Comisión Delors, 6 de enero de 1986 // Sacada de la ‘European Commission Audiovisual Library’

Por Marta Thinnes 

Ahora que el feminismo ha mostrado su músculo de movilización y ha empezado a permear todas las capas de la sociedad, parece que es el adjetivo coletilla que añadir a cualquier proyecto. ¿Cuántas veces hemos oído proclamas electorales prometiendo la defensa de los derechos de las mujeres? ¿Cuántas veces hemos leído en final de artículo que necesitamos una ciudad, un país, un continente feminista? ¿Cuántas veces el hombre blanco de turno ha puesto esa etiqueta a cualquiera de sus teorías?

¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué significaba eso exactamente?

Con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina -aparte de todas las citas electorales de este año- , volverán las soflamas garantizando la lucha por una Unión Europea feminista. Y como creo que no soy la única que interiormente duda sobre qué demonios entraña esa afirmación, podemos adelantar un par de hipótesis.

Se puede empezar con unos cuantos nombres: Altiero Spinelli, Robert Schumann, Jean Monnet, Walter Hallstein, Paul-Henri Spaak. Salta a la vista que los que fueron los arquitectos de la construcción europea en la década de los 50 fueron exclusivamente hombres. En las primeras negociaciones, lideradas por los perfiles –no muy inclusivos- de Konrad Adenauer y Charles De Gaulle, ni una sola presidenta o ministra de asuntos extranjeros estuvo presente.

El « club de chicos » sigue igual, cincuenta años más tarde. De 27 comisarios –algo así como los « ministros » del presunto gobierno que representa la Comisión- sólo 8 son mujeres, y eso gracias a la presión que, irónicamente, ejerció Juncker (el presidente) en 2014.  Únicamente 37% de los eurodiputados son de género femenino. Hablar de la gobernanza económica ya suena a broma: recientemente, los Verdes crearon polémica al criticar el hecho que los altos puestos de las instituciones financieras europeas, como el BCE, eran ocupados únicamente por… hombres. Qué sorpresa.

Ya lo dijo Margot Wallström, antigua Vicepresidenta de la Comisión: la Unión Europea sigue siendo una casa dominada por el « reino de los hombres viejos, decidiendo a puerta cerrada » sobre cómo es la estructura y quién entra en cada habitación. El primer paso, pues, para una Europa feminista sería que hubiera mujeres en la foto.

El problema es que la acción de Bruselas parece centrarse exclusivamente en ese aspecto. El pasado 7 de marzo, con motivo del 8M, las instituciones organizaron múltiples actos sobre la participación de las mujeres en política. Se escucharon discursos inspiradores, anécdotas de eurodiputadas y una cantidad increíble de arengas dirigidas a universitarias blancas de clase media. Que ya es un paso, sí. Pero que se queda cortísimo.

El momento más surrealista de la jornada fue cuando intervino Kolinda Grabar-Kitarovic, la presidenta croata. Estuvo hablando durante veinte minutos sobre los sacrificios y las dificultades enfrentadas para haber podido romper el techo de cristal; olvidando, por supuesto, sus propuestas antiinmigración, que implican que sean las mujeres migrantes las que limpien sus cristales rotos.

La reivindicación de la paridad se utiliza, pues, principalmente para evitar atajar la raíz del problema. Es vital, por lo tanto, que para que nuestra visión de una Europa feminista no se quede en ese feminismo del 1%, no olvidemos otro elemento imprescindible: la introducción de la perspectiva de género en las políticas públicas europeas, internas y externas.

Esto es algo que en teoría –en teoría, Lisa- ya existe. A partir de 1996, los dirigentes europeos trataron de saldar sus deudas con la igualdad entre hombres y mujeres con la adopción de lo que llamaron el « gender mainstreaming ». Este enfoque implica incluir la diferenciación por género en toda política y actividad de la Unión, exigiendo por tanto a todos los actores políticos de incorporar la perspectiva de género de manera deliberada y consistente en todo nivel de todo proceso de políticas.

Suena a jerga de Bruselas y ha tenido el efecto inherente a ello: hablar mucho y hacer poco. Así, su implementación ha sido problemática e inefectiva, tanto por resistencia institucional como por falta de capacidad y capacitación del personal. Peor aún: ha sido instrumentalizado para justificar la dilución de las políticas sociales, en particular en las cuestiones relacionadas con el género, como prioridad de la UE.

Esto nos lleva a nuestro argumento principal: el elemento central de la construcción europea es la economía, y es ese flanco el que debemos atacar. Numerosas académicas feministas, inspiradas por el marxismo, ya dijeron en su momento que la Unión era un aparato neoliberal que desventaja a las mujeres a partir del momento en el que desprecia la necesidad de una política social supranacional. Las medidas de igualdad de la UE se han centrado exclusivamente en incorporar a la mujer al mercado de trabajo y en establecer términos similares a los hombres en materia de seguridad social. Sin embargo, dejan totalmente de lado nuestra posición en las esferas familiares y reproductivas.

Esta agenda neoliberal ha empeorado aún más con la crisis económica, que además de afectar ya de por sí de manera desproporcionada al género femenino, ha sido confrontada con medidas de austeridad que han reducido a la nada el presupuesto destinado a las políticas sociales y de igualdad, y han relegado estas problemáticas a los márgenes del debate político.

Dichas medidas, sin embargo, no han tenido el resultado prometido, sino que han llevado a una precarización del empleo y a un crecimiento económico tímido, a costa de nuestras vidas. Lo que argumentamos es que esta derrota del método neoliberal puede abrir la puerta a una reconsideración de los postulados económicos de la UE, esta vez a través de una óptica feminista: este fracaso puede permitirnos llevar el margen al centro.

En los países nórdicos llevan ya años convirtiendo sus países en economías de cuidados y privilegiando la inversión en sectores como la salud, la educación, y el cuidado de pequeños y mayores, aligerando la pesada carga sin salario que suelen llevar las mujeres. Estas políticas se han revelado exitosas, y deben ser el modelo a seguir por Europa en su conjunto.

¿Cómo se soluciona esto? Hay todo un decálogo de medidas ya analizadas por expertos, que van desde incorporar otros indicadores, cambiar las categorizaciones, modificar la gobernanza económica, incorporar las exigencias de género en las recomendaciones a los países, y un largo y tecnocrático etcétera. Pero se resume muy fácilmente: la inversión debe ir a los sectores mencionados anteriormente, y punto. Únicamente eliminando la agenda neoliberal y empujando hacia una economía de cuidados podemos construir una Europa hecha no sólo por, sino también para mujeres.