Por Manuel Romero Fernández

“La historia nos interesa por razones políticas, no objetivas.” 

Antonio Gramsci 

 

Cuenta Giuseppe Fiori en la famosa biografía de uno de los más grandes revolucionarios del siglo XX, Antonio Gramsci, que su pasión por la cultura le conducía a una obstinación constante por la transmisión de la misma. Cualquiera que haga un breve recorrido a través de estas páginas se dará cuenta que su empecinamiento por comprender cómo hacer de las ideas fuerzas prácticas [1] para la transformación revolucionaria no se limitaba a sus cientos de notas sobre la labor de los intelectuales o la difusión de la cultura, era, también, una profunda preocupación militante. Es así como, inspirado en Lenin y los soviets, cobraba fuerza en Gramsci la necesidad de un “tercer organismo” más allá de los contornos corporativos del sindicato y el partido [2]. Este órgano debía de ser, por un lado, una experiencia molecular de un orden embrionario que más tarde se propagaría al conjunto de la  sociedad. Por otro lado, un espacio que impulsara el debate, la difusión y la reproducción de la cultura, es decir, para la formación de cuadros políticos con capacidades técnicas y teóricas para orientar la lucha. Así lo demuestra, entre otros ejemplos, la creación del “club de vida moral” y los largos paseos de Gramsci junto a un grupo de jóvenes inquietos. 

Pero no necesariamente habría que remontarse a la Italia de principios del siglo XX para encontrar experiencias similares. Mientras que el sardo, aquejado por un sinfín de síntomas terribles, plasmaba sus ideas en los Cuadernos de la cárcel, en España, en la década de los 30, proliferaban espacios de concentración de las energías militantes, conocidos como Ateneos Libertarios. 

Ya desde principios del siglo XX, estos ateneos iban tomando la forma de una institución estratégica para la educación de las masas populares y la conducción de la lucha política, aquello que podríamos llamar, con Gramsci de nuevo, como los medios materiales para la organización de un bloque de poder contrahegemónico. Es a partir del  año 1931, con la llegada de la Segunda República, que tiene lugar un amplio despliegue de infraestructuras a lo largo del territorio español, con especial desarrollo en Barcelona, Valencia y Madrid. Pero no todo iba a ser el jolgorio de los primeros meses, los ateneos se vieron atrapados por las fluctuaciones políticas de una coyuntura convulsa. En el periodo que ocupa de 1933 a 1935 se llevó a cabo una dura represión que provocó la clausura de un elevado número de ateneos y el cese de muchas de las actividades que allí se realizaban. Esta represión, que tiene lugar como respuesta a los movimientos heréticos del anarquismo, a la insurrección de enero de 1933 concretamente, no se cebó únicamente con los ateneos, ni mucho menos, sino con el conjunto de los núcleos sublevados, véase los sucesos de Casas Viejas como hecho paradigmático (y trágico). Pero pese a los fuertes embates de una coyuntura desfavorable los ateneos lograron hacer frente a estos dos largos años de repliegue. Después del triunfo del Frente Popular en 1936, ya con el viento a favor, se abrirá una nueva etapa en la que se recuperó una ferviente actividad cultural, que continuó con la apertura de nuevos centros para las labores educativas, en el amplio sentido de la palabra. Así fue la vida de estos espacios militantes en los años posteriores, unos años de prosperidad considerados como la edad de oro de los ateneos [3]. La barbarie que los empujó a su disolución en el año 1939 es ya de sobra conocida por todos. 

Los ateneos Libertarios nunca fueron centros para un único propósito, se caracterizaban más bien como entidades polifuncionales que compredían desde cuestiones internas del movimiento confederal y anarquista hasta la difusión de una cultura obrera de vocación emancipadora [4]. A rasgos generales, el ateneo era concebido entre sus militantes como ese “tercer organismo” que complementaba las actividades sectoriales del sindicato, incluso para alguno de ellos representaban un papel privilegiado ya que influía en los aprendizajes cotidianos de los entornos populares. Siguiendo uno de los textos que ya he citado anteriormente, y que me sirvieron de inspiración para redactar este artículo, diría que los ateneos tenían dos funciones principales [5]. Por un lado, cumplían una labor interna para la renovación de cuadros políticos. Eran espacios de (re)producción ideológica en los que se forjaban las nuevas generaciones de militantes de toda clase, donde se instruía a los afiliados para realizar desde las labores técnicas más minúsculas hasta los quehaceres de la dirección política. Por otro lado, y fundamentalmente, hacia fuera actuaban como núcleos de irradiación cultural para la instrucción y la socialización de las clases populares. Algo que no debería pasar desapercibido es que en los centros, accesibles también como lugares de ocio, germinaba una cohesión de grupo que prefiguraba la configuración de un nosotros, la floración de una subjetividad política revolucionaria. A mi juicio, ambos propósitos se pueden concretar en la fórmula que Antonio Gramsci, a unos pocos de miles de kilómetros de los ateneos libertarios, desarrollaba in extenso en sus Cuadernos de la Cárcel. Recordemos que para el revolucionario sardo un grupo social debe ser dirigente antes que gobernante, es decir, liderar un proceso de expansión ideológica al resto de grupos potencialmente aliados, y para lograrlo tiene la obligación de trascender sus intereses particulares. De manera muy similar, los militantes del ateneo creían que debido a su función educativa de las grandes masas proletarias estos centros, y ahora cito textualmente, tenían como fin la superación moral y espiritual de todos los individuos, y no únicamente la de los trabajadores sindicados [6].

La posibilidad de pensar los ateneos o los consejos de fábrica en una época como la que nos ocupa, en el que lo viejo aparentemente se recompone, lo nuevo ha nacido no sin algún que otro inconveniente durante el parto, y los monstruos ya se encuentran entre nosotros, debe escapar a la mirada melancólica de la que hablaba hace apenas unas semanas el compañero Jairo Pulpillo. Sin detenerme en un análisis pormenorizado de la coyuntura actual, me atrevería a decir, a grandes rasgos, que en un momento político de resaca de la ola que fue el 15-M nos toca, como escribía hace unos días Manolo Monereo en Cuartopoder, regresar a la guerra de posiciones, parapetarnos para trazar un bosquejo estratégico que nos ayude a asaltar la robusta fortaleza de casamatas de un régimen que, no sin dificultades, buscará salir incólume de la embestida política de la última década. 

Por todo ello, es por lo que deberíamos pensar la posibilidad de reinventar el ateneo como una forma de multiplicar los espacios para la institucionalización del poder popular. Dotarnos de estos órganos sería fundamental de cara a organizar las tareas y afrontar con solvencia el porvenir político de los próximos años. Entre algunas de las asignaturas pendientes de los últimos tiempos, señalaré las que considero de mayor urgencia, y para ello me serviré de la segmentación de funciones y actividades de los viejos ateneos y la geografía interior/exterior al movimiento. En primer lugar, mirándonos las entrañas, comenzaría por una formación de cuadros teóricos y técnicos que ocupe desde la discusión filosófica más sesuda, hasta la edición de un vídeo para colgar en instagram. En segundo lugar, para desprendernos del narcisismo corporativo de los últimos años, habría que otear el horizonte que está más allá de nuestro perímetro, aquí destacaría la proliferación de espacios para el encuentro, tanto de ocio como de formación, en los que a paso lento se construya un nuevo sentido común que fomente la expulsión de los monstruos y empuje en una dirección nítidamente emancipatoria. Pero todo esto, únicamente es un puñado de ideas que como cualquier otra tiene alta probabilidad de caer en saco en roto, sobre nuestras espaldas recae la obligación de no cesar en el empeño por revitalizar la cultura militante. 

Referencias

  1. Fiori, Giuseppe (2015). Antonio Gramsci. Vida de un revolucionario. Madrid: Capitán Swing
  2. Sacristan, Manuel (1998). El orden y el tiempo. Madrid: Trotta.
  3. Navarro, J. (2016). Los ateneos libertarios en España (1931-1939). Madrid: La Neurosis o Las Barricadas.
  4. Idem. 
  5. Idem.
  6. Idem.