Por Iago Moreno

Esa idea enfermiza de que “en los debates sabes que vas ganando cuando ves a los adversarios echar espumarajos por la boca.”no es más que una arrogancia imbécil. A veces aparece disfrazada de lo que no es, estampada sobre tapas rojas. “¡Lo decía Mao!Ser atacado por el enemigo no es una cosa mala, sino una cosa buena”(…) “si el enemigo nos ataca prueba que hemos deslindado los campos con él””. ¿Pero acaso la hace eso menos falsa e interesada? Que vieja es esa artimaña de volver a los clásicos para darnos la verdad retorciendo sus palabras.

Recapitulemos algo expuesto en la segunda mitad de la primera parte de este texto, publicada hace 2 números: Pensar táctica y estratégicamente implica subordinar la acción concreta al arreglo permanente entre lo deseado y lo posible, entre las condiciones objetivas dadas y las transformaciones subjetivas posibles. Pensar táctica y estratégicamente, significa obrar entendiendo cuál es el margen que uno tiene en cada momento para transformar una realidad que también se transforma a sí misma, y en qué medida su propio cambio – o sea, el despliegue de las transformaciones de la que la realidad como tal es “objeto” – contraen o expanden ese margen que antes teníamos y que hoy podría ser otro. ¿Como poder medir entonces el valor de cada acción posible si no es en relación a esta tensión? La táctica y la estratégica componen una díada inseparable, no pueden pensarse sino en común. ¿O acaso hay un elemento al margen – la actitud del adversario, el clima general de los ánimos, la opinión de tal o cual órgano interno… – que pueda ser en sí misma un seguro de nuestros actos?  La tendencia cada vez más instalada a dispersar y fragmentar el estudio de las cosas, nos hace perder este enfoque tan básico, nos empuja a volver a las viejas excusas. Pero toca insistir: La ausencia orientación estratégica es, en última instancia, el mayor regalo que se le puede hacer al adversario. Koba lo explicaba claramente: “los izquierdistas siempre encubren su oportunismo con una fraseología aparentemente revolucionaria”, pero “no podemos trazar nuestra política sobre la base de lo que digan unos chismosos, (…) “debemos ir por nuestro camino con paso firme y seguro”, pensar con claridad.  La guerra de movimientos se gana sabiendo ir más allá de los ritmos impulsivos del izquierdismo y la desorganización.

Afrontar el miedo al abismo del acto

A los que buscan en el rostro de su adversario la autoafirmación de sus acciones, les reconforta pensar en sí mismos como el terror de los moderados. Nada les excita más pensarse a sí mismos como una “joven guardia”. Pero a sus acciones no las guía más que el viejo miedo al abismo del acto. En “Repetir Lenin” el filósofo Slavoj Zizek nos explica este miedo como la base de un pensamiento estático: si queremos entender el miedo al abismo del acto, nos dice, no hay nada mejor que mirar a quienes – contra Lenin – insistían en aguardar a tener todas las garantías posibles antes de dar el paso hacia un estallido revolucionario. No lo dudo: en el estatismo de muchos se esconde también un miedo al abismo del acto; pero creo que este miedo nunca se muestra aún más claro que en su reverso. No hay mayor traducción del miedo al abismo del acto que la respuesta impulsiva del izquierdismo; esa acción no meditada, no planeada, que el izquierdista justifica en la necesidad moral/justa/inevitable de presentar combate sean cuales sean las condiciones reales dadas. Porque hay pocas expresiones mejores del miedo al abismo del acto que esa necesidad de justificarse en los gestos del adversario y no en las particularidades de la coyuntura. Igual que hay miedos paralizantes, hay miedos histéricos, y la hipertrofia izquierdista no es más que un reflejo claro de los segundos. Es otra expresión del terror al acto.

El acto revolucionario nunca tiene la cobertura de un gran “Otro”. Esa es la enseñanza que Zizek nos enseña aprender de Lacan y de Lenin. Aprender a convivir con ese miedo, asumir de una vez que no habrá garantía alguna antes del propio hecho, es inevitable a la larga. Ni las excusas para la inacción ni las justificaciones para la temeridad son alternativas útiles para llegar a puerto alguno; sólo estudio concreto de la realidad concreta a todos los niveles puede reducir los riesgos. Pero“para conocer realmente un objeto [en este caso, el acto revolucionario] hay que abarcar y estudiar todos sus aspectos, todos sus vínculos y mediaciones”; sólo “la exigencia de estudiar las cosas en todos sus aspectos nos previene contra los errores y la rigidez”.Y eso es algo difícil de asumir para la izquierda.

Unilateralidad, subjetivismo y superficialidad

Si hay algo en lo que insiste Mao Zedong es que quien confronta las cosas de forma subjetiva, unilateral y superficial, está inevitablemente predestinado a caer.  Mao Zedong nos dice: “Las cosas en el mundo son complejas y las deciden diversos factores. Debemos examinar los problemas en sus diferentes aspectos y no en uno solo.” (…) “   Debemos aprender a examinar las cuestiones en todos sus aspectos, a ver no sólo el anverso de las cosas sino también su reverso.” Y por eso, cuando se trata de enfrentarse a un adversario, se acuerda del viejo consejo de Sun Tzu en “El Arte de la Guerra”:

“Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no temas el resultado de cien batallas; si te conoces a ti mismo, pero no conoces al enemigo, por cada batalla ganada perderás otra; si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”

Sí los jóvenes militantes recordasen aquella enseñanza dejarían de “darse en la cabeza contra un muro”, dice Mao. Por eso vuelve una y otra vez sobre esta cuestión es sus escritos con tantos otros ejemplos. Nunca, absolutamente jamás, ha existido virtud revolucionaria en el acto temerario. Los delirioskamikazes, los exabruptos, siempre se han celebrado por sus defensores como victorias de la épica; pero raras veces llegan a ser más que una fantasía onanista, siempre han estado condenados al fracaso.

Lenin:

Ahora bien, ¿es esta defensa de la atención a las posibilidades reales, una excusa para el estatismo? Podría llegar a serlo, lo ha sido en otros casos, pero en este texto se defiende justa y precisamente lo contrario. En última instancia no hay nada que tire más fuerzas militantes por tierra que el desgaste de derrotas evitables o el impacto de golpes a los que uno no habría de haberse expuesto… Si como dice Mao “muchos consideran imposible lo que podrían cumplir si se esforzaran”, es por la misma razón por la que otros se dejan llevar por la fantasía: porque abandonan el arreglo táctico de la estrategia, porque olvidan la orientación estratégica de la táctica. Defender el capital político militante frente a la irresponsabilidad del izquierdismo, avisar de los peligros que suponen la temeridad y la inconsecuencia, es parte de esa lucha por encontrar la actitud correcta con la que encauzar cada lucha.  “Para deshacernos del hábito de actuar a ciegas (…) debemos alentar a nuestros camaradas a pensar, aprender el método analítico y cultivar el hábito del análisis.” dijo Mao también. Nunca ganaremos orientando nuestra acción política en base a nuestros deseos y nuestras prisas. Siempre ha habido quienrija su rumbo escuchando a las sirenas, quien se excite ante la tempestad, o quien persiga el rugido de las olas. Lo importante es olvidar que a quienes escogen ese camino sólo les esperan dos destinos posibles: el fondo del mar o la muerte entre las rocas.

Lenin dijo una vez: “Aceptar el combate cuando es ventajoso a todas luces para el enemigo y no para nosotros, constituye un crimen. Los políticos de la clase revolucionaria que no saben maniobrar y concertar acuerdos y compromisos a fin de rehuir un combate desfavorable, no sirven para nada.” ¿Se equivocaba? Pocos dirán que no: El problema es llevarlo a la práctica. No se trata de perder el anhelo de victorias, no se trata de ahogarnos en la derrota; al contrario, se trata de aprender a entender cómo se construye de la victoria. Pero de entenderlo en serio, con todas las implicaciones que esto acarrea:

En una guerra, los mandos no pueden pretender ganarla traspasando los límites impuestos por las condiciones objetivas, pero dentro de tales límites sí pueden y deben poner en pleno juego su actividad consciente en la lucha por la victoria. El escenario de acción para los mandos en una guerra debe construirse dentro de lo que permiten las condiciones objetivas, pero sobre este escenario pueden dirigir magníficas acciones de épica grandiosidad.”

Mao Zedong

Teologías, teleologías, y otros delirios mesiánicos

El problema es que quienes han querido transformar el mundo en pos de la justicia social, de la revolución, de la liberación nacional o la igualdad, han tendido a olvidar qué es en realidad la política (y “lo político” como tal) y perderse en sus propias fantasías. No nos enfrentamos al poder que nos niega para abrir paso a una historia inaplazable, ni la escribimos bajo el dictado de lo que “ha de abrirse paso tarde o temprano”. No cabalgamos a lomos de la historia, ni tenemos la llave del futuro: eso son cuentos de iluminados. Cuando hacemos política disputamos el sentido de las cosas, construimos sentimientos colectivos, creamos voluntades nuevas, movilizamos anhelos ya dados o transmutamos correlaciones de fuerzas; las enfrentamos, hacemos chocarlas a golpes, desatamos revoluciones cuando se aúnan, y si se imbrican entre sí a veces logramos resolver hasta sus propias contradicciones. Todo eso es hacer política, desde derruir un edificio político estable, hasta desviar la fuerza de un desarrollo concreto para acabar con el curso normal de otra cosa. La política es un arte estratégica compleja y amplia, que trata de muchísimas cosas. Pero nunca de desvelar verdades ya dadas.

Uno nunca triunfa políticamente dejándose seducir por razones mesiánicas. Igual que uno no puede guiarse en base a un tic rabioso del adversario, no puede dejarse enredar por las arengas de fe o la vieja filosofía de la historia. Las únicas guías que podemos tener, como dijimos antes, son el análisis concreto de la situación concreta, el arreglo de la acción política a la estrategia y la táctica, y la asunción realista y sincera de nuestras limitaciones. La historia nunca va a estar de nuestro lado, nunca nos absolverá. No lo hará, al menos, si no la convertimos en algo distinto a un camino ya dado, si no la entendemos como un futuro que escribir. Sólo absuelve la victoria. La suerte a la que están condenados todos esos los despliegues iluminadores, todos estos arrebatos de pasión ilustrada, está probada desde hace mucho. Lo decían Adorno y Horkheimer: “La tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad“”.  Quien se cree no necesitar de la táctica ni de la estrategia no ha aprendido nada de la historia, sólo está lanzándose hacia un salto de fe. Y la fe es siempre ciega.

Hace mucho que aprendimos a no seguir a quienes trataban la lucha de todos como el producto de una epifanía reveladora, de quienes tratan la historia como un desarrollo lineal, acumulativo, desplegándose al progreso. Como decía un editorial de LdR que leí en su día: nuestro pueblo no es “un Cristo” que tenga que mortificarse en el sufrimiento hasta que se produzca una segunda venida de dios. No está destinado a sufrir hasta que arribe un cambio nuevo. La lucha revolucionaria no es una apresurada carrera por desatar la celeridad de los hechos; no hay un cambio radical esperándonos a la vuelta de la esquina. Lo dijo Ernesto Laclau ¿De qué sirve esperar a que bajen los Marcianos? De nada vale sumergirse en fantasías redentoras o crecerse en el dolor, no podemos convertir el esfuerzo teórico de los que antes lucharon en evangelios inútiles o en fetiches gastados. Tenemos que pensar con sinceridad y sentido crítico, y tratar los viejos manuales como lo que son, un bagaje teórico imprescindible pero insuficiente, un arsenal de ideas que revisar, mejor y expandir. Militar, esforzarse por escribir la historia de nuevo es la pelea por trascender nuestras propias limitaciones, por ensanchar los horizontes posibles. Es luchar por romper las cadenas de ese pensamiento débil y estéril que viste de fuerza la mayor de las debilidades, la pelea por abrir un tiempo nuevo cuando todo parece imposible. Y eso no puede lograrse sin tener en cuenta nuestros errores.

La enseñanza de Rokha

Quiero acabar este segundo artículo acordándome de Leonardo Vilches, un camarada del Partido Comunista Chileno que tuve el gusto de conocer hace poco. Gracias a él conocí un poema de Pablo de Rokha en el que creo que se destilan gran parte de las ideas que hoy intento exponer.

“Entre la vida y la imagen de la vida”, nos dice Rokha, el corazón de un militante se vuelve “un animal rojo, bramando”; una bestia “escarbando lo sagrado y gritando tierra”, huyendo. La bestia cava buscando escapar, siguiendo su idea, pero la sociedad le inunda y el mito le azota. ¡Es una ironía!nos diría Marx (aunque Rokha no se detiene en esto). El viejo topo habría de hozar hacia la superficie. Pero se ha perdido. La bestia busca la “fruta de la realidad abierta”, persigue la fe; huye del dolor y del desorden hacia las entrañas de la tierra. Se equivoca, nos dice Rokha; y Marx estaría de acuerdo. No se trata convertir en fe nuestras ideas, “Lo tremendo, lo cierto, es lo concreto”. No podemos convertirnos “ni en profetas ni iluminados”; no podemos acabar como “megalómanos de metáforas”. Nosotros “hemos venido a hundirnos en la historia, a hacer la historia, a expresar lo que fluye sucede y gravita en ella”. Asumir esto cuesta, implica ir “contra tus propios símbolos”, “desgrarrase en virtud de la verdad”. Pero eso no importa absolutamente nada: Nosotros juramos vencer y no podemos faltar a nuestra palabra. No al menos hasta ver las alamedas bien abiertas y las plazas realmente liberadas.