Por Àlber Blanc
El despliegue del artículo 155 de la Constitución española ha supuesto la utilización de la represión para reordenar el mapa político catalán imponiendo agendas y tiempos de un modo prácticamente colonial. Este acto de fuerza se puede leer como el despliegue de aquello que el sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado, padre intelectual de García Linera, daba en llamar como hegemonía negativa.
En este sentido la represión no solo puede funcionar como mera muestra desnuda y descarnada de una determinada correlación de fuerzas, sino que puede operar también como un horizonte de referencias mediante el cual se estructura una representación sustitutiva del mundo. Esto se plasma en el establecimiento de fronteras simbólicas para constreñir el campo de lo posible. En este sentido la ilegalización del referéndum, el uso de la represión política durante el referéndum y posteriormente con la aplicación del 155 y el encarcelamiento de representantes sociales y políticos sigue una lógica de desmantelamiento de un sujeto que en este caso no es otro que el pueblo catalán. Es decir, la represión política del gobierno de Mariano Rajoy busca desmantelar este sujeto autodeterminado para reconstruirlo como una comunidad subordinada jerárquicamente a la institucionalidad del régimen. El objetivo de ello es la anulación de la pulsión constituyente que expresó la ciudadanía el uno de octubre.
Ya que el uno de octubre constituyó un acontecimiento fundante de una identidad soberanista amplia, un nosotros de corte nacional popular, cuyo grado de autodeterminación residió en la afirmación subjetiva anhelante de un nuevo contrato social y, más significativo aún, de una estatalidad de nuevo tipo. La intensidad de la participación social en las protestas posteriores al uno de octubre supuso una enunciación popular de una voluntad general. Esta movilización, y afirmación, plebeya muestra el relevo de creencias y lealtades. En el sentido de que el contrato social que es la Constitución del 78 pierde toda capacidad de generar adhesiones en Catalunya. Y su mayor símbolo, la corona, pasa a ser, con el discurso del rey, un jugador más alineado con el bloque del régimen.
Ahora bien, el corte radical que supone el uno de octubre con el régimen se enfrenta a dos retos bien complejos. El primero estriba en la dificultad para representar ese nosotros o mejor dicho la disputa para encabezar su representación dentro del amplio y heterogéneo campo soberanista. Dado que toda construcción de patria es un proyecto político que prima un orden social sobre otros, una vinculación subjetiva sobre otras. De manera que mientras para unos la patria reside en el “tercer estado” para otros puede tener una vinculación social bien diferente. El segundo reto se da en la narrativa impuesta por el estado español que busca negar la soberanía popular mediante la fuerza y mediante la construcción de un demos integrado a la institucionalidad del régimen como se vio en la movilización del ocho de octubre.
El primer reto puede resolverse de forma agonística dentro del campo soberanista entendiendo que el objetivo es derrotar la narrativa y las prácticas autoritarias del régimen. Y que en todo caso aquel actor político que defienda de forma más consecuente la voluntad popular catalana ganará el liderazgo del bloque constituyente. En cualquier caso, el mayor problema lo tiene el régimen ante su más que probable fracaso para diluir tanto la subjetividad nacional popular catalana como su voluntad constituyente. De modo que, ante la posibilidad de un frente popular en el campo de lo social, a semejanza del histórico espacio antifranquista conocido como Assemblea de Catalunya, y de una victoria soberanista en el frente electoral, el régimen se verá cuestionado una vez más por una voluntad destituyente.