Aunque quizás se piense que no (o quizás ni se piensa), creo que solo hay dos tipos de libros: los que cuando te los acabas de leer te quieres suicidar (o te planteas la muerte) y los que no (y ya está). Esto sucede en el cien por cien de libros escritos. Por tanto de aquí se deriva otra conducta, porque si has leído un libro y no te quieres suicidar: o es malo o no lo has entendido. Por eso creo que el libro de Lucía Marín, No somos flores (Editorial Nazarí, 2017), es un libro de putísima madre.

El libro es un recopilatorio de cuentos que tratan sobre la mujer como sujeto, de su condición como seres vivos en esta sociedad asquerosamente machista. Es por tanto un libro que trata de supervivencia, trata de cómo nos afecta la muerte. Lucía Marín pone el acento en sus cuentos en situaciones que a menudo se pueden concebir como tópicos de la feminidad para hacerla añicos y dejar bien clara la inconformidad de las mujeres que aparecen en sus relatos a que se les imponga una actitud a lo largo de sus vidas. La autora consigue tejer una retórica que acompaña a la lectora a lo largo del libro en la que destaca el contraste entre el rechazo a la ya mencionada imposición de la actitud que se entiende por femenina, con el hecho de asumir resignadas que aunque el mundo fuese justo, para nada eso le daría sentido en sí a las actitudes absurdas y cotidianas de todo ser animal.

Por azares de la vida leí este libro el día después de ver un programa de televisión en el que pedían a mujeres, niñas, niños y hombres que hablasen sobre actitudes típicas del sexo opuesto. Aparecía el humorista Toni Moog diciendo cosas como que las buenas mujeres son más buenas que los buenos hombres, pero que las malas mujeres son infinitamente más malas que los malos hombres. Aparecían niñas, entrevistadas en una escuela, que decían que los chicos eran más brutos, reían más ruidosamente y les gustaban más las cochinadas. Pero claro al ser pequeñas no relacionaban esto con que a ellas de alguna manera se les había impuesto desde siempre una actitud en público más reservada, que ahora aguatan con paciencia e incomprensión pero que dentro de unos añitos estarán de la masculinidad hasta los mismísimos. Aparecían también mujeres diciendo que ellas en sus grupos de amistades en los que hay hombres y mujeres siempre era un hombre el notas, el gracioso etc. Y yo si hubiera tenido una pistola cerca pues me hubiera quedado a gustito pegándome un tiro en la cabeza. Pero por suerte y casualidad el día siguiente empecé con No somos flores y de alguna manera mi discrepancia con lo que vi en ese programa la noche anterior me sirvió muy bien de prólogo a lo que estaba a punto de leer.

El libro empieza con un cuento titulado “La mujer invisible”. Para nada el libro es de género fantástico, sino que es realista, pero en muchos de los cuentos empieza con la misma magia que requiere un cuento fantástico para arrancar. Este cuento en concreto empieza con la invisibilidad de una mujer. En un cuento fantástico dicho fenómeno hubiera constituido la realidad particular en ese universo de ficción, mientras que sin embargo en el cuento de Lucía Marín dicho fenómeno actúa sencillamente como metáfora y es en el vacío de la metáfora en donde construye la trama del cuento. Es el uso de la metáfora en el inicio de unos cuantos cuentos lo que se convierte en una característica de su estilo que, a mi modo de ver, consigue captar la atención de quien la lea. Por poner otro ejemplo, en otro cuento utiliza la metáfora de perder la sombra y así apunta hacia lo fantástico pero o abandona antes de alcanzarlo.

Es precisamente en el primer cuento del libro donde hay mucho de lo que todos estos relatos en su conjunto significan para mí. Es fantástico luchar por dejar de ser invisible por justicia, pero es que es muy razonable no querer nunca dejar de serlo, porque si existir en sí ya es una mierda, ser humano es todavía peor.

Otro de los rasgos a destacar del libro es la diversidad de narradores, cosa que me hizo pensar en muchas otras autoras. Por ejemplo Cristina Fernández Cubas, que ha publicado una gran cantidad de cuentos protagonizados por personajes masculinos; Milena Busquets, quien afirmó una vez que no es demasiado relevante o trascendental que un hombre escriba protagonistas femeninas puesto que Gustave Flaubert con Madame Bovary demostró que un hombre sabe describir una mujer a la perfección; y Virginia Woolf, quien decía que estaba (y está) muy jodida la posición de la mujer en el mundo básicamente porque precisamente hay una diferencia abismal entre hombres publicados y mujeres a lo largo de la historia, hecho por el cual implica que el imaginario colectivo a través de la ficción (y qué coño, en la ficción y todo lo publicable) ha sido diseñado por hombres, la feminidad inclusive.

Estos datos sobre dichas escritoras son cosas que tengo grabadas en la memoria como algo que me ha llamado la atención desde que me aficioné a leer. Es por tanto en No somos flores donde encuentro algo que estoy seguro no voy a olvidar y que para mí ya pone a Lucía Marín al mismo nivel que Busquets, Fernández Cubas y Woolf. Básicamente porque No somos flores me ha explicado muy bien cómo de mierda debe de ser que constantemente te digan y te juzguen por cómo tienes que ser o no.

Este libro me ha hecho pensar en Por mis muertos, de Flavia Company, y La marca de Creta, de Óscar Esquivias, por cómo tratan los tres la singularidad de lo discriminado y por el respeto, ánimo y apoyo cómplice en la diversidad de la orientación sexual, pero con una pequeña diferencia. Los libros de Company y Esquivias están bien, mientras que el de Lucía Marín es un espectáculo.

Ahora bien, lo más importante de este libro, que es seguramente lo más difícil de hacer a la hora de escribir, es que ni uno de estos cuentos son pretenciosos. Esto es algo imprescindible de entender para toda aquella quien quiera escribir, pues la tensión de un texto se halla en la atención del lector, no en una previa intención meditada del autor que convertiría el texto en pretencioso y por tanto basura. Por esta razón, que los cuentos de No somos flores traten especialmente sobre la condición desigual de la mujer en la sociedad actual o como ellas afrentan su día a día y no sean pretenciosos, es la mayor prueba de que Lucía Marín es una gran escritora.

Decía Sergi Pàmies en una conferencia con Eduardo Mendoza sobre ficción ambientada en Barcelona, que de aquí a un siglo si la gente busca libros escritos entre el 2010 y el 2020 se dará cuenta de que al menos en este período el tema sobre la independencia de Cataluña es algo que ha sido un debate candente y popular entre la sociedad más allá de la orientación política de cada uno. Asimismo, en la misma línea discursiva de Pàmies, espero que dentro de cien años se hayan publicado muchos libros como No somos flores de Lucía Marín.