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Por Ignacio Lezica

Para muchos millenials a quienes nos pilló el 15M en plena adolescencia, la ocupación de las plazas en 2011 fue un momento de atracción hacia lo político, de entusiasmo comprometido ante la presencia de la Historia viva. No obstante, la politización consciente y sistemática vendría después de (y en muchos casos como reacción contra) el 15M y los resultados electorales nefastos que se obtuvieron en los procesos electorales del 22 de mayo. Yo, como otros, iniciamos nuestra politización transitando por el marxismo ortodoxo y encontrando en Twitter la comunidad cómplice de nuestras obsesiones. Tras las habituales certezas tautológicas que ofrecen las lecturas clásicas del marxismo del siglo XX y la inmersión en grupúsculos marginales, unas cuantas empezamos a alejarnos de las interpretaciones rigoristas y caducas del comunismo.

Es difícil determinar, por la densa red de intercambio de reflexiones políticas que existía en aquella época, cuál fue la inspiración suficiente y definitiva para que aquello ocurriera, pero me parece justo reconocer que el trabajo teórico iniciado por el entorno de La Tuerka primero y después continuado por la dirección política de Podemos en sus primeros compases fueron elementos decisivos para nuestra evolución hacia nuevos paradigmas teóricos: asumiendo a Gramsci primero para abandonar el materialismo vulgar, y abrazando luego el antiesencialismo para repensar la articulación del sujeto popular sin situar ninguna lucha en lugares ontológicamente privilegiados. Tengo la intuición, y tal es la premisa de este artículo, que mi proceso de mutación teórica fue el habitual para ciertas fracciones de la generación reciente de nuevos militantes, aquéllas que se han identificado vagamente con el errejonismo atendiendo al conflicto interno en Podemos, pero que incluyen un heterogéneo abanico de sensibilidades políticas: feministas postestructuralistas seguidoras de Butler, postautonomistas italianófilos, peronistas de izquierda huérfanos de una CFK española, lacanianos que hablan con los espejos, etc. Pienso también que este recorrido, además de producir un cierto sentimiento tranquilizador de pertenencia análogo al que un quinceañero estalinista puede sentir en Twitter, está condicionando de una forma negativa los debates en los que invertimos energías, y por tanto, nuestra potencia política en general: llevamos unos cuantos años hablando de lo mismo sin ser capaces de conquistar nuevas posiciones ni a la interna ni hacia afuera, sin más saldo que el convencimiento creciente de estar en las tesis adecuadas a medida que el declive de Podemos post-Vistalegre II nos lo confirma.

El debate central que ha ocupado durante unos años los esfuerzos de la militancia “de base” populista ha sido la cuestión epistemo-ontológica sobre el carácter construido u objetivo de la realidad social. Este debate se enuncia hacia el interior del movimiento en oposición a las concepciones izquierdistas clásicas que entienden lo material como instancia separada de lo meramente cultural, privilegiando la clase social en tanto que espacio que expresa de manera “más auténtica” el conflicto material que realmente mueve la Historia. Tranquilas: no es mi intención aquí reproducir de nuevo ese debate, sobre el que ya ha corrido toda la tinta que podía correr, sino señalar precisamente su agotamiento absoluto.

El debate ontológico se ha vuelto estéril para la disputa interna dentro del movimiento popular, porque las posiciones ya están definidas de manera inamovible gracias a unas claves (y formas) de discusión cansinas, repetidas hasta la saciedad, que sólo interesan a quienes nos obsesiona el asunto. Pero además, la inversión de energías en este debate no sirve (no ha servido realmente nunca) para sumar adhesiones populares al proyecto de emancipación democrática por el que militamos. Es un debate que sólo puede operar como metadebate endogámico, que nunca aterriza en articulaciones concretas de las demandas populares porque en sus vertientes más fértiles (!) apenas llega para pensar la articulación en abstracto y no la ligazón concreta de las demandas reales aquí y ahora. Periódicamente (el último episodio ha sido el de Bernabé, pero ha habido otros y vendrán más a menos que pongamos remedio), Internet, punto de encuentro común de la intelectualidad de izquierda española, se llena de publicaciones hostiles e infantiles por parte de señoros en FB, o de artículos (o contestaciones a artículos) en espacios de reflexión teórica que bien podrían dedicarse a cuestiones más urgentes para España.

Creo que el problema del Partido populista hasta ahora es precisamente su carácter negativo, de pura reflexión crítica no interesada en producir articulaciones concretas, que es de lo que trata la política. Resulta significativo que el problema del debate ontológico sobre la clase social no se reproduzca con la misma virulencia estéril en el movimiento feminista, quizá por las diferentes disposiciones a gestionar el ego en los debates que tenemos hombres y mujeres, o por la conducción feminista acertada de toda reflexión a tareas eminentemente prácticas, enfocadas a la producción concreta de discurso popular y a la suma constante de nuevas individualidades como horizonte. De momento, sólo las populistas que centran su lucha en el feminismo han comprendido y ejecutado esto con acierto.

En términos de clase, por el contrario, los debates fuertemente masculinizados siempre desembocan en los mismos cauces: acusaciones infantiles de falta de autenticidad, falacias ad hominem y antiintelectualismo por un lado; disertaciones sobre la derrota segura a la que nos lleva caer en lecturas esencialistas de la historia, soberbia y pedantería por el otro. En términos propositivos, la izquierda rancia no propone nada nuevo (le es inevitable no hacerlo porque carecen de proyecto de futuro real y además el peso de la Historia les amarga el ánimo), pero el antiesencialismo tampoco. Desde el populismo no podemos permitirnos hablar de la clase sólo para criticar los límites del marxismo ortodoxo al hablar de la clase. Incluso cayendo en el crimen militante de pensar el debate sólo en clave interna olvidando la mayoría por construir, la insistencia en ello es también inútil y solo sirve para ensanchar el ego de quienes defienden ídolos muertos, dándoles un foco de atención estéril para España y estéril para nosotras, excepto para aquellos de nosotros que también necesitan cultivar su ego en discusiones bizantinas.

Olvidamos con frecuencia (a pesar de que lo repetimos hasta el hartazgo) que el populismo es una lógica formal carente en cierta forma de contenido sustantivo. De nada nos sirve políticamente una ontología que no se hace cargo de ordenar políticamente la sociedad a favor del pueblo, es decir, de prescribir nuevas estrategias de expansión democrática de derechos. Sin esto último, la reflexión es puramente académica, sin posibilidad de tracción en la sociedad. Debemos abordar todo encuentro con el adversario no ya desde la lógica defensiva de la desarticulación (esto es, desde el señalamiento de una contingencia ontológica que ya todos conocemos), sino desde la rearticulación: haciéndonos cargo de lo que ahora existe para reordenarlo en dispositivos que naturalicen el avance de posiciones democráticas radicales. Si nuestro trabajo se limita a enunciar la lógica de la contingencia como evangelio, estamos siendo igual de inútiles que un estalinista en 2018.

Esto quiere decir sí o sí pasar del metadiscurso al discurso sobre el nuevo orden que queremos edificar, no de cara a la academia, no de cara al adversario interno, sino de cara al pueblo por construir. Por ejemplo: dejemos de discutir con los de siempre sobre la obsolescencia de la ortodoxia marxista tras la revolución posfordista, y empecemos a hablar sobre horizontes poslaborales de automatización del empleo, reducción de jornadas laborales y renta básica universal. Dejemos de teorizar sobre la articulación abstracta de pueblo y nación según experiencias que tenemos lejos de nuestras tierras, y comencemos a pensar la construcción nacional concreta en cada uno de nuestros territorios sabiendo que tales identidades deben participar de un horizonte patriótico plurinacional común. Seamos capaces, también, de construir un enemigo más potente y deseable que el inmigrante, desde el convencimiento de que tenemos en común con quienes vienen de fuera el desprecio a las élites europeas que un día les bombardean a ellos y otro día nos dictan la política económica sustrayéndonos la soberanía. En resumen: dejemos de tomarnos la reflexión teórica como un debate de salón y pongamos a dialogar los desafíos políticos concretos de nuestro tiempo con las herramientas que nos ofrece la teoría. Esto no es tarea exclusiva de los prohombres de Podemos con mayor visibilidad mediática y académica, sino la responsabilidad militante de todas aquellas personas que hemos podido acceder a la teoría política: sólo quienes no tienen nada que perder bajo este régimen se pueden permitir pensar sin convertir sus ideas en herramientas de transformación social.

El momento de crítica filosófica ha sido necesario para la formación de una nueva generación de personas que hemos empezado a pensar lo político desde perspectivas laicas, de ruptura con las inercias marginales e identitarias que han lastrado a la izquierda española desde la Transición, con voluntad de victoria y de asunción de contradicciones. Pero corremos el riesgo de caer en esas mismas derivas ahora si nuestro papel político se reduce a ser el Pepito Grillo de la izquierda que no está interesada en ganar. Los avances espectaculares del movimiento feminista demuestran que es posible conjugar la perspectiva laica y de futuro con un diálogo productivo entre teoría y praxis, y deja en evidencia también qué sectores de la militancia están especialmente afectados por la enfermedad infantil del populismo: hombres jóvenes con la fe del converso a quienes nos encanta leernos. Yo el primero. Las tareas históricas que debemos asumir están muy por encima de tales chiquilladas, y requieren un abordaje directo desde perspectivas soberanistas, feministas y populares. La Patria llama y la ventana de oportunidad es cada vez más estrecha…