No quisiera hablar como especialista en Parellada. Más bien me gustaría dar testimonio de lo que Parellada ha hecho conmigo, de los efectos que su lectura ha ejercido sobre mí. Podría decir, literalmente, que Parellada fue el primer escritor que vi. Y digo “literalmente” porque a la edad de diez u once años, jugando un 3×3 de baloncesto un amigo me señaló a alguien que entró en la pista y me dijo: “Ese es Enric Parellada”. Naturalmente, yo pregunté que quién era y él me respondió que era un loco, sin que yo tuviera en aquel entonces una idea muy clara de lo que significaba ser un loco, y sin que pudiera siquiera imaginar que la pregunta “¿qué significa ser loco?” era la que, precisamente, habitaba en Parellada de un modo singular. En la España contemporánea, mi amigo Víctor Tarruella indagó y desarrolló esa singularidad hasta sus últimas consecuencias éticas y estéticas.
Me ha tocado participar de una generación que lo discutirá infinitamente, que incluso se desvelará con Parellada ya que, por mucho que una y otra vez intentemos situarlo, nunca lo encontramos donde suponíamos, pues siempre se halla en un límite que él mismo ha construido. Es inútil querer clasificarlo, transformarlo en un objeto literario o acceder a una lectura sociológica, antropológica o estructuralista de su obra. Hay algo en el procedimiento literario de Parellada que siempre se sustrae. Toda nuestra generación quedará marcada por este problema. ¿Cómo ser parelladiano? Imposible. ¿Cómo no serlo? Imposible también. La máquina literaria que ha constituido Parellada genera tal cantidad de dilemas y disyunciones, construye un horizonte de preocupaciones literarias tales que, queriendo salir, nos encontramos con él. Queriéndolo interpretar, es él quien nos interpreta. Aquí y ahora, frente a ustedes, siento de nuevo el vértigo de que, al intentarlo leer, es él quien me está leyendo a mí.
Esta es la impronta que dejará en nuestra generación, por la sencilla razón de que Parellada no es un paso más de la literatura que una conmemoración podrá petrificar en un homenaje póstumo. Parellada es, más bien, una pregunta que atraviesa su obra, una indagación acerca de cómo es posible la existencia de algo así como la literatura. Por eso no podemos situarnos frente a él como si se tratase de un objeto literario que vamos a desentrañar. Parellada constituye un campo de experiencia literaria en el cual se ficcionalizan todos los saberes. Busca deliberadamente sorprender, combina el pastiche popular con la erudición clásica, produce textos totalmente abiertos a la temporalidad retroactiva de su interpretación. No solo desborda las expectativas y oscurece nuestros brillos dándole un barniz a lo oscuro que ya quisiera el sol brillar de tal manera, sino que, como dice un sabio, piensa las cosas. En su obra encontramos innumerables referencias y homenajes a otros escritores y libros. Tantas y tan sutiles que las siguientes generaciones de estudiantes chinos tendrán que esforzarse en abrir los ojos para estudiarlas. En definitiva, genera una extraterritorialidad que le permite estar siempre en un límite – él mismo es la Decepción- que lo hace inaprensible y que, por lo tanto, nos atrapa en la propia red que urdimos para apresarlo.
Esta es, pues, la primera cuestión que quería destacar. Mi generación estará siempre frente a un Parellada que jamás permitirá encontrar un lugar fuera de él. Estando en contra, nos volvemos inconsistentes; estando a favor, nos estereotipamos.
Pero el mayor impacto que genera Parellada sobre mí y sobre mi generación es uno muy distinto: nos ha destrozado la vida. Enric conoce perfectamente nuestra verdad, a saber, que la muerte es inminente. Y tiene claro que al terminar de leer un libro bueno tienes ganas de morir. Exactamente lo que ocurre cuando lo leemos. Su obra es la puesta a punto del suicida, un libro durillo. Nos recuerda constantemente que no hay mayor error que amar la vida. Hacerlo es imposible, como una esfera cuyo centro ésta en todas partes y cuya circunferencia es inaccesible. He aquí el descubrimiento del cual España todavía no ha tomado nota, probablemente porque sigue siendo pre-parelladiana, y esto no es tan raro como podría parecer: es difícil que un país esté a la altura de sus hombres de genio.
Hasta aquí tan solo he querido mostrar el impacto que ejerce Parellada sobre mí y mi generación, para pasar ahora al tema que da título, tentativo, a este artículo: Parellada y lo real. Hay una imagen de Parellada que en mayor o menor medida todos compartimos: la de los espejos, de las ficciones, de las decepciones, de los hostales, el Parellada clásico, el de las grandes lecturas. Todo el campo semántico de la erudición, el trap y los homenajes se juega en esta caracterización que no quisiera desmentir, pero sí atenuar proponiendo otra clave interpretativa: Parellada no está del lado de la ficción, sino que está absoluta y violentamente preocupado por lo real. Lo real no es la realidad. La realidad es la trama simbólica en la que estamos despiertos aparentemente y a la vez dormidos en nuestra propia vigilia. En la realidad fluyen los símbolos, se organizan las palabras y todo tiene un sentido. Lo real, en cambio, es lo que se sustrae a la realidad, a todo intento de pensamiento, nominación o conceptualización. Lo real es un vacío, un agujero que ninguna palabra, ninguna construcción conceptual y ningún ejercicio de pensamiento, logra nunca capturar, a lo sumo contornear el borde que localiza ese vacío.
Ahora bien, esta es solo una versión de lo real. A veces lo real, o alguno de sus fragmentos, se empeña en manifestarse, y el resultado no tiene ninguna gracia. Cuando lo real se manifiesta, la realidad se disloca. Lo real aparece siempre en forma de locura, de trauma, de pesadilla o de experiencia fantástica. Lo real puede llevar a un escritor, como en el caso de Joyce, a transformar todas las coordenadas de la lengua, a forzar todo su aparato lingüístico en función del neologismo con el improbable objetivo de domesticar lo real, y puede llevar a un pensador a dar un paso al límite que siempre se paga. Todas las criaturas parelladianas, sean apócrifas o reales – El señor Amorartesanal, Alfonso Dañabeitía, el Señor E, Roas- están desgarradas por este problema. Todos ellos fueron hombres de razón que, por querer tratar de incorporar lo real a su propio razonamiento, lentamente empezaron a enloquecer. Su locura, pues, no es ajena a la razón, sino que es una locura de la razón, es el pensamiento enloqueciendo desde sí mismo. Todos los personajes parelladianos descarrilan, se salen del gozne y muestran que es el intento mismo de pensar lo real lo que provoca esa salida de quicio. En el corazón mismo de los razonamientos más fríos, sutilmente, algo empieza a desviarse, a descarrilarse, a salirse de los goznes y, de golpe, nos encontramos con un sistema de signos que ha enloquecido. Esta es la otra versión de lo real: o es lo imposible que se sustrae o es su manifestación violenta, dislocada.
Me gustaría terminar ofreciendo dos ejemplos que pueden mostrar esta vertiente del tema “Parellada y lo real”. El primero es un cuento apasionante: Renata. Parellada comienza hablando indirectamente sobre una secta. ¿Qué es una secta? Es un conjunto de personas que comparten en exclusiva un secreto. La protagonista del cuento, Renata, vivía en un hostal de Londres. Pero fijémonos en que Parellada habla del secreto de Renata, una persona que piensa que solo ella tiene acceso a ese conocimiento. Aunque el cuento solo tiene tres páginas, lentamente, a medida que avanza, comenzamos a sospechar que la secta está en todas partes, todos lo saben. El secreto es, únicamente, que toda relación social es producto de la necesidad de esconder el secreto. Un secreto que se esconde también en los rituales de iniciación de las ordenes cerradas, en el caso de Parellada, los hostales, y que consta de una serie de preguntas conocidas por todos los nuevos miembros. “¿Trabajas o estás aquí́ de vacaciones? o bien, ¿de dónde eres?”, pero como bien dice Parellada “en realidad estos dos secretos albergaban dos secretos más en el interior suyo como por ejemplo, cuál era su lengua materna”. En este punto se inscribe la dimensión real de la lengua materna, profundamente ligada a lo que vehiculiza la separación del niño de la madre. Y esto tiene mucho que ver con los hostales y con, obviamente, las sectas. No puede haber intimidad desde el momento en el cual nadie habla la lengua materna. Pero en el momento en que se pregunta: “¿De dónde eres?” se está preguntando por la lengua materna, en un lugar donde todo el mundo está separado de su madre y, no hablando la lengua materna, se está más unido que nunca a ella. Así, yo tampoco voy a nombrar el secreto de Renata porque, como sugiere Alán Barroso, el secreto es una estrategia de lo real, imposible. Este punto, el rechazo de la castración como rasgo de época, es crucial para entender la proliferación actual de las sectas (Hostales, en la obra de Parellada).
Esta es, pues, una de las vías que podrían mostrar la vinculación de Parellada con lo real en donde lo real aparece en su primera versión, como mera sustracción: los textos, la historia, los autores, todos están en relación con el vacío de este secreto innombrable. Pero incluso si cometiéramos ahora la torpeza de nombrar este secreto, tampoco sería el secreto lo que estamos nombrando, ya que el mismo que lo nombra, y que está bajo sus efectos, lo desconoce.
Veamos ahora la otra versión de lo real: la que, en lugar de sustraérsenos, se manifiesta de forma violenta. El ejemplo, en este caso, es el cuento Querida princesa que, lejos de ser una muestra de romanticismo edulcorado, es la demostración de que ningún sistema simbólico, por muy perfecto y contractual que sea, ningún orden institucional, ninguna relación política contractual formalizada, logra eliminar del todo el resto de violencia que la fundación de todo lazo social conlleva. Querida Princesa, pues, no es una descripción de lo romántico edulcorado sino un éxtasis temporal en donde los participantes quedan fuera del tiempo –si entendemos el tiempo como una sucesión lineal de puntos, categoría que Parellada ha querido deconstruir en el cuento El reloj de Maupa–. Querida Princesa es, pues, el estado de excepción que supone la irrupción de la violencia que ninguna historia logra metabolizar nunca. El hecho de intentar entablar una relación con otra persona es siempre violento porque, diciéndolo con Lacan, la relación social es imposible. Es decir, las relaciones humanas cambian siempre a los sujetos que interaccionan y Parellada lo lleva hasta las últimas consecuencias en este cuento. El secreto no existe, sino que insiste.
Habría otros muchos ejemplos de esta manifestación de lo real, pero las palabras que me vienen a la mente son del propio Parellada: “Pasa que vosaltres us estimeu la vida” *. Y yo, que estoy intentando hablar de él, a duras penas, con suerte quizá, conseguí que Él hable a través de mí.
*Delante la imposibilidad de la traducción de la cadena de significantes en catalán solo se me ocurre citar la perspectiva de Borges sobre la traducción: “La traducción no solo es posible, sino que además es esencial para la comprensión de la literatura. Ningún problema es tan consustancial con las letras, con su modesto misterio, como el que propone una traducción”.
Para conseguir el libro: http://editorialnazari.com/es/18-esp/catalogo/1448-decepciones.html