En la frontera, Jorge Alemán, Gedisa, Barcelona, 2014, 125pp.

En este texto, el psicoanalista y poeta argentino Jorge Alemán, pone de relieve la importancia del psicoanálisis y la experiencia del inconsciente para plantearse la práctica política transformadora. Para hacerlo intenta conjugar, asumiendo la dificultad que tal cosa implica, autores como Marx, Freud, Heidegger o Lacan.

El autor nos habla de la necesidad de “lacanianizar” la izquierda, mostrando que la relación entre sujeto y política es mucho más compleja de lo que parece. Como él mismo dice, “el libro es un texto inacabado, un comienzo de lectura, en el cual se plantean distintas hipótesis, propuestas arriesgadas y preguntas que no se resuelven”. En este sentido no podemos leerlo como un manual de instrucciones que trata de establecer unas pautas sistemáticas para la acción política. Uno no puede empezar una lectura a libro abierto de este texto, cosa que, por otra parte, ocurre con cualquier discurso. A saber, es necesaria una distancia para tornar legibles los efectos. Si se le plantea al libro la relación con (y la especifidad de) su objeto, y a su vez la especifidad de su relación con el objeto, esto es, la cuestión del discurso científico, uno llega a la conclusión de que la obra es una experiencia antifilosófica, en sentido lacaniano.

El psicoanálisis nos revela que hay una serie de “malas noticias” y de límites en el pensamiento ilustrado que hay que asumir para repensar la política. En primer lugar: el capitalismo es algo mucho más potente que lo que el marxismo pensó. El autor recorre a Lacan para pensar en toda su dimensión el capitalismo. Funciona como un contradiscurso, esto es, no permite le experiencia del inconsciente. La forma circular en la que conecta todos los lugares impide la posibilidad para una brecha. Precisamente por éste motivo habla de contradiscurso. A saber, un discurso (en sentido lacaniano) siempre se construye en respuesta a una imposibilidad (para Lacan un objeto a, o el resto heterogéneo). Siempre queda algo fuera del discurso, lo incurable, la parte no simbolizable por el significante. El orden capitalista no permite “lo incurable”, todo se muestra como posible, no hay límites. Este es el motivo de que la singularidad irreductible no encuentre lugar en el capitalismo, este es el motivo, en otras palabras, de que veamos como en nuestras sociedades crece, pero de a miles, el número de enfermedades mentales. A esta situación Jorge Alemán la llama estado de excepción, donde el rechazo de la imposibilidad sujeta a la experiencia. A saber, el sujeto no decide, la decisión sujeta. “El ser de sujeto y el modo de ser se conjugan en Uno”. El sujeto queda atrapado en la circularidad del capital, que necesita siempre volver a lo mismo. Jorge Alemán muestra el paralelismo que existe entre esta estructura y la relación de la pulsión de muerte y el circuito mortífero en Freud: el superyó deudor y acreedor. “Si se rechaza lo imposible y se impide la mediación simbólica entre falta y exceso, el sujeto se expone a una insaciabilidad infinita que necesita constantemente reproducirse (para impedir la Castración, el sujeto se produce a sí mismo)”

Es decir, hay una red que lo atrapa todo en la dualidad falta-exceso. Es una lógica presente dentro de la propia subjetividad individual, cada sujeto se convierte en un emprendedor y un deudor al mismo tiempo. El capitalismo sobrevive en la medida en que emplaza permanentemente al sujeto a producir esa subjetividad por fuera del inconsciente. Puede parecer que el círculo se cierra, que el crimen es perfecto y que no hay nada que pueda subvertir al capital. Para Jorge Alemán, una manera de intentar pensar una experiencia que no esté atrapada por éste circuito sería la figura del “santo”, que es capaz de cambiar su relación con el goce para abrir paso al inconsciente, que separa al sujeto, la verdad, el saber y el goce. “En el santo la sustancia erótica de la pulsión está presente, no se oculta su voluntad sádica” Es decir, la figura del santo sería capaz de asumir plenamente el deseo, ofrecerse a la demanda del Otro, interrumpiendo así el circuito.

Uno de los sintagmas que repite con frecuencia Jorge Alemán es la idea de soledad:común. Es una “experiencia de soledad radical que es, a su vez, lo más común que tenemos. Es la soledad en el lazo social”. Esta relación que propone el autor trata de llevar más allá la idea de ser-con-los-otros de Heidegger, superando las problemáticas categorías de experiencia propia/impropia o auténtica/inauténtica, que remiten a una esencia primitiva. En la idea de soledad:común hay la necesidad de la destitución del sujeto. Algo así cómo una expropiación de sí para permitir la apropiación. Tal experiencia sería otra manera de pensar en algo fuera de la lógica del discurso capitalista. El sujeto necesita destituir su subjetividad. Este proceso niega la posibilidad de repensar una manera de colonizar la ausencia. Es decir, para pensar una experiencia anticapitalista no hay que encontrar un sujeto que ocupe el lugar del sujeto histórico que tradicionalmente ocupaba la clase obrera.

En una parte del libro Jorge Alemán empieza a pensar los límites, a su juicio, de la teoría de la hegemonía de su compatriota, maestro y amigo Ernesto Laclau. Este no es lugar para explicar la operación teórica de Laclau, simplemente señalaremos que para este la unidad mínima sobre la que construye toda identidad política serian las distintas demandas insatisfechas, que se dislocarían para ser articuladas en una cadena equivalencial contra un enemigo ( responsable de que las demandas no se satisfagan) y alrededor de un significante vacío. Jorge Alemán ve un problema en ésta teoría. “La demanda se formula en tanto que pasa por el lenguaje del Otro. Incluso puede gozar de ser rechazada repetidamente, de tal manera que se quede encerrada en su particularidad. Es problemático pensar la demanda como primera unidad del vínculo social. Además, la lógica neoliberal produce subjetividades preparadas para fracasar constantemente y para seguir buscando el rendimiento máximo, siendo deudoras por y para siempre.”

Jorge propone también una lectura particular de la noción de Técnica heideggeriana, buscando su relación con Lacan. Para Heidegger en la época de la Técnica la verdad ya no opera, “la obra de arte queda atrapada en su ser de objeto”. Si la historia de la filosofía es la historia del “olvido del ser” en la técnica aún más, a saber, el olvido ya no es una forma de represión, sino “un olvido en términos lacanianos, en el sentido de forclusión. Un olvido del olvido, en el que ya no se vería ni la retirada del ser, ni las huellas de la retirada”. Para Jorge Alemán esto es imposible porqué un acontecimiento siempre deja una huella, que permite “el retorno de lo reprimido”. Es decir la historia nunca podrá borrar la huella, la historia nunca terminará. Si fuera posible el capitalismo habría ganado, y el crimen sería perfecto.

Para ir terminando, voy a nombrar otra de las malas noticias del psicoanálisis que aparece en el libro. Se trata del problema de la representación. La teoría del inconsciente convierte en imposible pensar en la existencia de un sujeto soberano y completo. De tal manera que pensar la representación se convierte en algo mucho más difícil. Para Lacan la representación es, por su estructura, siempre fallida. Es decir, la representación nunca puede representar la singularidad, el momento del acto instituyente, de la pura presencia, del espiritu auténtico, que siempre se verá traicionado. De hecho, para Jorge Alemán, el éxito de la institución dependerá de su capacidad de borrar todo trazo del acto instituyente. Esto implica una manera distinta de pensar las identidades colectivas y los sujetos políticos. Después de las enseñanzas del psicoanálisis no es posible pensar, como hace el idealismo de la izquierda cavernaria, que la identidad viene determinada por alguna instancia concreta, a la que se puede reducir todo el campo social. El psicoanálisis opera, precisamente, cómo muro que viene a poner fin a la metafísica, también en la política. No hay teleología ni ciencia infalible que desvele el sentido de la historia a una vanguardia privilegiada. El inconsciente no exige leer ninguna teoría del inconsciente. Simplemente se pone en acto, el sujeto hace la experiencia del inconsciente como verdad.