Por Alejandro Solís Rodríguez (@AlejandroSRguez) y Daniel Vicente Guisado (@DanielYya)

El signo de los tiempos es difícil de identificar. A veces ocurre que lo ves venir y te subes al nuevo carro a tiempo. Pero también puede suceder que sólo cuando está frente a ti lo puedes llegar a visualizar. Aunque, cuando esto pasa, suele ser demasiado tarde. La nueva generación, con una fuerza renovada, arrasa contigo antes de que puedas recuperar la compostura. Algunos medios de comunicación parecen estar condenados a seguir este último destino.

Vivimos tiempos convulsos de cambio. Las narrativas tradicionales y las viejas estructuras se están resquebrajando, y existen nombres y rostros propios a los que señalar. En las últimas elecciones de Estados Unidos hubo dos noticias que marcaron la tónica de las redes sociales. La derrota de Trump y la victoria de Emilio Doménech (Nanisimo en internet) en Twitch. El periodista, con residencia en los Estados Unidos, desplegó toda una red comunicativa directa, personal e inmediata tanto en Twitter como en Twitch a lo largo de todo el proceso electoral, además de llevar a cabo una serie de apariciones en el especial televisivo de La Sexta. Su éxito fue rotundo. Decenas de artículos inundaron las redes los días posteriores hablando sobre el fenómeno «Domene» como una suerte de escritura psicoanalítica, intentando comprenderlo y explicarlo al mismo tiempo. Estas críticas y alabanzas estaban marcadas por el elemento generacional. Muchas líneas editoriales tradicionales veían este fenómeno con un creciente escepticismo. Se preguntaban si su método no era una manera de desvirtuar el periodismo, de banalizar la profesión. Si este no debía de estar a pie de calle, si sus constantes memes ridiculizaban la profesión o la acercaban a las nuevas generaciones.

Hace unos días se produjo otro síntoma que apunta al mismo problema. El Mundo publicaba una noticia protagonizada por el streamer Ibai Llanos, donde aparecían tres datos concretos: su edad, su origen vasco y sus supuestas ganancias (1,3 millones de euros al año). Ambos elementos adornados con una advertencia efusiva, pues Ibai ganaba este dinero enseñando «a tus hijos». El protagonista de la noticia aparecía horas después en una de sus retransmisiones en directo ante más de 70.000 personas, y otras tantas decenas de miles en diferido, para despedazarla con un tono claramente irónico: «Decidlo, soy independentista catalán y amigo de Pedro Sánchez».

En apenas unos días, dos sucesos representaron con perfecta exactitud el conflicto que envuelve a la comunicación en la actualidad. Por una parte, unos medios tradicionales que, desde la barrera y dirigiéndose a un público muy concreto, critican con prepotencia y clara superioridad moral unas nuevas dinámicas comunicativas. Y, por el otro, estos nuevos formatos, plataformas y personajes públicos que admiran impertérritos el anquilosamiento de una estructura mediática incapaz de adaptar su discurso y formato a los nuevos tiempos. Como diría aquel famoso refrán: «renovarse o morir».

A través del chat de Twitch, por ejemplo, se hace posible la interacción tanto vertical, con el streamer, como horizontal, con el resto de espectadores, generando una comunicación totalmente bidireccional que llama la atención respecto del tradicional lenguaje mediático.

En el fondo, esta discusión, que tiene un componente claramente generacional, se debe a la manera de entender los límites que acompañan a la comunicación. Tradicionalmente marcada por la unidireccionalidad, el consumo de dicha información no ha permitido su cuestionamiento por parte del espectador. Hasta ahora, la puesta en cuestión del mensaje del establishment, en los casos en que era posible, se daba dentro de sus mismos espacios, nunca desde fuera. El outsider, fuera de los medios tradicionales, quedaba condenado al ostracismo comunicativo la mayor parte de las veces. Igualmente, el público quedaba reducido a un mero consumidor, a un receptor de información. En cambio, lo que este tipo de herramientas permiten es la ruptura de esa unidireccionalidad. A través del chat de Twitch, por ejemplo, se hace posible la interacción tanto vertical, con el streamer, como horizontal, con el resto de espectadores, generando una comunicación totalmente bidireccional que llama la atención respecto del tradicional lenguaje mediático. Ahora se puede romper el mensaje oficial por otros medios alternativos. Aunque esto ya sucedía en Twitter u otras redes sociales, donde cada sujeto se autoconstituye en plataforma de sus propias reflexiones y pensamientos, es la llegada de Twitch la que permite que cada persona tenga un plató de televisión para sí misma.

Además, mediante el uso de este tipo de herramientas se consigue sortear una característica asociada habitualmente a los medios de comunicación, el efecto del encuadre de una noticia o priming, según el cual el enfoque con el que se aborda un suceso puede condicionar drásticamente su percepción por parte de los espectadores. Precisamente por esto, durante el desarrollo del movimiento Black Lives Matter, Twitch se convirtió en una plataforma donde los propios participantes llevaban a cabo retransmisiones para mostrar el verdadero carácter de este movimiento en contra de lo que ocurría en los grandes medios de comunicación, mayoritariamente centrados en los disturbios y la violencia. En cambio, este tipo de herramientas proporcionan la posibilidad de alejarse de las líneas editoriales y transmitir opiniones más libremente. Así, un periódico como El Mundo puede publicar una noticia, pero, unas horas más tarde, una figura como Ibai puede, delante de su propia e inmensa audiencia, desmontar o aportar su punto de vista sobre aquello que se está afirmando.

Jóvenes consumiendo exclusivamente de Internet, por rechazo a los medios tradicionales, y adultos reforzando su rechazo al primero por una férrea adhesión a los medios tradicionales. Un fenómeno que, en el reino de la polarización afectiva, está más cerca que nunca.

Este fenómeno está produciendo, cada vez de forma más rápida, una desconexión mediática generacional. Los medios de comunicación tradicionales, que ya no hablan para el conjunto de la población, se muestran incapaces de comprender lo que sucede a su alrededor, encerrándose en sí mismos y, apelando a la nostalgia, dirigiéndose a su audiencia tradicional, abandonando por el camino toda posibilidad de recuperar a una audiencia que consideran perdida, los jóvenes. Es decir, está teniendo lugar un claro ejemplo de microsegmentación. El caso de Estados Unidos, donde muchos medios de comunicación se han convertido en nichos ideológicos, es un caso paradigmático. Mientras los votantes republicanos ven un canal, los demócratas ven otro. No debería extrañar a nadie que en poco tiempo veamos cómo este fraccionamiento de las audiencias llegue a lo generacional. Jóvenes consumiendo exclusivamente de Internet, por rechazo a los medios tradicionales, y adultos reforzando su rechazo al primero por una férrea adhesión a los medios tradicionales. Un fenómeno que, en el reino de la polarización afectiva, está más cerca que nunca.

En cambio, en el otro lado se está produciendo una renovación del formato que está sabiendo adaptarse a una política cada vez más mediatizada, frenética y, en definitiva, emocional. Esta nueva manera de comunicar, de la mano de Emilio Doménech, está sabiendo conjugar entretenimiento e información, aportando a los espectadores un punto de vista mucho más distendido y demostrando que se puede romper con el auctoritas de los medios de comunicación tradicionales, que, mediante su reticencia al cambio, pierden su conexión con la realidad, impidiendo así la renovación y relegando a la precariedad a las nuevas generaciones, incapaces de hacerse un hueco y aportar su propia visión. El famoso streamer Hasan Piker, que también llevó a cabo una cobertura de las elecciones presidenciales, convirtiéndose así en el streamer más visto en Twitch durante esa semana, afirmaba en una entrevista en el New York Times: «La gente acude a mí porque quiere oír un punto de vista. Quizá no un punto de vista muy cuidado, pero sí uno honesto». Esto es, no es el contenido que se ofrece sino cómo se ofrece el contenido. Visceral y distendido. La clave ya no gira en torno a la verdad, qué es y qué deja de serlo, sino en torno a las opiniones. La política en las nuevas plataformas, Twitch o Tik Tok, es una forma de mostrar la opinión y asertividad.

Probablemente, la causa del comportamiento de los medios tradicionales esté provocada por una cierta incomprensión de la derrota generacional. Están perdiendo audiencia, pero no son capaces de comprender por qué. O, peor todavía, no quieren averiguar el porqué. Al igual que cuando un partido político tradicional ve cómo sus votos van a parar a nuevas formaciones políticas más jóvenes, los medios tradicionales utilizan como chivo expiatorio a estas figuras, acusándolos de hacer tonterías, memes o adulterar la información. En pocas palabras, les acusan de deformar o corromper la nobleza de la profesión.

No hay que tratar de imponer los formatos y las lógicas tradicionales, sino dejar que sea la juventud la que permee en los medios de comunicación

Ahora bien, estos nunca destacan lo beneficioso que puede llegar a ser ver a una persona con una capacidad de influencia en la juventud como Ibai normalizar el acudir al psicólogo delante de casi 100.000 personas. Tampoco valoran cómo Doménech, con sólo 29 años, ha conseguido despertar tantísimo interés en la gente por la política de un país tan lejano como Estados Unidos. Destacan, por el contrario, las abundantes cifras que este tipo de figuras ingresan cada año. Y no hay nada de involuntario en esta acción. Lo hacen con un objetivo concreto: señalar que este dinero es inmoral. No sólo por las cantidades, sino por lo que hacen para conseguirlo. No son expertos. No tienen varios másteres o estancias en el extranjero. Son personas normales, y eso les jode.

En definitiva, para poner fin a la división que atañe a los medios de comunicación y a las nuevas generaciones no hay que tratar de imponer a los primeros los formatos y las lógicas tradicionales, sino dejar que sea la juventud la que permee en los medios de comunicación, trayendo consigo no sólo nuevos formatos o narrativas, sino una manera característica de explicar la realidad ante la creciente complejidad de este nuevo tiempo.