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Por Javier Sánchez Céspedes

I have just been shot, but it takes more than that to kill a Bull Moose.”

-Theodore Roosevelt. 1912

“Ser de izquierdas pasa por ser revolucionarios a nivel económico; reformistas a nivel institucional; y conservadores a nivel antropológico”

-Santiago Alba Rico. 2014

Si la historia fuera ley, haría tiempo que en Estados Unidos se habría impuesto que sólo los outsiders conseguirían dejar su huella en la política, pues repasando el anexo de los líderes americanos reconocemos a personas que han entrado en la historia por su gran gestión en momentos difíciles, por su característica forma de ser o por las reformas que llevaron a cabo, quizá es una mezcla de todo esto por lo que se recuerda a un presidente, pero en los Estados Unidos de América todos los líderes que han destacado, los que han hecho correr ríos de tinta y sangre, o los que han conseguido incluso que su rostro acabase tallado en la cima del monte Rushmore, tenían algo más en común; todos vieron como las élites -tanto de su partido como de la oposición- renegaban abrumadoramente de ellos. George Washington, Abraham Lincoln, Teddy Roosevelt, Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy…es imposible repasar su vida sin enfrentarse a los duros comentarios que les propinaban desde cualquier bando, amigo o enemigo. Estas críticas eran realizadas mayoritariamente debido a sus ideas políticas, su manera de gestionar el gobierno o la incomodidad que provocaba en algunos el hecho de que estos personajes por sí solos eclipsaran de manera total a la élite hegemónica de su partido o su bando característico. Los que a día de hoy son considerados grandes presidentes de Estados Unidos –para bien o para mal- han sido, por lo general, hombres independientes a la política bipartidista que, aun representando a un partido, apostaron por acumular un gran poder de decisión en manos de la figura presidencial y utilizarlo del modo que consideraron correcto y oportuno para su tiempo más allá de la opinión política generalizada, alterando así de manera radical el curso del país.

Durante los últimos años hemos sido testigos del vertiginosos ascenso de uno de estos outsiders que decidió presentarse a las elecciones del partido demócrata; Bernie Sanders. Aunque finalmente fue derrotado por Hillary Clinton, Sanders logró crear un verdadero movimiento de protesta dentro de E.E.U.U. de tal magnitud y envergadura que deberíamos preguntarnos si realmente fue una derrota. El senador por Vermont logró resucitar un sentimiento contestatario y de cambio que siempre ha estado latente en la sociedad americana y que ha ido dando muestras de vida de manera intermitente, y es que entre o no en el gobierno en las próximas elecciones de 2020, el senador ya plantó una semilla cuyos frutos están empezando a ser recogidos por una nueva generación de políticos y políticas representadas mayoritariamente por la congresista Ocasio-Cortez. Así, en el plano más político, Bernie Sanders y sus jóvenes seguidores recuerdan al viejo progresismo americano defensor del estado de bienestar y la protección del consumidor, pero ahora fusionado con una nueva izquierda más alineada al feminismo y al ecologismo, a las minorías y a las iniciativas sociales y populares. No es de extrañar que debido a todo esto muchos de sus oponentes se hayan dejado llevar por el dramatismo y hayan llegado a tachar al senador de antipatriota o comunista, por ello tampoco es de extrañar que para defenderlo de estas acusaciones muchos de sus seguidores hayan intentado relacionarlo con una larga tradición americana, pretendiendo así templar sus exigencias y mostrarlas como algo propiamente americano, normalizando a Sanders y situándolo como otro eslabón más en una escalera de políticos rebeldes que ha servido de columna vertebral en la historia de E.E.U.U.

Estos esfuerzos por hacer de Sanders un político completamente marcado por la tradición americana -y por tanto definirlo como un actor nacido por y para su tiempo- han hecho necesaria la búsqueda en el pasado de un político contracorriente que pasara a la historia por saber dirigir a los Estados Unidos en un momento difícil. Sin duda alguna y tras un breve repaso esta pesquisa nos lleva a Theodore Roosevelt y a la tradición progresista americana. El traer a colación tanto a este político como a su corriente no tiene más intención que mostrar que Sanders no ha surgido de la nada, que no es un político que haya necesitado influencias internacionales para exportar a Estados Unidos la política europea, sino que el de Vermont es, al fin y al cabo, un ejemplo de lo que ha sido la política tradicional estadounidense a lo largo de la historia, y no de lo que se ha convertido en los últimos tres cuartos de siglo.

El progresismos americano

A principios del siglo XX el partido republicano seguía siendo interpretado como el partido que había ganado la guerra civil, por ello, se veía a sí mismo como actor legitimado para abogar por un gobierno federal fuerte y centralista, pero internamente contaba con la división de los sectores conservadores y progresistas, únicamente unidos por la importancia que le otorgaban a la tradición y la decisión común de mantener los aranceles proteccionistas entre estados -fue durante un gobierno republicano que se aprobó la ley de aranceles Wilson-Gorman que suponía un impuesto del 2% sobre los ingresos de más de 4.000 dólares al año, aunque inmediatamente fue tumbada por el Tribunal Supremo y declarada anticonstitucional-. Frente a ellos se encontraba un partido demócrata muy débil, caracterizado por el librecambismo, la supresión de los aranceles y la inclinación hacia un gobierno federal muy limitado y controlado por los ejecutivos de los diferentes estados, tendencia defendida mayoritariamente en el sur de la nación que, tras la guerra, había quedado reducido a grupos de caciques, granjeros y agricultores sin capacidad para repercutir notablemente en la política.

En este contexto y durante el auge del desarrollo industrial, la nación americana se caracterizaba por la importancia de la iniciativa privada, el expansionismo, y el control del mercado por hombres de negocios que, a través de absorber o acabar con sus oponentes, habían formado los grandes trusts con los que manejaban el vaivén de la oferta y la demanda a la vez que establecían modos de producción que les beneficiaban únicamente a ellos. La gestación de una economía incontrolada en manos de grandes empresarios trajo consigo el fin del ideal americano de una competencia justa e igual para todos, los grandes monopolios ostentaban el poder sobre todo un producto negando a cualquier pequeño empresario o emprendedor triunfar, la competición ahora se podía expresar fácilmente con el “I drink your milkshake” de Daniel Plainview en la famosa There will be blood de Paul Thomas Anderson (2007). Estos millonarios llegaron a contar con un poder adquisitivo que superaba con creces el del propio Estado, pero para muchos políticos el desposeer a los trusts de sus beneficios o atacarlos judicialmente era visto como un ataque a la propia competencia y a la capacidad de un hombre de granjearse sus propios beneficios, una tendencia sobre la que se basaba el ideal americano y que, por lo tanto, intentar acabar con ella significaría estar atacando ni más ni menos que los propios cimientos ideológicos de la nación.

Frente a este auge de los grandes propietarios, la acción obrera -a excepción de los granjeros de la costa oeste- nunca tuvo una verdadera repercusión a escala nacional debido a la dificultad de movilizarse como un solo conjunto, aun así, durante 1892 y 1896 se da la llamada “revolución populista” que, surgida del descontento agrario, exigía proteccionismo al Estado para asegurar unas condiciones de vida mínimas a las clases bajas. Este movimiento tuvo su repercusión en ambos partidos políticos, generando unas políticas de corte populista que se centraron en intentar llevar estas reivindicaciones al campo institucional, pretendiendo establecer algún tipo de intervencionismo que asegurase un estado de bienestar y dando lugar a una nueva vía en la política americana ya específicamente progresista.

Los primeros reformistas como Rutherford Hayes o James A. Garfield no querían cambiar el sistema, sino mejorar los modelos aceptados de la conducta política, intentando suprimir la visión del gobierno como un conjunto de hombres corruptos dispuestos a ser sobornados por grandes empresarios. Para poder competir dentro de este mismo marco, el partido demócrata presentó a William Jennings Bryan, quien comenzaría una campaña de tendencia “populista” buscando la representación más legítima de los granjeros y obreros, pero que no pudo obtener una base suficiente para la presidencia y cae derrotado por el republicano William McKinley. Este movimiento de corte reformista obligó a los miembros del partido republicano en busca de apoyos a dar protagonismo a su ala más progresista, lo que generó una división interna que se vio acrecentada con la llegada de Roosevelt, quien sería la mejor representación de dicha ala del partido, un ala que optaba por las reformas llevadas a cabo a través de los medios tradicionales, intentando evitar lo que para ellos eran los “excesos” del socialismo visibles en las exigencias de los sindicatos y los granjeros del oeste. Así, sorprendentemente, el movimiento progresista tomó sus primeros pasos con McKinley, un presidente conservador y nacionalista pero al mismo tiempo reformista. Esta nueva corriente política no surge como una respuesta reaccionaria a un movimiento de corte socialista, sino como una propuesta conservadora que intenta crear un sistema centralizado que, a través de la protección de los consumidores y la defensa de su soberanía, regule el comercio entre los estados para así poder disputar el poder y el control de la nación a los grandes propietarios que perseguían únicamente su beneficio. La tradición que posteriormente se puede observar en algunas acciones exclusivamente de política interior llevadas a cabo por Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson -excepto por su pasividad y su inmovilismo en aspectos sociales-laborales- Franklin D. Roosevelt o el propio Truman se basaba en el deseo de reformar aquello que no es útil o que es contraproducente dentro del sistema, en suprimir las lagunas que permitían ciertas injusticias o promover esa idea tan americana de la aristocracia natural, es decir, una tradición que confía y cuida del pueblo pero al mismo tiempo piensa que este ha de ser dirigido de manera eficiente. Apreciaban la idea de los políticos como los gestores de las respuestas que se había de dar a las demandas populares.

Pero es en 1912 cuando Theodore Roosevelt, tras haber sido ya presidente, se escinde del partido republicano y forma el primer partido progresista de los Estados Unidos, también conocido como Bull Moose, y es con este mismo partido con el que pierde las elecciones contra Woodrow Wilson. Tras esto, el progresismo comenzará a estar representado por primera vez por el partido demócrata -y no por el republicano- hasta finales de los años 20, donde la gran crisis económica y posteriormente social que se vive en los Estados Unidos acaba diluyendo el ímpetu del movimiento progresista como tal, perdiendo así la mentalidad del continuo desarrollo de una sociedad abierta que ofreciera oportunidades reales y justas a todos por igual.

El partido progresista o Bull Moose buscaba la protección de la vida doméstica frente a la enfermedad, el empleo irregular y la vejez a través de un sistema de seguridad social. Este partido apoyaba medidas como el límite de las ocho horas laborales, las comisiones de regulación de los mercados, un servicio nacional de salud, asegurar la protección a los obreros, un impuesto sobre la renta federal y el patrimonio y la inversión en infraestructuras. El programa de 1912 [1] se parece en muchos aspectos al programa de cualquier partido socialista de la Europa de su época. En este, Roosevelt también reclamaba la elección directa de senadores, el sufragio femenino, el incremento de protección a los necesitados y otras reformas sociales que a día de hoy parecen ya demandas del pasado, pero el Bull Moose también se levantaba por una legislación a favor de prevenir y remunerar los accidentes laborales a través de mínimos de seguridad y sanidad, o en favor de la nacionalización de productos como el petróleo, el carbón o las plantas hidráulicas, así decía que “A fin de que consumidores y productores, empresarios u obreros, ahora o más adelante, no necesiten pagar tributos a monopolios privados de fuentes de energía y de materias primas pedimos que estos recursos sean retenidos por el Estado o la Nación, y puestos inmediatamente a la utilidad pública.”

Roosevelt y Sanders

Si hemos de pensar en algún político actual que pueda ser heredero de esta tradición progresista este es Bernie Sanders, su ideología política cercana al socialismo pero adaptada a la política tradicional americana ha hecho a muchos preguntarse hasta qué punto puede ser Sanders o bien un producto de la social-democracia europea o un descendiente político del último Teddy Roosevelt. Sin duda hay mucha diferencia entre estos dos, pues pese a sus políticas de tendencia social Roosevelt no tenía para nada la intención de ejercer políticas socialistas, no hace falta más que mirar su manera de dirigir la política exterior o sus primeros años dentro del partido republicano y la guerra hispanoamericana, sus ideales no estaban precisamente alineados a la izquierda de la época.

Roosevelt era, al igual que Sanders hoy, un líder fundamentalmente carismático, visiblemente mayor, pero aun así aparentemente fuerte, un hombre entrañable y admirable al mismo tiempo. Theodore, o Teddy para muchos, pasó a ocupar la presidencia en un periodo candente, las movilizaciones obreras se habían multiplicado y los sindicatos parecían tener más tirón que nunca, a la vez, los trusts sobornaban a los gobernantes y se repartían entre ellos las funciones del país, este pedía reformas a gritos. Aunque sus primeras experiencias políticas fueron bastante desagradables, decidió continuar en busca de ascensos que le permitiesen llevar a cabo una política basada en la eficiencia. Algunos de los puntos de inflexión marcados por Roosevelt fueron la comprensión de que para resolver los problemas sociales no bastaba con limpiar la administración como habían creído los antiguos reformistas, sino que era necesaria una reforma legislativa llevada a cabo por hombres que conocieran realmente las condiciones en las que vivía el pueblo y la gente de a pie.

El gobierno de Roosevelt llegó a la rápida conclusión de que un grupo minoritario de americanos tenían demasiado poder, surgido directamente de que tenían demasiada riqueza. Según esta concepción, Roosevelt veía que algunos hombres ajenos al gobierno podían hacer que sus intereses fueran defendidos en el campo político, perjudicando así a los intereses de miles de americanos, lo cual para él era algo inadmisible en una democracia. Para poder atacar a los grandes monopolios desde el gobierno central en un estado federal, este tuvo que aumentar considerablemente el poder presidencial apoyándose en la constitución y en el Tribunal Supremo. Consiguió que la carta magna le otorgase el derecho al congreso de regular el comercio entre estados y prohibir acciones que fuesen perjudiciales para el bien común. Roosevelt se empeñó en demostrar que los trusts debían de tener en cuenta el interés de la población, y que un gobierno era lo suficientemente poderoso como para forzarles a hacerlo o al menos para pedirles cuentas por su conducta.

Durante su presidencia, Roosevelt nunca se planteó acabar con las grandes empresas, para él su tarea consistía únicamente en hacer ver a los grandes magnates que no les quedaba otra más que someterse a la voluntad popular, y para ello apostó por la creación de comisiones independientes formadas por profesionales y destinadas a vigilar el comercio interestatal y controlar la industria. Estas comisiones consiguieron, por ejemplo, que los dueños de los trenes tuvieran que instalar sistemas de seguridad para pasajeros costeándolos con su propio bolsillo. Roosevelt también promulgó la intervención del estado en las disputas entre sindicatos y empresarios, estableciendo que el gobierno formaría una comisión que arbitrase entre ambos sectores y que estuviera destinada a saciar las demandas de los trabajadores, claro que esto no fue establecido por puro socialismo o altruismo del gobierno, sino que Roosevelt sabía muy bien que el hecho de que fuera el gobierno el que negociase con y por los trabajadores, dejándolos sin exigencias, debilitaría de forma rotunda la utilidad y fuerza de los sindicatos.

El discurso de Roosevelt era un discurso tremendamente ambiguo, destinado a complacer al abanico de las clases populares y promulgar su defensa blandiendo el control sobre los trusts y los derechos sociales como arma principal, tenía elementos conservadores, nacionalistas y progresistas y, al igual que a Bernie Sanders, hoy a Teddy Roosevelt le hubieran calificado de populista debido a su desesperada búsqueda de constituir un Nosotros nacional y completamente americano, una representación literal del “We the people” enfrentada a un Otros que atacaban los intereses del conjunto de la nación, un Otros interno representado por los grandes magnates del dólar que explotaban el país y se apropiaban de su riqueza. En esta línea se fue construyendo lo que Roosevelt llamó un “Nuevo nacionalismo”, representando el ala republicana del movimiento progresista que miraba hacia el futuro con fe en el progreso social y tecnológico, a la par que en la igualdad y la justicia impartida por el gobierno federal como única representación legítima a nivel nacional de la voluntad del pueblo. En el propio discurso del nuevo nacionalismo [2] Roosevelt insta que “El verdadero amigo de la propiedad, el verdadero conservador, es aquel que insiste en que la propiedad debe ser el servidor y no el maestro del bien común; que insiste en que la criatura creada por el hombre será el sirviente y no el amo del hombre que la hizo. Los ciudadanos de los Estados Unidos deben controlar con eficacia las fuerzas comerciales poderosas que han traído a la existencia” Quizá por ello promulgó la inspección y control de alimentos y fármacos, prohibiendo la adulteración de estos, reformas que nos recuerdan mucho a la lucha que, bien desde Europa o bien desde la propia campaña de Sanders, se hizo contra tratados como el CETA o el TTIP.

Excepto por la evidente brecha temporal y sus consecuencias, Sanders no es tan diferente de Roosevelt, y quizá por ello es fácil que nos recuerde a este cuando promueve el derecho de la gente a gobernarse, legislarse y controlarse a sí misma [3]. Así, si el movimiento progresista es un movimiento que lucha deliberadamente contra las grandes compañías y su poder de influencia en el Estado, quien antes atacó a los trust y los grandes magnates industriales, hoy atacaría a lobbies y al sistema neoliberal que refuerza los derechos internacionales de las empresas y suprime la legitimidad y el poder de los estados; esto es lo que hoy hace Sanders y lo que, probablemente, haría Roosevelt.

Las propuestas más cercanas al progresismo que hicieron a Sanders el personaje mediático que hoy día es se identifican por tener un carácter ampliamente reformista y protector de las clases populares. Su “Living Wage”, una especie de renta básica que asegure unas condiciones mínimas de vida a digna de cualquier trabajador, es bastante comparable con la defensa de Roosevelt del derecho de todo americano a un hogar, a la salud, a un trabajo y a una compensación digna por este. Decía el senador de Vermont que “La verdadera libertad debe incluir seguridad económica. Esa era la visión de Roosevelt hace 70 años, esa misma es mi visión hoy”, y es que si ya era normal comparar a Sanders con Roosevelt, el hecho de que durante su campaña lo citase tan a menudo únicamente lo hace más fácil, incluso en el debate con Hillary Clinton la noche del 14 de noviembre de 2015 Sanders dijo “Si Teddy Roosevelt, un buen republicano, estuviera vivo hoy, ¿Sabéis lo que diría? Reestablecer la ley Glass-Steagall. Y Teddy Roosevelt tendría razón.” Aunque en la época de las Glass-Steagall Roosvelt ya estaba muerto y enterrado, Sanders únicamente hacía referencia a una ley aprobada en 1933 que tenía como objetivo controlar la especulación y separar la banca de inversión de la banca de depósito impidiendo así a los bancos apostar con el dinero de sus clientes.

De una manera u otra se podría decir que Sanders continúa con el legado de Roosevelt y de toda la tradición americana populista-progresista, pues decir que este tiene relación directa con el progresismo político no es ninguna conjetura ya que, aunque este nunca se haya querido afiliar directamente en él, Sanders fue de gran importancia a la hora de fundar el Vermont Progressive Party [4], partido inspirado en la campaña que realizó en los ‘90 para disputar la alcaldía de Burlington y, posteriormente, en sus campañas y acciones que lo convirtieron primero en miembro de la cámara de representantes de Estados Unidos y posteriormente en el Senado. Sanders intenta hacer aquello que muchos historiadores han asegurado que es la principal intención del progresismo; salvar al sistema capitalista de sus heridas auto-infringidas a causa de su avaricia ilimitada.

Y aunque evidentemente no podemos saber a ciencia cierta lo que Roosevelt habría hecho a día de hoy, sí que podemos intuir que, al igual que Sanders, continuaría la lucha por la conservación y ampliación de los parques naturales –el de Vermont incluso llegó a proponer la prohibición de las actividades mineras en el interior de estos- y la transición energética hacia fuentes renovables a un nivel nacional a través del Green New Deal de Ocasio-Cortez. Probablemente defendería al igual una reestructuración más generosa de las bajas por maternidad, el establecimiento de un mínimo obligatorio de vacaciones pagadas y la subida del salario mínimo un 106’89%. Pero para poder opinar sobre si Roosevelt actuaría como Sanders primero hay que corroborar si Sanders actúa como Roosevelt.

Sin duda alguna, si Bernie Sanders ganase las elecciones de 2020 podría llegar a ser uno de esos presidentes que no tendría miedo de hacer uso del poder presidencial para regular a las industrias nacionales, pues, a parte de por su carácter, vemos como a menudo muestra su descontento –en un tono muy parecido al de Theodore Roosevelt- con la situación estadounidense, la cual califica de fraudulenta y de poner al país al servicio del 1% más rico de la población. Y es que Sanders cuenta con un discurso completamente americano, pues en realidad nunca ha mencionado nada sobre derrocar o deponer el capitalismo. Sanders no es un socialista, Sanders es un progresista profundamente anclado en la tradición americana y concienciado sobre la necesidad de defender los servicios públicos y aplicar políticas sociales, sus intenciones declaradas son bastante simples, imposibilitar que suceda otro colapso financiero y disminuir la desigualdad en la distribución de la riqueza, todo esto a través de la legítima limitación de los excesos de las corporaciones y el establecimiento de derechos universales como la sanidad y la educación pública y gratuita.

Con estas premisas, Sanders sigue enfrentándose a Wall Street, pues según ha dicho en más de una ocasión, esta es la representación de que el poder se asienta en empresas privadas e instituciones financieras, la representación de que los bienes de las 6 instituciones financieras más grandes de Estados Unidos son equivalentes al 60% del PIB de este país [5], la representación al fin y al cabo de aquellas cosas que este político outsider considera fueron la causa de grandes crisis globales como la de 2007 y que, por tanto, se convierten de facto en intolerables en un sistema democrático. Para combatir a estas entidades y su consecuencias, Sanders esgrimió la proposición de ley “too big to fail too big to exist act” [6] con la que promulgaba la fragmentación de los grandes bancos y la prohibición del acceso a descuentos y depósitos asegurados a las instituciones lo bastante grandes como para quebrar.

Es lógico que un amplio sector dentro de la política americana se vea amenazado por este tipo de políticas y quiera transmitir la imagen al gran público de que Sanders es ni más ni menos que un radical o un comunista. Una gran parte de este sector se ve representada por el partido republicano y sus voces afines, partido que asegura representar la tradición americana en su máximo esplendor y que por tanto utiliza el patriotismo y el culto a los viejos líderes como forma de representación directa de sus ideales y sus intereses por conservar la “cultura americana”. Casualmente, este sector utiliza la propia figura de Theodore Roosevelt como uno de sus pilares ideológicos o culturales, como una personificación de lo que el hombre americano es y, por tanto, un ejemplo a seguir, pero si este mismo público leyese el ya mencionado discurso de Roosevelt sobre el nuevo nacionalismo [7] quizá se quedaría sorprendido al averiguar que aquellos mensajes que transmite Sanders y que hacen que lo tilden de comunista o socialista radical son bastante parecidos a aquellos que transmitía el ya mencionado político cuya cara está tallada en lo alto del monte Rushmore.

A finales de la pasada campaña, cuando Hillary Clinton comenzó a tener una ventaja que se presuponía ya definitiva, Sanders propuso que la “revolución política” que se había gestado debía continuar y seguir en movimiento con o sin el partido demócrata y con o sin él mismo. Surgió la idea entre muchos ciudadanos de la posibilidad de crear un tercer partido, un llamado “Bloque Progresista”, se dio incluso un llamamiento pidiendo a Sanders, al partido verde de los Estados Unidos y a la población demócrata de los Estados Unidos que se unieran para llevar al propio Sanders a la casa blanca y cristalizar la mayor movilización del voto progresista jamás visto en América. A través de las redes algunos expresaron la voluntad de fundar un “Nuevo partido progresista” inspirado en las ideas de Bernie Sanders y el partido fundado por Theodore Roosevelt en 1912, pero todo esto fue temporalmente descartado tanto por Sanders como por sus simpatizantes.

Ahora, cuando quedan a penas meses para el final de la primera administración Trump y se comienza a respira el miedo frente a la posibilidad de una segunda, la encrucijada del partido demócrata representa la crisis en la que se encuentra el movimiento progresista americano. Para muchos, el futuro de esta “otra cara” de la política americana pasa por aceptar y reproducir un necesario giro a tendencias de corte más izquierdistas representadas en cierta medida por Ocasio-Cortez, para otros, esto sería una estrepitosa traición a los pilares de la nación. Aún queda tiempo para ver qué camino decide tomar Sanders y con él los simpatizantes más outsiders del partido demócrata, mientras tanto, seguirá siendo interesante poder observar de qué manera aquellos que quieren liderar el ejecutivo apelan al pasado para normalizar y justificar su idea de futuro.

 

Referencias:

[1] http://teachingamericanhistory.org/library/document/progressive-platform-of-

1912/

[2] http://teachingamericanhistory.org/library/document/new-nationalism-speech/

[3]http://teachingamericanhistory.org/library/document/the-rights-of-the-people-to-

rule/

[4]El Vermont Progressive Party es quizá, junto con el Whasington State Progressive Cacus, el único partido americano que siendo una escisión ya del partido demócrata o del partido republicano se considera heredero de las políticas comenzadas por Roosevelt y consigue aunar tanto al ala liberal demócrata como a la clase obrera de perfil republicano

[5] http://www.politifact.com/truth-o-meter/statements/2011/oct/06/bernie-s/bernie-

sanders-says-six-bank-companies-have-assets/

[6] https://berniesanders.com/es/cuestiones/reformemos-wall-street/

[7] https://www.whitehouse.gov/blog/2011/12/06/archives-president-teddy-

roosevelts-new-nationalism-speech