20 años de “Escrito para no morir” de María Eugenia Vásquez Perdomo
Por Felipe Valderrama
En uno de sus libros más memorables, Gabo asegura, entre líneas, que la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir. Resulta una frase más que paradójica, siendo que Colombia es el país con mayor cantidad de desapariciones forzadas de personas, y el primer país en desplazamientos internos, superando incluso a Siria, con aproximadamente 7,7 millones de personas huyendo por motivos del conflicto armado. Lo cierto, es que en este país conviven no sólo muchas realidades diversas, marcadas por la variedad de sus geografías y nutridas de un riquísimo crisol multicultural, sino también una larga historia signada por la opresión de las clases dominantes, la violencia y “el conflicto” que ha marcado a fuego la idiosincrasia de su sociedad.
Con el objetivo de indagar en estos asuntos propios de la historia subterránea, que escapan a la idea naif del realismo mágico colombiano y al mainstream de las producciones del narcocine, es que aparece el siguiente título -elocuente-, ganador del Premio Nacional de Testimonio 1998: “Escrito para no morir: bitácora de una militancia”. Este ha sido el trabajo autobiográfico de María Eugenia Vásquez Perdomo, con el cual realizó su tesis de antropóloga en la Universidad Nacional de Colombia. La autora, ex combatiente del “Movimiento 19 de Abril” (M19) y miembro de la dirección nacional, ha volcado en su trabajo etnográfico un pedazo trascendental del devenir contemporáneo de Colombia, bajo la premisa de que ella es “depositaria de una historia que vivió pero que no le pertenece”. A 20 años de la consagración de su trabajo, buscaremos rescatar su valor y relevancia para la construcción de una memoria activa en un país atravesado por la violencia.
El método
María Eugenia Vásquez Perdomo tomó una decisión personal muy difícil en la previa a la firma de los Acuerdos de Paz entre el gobierno colombiano y el M19, en marzo de 1990: luego de 18 años ininterrumpidos de activismo político y militar, se apartaba de su espacio político, al sentir que sus caminos se bifurcaban. El peso de las pérdidas, de lo vivido, encontraban a esta mujer en la antesala de la construcción de su persona ya no como clandestina, sino como ciudadana A su decir, separarse de una organización es más duro que divorciarse de un matrimonio… Así fue como sintió las ganas de retomar los estudios que habían quedado casi finalizados en los inicios de su vida militante: antropología. Recurrió a su viejo mentor, el profesor Luis Guillermo Vasco, que además de haberla introducido en los debates del materialismo histórico veinte años atrás, ahora le aconsejaba encarar su tesis con el método que venía utilizando otro docente de la misma casa de estudios, el profesor Jaime Arocha, a través de la técnica del del “diario intensivo” del estadounidense Ira Progroff. Este método propone un trabajo sostenido de autoanálisis, que María Eugenia Vásquez Perdomo encaró como técnica de investigación etnográfica. Su trabajo tardó más de 10 años, que la enfrentaron con muchos temores, penas y desafíos. En ese buceo interior, ella reconoce haber sentido mucho dolor y soledad… ¿Por qué no me morí junto a mis compañeras y compañeros? Ese constante diálogo con sus muertos y muertas, a través de la grabadora y las fichas que se iban clasificando por temáticas, la llevaron a comprender que no podía seguir viviendo para sus amigos fantasmas, sino que tenía que recuperar un sentido para su propia vida.
Al mismo tiempo, cuenta cómo le costó, a lo largo de esta década, separar el carácter político de su cabeza formateada al calor de la disciplina y la retórica militante, del trabajo personal. Su profesor solía regañarla insistentemente en que su trabajo no era la historia política del M19, sino que era la historia de María Eugenia Vásquez Perdomo.
La niña que quiso ser guerrillera
Es casi una gracia del destino que un 24 de julio de 1951 haya nacido en Cali una niña, hija de madre soltera, que unos 20 años más tarde participó del operativo que “recuperó” el sable del Libertador, Simón Bolívar, también nacido un 24 de julio, pero 168 años antes. Esta coincidencia era un motivo de orgullo de una pequeña que fue criada con el amor no sólo de su madre, sino de sus abuelos, “mamá María” y “papá Marcos”, y su padrastro que, orgullo por sus habilidades y buen comportamiento, la indujo en el mundo de las armas y la caza. Es esta misma niña, que llegó a comerse el corazón caliente de un gorrión recién cazado ante el desafío de sus primos -que la pecheaban diciendo que los guerreros necesitan la sangre sus víctimas para ser valientes-, la mujer que hoy narra cómo gracias a todas estas experiencias de su infancia inicial, tuvo una introducción en el mundo masculino que le ha hecho entender más fácil a los varones como iguales, a no subordinarse, y le dio la fuerza de saberse que podía ser y hacer igual -e incluso mejor- que ellos. Estas experiencias, seguramente, le habrán hecho más llano el ingreso al mundo de los ejércitos, de la guerra, que son ámbitos eminentemente masculinos.
“Yo deseaba ser una guerrillera”, dice María Eugenia Vásquez Perdomo en su libro de doce capítulos que, en orden cronológico, cuenta historias y reflexiones que mueven los sentimientos más profundos de cada lectora y lector. La infancia, la universidad, la juventud soñadora, la formación del “Eme”, la guerrilla, el trabajo de masas… Todos capítulos que se mezclan con el relato, en primera persona, de las reflexiones y sentimientos de la protagonista, junto a los detalles de las operaciones del movimiento, que han marcado la historia de su país: la toma -que duró 2 meses- de la Embajada de República Dominicana (con embajador yanqui adentro y todo); el robo de armas más grande que se registre al Cantón Norte, bautizado como “Operación Colombia”; las vivencias en la guerrilla del monte; las “rejas en el alma” durante el presidio en la cárcel del Buen Pastor -capítulo imperdible que por sí solo podría ser un trabajo etnográfico aparte-; el paso por Cuba; el atentado que casi le cuesta la vida; la muerte de tantas personas entrañables y, principalmente, la de su primer hijo, Juan Diego, a causa de una afección mortal.
Críticas vetustas, sexualidad, género y memoria
El abordaje subjetivo de “Escrito para No morir”, delinea un límite muy delgado entre la lectura revisionista de lo que fue la historia del M19, y las experiencias, sentimientos y debates que la protagonista ha tenido a lo largo de toda su experiencia militante. Su trabajo ha generado no sólo el reconocimiento por su enorme valor histórico en plan de construir Memoria, sino también la crítica de sus propios compañeros varones -algunos, incluso, cuadros de dirección- que, pertrechos en posturas retrógradas, habían llegado a cuestionarle que estaba mal que hablara de sus asuntos íntimos. A este respecto, la hoy antropóloga y referente feminista de Colombia es contundente, si ella hubiera querido hablar de sus polvos, hubiera tenido que escribir 3 tomos… Vásquez no se espanta de la desvalorización de su trabajo por parte de los varones; incluso cuenta cómo ocurrió lo mismo con el libro de otra compañera. La crítica era que porque se cuentan “cosas íntimas”, pero esa es la diferencia entre un libro autobiográfico y un libro histórico-político sobre el M19. Los compañeros no lo han entendido. La sexualidad hace parte de la vida de cada cual, y la sexualidad vivida en la militancia es distinta a la vivida en la familia tradicional. Esa era una forma de aferrarse a la vida; en ese entonces se vivía con otra concepción del amor que tiene que ver con el compartir. Entonces se desacraliza la sexualidad como centro de la familia y una relación estable; lo que existe es la compañía entre seres que viven el día a día con la muerte acechando. Entonces es importante hablar de la sexualidad y cómo se vivía en ese entonces, contra la moralidad absurda que existe en la sociedad y en las propias filas. En otro trabajo académico, la autora se refiere al asunto y sostiene que “es un debate interminable éste sobre el sesgo de género en la narrativa de hombres y mujeres que construyen memoria de los acontecimientos. Pero la experiencia de escribir una autobiografía no me permite evadir la discusión; siento que cada letra pasó por mi cuerpo antes de caer sobre el papel, un cuerpo sexuado, construido bajo el mandato social de ser mujer y, precisamente, eso le confiere a mi relato un matiz diferente de otros conocidos sobre el mismo tema, por ejemplo, en el tratamiento de «lo político», narrado desde la cotidianidad de lo que fue la militancia guerrillera para una mujer.”
En el campo de la Memoria las mujeres afrontan una doble lucha, como sostiene María Eugenia Vásquez Perdomo. Una como insurgentes, frente al relato hegemónico que intenta borrar y desvirtuar su participación en la vida política del país; y la otra, como mujeres dentro de la insurgencia, para dar a conocer sus propias vivencias, hacer frente y romper los estereotipos y la subvaloración de sus aportes.
Encontrar sentido a la vida
Los capítulos finales del libro son desgarradores. Se percibe el dolor profundo de una mujer que no sólo luchó y creció haciéndose lugar frente a pérdidas irrecuperables. El capítulo 11 se titula “Heridas de muerte” y narra, además del reconocido caso de la toma del Palacio de Justicia colombiano en 1985, las sucesivas pérdidas que fue sufriendo María Eugenia Vásquez Perdomo al ver caer a sus compañeras y compañeros durante el combate que decidieron dar hasta el final, y el desesperante momento de la muerte de su hijo Juan, mientras cumplía una misión en Libia. Respecto a esto, la autora siente que las “culpas” percibidas luego de todo el derrotero de su vida guerrillera, estaban más ligadas a la maternidad, por no haber estado con el hijo que se murió y con el hijo menor que creció con sus abuelos. Así y todo, lo hace con una claridad y fortaleza -sin dudas, forjada a fuerza de penas-, cuando habla del rol de la madre que, en su caso, fue distinto a partir de la referencia de su propia mamá, quien le mostró una modalidad de maternidad distinta. En este sentido, también cuenta cómo le sirvió de mucho el aporte del feminismo para poder acomodar sus ideas y sentires. “Y si le faltamos mucho a los hijos e hijas, les hemos pedido perdón de mil maneras; pero no podemos echar atrás lo que ya fue. Eso es trabajar sobre lo que hay y no sobre lo que pudo ser. Acá estoy para que me putees, me reclames y responder sobre qué fue mi vida.”
Sin perjuicio de esta gran cicatriz que ha marcado tristemente la vida de María Eugenia Vásquez Perdomo, el mérito más valioso que deja su trabajo es percibir cómo logró sortear su mayor pelea: encontrarle sentido a la vida después de la militancia. Parecería, sobre el final de un libro cargado de tantas historias duras, que la capacidad de recomposición humana excedería a cualquier persona después de tanto vivido. Sin embargo, esta obra muestra una enseñanza de voluntad que es empuje y esperanza para cualquier persona que se involucre en la historia: “yo me negaba a vivir por vivir, sostener la vida así nomás. La memoria empieza a ser un primer sentido para vivir. Posteriormente aparece el trabajo comunitario nuevamente, que se condice con la vocación de cambio”.
Aquí y ahora
María Eugenia Vásquez Perdomo es hoy reconocida no sólo por su aporte en la construcción de memoria y debates en torno a la lucha de las mujeres, con distintos aportes en el mundo académico, sino además, porque sigue siendo una activista política y social, cuyo trabajo tiene una fuerte incidencia en los sectores más violentados de la sociedad colombiana. Forma parte de la Red de Mujeres Ex Combatientes de la Insurgencia, la Kolectiva Feminista de Pensamiento y Acción Política, y se pasa el tiempo recorriendo los territorios de su país, trabajando en experiencias comunitarias y organizativas con ex combatientes, víctimas, mujeres y mujeres ex combatientes. Se define, hoy, como activista política sin partido, porque tiene claro que es sin partido y sin Iglesia; otra vez independiente, como los primeros años de su juventud militante, luego de ser expulsada del maoísmo por rebelde.
En su lectura de la realidad actual, por un lado, piensa que en la medida en que las mujeres sigan avanzando y tomando fuerza en la política, persistirá toda la reacción machista, con el “retrocedan que este no es su espacio”, marcado por la -certera- posibilidad de ser removidos de lo que han manejado siempre. No distingue esta postura entre izquierda y derecha, sostiene que ese machismo reaccionario proviene de ambos bandos.
María Eugenia Vásquez Perdomo tiene un brillo que se refleja no sólo en su mirada determinada y amorosa, sino también en lo visceral de sus líneas en “Escrito para No morir” que, a 20 años de su publicación, posee una vigencia e importancia enormes para la construcción de Memoria en Colombia. Con su determinación y fuerza, Escrito toma un sentido absoluto que se hace carne en su propio título: ella escribe para no morir, para que no muera la memoria de la insurgencia y, aún más, para ayudar a otras y otros a vivir, y a seguir viviendo.