibilidad relativa’, la cual se debilita en momentos de reflujo, cuando sus contrarios son capaces inaugurar nuevos debates contra ideas que eran ya de sentido común.
Cuanto más se repiten sus términos en medios y redes, aunque sea impugnándolos a través de verificaciones, más se asienta el relato conservador. Si los generadores de opinión se limitan a negar las mentiras de VOX, amplificarán el mensaje porque asumen un lenguaje determinado que activa marcos mentales, y por tanto, el modo de ver el mundo.
Cuando el presidente Richard Nixon dijo “no soy un ladrón” ante todo un país durante el Watergate, juntó su imagen con la de un ladrón. Estableció en el imaginario aquello que estaba negando, repitiendo el mensaje de sus adversarios. Es un ejemplo con el que el lingüista George Lakoff, enunciando “no pienses en un elefante”, nos obliga a pensar en un elefante. Aun negando el lenguaje, y negando el marco, evocamos ese marco. Si es cierto que se señalan sus falacias o falsedades, estas son irrelevantes en tanto que las consignas están proyectadas para satisfacer anhelos y certezas en ciertas audiencias, independientemente de la cifra que actúa como pretexto. Cuanto más se repitan las mentiras, por rebatidas que sean, más tienen por instalarse en el imaginario de quienes las escuchan.
Incluso los medios de comunicación más progresistas suelen actuar en función de la cuota de audiencia más allá de una línea editorial, dando lugar a una cobertura desproporcionada de la agenda reaccionaria. El periodista Pedro Vallín planteaba hace unos meses cómo evitar impulsar al fascismo desde los medios: “Si nos pasamos el verano dando espacios sin fin a la llegada de inmigrantes, como si viviéramos una oleada que no existe, da igual que el tratamiento sea serio y riguroso, el público creerá que tenemos un problema de inmigración”.
Se pueden mostrar hechos ciertos y empíricos para contrastar el discurso conservador, pero para dotarlos de sentido éstos tienen que encajar en los marcos de la gente. Si alguien quiere desmontar los argumentos de VOX a través de números y datos aislados sin una narrativa que los articule, reafirmará a los convencidos pero no enmendará las creencias de odio en sus partidarios, aunque estos lleguen a constatar y reconocer las falsedades.
La lógica racionalista y esencialista de buena parte de la izquierda, por la cual las posiciones están dadas, trata de “desvelar la verdad a un pueblo equivocado” para conducirle a sus verdaderos intereses objetivos. Lakoff explica que la gente no vota en función de sus intereses, sino de sus valores y su identidad, y por tanto, cualquier dato que desmonte el proyecto conservador es intrascendente en sí mismo.
Esto no significa que los periodistas deban ignorar las mentiras divulgadas. De hecho, no denunciar la información falsa no solo concede impunidad, sino que faculta a las informaciones más perjudiciales para avanzar en el terreno cultural. No se trata de una lógica de no prestar atención a estas corrientes para que desaparezcan por sí solas. Significa que debemos ser conscientes del altavoz que se puede otorgar a las ideas intolerantes como fruto de su estrategia, y denunciar sus falsedades señalando un horizonte más democrático. Un periodismo audaz y comprometido con la veracidad de la información es aquel capaz de marcar agenda propia sin asumir los marcos del discurso del odio.
Para Lakoff, los periodistas tienen la obligación de “estudiar el enmarcado y aprender a ver a través de marcos motivados políticamente”, esto es, darse cuenta de cuándo intentan llevarles a su terreno y sortear su estrategia virulenta. Así, el lingüista propone como solución un “sándwich de la verdad”, basado en la anteposición de un dato real en el titular y explicando la mentira posteriormente, en el cuerpo de la noticia. Esto tiene que ver con un discurso culturalmente dirigente, que no se define en relación al otro, sino que marca el rumbo.
La fuerza del relato reaccionario no estriba en la exposición aséptica de los datos, sino en la capacidad de producir cierta ilusión. Un relato del odio solo puede ser contestado en esos mismos términos para ser capaz de inaugurar un horizonte igualmente ilusionante.