Lena Macau Sanz

 

Planteémonos jugar a las siete diferencias entre una imagen de un supermercado y una sala de un museo. Parecerá sencillo hasta que empecemos a ver gente detenida mirando al frente con la misma postura un cuadro que botes de champú; y sobre todo, hasta que conozcamos el movimiento artístico del Pop Art y a nombres como Warhol, Lichtenstein o Coca-Cola.

Pues resulta que todas aquellas horas invertidas decorando carpetas escolares o interiores de puertas de armario con collages de recortes de revistas, cromos, fotos y envoltorios de golosinas no eran solamente cosas de niños. Transportémonos a los años cincuenta. Cuando la Segunda Guerra Mundial se dio por acabada y el mundo empezó a entrar en una fase de reconstrucción tanto física como de identidad. ¿Qué venía después?

Consumismo. Yo no sé qué siente uno cuando oye dicha palabra, pero yo de una sensación angustiosa y decadente no me alejo. Una sensación de cinta de correr de gimnasio: no importa el rato que estés ni el empeño que le pongas; nunca vas a llegar a ninguna meta. Ficticia sensación de progreso y avance sin querer aceptar que el entorno no ha cambiado ni un poco. Pero eso da igual, porque total, es entretenido y, si és así, lo demás no importa.

Se comenta que en épocas anteriores tener dos televisiones en casa, tres ordenadores y una tablet no era una necesidad básica. Tampoco más de dos pares de zapatos por temporada, ni salir de compras estaba todavía en el apartado de los hobbies que uno podía tener. Pero la tríada Nutrición, Relación, Reproducción ya no es suficiente y duramos lo que nuestra batería del móvil. History is more or less bunk. It’s tradition. We don’t want tradition. We want to live in the present, and the only history that is worth a tinker’s damn is the history that we make today.1 (Chicago Tribune, 1916). Palabras de Henry Ford: una figura de la época, una marca de coches de hoy.

Pues es entonces cuando todo este despilfarro empezaba a aumentar exponencialmente. El sistema de reconstrucción tras la Segunda Gran Guerra llevaba consigo la mejora de vida de la clase media, poniéndoles el caramelito delante de la boca para que pudieran empezar a comprar todo lo que habían soñado y acabar soñando solamente en comprar. Populuxe2 le llamaron al estilo de productos físicos o visuales de aparente lujo, económicos, caducos y en constante reproducción; pero sin un sentido bien definido.

Parecía, sin embargo, que el arte del Expresionismo Abstracto de la época conseguía mantenerse elitista y al margen de este sinfín de cambios. El coste de mantenerse al margen era quedar desfasado en un mundo en el que un minuto se pagaba a precio de oro. Así que como la masa de población había ganado reconocimiento, nació un movimiento llamado Pop Art. Toda una contraposición con el elitismo del arte. Le dio la vuelta, lo puso de pies en el suelo y reflejó, con la mejor de las ironías, el mundo que estábamos creando. Vale la pena echar un vistazo a los collages del italiano Eduardo Paolozzi, sobre todo a I was a rich mans plaything. La fuente de inspiración ya no era la naturaleza bucólica, era el día a día, la flamante Publicidad. Luego, entre otros, llegó Warhol desde los Estados Unidos con su peculiar manera de tomar las cosas literalmente. Las latas de sopa Campbell serían un buen ejemplo, o las Marilyn Monroe que él y su equipo serigrafiaron. Se trataba, en definitiva, de recurrir sistemáticamente al uso de objetos cotidianos de la sociedad de consumo, de productos del mercado, de todo lo que cualquier persona podía ver cada día. Se pretendían elevar a la categoría de arte productos difundidos a través de los mass-media. La técnica reina fue la serigrafía, que no recurría siquiera al trazo de la mano humana, acorde con la maquinización y la rápida reproducción del momento. ¿Qué querría decir la palabra único? ¿A qué podría haberse referido Walter Benjamin con el aura3 en 1936? Todo esto ya no era trendy.

Así pues, con los cambios del siglo XX la sociedad se tiró al consumo, hasta tal punto que el arte tuvo que adaptarse. Cabe cuestionarse si es eso lo que nos hace sentir realmente bien, o si es lo que nos proporciona entretenimiento y nos mantiene ocupados cuando podríamos haber usado ese tiempo para pensar o hacer lo que realmente nos gusta. Roy Lichtestein tomó la cultura de los cómics y los personalizó con los puntos Ben Day; ahora esto es el decorado del programa Sálvame. Los mass-media introducen banderas con transparencia; así mostramos ahora la solidaridad. Espero que las baterías de los móviles no podamos llegar a comérnoslas nunca; porque desde luego, la función de relación y de reproducción ya se han visto afectadas. No se trata de negar la mejora en el nivel de vida, el sector del diseño ha hecho aportes importantes para mejorar nuestro día a día; solamente se trata de entender dónde parar. Qué se merece ser llamado Necesidad y qué no.

 

  1. La historia es más o menos una tontería. Es tradición. Nosotros no queremos tradición. Nosotros queremos vivir el presente y la única historia que no es insignificante y que importa es la que nosotros hacemos hoy.
  2. Término acuñado por Tomas Hine que se refiere a la cultura consumista y estética en los Estados Unidos durante los años cincuenta y sesenta. La palabra viene de la combinación de popular y lujo, un sistema de invención de nuevas palabras característico de la época. Para ampliar los conocimientos, leer Populuxe de Tomas Hine publicado en 1986.
  3. El concepto Aura de Walter Benjamin se refiere a la pérdida, en la obra de arte, de su valor ritual, único y original. En una época en que la tendencia es la reproducción a través de los medios de masa, nacen tipologías de arte tales como el cine o la fotografía, que por definición son arte de reproducción. Así pues, incluso la pintura, que parecía guardar su aura, empieza a aplicar técnicas como la serigrafía basadas igualmente en la reproducción.