Pablo Sánchez Martínez (@pablosanchezm_)
El viernes 28 de febrero de 1986, a las 23:21, Olof Palme fue asesinado de un disparo mientras volvía caminando desde el cine acompañado de su mujer.
El pasado 10 de junio su figura volvía a estar de actualidad cuando, tras 34 años de investigación, el fiscal general de Suecia, Krister Petersson, anunció el archivo inconcluyente de la investigación de su asesinato, pero con un principal sospechoso: el simpatizante conservador Stig Engström. Durante años, los principales medios de comunicación de Suecia especularon sobre los posibles autores del asesinato; siendo puestos en el punto de mira desde los servicios de inteligencia de la Sudáfrica del Apartheid, los rebeldes kurdos del PKK o agentes de la extrema derecha doméstica infiltrados en la policía, hasta las casi 130 personas que se confesaron culpables del magnicidio. Sin embargo, se ha prestado mucha menos atención al impacto político de su figura.
Olof Palme fue primer ministro de Suecia en dos etapas: 1969-1976 y 1982-1986. Durante ese periodo, Palme lideró un partido socialdemócrata, el SAP, que había gobernado ininterrumpidamente el país durante cuarenta años y cuya hegemonía resultaba difícil exagerar.
En conjunción con un movimiento obrero fuertemente organizado en torno a la central única de sindicatos suecos (LO), los socialdemócratas transformaron radicalmente una sociedad pobre, periférica y agraria que, a principios del siglo XX, estaba aún dominada por la nobleza a través de un sistema de sufragio electoral censitario profundamente restrictivo, y caracterizada por una distribución de la riqueza y de la propiedad que, en 1910, era más desigual que la de Estados Unidos[1]. Gradualmente, y sostenidos por un amplio apoyo electoral (desde 1932 hasta 1988 los socialdemócratas nunca bajaron del 40% de los votos), el SAP implementó un ambicioso programa de reforma social, priorizando los intereses generales de las clases populares – en lugar de favorecer exclusivamente los intereses inmediatos del proletariado industrial – que pronto se consolidó en un concepto cooperativista constitutivo de la identidad nacional sueca: el Folkhemmet, i.e. hogar del pueblo. Este modelo social, que permaneció intacto hasta la década de 1990, estaba basado en una política de estricta neutralidad en el ámbito de la política exterior, y en la ampliación progresiva del estado del bienestar a través de legislación parlamentaria.
El SAP implementó un ambicioso programa de reforma social que pronto se consolidó en un concepto cooperativista constitutivo de la identidad nacional sueca: el Folkhemmet, i.e. hogar del pueblo.
Per Albin Hansson y Tage Erlander, predecesores socialdemócratas de Palme en el gobierno, contribuyeron decisivamente a la creación y ampliación del estado del bienestar sueco, incluyendo, entre otras reformas, la introducción de nuevas ayudas a la dependencia y a la maternidad, la transferencia del control de los fondos de desempleo a los sindicatos, la regulación del precio de los alquileres a nivel nacional, la creación de un sistema publico de pensiones, regulaciones laborales a favor de la clase trabajadora, y la introducción de nuevos impuestos de la renta progresivos y a las herencias. El propio Erlander, que gobernó durante 23 años sin interrupción, cuando en 1974 fue preguntado sobre cual sería el futuro de las nacionalizaciones y el control sobre los medios de producción, reconoció abiertamente la ambición transformadora del programa económico socialdemócrata: “el 50% de la producción ya ha sido extraída de la economía capitalista a través de impuestos. Si incrementáramos esto hasta un 60-70-80%, el estado del bienestar se convertiría en una forma de socialismo”[2].
Palme llegó al gobierno de una nación industrial avanzada miembro del G10, que gozaba de altísimos niveles de bienestar social; liderada por un partido socialdemócrata entonces comprometido con el “pleno empleo” como objetivo central de su política económica, y con la transformación radical de la sociedad a nivel doméstico e internacional. Y fue en este ultimo aspecto, donde la figura de Palme se desplegó con mayor brillantez.
Nacido en el seno de una familia aristocrática y conservadora, Palme no mostró gran interés por la política hasta su etapa universitaria en Estados Unidos -donde fue testigo de las profundas desigualdades económicas y la segregación racial sufridas por la minoría afroamericana en la América de Jim Crow. Palme emergió en los años cincuenta como una figura relativamente moderada dentro del partido socialdemócrata ocupando, primero, el liderazgo de la unión de estudiantes socialdemócratas, y convirtiéndose, posteriormente, en ministro y protegido del primer ministro Erlander.
Influido por las luchas anti-imperialistas y el espíritu anti-belicista de la década de los sesenta, la transformación de la acción exterior de Suecia que Palme lideró, desde una posición de estricta neutralidad diplomática, hasta convertirse en el principal valedor de las luchas por la liberación del tercer mundo, fue extraordinaria no sólo en su radicalismo, sino también en la universalidad de su compromiso internacionalista – apoyando abiertamente al Vietcong y denunciando los bombardeos de Hanoi como una atrocidad comparable con “Guernica, Babi Yar, Katyn o Treblinka”, granjeándole un conflicto diplomático grave con Estados Unidos.
Influido por las luchas anti-imperialistas y el espíritu anti-belicista de la década de los 70, la transformación de la acción exterior de Suecia que Palme lideró fue extraordinaria.
Condenó además duramente las ejecuciones del régimen de Franco en 1975, calificando a los responsables de “malditos asesinos”. Proveyó refugio a los perseguidos tras el golpe de 1973 en Chile y financió al FMLN en Salvador, a los sandinistas nicaragüenses, al frente POLISARIO, y al ANC de Mandela. El histórico líder del ANC, Oliver Tambo, reconoció a Olof Palme como un líder internacionalista que entendió que la inacción de las Naciones Unidas no podía servir como excusa para no promover sus principios aunque fuera de forma unilateral, y que “acabó con la idea de que la neutralidad implicaba pasividad”[3].
A nivel doméstico, Palme mantuvo y amplió extensivamente el modelo de bienestar construido por Erlander, radicalizando la agenda del partido socialdemócrata. Durante la primera mitad de los años setenta, se mantuvieron los altísimos niveles de afiliación sindical (cerca de un 90% durante su mandato). El estado extendió su rol como propietario y financiador de la mayor parte de la economía, aumentando en un 50% su fracción de propiedad del PIB, y el sistema del bienestar dio pasos importantes hacia su desmercantilización, satisfaciendo las necesidades básicas de toda la población y reforzando la posición de los asalariados en el mercado laboral.
A pesar de estar limitado por un acuerdo concesional con la oposición “burguesa”, el gobierno de Palme logró aumentar los impuestos de niveles relativamente bajos en comparación con el resto de Europa hasta convertirse en los más progresivos del mundo, y logró eliminar las exenciones fiscales para accionistas. Las pensiones mínimas subieron de un 42% del salario medio a un 57% en 1969. Se separó la fiscalidad entre parejas, se introdujeron las primeras leyes de codecisión en los consejos empresariales y se garantizó la gratuidad de la matricula universitaria. Estos son solo algunos de los ejemplos de la expansión multinivel del estado del bienestar Sueco que Palme lideró hasta 1976.
Asimismo, la socialdemocracia sueca demostró hasta qué punto la opresión sexual podía reducirse dentro de un sistema capitalista. En 1966, casi dos tercios de las mujeres suecas se dedicaban exclusivamente a labores domésticas. Influidos por la radicalización social de los sesenta, el gobierno de Palme trató de facilitar la participación de las mujeres en el mercado laboral. En su ensayo sobre la cuestión feminista La emancipación del hombre, publicado en 1970, Palme habló extensamente sobre las desigualdades estructurales que sufren las mujeres y reconoció que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres implicaba trabajar contra la opresión de “miles de años de tradiciones [sexistas]”. Durante su gobierno, se comenzó a trabajar más allá de legislación orientada a garantizar, formalmente, la “igualdad entre sexos” ante la ley, y se comenzaron a promover medidas de carácter social como: los primeros permisos de paternidad igualitarios, la introducción de nuevas ayudas por hijo, la creación de una nueva oficina gubernamental dedicada a superar “los roles de género tradicionales” y la legalización del derecho al aborto en 1974[4]. Fruto de ello, ese mismo año, y en menos de una década, la participación de las mujeres en el mercado laboral aumentó hasta un 80%, la tasa más elevada a nivel internacional.
Palme reconoció que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres implicaba trabajar contra la opresión de “miles de años de tradiciones [sexistas]”.
La nueva generación de líderes socialdemócratas que Palme lideró continuó la estrategia reformista iniciada por sus predecesores, manteniendo profundas convicciones socialistas. Entendían así, que la construcción del movimiento socialdemócrata más fuerte del mundo debía aprovecharse como una oportunidad para transformar la sociedad capitalista. La estrategia consistía en la implementación progresiva del socialismo a través de la expansión del estado del bienestar transformando el sector estatal en una esfera aparte del sistema de producción capitalista, alejada de sus principios de maximización de beneficios, y manteniendo el pluralismo político y la libertad de expresión como principios fundamentales.
Sin embargo, la crisis del petróleo de 1973, la creciente internacionalización de la economía sueca y la amenaza del desempleo y la inflación, comenzaron a poner de manifiesto los límites del modelo socialdemócrata. La expansión económica de posguerra había generado una simbiosis entre las demandas de producción masiva por parte de los capitalistas y las demandas democráticas populares, dando lugar a las sociedades fordistas del bienestar que sentaron las bases de la expansión económica global entre 1950 y 1973. El éxito del modelo sueco, se basaba en la expectativa de un crecimiento económico constante. A través de su rol activo en la creación de infraestructuras y el desarrollo de industrias modernas, y a través de sus instituciones redistributivas, el estado fue capaz de beneficiar tanto a trabajadores como a capitalistas. Cuando el crecimiento económico se redujo, los trabajadores trataron mantener su nivel de crecimiento salarial demandando una mayor parte de los beneficios empresariales. Esto, provocó una fuerte ofensiva capitalista contra los sindicatos que debilitó el compromiso interclasista que hasta entonces había sostenido el sistema de bienestar. El gobierno de Palme sin embargo, no estaba preparado para disputar el poder sobre el capital a la clase empresarial.
La intensificación de las disputas laborales, inspiró una mayor radicalización de las federaciones sindicales. El LO llevó a cabo un importante cambio estratégico, abandonando el modelo corporativista y apostando por la profundización de democracia económica a través de la creación de fondos de inversión controlados por los trabajadores: el Plan Meidner. De haberse implementado, el Plan Meidner hubiera constituido la medida de mayor alcance hacía una economía socialista en la historia de Suecia, socializando los medios de producción a través de la participación de sindicatos y trabajadores en la propiedad accionaria de las empresas.
Los socialdemócratas lo rechazaron. El origen de su rechazo al Plan Meidner reside en el segundo gran dilema de la socialdemocracia: para mantener su hegemonía, los socialdemócratas tenían que mantenerse electoralmente dominantes y garantizar instituciones estables. Desde los años veinte, la estrategia socialdemócrata se había basado en el reformismo gradualista, dejando a un lado la cuestión de la propiedad del capital, y priorizando la transformación y regulación del mercado como instrumento para erosionar el poder la clase empresarial. Aceptar el plan Meidner, suponía una ruptura histórica con esta estrategia. Paradójicamente, la fuerte implantación institucional de la socialdemocracia y la necesidad de mantener su papel como mediadores entre capitalistas y trabajadores, limitó la capacidad movilizadora de la clase trabajadora y redujo el margen del gobierno para implementar soluciones izquierdistas a la crisis.
A pesar de las limitaciones del modelo socialdemócrata, la Suecia de 1980 era, probablemente, la sociedad capitalista más igualitaria de la historia. Durante las dificultades económicas de los años setenta, el gobierno de Palme resistió la tentación desreguladora del neoliberalismo entonces emergente, legislando la última gran expansión del estado del bienestar sueco. El propio Palme advirtió del peligro de aquellas ideologías que promovían la “supresión de sentimientos como la compasión humana y la solidaridad” en favor de “reglas abstractas protegiendo la propiedad privada y el libre mercado”, caracterizando estas ideas neoliberales como “una contrarrevolución conservadora contra sesenta años de progreso social y democrático”[5].
La socialdemocracia que emergió después de su asesinato, no solo en Suecia sino también en el conjunto de Occidente, representó sin embargo una ruptura fundamental con el modelo de Palme y sus predecesores. Fueron, de hecho, sus propios sucesores, los que iniciaron la contrarreforma que desmantelaría gran parte del Folkhemmet. Influido por las ideas que llegaban desde la Universidad de Chicago, el ministro de finanzas socialdemócrata Feldt, promovió una serie de liberalizaciones financieras en la segunda mitad de los años ochenta que abrieron las puertas de Suecia al capital financiero internacional y a la especulación. Esta desregulación masiva, acabó generando una crisis financiera doméstica en 1991 que redujo drásticamente el PIB, inicialmente en un 4%, y fue acompañada de un rescate bancario con un coste similar al 4% del PIB. Esta crisis, y las medidas neoliberales de austeridad, privatizaciones masivas y rebajas fiscales regresivas que la sucedieron, marcaron el final del “pleno empleo” como objetivo nacional fundamental.
La socialdemocracia que emergió después de su asesinato, no solo en Suecia sino también en el conjunto de Occidente, representó sin embargo, una ruptura fundamental con el modelo de Palme y sus predecesores.
Los dirigentes del SAP abandonaron sus preocupaciones por la desigualdad o el avance de los derechos sociales y lideraron el desmantelamiento progresivo del modelo del bienestar que Palme ayudo a construir. La Suecia de hoy, guarda poco parecido con la de hace 34 años. Desde 1985, la desigualdad en Suecia ha crecido más rápido que en cualquier otro país de la OCDE, aumentando más de un tercio desde entonces. El top 1% más rico del país ha visto como sus ingresos han aumentado de un 4% en 1980 a un 7% en 2008 de los ingresos de los hogares. Al mismo tiempo, el tramo más alto del IRPF bajó de un 87% en 1979, a un 56% en 2008[6]. El aumento de la desigualdad en la riqueza fue todavía más impresionante. En 2002, el 1% más rico poseía un 18% de la riqueza de los hogares, en 2017, este porcentaje había ascendido hasta un 42%[7]. El crecimiento del sector exportador de alta tecnología (e.g. Spotify, Skype o Ericsson) ha generado un aumento de la concentración de la riqueza en un selecto grupo de innovadores.
A pesar de todo, una parte importante de la huella de las reformas socialdemócratas se conserva todavía en la Suecia hoy. Los principios de solidaridad y universalismo siguen guiando gran parte de la acción exterior de Suecia. El 32,3% de la población sueca tiene un progenitor nacido fuera del país. Durante la crisis de refugiados de 2015, Suecia llego a recibir 150.000 aplicaciones de asilo, la mayor tasa per cápita de toda Europa. Asimismo, no hay regiones enteras arrasadas económicamente por la globalización y la deslocalización industrial. El SAP sigue siendo el partido más votado y mantiene un nivel de apoyo importante entre la clase trabajadora y fuertes lazos con el movimiento sindical.
Sin embargo, a pesar de su posición comparativamente más favorable respecto a otras formaciones socialdemócratas del continente, el SAP se enfrenta a la amenaza de una extrema derecha xenófoba que crece cada vez que se abren las urnas, y a su propia incapacidad para proponer un modelo alternativo al neoliberalismo desde 1986. En el primer programa socialdemócrata, el histórico líder Axel Danielsson, afirmó que el objetivo del SAP era: “distinguirse del resto de partidos”. A día de hoy, el SAP es un partido más.
El SAP se enfrenta a la amenaza de una extrema derecha xenófoba que crece cada vez que se abren las urnas y a su propia incapacidad para proponer un modelo alternativo al neoliberalismo desde 1986.
La posición oficial del Centro Internacional Olof Palme y del SAP es que Palme fue asesinado por el odio y controversia que inspiraba su personalidad confrontativa[8]. Sin embargo, esta es una explicación incompleta. Palme no inspiraba odio exclusivamente por ser un “traidor” a sus orígenes aristocráticos o por su estilo agresivo y brillante como orador. El odio contra Palme fue parte de una campaña contra una figura que apoyó políticas sociales y laborales que amenazaban los intereses de las élites empresariales suecas, y que se enfrentó al imperialismo de las grandes potencias, convirtiéndose en un firme defensor de las causas de liberación del Sur Global y las minorías oprimidas del primer mundo.
34 años han pasado desde su asesinato, y resulta inevitable ver en su muerte la muerte de una vieja socialdemocracia europea que incapaz de proponer un modelo alternativo a la desregulación neoliberal, ha iniciado un largo y agónico declive. La Suecia de hoy, se parece muy poco a la de 1986. Sin embargo, Palme demostró que es posible construir una sociedad guiada por principios de justicia social e igualdad sin renunciar al pluralismo político y a las libertades civiles, permitiéndonos soñar con la posibilidad del socialismo democrático en nuestro tiempo. Es precisamente en un contexto global como el actual caracterizado por el avance de fuerzas reaccionarias a nivel global, en el que un legado como el de Palme y su proyecto debe servir de inspiración para la construcción de un modelo alternativo al neoliberalismo y a la barbarie reaccionaria donde la justicia social y la solidaridad internacionalista constituyan las bases de la sociedad.
Notas y referencias
[1] Erik Bengtsson, “The Swedish Sonderweg in Question: Democratization and Inequality in Comparative Perspective”, c.1750–1920*, Past & Present (2019).
[2] Daniel Suhonen, “The Last Socialdemocrat”, Tribune (28.02.2020).
[3] Oliver Tambo, “Olof Palme and the liberation of Southern Africa”, South African History Online, (01.03.1988).
[4] Bashkar Sunkara, The Socialist Manifesto: The Case for Radical Politics in an Era of Extreme Inequality, Basic Books (2019).
[5] Olof Palme, Employment and Welfare, The 1984 Jerry Wurf Memorial Lecture, Harvard Trade Union Program, Harvard Law School.
[6] OECD Income Inequality Data Update: Sweden, January 2015.
[7] Göran Therborn, “The ‘People’s Home’ is Falling Down, Time to Update Your View of Sweden”, Sociologisk Forskning, vol. 54 No 4, 2017.
[8] http://www.enop.eu/members/olof-palme-international-center/.