Por Daniel Lane

Recientemente, se hizo viral un vídeo de Angela Merkel, en el que, en un mitin, un miembro de su partido zarandeaba una bandera alemana. La canciller, visiblemente enfadada, se apresuró rápidamente a quitarle la bandera y esconderla. Es paradigmático, en cambio, que si nos fijamos en España, es recurrente el uso de la bandera o la exaltación de símbolos nacionales en los actos políticos de muchos partidos. Desde Vox, donde la dinámica casi coercitiva impone la enseña de la simbología nacional, pasando por el PP o Ciudadanos, donde se usa un característico corazón con las banderas de la Unión Europea, de Cataluña y la rojigualda.

Es sorprendente cómo en España el uso de una bandera u otra es determinante a la hora de defender una ideología. Los sectores más reaccionarios de la derecha populista no se sienten cómodos con una bandera de la Unión Europea, mucho menos con una senyera. Lo mismo ocurre en actos de partidos de izquierdas, donde dependiendo de la identificación nacional es común el uso de banderas de la II República, la Senyera o la estelada. Sin embargo, el uso de una bandera usada por el “bando opuesto” es una verdadera ofensa. Esto se debe a la costumbre española de asociar toda bandera a una ideología muy concreta y que permite pocas modificaciones a los dogmas que nos impone y enjaula cada ideario. Intentaré arrojar un poco de luz sobre las ideologías que se esconden detrás del nacionalismo catalán, el nacionalismo español y los dogmas que se esconden detrás de exhibir la bandera española.

Primero, es paradójico como en España, donde el nacionalismo español es visto como algo inexistente o reducido a grupos de radicales, sea justo el lugar donde estos símbolos se usen en los actos de muchos partidos. Incluso más raro, es que no tengamos frecuentemente “una Merkel” entre nosotros que pueda cuestionarse si enseñar o exaltar símbolos patrios en un acto político es lo correcto. Existe la imperiosa necesidad en España de asociar la bandera a alguna ideología. Es evidente que cualquier bandera del mundo tiene un componente ideológico detrás o se asocia a un nacionalismo, ya sea estatal o periférico. Sin embargo, desde los nacionalismos estatales siempre se tiende a desprestigiar a los nacionalismos que no están escudados en estructuras propias de un Estado. Como dijo Antoni Bassas: <<el nacionalista siempre es el otro>>. Lo que se suele argumentar es que el único nacionalismo válido es aquel que tiene un Estado propio. Sin embargo, es complicado enjaular en doctrinas tan racionales a los nacionalismos que se caracterizan por tener un claro componente romántico o de sentimiento de apego a una comunidad cultural.

Por ello, siempre es interesante ver en qué argumentos se fundamentan los nacionalismos, que por su propia idiosincrasia son ideologías muy sujetas al romanticismo del concepto de patria, nación o pueblo. Por ejemplo, en el ideario del nacionalismo español se intenta alejar cualquier vinculación con el nacionalismo étnico, escudándose detrás del ambiguo término de “constitucionalismo”. Esta concepción le otorga un carácter cívico y una lógica racional, alejada de concepciones étnico-excluyentes. Esto se debe a que es más atractivo el mensaje nacionalista, en un mundo cada vez más multicultural y cosmopolita, desde perspectivas cívicas y marcos mentales amparados en sistemas jurídicos que desde una perspectiva étnico-excluyente que pueda asomar cualquier tendencia chovinista o xenófoba, siempre muy mal vista en la opinión pública.

La actuación policial del 1-O es la mejor prueba de cómo se construye un sentimiento identitario cívico. Este evento sirve de excusa perfecta para el nacionalismo catalán, que no concibe convivir con el nacionalismo español que pega a abuelas que van a depositar un papel en una urna. Mucho más fácil que afrontar un peligroso discurso étnico lleno de posibles contradicciones que pueda tener una potencial deriva chovinista. Excepto en grupos muy radicalizados con conceptos de nación muy excluyentes, ya no es atractivo en un grueso mayoritario de la población el discurso nacionalista que, conscientemente, es étnico o excluyente. Sino que el nacionalismo debe venir amparado en una mejora de las condiciones materiales o en marcos cívicos integradores para el conjunto de la ciudadanía. El nacionalismo de la CUP, y su popularidad entre la juventud catalana, es un buen ejemplo de ello. E incluso el nacionalismo exacerbado de Vox intenta ampararse en que un nacionalismo excluyente tiene un componente de progreso de las clases populares.

Está claro que, en la construcción de marcos ideológicos, hay pocas cosas que tengan tanto consenso como los símbolos. La bandera, el símbolo de exaltación nacional máxima, toma, sin embargo, un peligroso cariz excluyente en España. La acción de mostrarla en un acto político hace que la bandera española tenga un carácter partidista. Esto ocurre porque se usa en beneficio propio un elemento que pertenece exclusivamente a la esfera del nacionalismo inherente al Estado, el conocido como nation-building. Según esta teoría, impulsada por Harris Mylonas, entre otros, el proceso de construcción nacional se solapa con la esfera estatal y, tanto la integración nacional como las instituciones estatales se retroalimentan en el proceso de “construir la nación”. Mostrando la bandera estatal en un acto político, intrínsecamente, lo que se está haciendo es excluir a una parte de la población, la parte de la población que no comulga con el ideario del partido político.

Por lo tanto, empezamos a entender porque Merkel actuaría así. Merkel, al mando del poder ejecutivo alemán desde 2005 y líder de la CDU, partido democristiano, sabe que en la construcción del sentimiento nacional se debe incluir a todos. Es el Estado quien debe construir ese sentimiento, no los partidos. Los partidos defienden ideologías que están fuera de los marcos de la exaltación nacional. Mostrar la bandera sería innecesario y contraproducente para Merkel, porque crea un nuevo marco de tensión con sus rivales políticos. La bandera es de todos, no solo de la CDU. Si su uso es exclusivo a la CDU, el resto dejará de sentirse cómodo con su bandera.

En España, una bandera rojigualda es sinónimo de una ideología. De la misma manera, una bandera europea, una senyera o una ikurriña se asocian a ideologías. Enseñarlas es exhibir su ideología. Y más en lugares de tensión nacional donde el eje de pertenencia a una comunidad u otra tiene gran valor ideológico. Sin embargo, asociar símbolos patrios a una ideología es lo que hace que sea excluyente. Elucubrar y exaltar estos símbolos hace que el resto no quiera identificarse con ellos. Es decir, en el caso español, la apropiación por parte de la derecha de esta simbología del nacionalismo estatal aleja a muchos de la comunidad humana que podría representar la nación española. Además de sus instituciones, que acaban siendo un fiel reflejo de un nacionalismo español excluyente e ideologizado.

Para concluir, la acción de Merkel tiene una significación especial. Lo común no puede ser maniatado por exaltaciones identitarias con un fin partidista. La bandera pertenece al carácter subyacente del Estado, el cual es propiedad de todos los componentes de la comunidad humana que forman la nación. Por lo que apropiarse de los marcos de construcción nacional que le son conferidos al Estado es degradar la propia institución que representa la bandera.