Por Miguel Ortuño

Decía el filósofo Ken Wilbe que: «un pez no es consciente de que vive en el agua, porque este medio se convierte en un hecho normativo» siguiendo la frase de Wilbe, es norma por su propia lógica y dinámicamercantilista la trata de las ideas como mercancías. Aplastadas, deformadas, trituradas y machacadas por un todo holístico llamado ideología neoliberal, aun así, no seré yo el alarmista, aún tenemos una ventana de oportunidad. De modo que como si se tratase de una pecera redonda de cristal a esta también se le forman grietas de una presión que va en aumento.

Lo político se construye de un modo u otro, la política se dota de un sentido conforme a un tablero político que tiene unas reglas marcadas por tu contrincante, pueden gustar más o menos, la realidad es que los intelectuales neoliberales han jugado sus cartas y han asaltado el poder de la mano de muñecos de paja como M. Thatcher y R. Reagan que han sido, de un modo u otro la cara visible de este proyecto global, señalo al fin y al cabo a estas dos personas por ubicar una representatividad, que en este caso al estar tan diluida esta cuestión da problemas establecer una forma. Justamente, esta cuestión es la que señala Han Byung-chul con la cuestión de «no hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia». Las cartas están marcadas y el tablero político sobre la mesa, treinta años han tenido para ir conformando y construyendo un tablero con unas normas que faciliten la fluidez de un “ellos” invisible, como si de un fantasma se tratase que recorre el globo ensalzando los valores del capitalismo más terrible. Nadie ha dicho que fuera fácil pero no imposible la construcción de un ideario colectivo contra-hegemónico, de un “ellos” encarnado y que deslumbre las malas prácticas de una elite carnívora respecto a sus gentes.

El capitalismo se ha dotado de un discurso con una capacidad impresionante de digestión de recursos y elementos, no sé si es arriesgado decir que a día de hoy parece una totalidad, pero yo diría que sí. Autores como Jacques Lacan señalan algunas ramificaciones de esto, como es el llamado discurso del capitalista. En este discurso, el lugar de la verdad ha sido totalmente distorsionado, «se trata del rechazo de la verdad del discurso, se ha invertido el sentido del vector que conecta el lugar de la verdad con el lugar del semblante, el agente repudia la determinación que recibe de la verdad para pasar a dirigirla» (J.AlemanCuestiones antifilosóficas en J. Lacan).

El discurso funciona en una continuidad sin interrupciones. Es la metonimia de los objetos del mercado que tratan de eliminar la barra de insatisfacción del sujeto, pero esto trae más insatisfacción, lo cual mueve el giro a de-mandar por más. Un circulo que gira eternamente en una confusión mezclada con un goce que revierte toda situación, como si de un juego macabro se tratase. Uno en sí mismo es amo y esclavo, ahora somos “emprendedores” capitanes de nuestro rumbo y si fracasamos somos “ninis” despojos de la sociedad que anclan el funcionamiento de los hombres de bien. Ya no hay problemas compartidos o situaciones que nos afecten a todos, como diría Jorge Alemán, vivimos en un ocaso de soledad:común. Volviendo Lacan y como bien señala con sus palabras:«está para que eso marche sobre ruedas, eso no podría correr mejor, pero justamente, corre tan velozmente hasta consumirse, se consume hasta la consunción». El estallido no es dialéctico, es decir no se trata de ninguna contradicción superadora, revolucionaria, como había planteado el materialismo dialéctico, muchas veces criticado por Lacan.

¿A lo largo de la historia había realmente un “otro” delimitado estructuralmente o como dice Han Byung-Chul “un enemigo visible”?

Pongamos la Historia sobre la mesa, como en el caso de la primer gran revolución “proletaria” del mundo como fue la soviética. Teniendo en cuenta que en el plano económico Rusia en el siglo XIX era un país preindustrial con predominio agrícola (tradicional) incapaz de satisfacer demandas de mercado interno, una sociedad al fin y al cabo latifundista, con una escasa burguesía y un proletariado industrial casi inexistente. Con todos estos ingredientes, y con las controversias que pueda causar, podríamos decir que los soviéticos fueron los primeros posmodernos, una construcción en torno a un “nosotros” inexistente y un “ellos” escaso generaron la primera gran revolución proletaria sin proletariado. Dirigentes de la época con la lucidez y altura de miras como Lenin eran conscientes de este panorama, y sin querer tergiversar sus textos decía: «Lo último —lo más difícil y lo que menos tenemos hecho— es organizar la economía, colocar los cimientos económicos del edificio nuevo socialista… En esta labor, la más importante y difícil, es donde hemos tenido más desaciertos y errores». Con esto, y sin enredarme mucho más en esta cuestión, Lenin era consciente de la realidad política que vivía y la necesidad de articular un bloque social en torno a otros actores que no fueran necesariamente proletariados conforme a un horizonte político por construir, suponiendo aun así las contradicciones que esto generaba para la concepción del materialismo histórico.

«Es necesario fijar la actitud ante una clase que no mantiene una posición firme, definida. El proletariado en masa es partidario del socialismo y la burguesía en masa está en contra del socialismo; definir las relaciones entre estas dos clases es fácil. Pero cuando se trata de una capa como los campesinos medios, vemos que ésta es una clase que vacila. El campesino medio es en parte propietario y en parte trabajador. No explota a otros trabajadores. Durante decenas de años se ha visto obligado a defender su situación con enorme esfuerzo, ha experimentado en su propia carne la explotación de los terratenientes y de los capitalistas, lo ha padecido todo, pero, al mismo tiempo, es propietario. Por eso, nuestra actitud ante esta clase vacilante ofrece enormes dificultades» [El VIII Congreso del P.C.(b) de Rusia, actas taquigráficas, pág. 300] Lenin y la cuestión de la alianza con el campesino medio.

No es una cuestión únicamente del capitalismo, si bien ha logrado una consistencia en la forma de construcción de una hegemónica que se adapta a los cambios a un ritmo constante, los elementos de dominación pasiva no son algo nuevos en la historia, ya lo vimos por ejemplo durante la Edad Media con la constitución de una amalgama ideológica por parte del cristianismo, filosofía, política, derecho, poesía, arte. Nada escapaba a su control, si bien el capitalismo, a mi modo de ver, ha conseguido cerrar de una manera más completa el aparato ideológico, pues bien, consume incluso la disidencia ideológica, vaciándola de sentido y contenido conforme a su estructuración. El capitalismo permite la disidencia si produce beneficios, y esto respecto a otros periodos históricos se deslumbra como una novedad.

Ejemplos como la serie de televisión Black Mirror producida por Endemol, que, a su vez, creadora del alienante Gran Hermano y otras telerrealidades. Alienante en tanto que ha dicho a una generación de espectadores que para salir en televisión no necesita ser cantante o actor o haber hecho algo relevante. Endemol ejemplifica la dualidad del capitalismo: congrega el pensamiento poco crítico (Gran Hermano) y satisface al pensamiento autodenominado diferente (Black Mirror). Tras Endemol está Goldman Sachs, uno de los grupos de banca de inversión y valores más grandes del mundo.

Otra serie como podría ser el caso de Mr. Robot está Comcast Corporation, propietaria de NBC Universal que posee a USA NETWORK, productora de la serie. Además de producir televisión, Comcast provee internet y telefonía a Estados Unidos y Latinoamérica, y posee los derechos de las Olimpiadas de Río para Estados Unidos.

En definitiva, la disidencia se convierte en un nicho del mercado para continuar con el efecto de la sobreacumulación de capitales, puede que aquí sea donde se produzca una ventana de oportunidad para abrir brecha, pero no es una cuestión que vayamos a tratar ahora.

Tratando una cuestión de fondo como es la de la enajenación, bien, mencionar que con frecuencia este término es usado para describir el sentimiento de separación, de estar solo y lejos de otros. Para K. Marx la enajenación no era un sentimiento ni una condición mental, sino una condición económica y social de la sociedad de clases–en particular, de la sociedad capitalista.

La enajenación, en términos marxistas, se refiere a la separación de la masa de asalariados de los productos de su propio trabajo. La ironía es que dondequiera que miremos somos confrontados con la labor de nuestras propias manos y cerebros, y sin embargo estos productos de nuestro trabajo aparecen como cosas fuera de nosotros, y fuera de nuestro control. El trabajo y los productos de nuestro trabajo nos dominan, en vez de lo contrario. En vez de ser un lugar en donde realicemos nuestro potencial, el lugar de trabajo es meramente un lugar al que nos vemos obligados a ir para obtener dinero para comprar las cosas que necesitamos. A día de hoy estamos mucho más distanciados en términos marxistas de esta producción, puesto que las mercancías que producimos se dispersan por todo el globo, el trabajador ya ni es consciente de que modo ni manera se producen estas desapariciones de capital, si bien:

«Así que  -escribió Marx- el trabajador se siente a si mismo cuando no trabaja; cuando trabaja, no se siente a sí mismo. Se siente augusto cuando no trabaja, e incómodo cuando trabaja. Su trabajo, por lo tanto, no es voluntario sino forzado, es trabajo forzado. Es, por lo tanto, no la satisfacción de una necesidad, pero un mero medio de satisfacer las necesidades fuera de éste. Su carácter enajenado es demostrado claramente por el hecho de que tan pronto como la compulsión física (o similar) deja de existir, se le rehuye como a la peste».

Quizás hoy más que nunca hemos llegado a las formas más degradantes de la enajenación, en la manera que todo puede convertirse en un bien que puede ser comprado y vendido -inclusive el sexo-.

Esta subversión llega a tal grado que llegamos a comercializar también la amabilidad, uno se hace amable para recibir mejores valoraciones. El punto de esto sería la llamada “economía del compartir” el pasado año el término “sharing economy” fue introducido al Oxford English Dictionary definido como: «Interacción entre dos o más sujetos, a través de medios digitalizados o no, que satisface una necesidad real o potencial, a una o más personas». Una cara amable con doble rostro, y a la vez la cumbre del capitalismo como un total, la comercialización de los sentimientos comunitarios. No solo el hecho de que aquellas personas que no tengan dinero quedan excluidas de ello, sino que el mercado comunitario convierte a cada coche y cada casa en una máquina de hacer dinero, en definitiva, la mercantilización de valores como son la hospitalidad, la solidaridad y el compromiso comunitario. Ya no cabe la amabilidad desinteresada, en una sociedad de recíproca valoración que comercializa la amabilidad, uno se hace más amable para recibir mejores calificaciones en un viaje de BlaBlaCar por ejemplo. La amabilidad deja de ser interesada, se comercializan los sentimientos y la corrección de estos. Al fin y al cabo, todo se convierte en un intercambio en el que tú me das a cambio de que yo te dé, un círculo vicioso que llega desde las esferas más alejadas de nuestro ser hasta las acciones más cotidianas del día a día, una consumición que devora todo aquello que se pueda poner en juego, el sentido, la amabilidad y el cariño no escapan de su uso.

Al principio del texto afirmé con cierto temor que la ideología neoliberal se había convertido en un todo cerrado, puede que sí, que esto sea cierto, pero aún no está todo perdido, tenemos una ventada de oportunidad y como decía Antonio Gramsci; “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos. Las transformaciones sociales nacen de las contradicciones entre lo viejo, con las tendencias al cultivo de lo viejo, y las aspiraciones abstractas de lo nuevo, y cuanto más grande es este periodo de transformación más se prolongara este periodo de número de contradicciones, puesto que nunca se parte de la nada, y siempre construimos desde lo viejo, con un pie fuera y uno dentro tensando el antagonismo y el conflicto social, que al fin y al cabo de ellos emana la transformación.


Bibliografía:

  • BYUNG-CHUL, H. (2014). ¿Por qué hoy no es posible la revolución? 11 de octubre del 2016, de EL PAÍS Sitio web:

http://elpais.com/elpais/2014/09/22/opinion/1411396771_691913.htlm