Una réplica a Manuel Arias Maldonado

Por David Sánchez Piñeiro (@sanchezp_david)

 

‘Tenemos un mandato heroico surgido del 1O’. Esta declaración que Gabriel Rufián realizó el día 24 de octubre en su cuenta de Twitter dio lugar, dos días después, a un tenso debate con  el periodista Antonio Maestre. Este último advertía al político sobre los peligros asociados a la utilización del término ‘heroísmo’ y apoyaba su argumento en algunas ideas sostenidas por el filólogo alemán Viktor Klemperer en LTI. La lengua del Tercer Reich, un libro cuyo primer capítulo se titula precisamente ‘Heroísmo’. En uno de los fragmentos a los que Maestre se refería durante la cibertrifulca podía leerse que, en determinados espacios sociales de la Alemania de la época, ‘en el preciso instante en el que este concepto [heroísmo] entraba mínimamente en juego, la claridad desaparecía y volvíamos a meternos de lleno en los nubarrones del nazismo’.

Antonio Maestre no ha sido el único personaje público al que en los últimos días el conflicto catalán le ha traído a la mente la famosa obra de Klemperer. El 25 de octubre el politólogo Manuel Arias Maldonado- autor del ensayo La democracia sentimental– publicó en su blog ‘Torre de Marfil’, en la revista digital Letras Libres, un artículo titulado ‘Cataluña: el asalto al lenguaje’, en el que echa mano de las descripciones de Klemperer de la Lingua Tertii Imperii o ‘habla del nazismo’ para analizar ‘otra exitosa operación de contaminación lingüística’: la del independentismo catalán. Esto no quiere decir que Arias Maldonado esté insinuando algún tipo de analogía estructural entre el movimiento independentista catalán y el nazismo -incluso recalca explícitamente que ‘nada parecido al nazismo ha asomado en nuestro horizonte’- sino más bien que ambos fenómenos políticos han tenido como uno de sus rasgos principales una deliberada y mentirosa  politización del lenguaje.

Arias Maldonado desglosa en una ‘muestra representativa’ algunos de los términos cuyo significado ha sido deliberadamente subvertido por el independentismo catalán: Cataluña, Democracia, Derecho a decidir, Derechos humanos, Desobediencia civil, Diálogo, Facha, Opresión, Presos políticos, Protesta pacífica, Pueblo Catalán y Represión. Probablemente si a un estudiante universitario de Filosofía se le pidiese que mencione algún ejemplo de lo que Ernesto Laclau define como ‘significantes vacíos’ (significantes políticos en disputa) en relación con el conflicto de Cataluña le saldrían unos cuantos de los que aparecen en esta lista. Arias Maldonado denuncia que en su utilización fraudulenta de la noción de Derechos humanos, el independentismo emplea ‘una noción jurídica de alcance universal y alto contenido político e incluso emocional’ y procede a ‘estirarla con objeto de que cubra supuestos en los que no resulta aplicable’.  El hecho de que los ‘significantes vacíos’ se caractericen precisamente por ser términos de ‘alcance universal y alto contenido político’ es precisamente aquello que impide que su significado literal y exhaustivo sea establecido a priori racionalmente, y por ello es natural que el propio Arias Maldonado no sea capaz de especificar cuáles son los supuestos en los que resulta aplicable la noción de Derechos humanos y cuáles no lo son.

Algo similar ocurre con la noción de Cataluña. A Arias Maldonado le molesta la operación metonímica por la cual el todo (Cataluña) es designado por una parte (los independentistas). Sin embargo, ese malvado procedimiento metonímico refleja con bastante verosimilitud la lógica de la política tal y como es descrita por Laclau y tal y como se expresa en nuestros sistemas políticos parlamentarios: la inexistencia de un interés general unificado que represente al conjunto del cuerpo político obliga a que toda interpelación política con voluntad mayoritaria haya de tener necesariamente un origen parcial. Es exactamente  la misma operación retórica que realiza la asociación que agrupa a sectores catalanes contrarios a la independencia bajo el nombre de Societat Civil Catalana. ¿Acaso Arias Maldonado ha puesto el grito en el cielo en defensa de aquellas personas o grupos que están siendo injustamente excluidos de esta definición restrictiva de la sociedad civil catalana?

Arias Maldonado también acusa a los independentistas catalanes de entender la democracia como ‘un régimen político que debe permitir que se vote cualquier contenido’. De ahí la insistencia machacona en el Derecho a decidir, que incluye, por supuesto, el derecho a decidir sobre la autodeterminación nacional. El entrenador del Manchester City, Pep Guardiola, habría sintetizado con precisión esta concepción decisionista schmittiana al afirmar que ‘la voz del pueblo es más fuerte que cualquier ley’. La lógica interna de esta objeción de Arias Maldonado consiste en realizar una apelación a principios abstractos que diluya la posibilidad de cualquier debate político concreto. No parece honesto desde un punto de vista intelectual responder a una demanda de un colectivo o de un territorio (en este caso la independencia) alertando del peligro de un decisionismo permanente (¡quieren decidir sobre todo, incluso aunque suponga vulnerar los derechos de las minorías!), parapetándose tras la legalidad vigente e ignorando el contenido concreto de tal demanda con el objetivo de evitar un debate público y democrático. Las declaraciones de Jürgen Habermas en una entrevista con el semanario francés L’Express, a finales de 2014, señalando que la ‘llama regionalista’ en Cataluña  es un ‘equivalente funcional’ al éxito del Frente Nacional francés, son paradigmáticas de la estrechez de miras y de las disminuidas convicciones democráticas de muchos teóricos liberales en España y en Europa, que simplifican y se resisten a comprender cualquier fenómeno político que vaya más allá de sus esquemas racionales ideales.

En un sonado cruce de declaraciones de hace varios años, Noam Chomsky reprochaba a filósofos como Žižek, Derrida o Lacan su evidente falta de rigor empírico y Žižek le respondía con su misma medicina, recordándole su apoyo a los jemeres de rojos de Camboya, del que después  Chomsky se desmarcó aduciendo que la información que tenía al respecto en aquel momento era insuficiente. Algo parecido a lo que dijo Žižek de Chomsky (‘no conozco a nadie que haya estado tan a menudo empíricamente equivocado’) podría aplicarse al artículo del politólogo Arias Maldonado. En primer lugar, afirma que los independentistas se quejan de ‘una anulación del Estatut que nunca tuvo lugar’. Quizás no haya oído a Alfonso Guerra vanagloriarse de haberse ‘cepillado’ el Estatut en la comisión del Congreso o no haya tenido noticia de la sentencia del Tribunal Constitucional del año 2010. En segundo lugar, señala que, ‘con los datos en la mano’, la supuesta violencia policial en el referéndum del día 1 de octubre disminuye. (De aquí hay un paso a ‘hacerse un Dastis’ y denunciar que las imágenes de ese día eran casi todas falsas, tal y como hizo el ministro de Exteriores español en un programa de la BBC). En tercer lugar, se refiere a la ‘entusiasta participación en el acoso a los agentes de la Guardia Civil’ por parte de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, a quienes niega consecuentemente la condición de ‘presos políticos’. No sólo es evidente que no hubo acoso de ningún tipo sino que existen vídeos en los que los propios presidentes de ANC y Òmnium animan a los manifestantes a disolver la concentración. Eclipsados por unos supuestos ‘ataques a sedes de partidos constitucionalistas’ (me imagino que para Arias Maldonado la utilización del adjetivo ‘unionistas’ para referirse a estos partidos no será un ejemplo de disputa ideológica de los conceptos sino una maniobra engañosa, irracional y antiliberal o, en términos más fastuosos, una ‘operación psicopolítica del nacionapopulismo’) los múltiples episodios documentados de violencia real protagonizados por fascistas en las calles de Barcelona se ven relegados a un segundo plano del análisis, el plano de la invisibilidad.

Más allá de estas inexactitudes empíricas, Arias Maldonado concluye su artículo sintetizando los rasgos característicos del ‘habla independentista’. En primer lugar, ‘inversión del sentido establecido de las palabras’. En segundo lugar, ‘politización del lenguaje para que diga aquello que conviene a nuestros fines’ En tercer lugar, ‘sentimentalización argumentativa destinada a producir indignación y reforzar la pertenencia agresiva a la comunidad orgánica catalana’. Algunos elementos presentes en el propio texto pueden ser aprovechados (dentro de un marco teórico alternativo) para rebatir estas máximas. En lo que representa un comienzo de artículo esperanzador, Arias Maldonado da cuenta  del carácter constitutivo del lenguaje para los seres humanos (‘no hace falta ser lacaniano para reconocer que el lenguaje es algo más que un simple medio de comunicación interpersonal’) y, más importante aún, señala que el significado habitual de las palabras es ‘decantado históricamente’.  Este historicismo lingüístico implica que el sentido establecido de las palabras no es definitivo y eterno sino cambiante y contingente. Si se añade la premisa de que la disputa política es el terreno privilegiado en el cual se decantan los significados de los términos lingüísticos (especialmente de aquellos más universales, abstractos y políticamente decisivos es decir, los ‘significantes vacíos’) la tesis de Arias Maldonado de que los independentistas imponen arbitrariamente a ciertos términos un significado sobrevenido incompatible con el habitual se desmorona. El razonamiento anterior implica que todo lenguaje está constitutivamente politizado (entendiendo lo político en un sentido amplio, prácticamente como un equivalente de lo social) y vuelve inocua la segunda conclusión. Con respecto a la tercera, el propio Arias Maldonado afirma en su artículo que los afectos se hallan entrelazados con el lenguaje de manera compleja y que los conceptos poseen generalmente una ‘valencia afectiva’ que hace que despierten en nosotros determinadas emociones o sensaciones. Las emociones no serían, por lo tanto, un elemento irracional y desestabilizador del discurso político  sino una parte constitutiva e ineliminable del mismo, lo que minimiza la trascendencia de la mentada ‘sentimentalización argumentativa’.

En su libro En torno a lo político, Chantal Mouffe advierte de que muchos proyectos políticos que reniegan de las explicaciones agonistas y de la naturaleza conflictiva de todo ordenamiento institucional acaban reintroduciendo un esquema excluyente a través de otros ámbitos no estrictamente políticos que provocan una esencialización del conflicto y de las diferencias sociales. Pone como ejemplo a Anthony Giddens y Ulrich Beck, teóricos de la tercera vía cuyo proyecto de una sociedad racional, moderna, ordenada y reconciliada consigo misma oculta la exclusión intelectual y política de todos aquellos denominados como bárbaros, tradicionalistas enemigos del progreso o irracionalistas que, por falta de voluntad o por incapacidad,  son incapaces de admirar las bondades de tal proyecto político. De esta forma lo que en otro modelo serían discrepancias legítimas en torno a cómo organizar mejor la sociedad se convierten en diferencias esenciales entre aquellos individuos que son racionales y aquellos que no lo son. Lo mismo ocurre con el economicismo neoliberal. La táctica de Arias Maldonado es incluso más nociva en términos democráticos en tanto que supone una grado mayor de esencialización al trasladar el conflicto y la división política al terreno mismo del lenguaje, dibujando un panorama de confrontación entre aquellos individuos civilizados que se atienen al significado habitual de las palabras y aquellos bárbaros filototalitarios que pretenden socavar la raíz misma de los términos por razones ideológicas.

Estoy de acuerdo con Arias Maldonado en que el apoyo real con el que cuenta el proyecto independentista catalán es ‘insuficiente’ y pienso que carece de legitimidad democrática para tomar ciertas decisiones unilaterales. Sin embargo, abogo por una solución democrática al conflicto, en la que se reconozcan las razones del adversario como legítimas y no se intente resolver por la vía intelectual y con argumentos esencialistas aquellos problemas que son de naturaleza estrictamente política.