Leyendo a Gramsci: La revolución contra El capital

Por Roc Solà González

 

El 24 de noviembre de 1917, se publicó en el Avanti!, órgano del Partido Socialista Italiano, y también en Il Grido del Popolo, el semanario de la sección socialista, el artículo cuyo título era “La revolución contra el Capital”. Bajo este enunciado, con voluntad de dejar clara su principal tesis, Gramsci transmitiría su mensaje: no era bueno encerrarse en esquemas demasiado rígidos de interpretación de la obra de Karl Marx. Es importante destacar que, en aquel entonces, justo después de la Revolución Rusa, no se habían leído prácticamente las obras de Lenin en Italia. Cabe también tener claro que llegaban pocas noticias, como mucho en forma de consignas o eslóganes revolucionarios simples y discutiblemente interpretados: “¡Todo el poder para los soviets!”. Apenas unos días después de la Revolución Rusa, entre el 6 y el 14 de noviembre, llegaban a Italia las primeras noticias, con gran dificultad debido a la censura y a las deformaciones de la prensa, sobre los hechos acaecidos en Rusia. Por poner un ejemplo, la Gazzetta del Popolo publicaba el 10 de noviembre: “Una multitud de maximalistas saqueó las bodegas del Palacio de Invierno y se embriagó hasta ser dispersada por las fuerzas armadas”.

 

Gramsci recibiría la noticia de la revolución rusa como una oportunidad para cuestionar la versión ortodoxa del materialismo histórico y, así, recuperar a un Marx más vivo y útil para la acción política. La revolución rusa llevaría a Gramsci a realizar un movimiento teórico y metodológico contrario al dogmatismo, al determinismo histórico y al mecanicismo, que lo acompañaría el resto de su vida. Se sentía incómodo, sobre todo en la práctica política inmediata, con una de las tesis básicas de la teoría marxista de la historia según la cual la revolución se produciría primero en los países con una economía capitalista más desarrollada y, por lo tanto, dejaba a los países periféricos, como Rusia y Italia, en una situación extraña. Gramsci plantearía que el proceso de emancipación política no tenía que ser una evolución por fases necesarias, como el crecimiento biológico, sino que tenía más que ver con el cambio tecnológico: un país puede adquirir la última tecnología disponible sin pasar por las etapas intermedias. Así, a partir de la revolución rusa, Gramsci empezaría a fijarse más en los textos historiográficos de Marx—Revolución y contrarrevolución en Alemania o El 18 de Brumario de Luis Bonaparte— para poner el acento en el análisis concreto de los cambios sociales a medio alcance, a saber, los intereses enfrentados y coaliciones entre distintos grupos sociales, relaciones internacionales, procesos culturales…

 

La revolución de los bolcheviques está más hecha de ideología que de hechos. Es la revolución contra El capital, de Karl Marx […] si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son “marxistas”, y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. […] Y ese pensamiento no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto. Sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social colectiva […]

 

Este texto debe inserirse en este contexto donde escaseaban las noticias sobre los hechos que estaban acaeciendo en Rusia. Gramsci leería la figura de Lenin como una voluntad heroica de liberación que tenía que actuar no como el modelo de una revolución italiana, sino como la incitación a una iniciativa libre y operante desde abajo. No obstante, Gramsci se diferenciaba de los que creían eufóricamente que en Rusia se había instaurado un mundo de felicidad plena: “Al principio, será el colectivismo de la miseria, del sufrimiento”. Pero añadía: “El capitalismo no podría hacer enseguida en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Hoy haría mucho menos porque tendría ipso facto contra él un proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar unos cuantos años más de dolores y las amarguras que conllevarían las dificultades económicas”.  Asimismo, cabe tener presente que este es el período previo a la vuelta de la Gran Guerra de su grupo de la universidad—Tasca, Togliatti y Terracini— que terminaría, dos años después, en la creación de la revista L’Ordine Nuovo que desempañaría un papel destacado en la movilización política de los años precedentes de ocupación de fábricas y fuerte conflictividad laboral.

 

Así pues, y como dice César Rendueles, “el trasfondo filosófico de esta decisión es la voluntad de Gramsci de encontrar una especie de término medio entre el idealismo extremo, que ve la historia como el producto de la voluntad humana, — Sorel vería la revolución bolchevique como el triunfo del método de la violencia liberadora y de la voluntad— y el positivismo, que entiende la historia humana como el producto de fuerzas inerciales inconmovibles”. Toda reflexión gramsciana sobre el tema central de la revolución pivotaría alrededor del equilibrio entre movimiento real y elaboración teórica. Esta profunda y arraigada pasión por hacer caminar conjuntas la práctica y la teoría llevaría más adelante a Gramsci a hacer un análisis de la naturaleza material de la ideología, su inscripción en determinadas prácticas sociales o lo que luego Foucault entendería por dispositivos[1]. Asimismo, rompería radicalmente con la concepción de la ideología como falsa conciencia; una representación distorsionada de la realidad determinada por el lugar que el sujeto ocupa en las relaciones de producción, sino que más bien podría decirse que anticipó, de forma nada sistemática, lo que Althusser llamaría una práctica que produce sujetos humanos.

[1] Un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen, los elementos del dispositivo pertenecen tanto a lo dicho como a lo no-dicho. El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos.