Por Ismael Villa

Solemos pensar la Revolución de Octubre como un acontecimiento que marca (sin duda) todo el porvenir del siglo XX y que es indispensable para comprender el proceso de cambio político que se experimenta en todo el mundo a partir de este. Aunque normalmente, lo pensamos como una experiencia acotada en el tiempo, la cual no tuvo eco más allá de 1991 con la desintegración de la URSS y la caída del muro de Berlín. En absoluto es así. Es imposible analizar con precisión el escenario económico, político, social y cultural en el que nos encontramos sumergidos en el siglo XXI sin tener en cuenta las reminiscencias que siguen teniendo peso a día de hoy, con respecto a lo que fue la Revolución de Octubre. Ahora bien, si este punto de inflexión en la historia, ha de ser tenido en cuenta para comprender todos estos planos, para entender el panorama geopolítico actual, y el que desembocó en su tiempo, se hace más necesario todavía.

Entre los años finales del siglo XIX , y los primeros del XX, se da probablemente uno de los períodos geopolíticos más interesantes e intensos de la historia: el del imperialismo formal. Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos habían conseguido expandir su novedosa estructura política -el Estado-nación europeo- más allá de sus fronteras, creando toda una serie de instituciones y mecanismos que generaban un nuevo escenario dicotómico de dominación a nivel global: el de la metrópoli frente al de la periferia o la colonia. Igual es difícil determinar qué actor hegemonizó este periodo, ya que de manera multilateral se pusieron las cuatro a la cabeza del desarrollo industrial, a costa del expolio de las regiones de América Latina, África y Asia dominadas; sirviéndose de esto para protagonizar militarmente la Primera Guerra Mundial, con gran diferencia, frente al resto de países que participaron.

En medio de este escenario bélico, cuando nadie, tras el fracaso del conato revolucionario de 1905, mantenía la esperanza de que la revolución continuara adelante, se toma el Palacio de Invierno, el pacto de Brest-Litovsk se firma, Rusia se retira y se termina al poco tiempo la guerra.

Desde entonces, hasta 1945, cuando se empieza a producir un más claro avance de posiciones por parte de la URSS, se transita por un margen de tiempo con un importante carácter de empate catastrófico gramsciano: el imperialismo formal no terminaba de irse, pero estaba claro, que la Revolución de Octubre impulsaría una nueva era a nivel geopolítico.

Sin embargo, aunque este avance de posiciones a nivel de expansión territorial no se diera hasta entonces, hay que tener en cuenta, que los cambios geopolíticos no sólo tienen que ver con determinar lo más cuantitativo y lo más concreto a nivel de las relaciones de poder en el espacio, sino que también tiene que ver con lo cualitativo, con cómo van surgiendo nuevos imaginarios que se consolidan. Un imaginario geopolítico, en el que el espacio no se entiende de modo relacional a la propiedad privada como sí ocurre en el capitalismo; en el que la tierra y los recursos , que son básicos para el desarrollo y el bienestar de todo un país, no se supeditan al enriquecimiento de una oligarquía ; o cómo más allá de dar prioridad a los espacios en donde se da la producción, se entiende que al mismo nivel o por encima, están los espacios ligados a la reproducción… ¿Cómo fue este imaginario geopolítico basado en estos y otros ejes? Aunque llegase a estar expandido en casi la mitad

del globo, por desgracia, o por el momento, no podemos decirlo, ya que a todos esos documentos de Estado y toda esa bibliografía producida en el bloque socialista, no se ha podido tener acceso, lo cual hace complicado determinar cuál fue esa visión espacial del mundo.

No obstante, hay otra parte más importante aún de este nuevo periodo geopolítico, no tanto por los cambios en las correlaciones de fuerzas a nivel global, si no por lo que ha llegado desde entonces hasta nuestros días. Como el propio David Harvey afirma: “Con demasiada frecuencia, se ha dado por supuesto que el marxismo

tenía que ver principalmente con la Unión Soviética o con China; en cambio,
lo que yo quería sostener es que tenía que ver con el capitalismo, que
es exuberante en Estados Unidos, y que esto es lo que debía ser prioritario
para nosotros”. Además de entender la expansión del marxismo en este periodo, es necesario también ver cómo se plasmaron los movimientos y prácticas que desplegó en aquel momento Estados Unidos y cómo han trascendido hasta hoy.

Está claro, que las intervenciones militares que sigue teniendo a día de hoy en oriente medio, la colaboración con los gobiernos de Colombia y Perú, frente a Venezuela, o con el gobierno de Ucrania, frente al conflicto en la cuenca minera del Donbass, así como el apoyo a Japón y Corea del Sur, frente a Corea del Norte y China, tienen su origen en la doctrina de Kissinger de la “contención” y del “efecto dominó”. Sin duda el apoyar el golpe de Pinochet, financiar a la contra en Nicaragua, el apoyo militar a los muyahidines o invadir Vietnam, no fueron actuaciones aisladas que sólo formaron parte de la Guerra Fría.

Aún así, salvo el caso de Vietnam, a partir de 1917, las formas de intervención y dominación imperialista nunca volvieron a ser las mismas, se transitó del imperialismo formal al imperialismo informal. Los acuerdos de Bretton Woods, bajo la excusa de un “win-win” económico a nivel global, sirvieron para asentar todas las instituciones supranacionales (BM, FMI, OMC…) que siguen condicionando cualquier cambio político en cualquier región del mundo a través de distintos mecanismos, como el de la deuda de los Estados, el cual precisamente, se empezó a implementar en este periodo, a través de la inversión en la financiación de deuda externa, por parte de las élites bancarias neoyorquinas, partiendo de los beneficios que habían obtenido durante la Guerra del Golfo.

Igual la URSS, a nivel geopolítico, no juntó los elementos necesarios para doblar el brazo a Estados Unidos, más allá de 1991, tanto en un cambio espacial como en un cambio de imaginario. Aún así, se hace imposible que entendamos el escenario geopolítico global actual, si no valoramos lo que supuso la Revolución de Octubre de 1917.