LA LLORONA

por Lena Macau

 

Érase una vez, formando parte de la mitología aborigen de los pueblos hispanoamericanos, una mujer. La dama del inframundo, del hambre, de la muerte, del pecado y de la lujuria. La llorona, el alma en pena de una mujer que asesinó o perdió a sus hijos y que les llora cada noche asustando a todo aquél quién la ve u oye. Son muchas las distintas versiones que uno puede oír dependiendo del país dónde se encuentre, pero se dice que su país originario es México y que allí se reconocen  influencias en deidades prehispánicas.

Cuando ya hacía muchos años que La Llorona estaba entre nosotros apareció en el mismo México una mujer de cabello negro azabache y un entrecejo sombreado. Torrente de energía. Enferma de poliomielitis. Esposa de Diego Rivera. Gran artista. Amante de León Trotsky. Sufridora. Poetisa. La expresión personificada a través del arte. Y,

Llorona,

Llorona.

 

Así le llamó su íntima Chavela Vargas, cantante. La Llorona se llora, pero también se canta. “Me quitaran de quererte llorona, pero de olvidarte nunca”, dice la muy versionada canción. Igual de inolvidable es la mítica Llorona como lo es la eterna mexicana Frida Kahlo (1907-1954). No solo fue una mujer irresumible sino que podría ser llamada artista aunque no hubiera pintado un cuadro en los cuarenta y siete años que duró su intensa vida.

Rechazó la propuesta de unirse al grupo Surrealista encabezado por André Breton porque ella tenía claro que no pintaba los sueños sino su propia vida. “Pinto autorretratos porque estoy mucho tiempo sola. Me pinto a mí misma, porque soy a quien mejor conozco”, decía. Habiendo sufrido poliomielitis, a los diez y ocho años sufrió un accidente en autobús que le dejó la columna fracturada por tres partes además de algunas costillas rotas. Nunca antes de este accidente Frida había demostrado curiosidad por la pintura ni nada que se pareciera, pero el período de convalecencia del accidente, el duro aborto y otros asuntos la obligaron a no levantarse durante  largos períodos y eso fue la clave. Pidió un caballete adaptado a la cama para pintar desde ella y siempre le acompañaba un espejo para autorretratarse como lo hizo en muchas ocasiones repleta de símbolos a su alrededor.

 

Su orden y caos estuvieron con ella hasta el final de sus días cuando, en México y después de haber estado en Francia y en los Estados Unidos exponiendo su obra, le ofrecieron la única exposición individual de su vida en su país. Los médicos le prohibieron asistir por su débil salud, pero ella misma se negó y apareció entrando por la puerta de la exposición montada en una cama de hospital. La cama fue colocada en el centro de la exposición y Frida cantó y contó chistes toda la tarde.

 

La vida de Frida Kahlo fue una eterna montaña rusa y su obra es el mejor legado que deja. En su caso pierde total importancia el estilo, el gusto o el placer de la vista. La pintura de Frida es lo que un diario de viaje para un ilustrador, lo que una libreta de notas para un escritor o lo que la cabeza para un pensador; su vida. Parece que la vida nos sabe a poco y necesitamos a la ficción para sentirnos aventureros, para darnos la chispa que nos falta, pero la muy real realidad deja en evidencia la poca profundidad de una ficción.

 

Tengamos vidas llenas de realidad tan real que parezca ficticia, exprimámonos, intentemos ser Frida aunque ella siempre esté un paso por delante. Única, Revolucionaria, Artista y, Mujer. “Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas pa’ volar?”

 

NOTA: La canción Llorona versionada por Chavela Vargas, la película Frida protagonizada por Salma Hayek y dirigida por Julie Taymor en 2002 o su obra fácilmente reconocible y disponible en internet o en museos pueden ayudarnos a entender la vida de Frida Kahlo.