Por Pol Rovira (@Pol_Rov)

Tras la decisión de Errejón de presentarse a las elecciones madrileñas en alianza con Manuela Carmena en una plataforma transversal bajo las siglas de Más Madrid y la consiguiente reacción de la dirección de Podemos situándolo fuera del partido, las redes se han llenado de artículos y análisis en torno a la estrategia de Podemos y Errejón. En este artículo trataré de analizar las posiciones de la izquierda “clásica” a lo largo de los años de existencia de Podemos y ver por qué estas no han cambiado en 5 años.

El 15M, como es bien sabido, supuso un punto de inflexión en la política española. El movimiento abrió una ventana de oportunidad para la construcción de una cadena de equivalencias alternativa a la por aquel entonces imperante. Así pues, de la lectura que se hizo de aquello se derivaron en buena parte los resultados electorales de las elecciones del 20D, en las que Podemos obtuvo un 20,66 % del voto en contraposición al 3,67 % de IU. Teniendo en cuenta que en la campaña de Podemos se pusieron en escena las tesis de Errejón, uno pensaría que buena parte de la izquierda habría tenido la humildad de tratar de entender sus ideas. Sin embargo, como ahora veremos, no fue así.

En noviembre de 2016, con Podemos cerca de cumplir tres años, Garzón decía que la estrategia del partido para llegar a la gente era moderar el discurso y hablar de cosas que no ofendiesen a nadie para intentar ganarse a la mayoría. Y, justo a continuación, añadía que “Gente como [Gaspar] Llamazares, cuando gobernaba IU, mantenía una posición muy similar. De aproximación al PSOE…Las conclusiones son las mismas. Íñigo Errejón tiene una estrategia con fundamentos teóricos distintos de los que tenía [Santiago] Carrillo, pero las conclusiones se parecen mucho. Ahora se llama estrategia populista, antes eurocomunismo”[1]. Tan solo un año antes de estas declaraciones de Garzón el propio Errejón hablaba en términos muy distintos. En esta ocasión, haciendo referencia a la idoneidad de plantear el debate político en torno a las etiquetas de izquierda-derecha, decía “[…] y sin embargo, hoy decimos que izquierda y derecha no es la frontera principal que puede producir cambio político en España. Y eso no por una suerte de pragmatismo de marketing electoral que dice «ah, voy a esconder una cosa para decir otra, y en el fondo voy a esconder la verdadera esencia, la voy a disfrazar de otra cosa y me voy a presentar a las elecciones»” (Errejón y Mouffe, 2015, p. 107). Así, mientras que Garzón entendía la estrategia de Podemos como mero marketing electoral -llegando incluso a compararla con la de Llamazares-, el propio Errejón había dejado claro unos meses atrás que poco o nada tenía que ver con esto.

Se podrá o no compartir la propuesta de Errejón, pero lo que creo que está claro es que, por lo menos Garzón, no la entendió. Con todo, lo interesante no es la lectura en sí que hacían diversos sectores de la izquierda, sino el que esta no haya cambiado un ápice tras el anuncio de Errejón de presentarse con Carmena en una plataforma más amplia. La decisión, como es bien sabido, no fue bien recibida en la dirección de Podemos, por lo que las críticas hacia él y su proyecto que hasta entonces habían permanecido más o menos veladas terminaron de aflorar. Así, Iglesias y Echenique le invitaron a dejar el escaño e, incluso, este último dijo que si no lo hacía era porque “de algo hay que vivir”. No obstante, Errejón lo hizo y, con ello, se deshizo del corsé que le impedía llevar la campaña tal como él quería. Sin embargo, creo que lo verdaderamente interesante de esto, lo que va más allá de las reacciones exacerbadas en caliente, son los análisis que se hicieron tras dejar el congreso y ser sustituido por Sol Sánchez.

Los análisis, como decía, no cambiaron un ápice; en IU se congratulaban del cambio, y si tuviéramos que resumir su reacción en una frase, el “por fin se volverá a hablar de aquello que preocupa a la clase trabajadora” sería un perfecto aforismo. Con ello se mostraban dos cosas muy interesantes: por un lado, se daba a entender implícitamente que no es más revolucionario aquel que consigue tirar adelante medidas concretas, sino aquel que más desea que así sea. Lo importante, desde esta perspectiva, no es tanto conseguir la correlación de fuerzas necesaria para dar el brazo a torcer al gobierno en, por ejemplo, la subida del SMI, sino hablar de aquello que uno quiere, sin importar el que sea un mero ejercicio autocomplaciente. Así, en lugar de ver la tensión inherente que hay entre el proyecto político que uno tiene y su capacidad real de tirar adelante sus propuestas, se subyuga toda la acción política a unos principios sacralizados. De esta incapacidad de ver dicha tensión se deriva el segundo punto, esto es, la lectura de la izquierda como la división entre puros e infieles, entre aquellos que se mantienen fieles a sus ideales y aquellos que renuncian a ellos a cambio de un puñado de votos.

En un sentido similar, Mario Espinoza escribía un artículo para El Diario en el que hablaba de Errejón en unos términos parecidos a los de Garzón; en dicho artículo se le encuadraba dentro de la “izquierda simpática” y se definía a su proyecto de la siguiente manera: “El Madrid que late tras la apuesta de Carmena-Errejón se parece demasiado al de Florentino y las grandes empresas, pero con rostro humano y buena conciencia. Un Madrid blanco, impoluto y alejado de cualquier movimiento social o apuesta radical de transformación”[2]. Al autor, hay que decir, no se le puede encuadrar dentro de la izquierda que aquí se critica, lo interesante de esto es que este artículo, por el cual se reduce a Errejón a un producto de marketing electoral, fuese compartido por la Fundación de los Comunes.

Con todo, lo interesante para este artículo no son las lecturas en sí mismas, que como hemos visto no varían especialmente las unas de las otras, sino el porqué de estas, es decir, el por qué tras tantos años se sigue sin entender a Errejón -más allá de que se comparta su visión y proyecto político-. Creo que, en este sentido, hay dos cuestiones que ayudan a explicarlo. Por un lado, y principalmente, creo que se ha arrastrado la peor de las lógicas leninistas, esto es, la comprensión del militante como alguien que ha alcanzado la verdad y que tiene el deber de transmitirla al conjunto de la sociedad. Aquella máxima de Lenin por la cual “la verdad es siempre revolucionaria” aún resuena en forma de eco allí por donde pasa la izquierda. Véase, por ejemplo, la postura de esta durante el 15M, que entendió que su deber era ir por las asambleas revelando las verdades del sistema. En palabras del propio Garzón: “muchos nos dedicamos en cuerpo y alma a la formación en las asambleas del 15M, procurando revelar el verdadero origen de la frustración [los banqueros]. Horas y horas de charlas y conversaciones en las que tratábamos de convencer de que el político corrupto es un problema, pero no el más importante ni el responsable original de la indignación”[3]. Así, en tanto que el militante se cree en posesión de la verdad, no podría más que tomar por loco aquel que se atreviese a poner en tela de juicio aquello que dicta la razón. La crítica, otrora no conocedora de fronteras, ahora es desterrada y limitada a repensar la acción pedagógica. ¿Cómo, tras haber alcanzado la verdad, podría ser esta cuestionada? Y así es que, en tanto que el militante está en posesión de las ideas verdaderas, el fracaso político nunca se puede derivar de estas. Llegado a este punto, el militante se reconforta en la derrota gracias a una lógica que le libra del peso de tener que poner en todo momento en tela de juicio todo aquello en lo que cree. Uno puede subirse al estrado y limitarse tranquilamente a gritar las verdades esperando a que estas actúen por si solas y, posteriormente, mirar con desconfianza aquel que se atreva a proponer una estrategia distinta. Pobre de aquel que tenga en mente algo distinto, que no tardará en ser metido dentro del saco de la izquierda simpática que ha tenido la desfachatez de repensar unos principios sacralizados. Y es que, ¿qué necesidad puede haber de tratar de entender las ideas del otro si las mías son las verdaderas? Ninguna.

Así pues, como respuesta a nuestra pregunta inicial, si quisiéramos decir que es lo que subyace bajo la incomprensión de Errejón por una parte de la izquierda, sin duda deberíamos responder que, aún sin ser el único factor explicativo, hay por un lado una lógica de conformismo identitario y, por otro, una -aún- arrastrada creencia de poseer la verdad, lo que se traduce en esta negativa de querer entender las tesis de los demás. Con todo, como ya he dicho antes, lo interesante de esto no son las lecturas en sí mismas, que no han variado, ni, creo, los motivos que hay detrás, que tampoco creo que sean nuevos para nadie. Si acaso, hay que entender este artículo como una breve reflexión sobre como parte de la izquierda ha entendido a Errejón para ahora más que nunca, desde el paso adelante que ha supuesto la candidatura de Más Madrid, ser conscientes de las relaciones que se pueden establecer con las demás fuerzas políticas.

 

Bibliografía

ERREJÓN, Íñigo; MOUFFE, Chantal. Construir pueblo. Madrid: Icaria, 2015.

[1]https://elpais.com/politica/2016/11/24/actualidad/1480011497_610254.html

[2]https://www.eldiario.es/tribunaabierta/affaire-CarmenaErrejon-Manuela-Madrid-Comunidad_6_859574069.html

[3]http://www.agarzon.net/el-movimiento-15m-como-cortafuegos/