Por Jairo Pulpillo López (@Jairopl93)
Vivimos tiempos de desesperanza, de ausencia de horizonte. Vivimos en un mundo lleno de sueños, donde los que sueñan, sueñan con el miedo, como dice Dellafuente [1]. Ni siquiera una revolución técnica del tamaño de la revolución digital ofrece promesas de emancipación fuera de las mentes de Silicon Valley. Más bien al contrario: algoritmos que vigilan y controlan, destrucción climática o, como Theodore en Her, soledad y amores artificiales. Pero no sólo nos encontramos en esta galaxia de desconcierto, noqueados en un presente de pulsiones consumistas e individuales dónde la única salida posible es a través de eslóganes vacíos, sino que son también las posibilidades emancipatorias las que parecen haber desaparecido, atrapadas en una espiral centrífuga de melancolía, identidades cerradas y pasados frustrados.
Pero no siempre fue así. A las aspiraciones utópicas del siglo XX las atravesó la revolución rusa con un estallido que hizo temblar las vidrieras del capitalismo. Su destello iluminó el horizonte, las derrotas anteriores cobraron significación redentora con octubre, que como recuerda García Linera,transformó las expectativas colectivas de los subalternos, transmutando lo imaginable en posible. Supuso una creencia movilizadora la idea de que otro mundo era posible [2]. Fue capaz de crear utopías materializándolas, sin importar los sacrificios. Victor Serge en 1924 escribía, «a pesar del hambre, los errores y hasta los crímenes […] los rojos nos encaminamos hacia la Ciudad del Futuro». El problema, ahora, es otro: ¿hacia qué Ciudad del Futuro miramos tras 1989? Los Chikos del Maíz cantan en su último single Valerie Solanas, «¿porque vuelven las riñoneras y no el muro de Berlín?” [3]. Viejas gramáticas para un presente que no comprendemos.
1917 y 1989 difieren profundamente. Tras 1989 no sólo desaparece la gran utopía, sino que se transforma en un palimpsesto de genocidio, burocracia y mediocridad despótica. La implosión de la galaxia octubre, además, estuvo acompañada de un colapso de todas las promesas de emancipación que giraban en torno a 1917 y que configuraron los imaginarios en el siglo XX. En ese terreno postpolítico, yermo, todo proceso utópico aparece directamente asociado al horror, al retorno a un pasado no deseado. En ese terreno, sin horizonte de expectativas ni semánticas las construyan, los intentos de imaginar alternativas al capitalismo se encuentran bloqueados, incapacitados y limitados. Son los límites de nuestro tiempo, y recorren desde la primavera árabe a las plazas quincemayistas, pasando por proyectos políticos como Podemos o Syriza. Lo apuntaba de forma excepcional Xandru Fernández en CTXT a raíz del debate Zizek-Peterson: «me reconocí, […]) en la voz quebrada de Žižek cuando pronunció “Syriza” como si ese fuera el nombre del final de la utopía: el momento en que dejamos de creer que otro mundo era posible y nos pusimos a hablar de la felicidad de las langostas» [4].
El análisis que Stuart Hall hace en El largo camino de la renovación (Lengua de Trapo, 2018) sobre la dificultad de la izquierda para nombrar lo aceptable, lo deseable, lo posible y también las imágenes de futuro que guiasen las prácticas presentes [5] lo llevó más allá Wendy Brown, señalando como uno de los problemas de la izquierda la insistente melancolía, cercana al goce estético que bloquea cualquier transformación presente y cualquier intento de imaginación futura. Una melancolía atrapada en un análisis o ideal frustrado, en una extraña fascinación por el pasado, que genera miedos, inseguridades y ansiedades al someter a crítica nuestras tradiciones teóricas y culturales, y también, una melancolía generada por el apego a la pérdida que impide cualquier deseo de recuperarse de ella [6]. En definitiva, una melancolía tan ensimismada en lo perdido que imposibilita la construcción de sentido en el presente, y, por lo tanto, la transformación política del mismo. Enzo Traverso, leyendo a Freud, lo deja claro: «el melancólico sigue narcisistamente identificado con su objeto amado y perdido y transforma así su sufrimiento en un aislamiento introspectivo que lo aparta del mundo exterior» [7].No se me ocurre mejor forma de ilustrarlo que la noche del 2 de diciembre, cuando tras la irrupción de Vox en el parlamento andaluz, la reacción de Podemos, con Pablo Iglesias a la cabeza, fue la de llamar con el rostro compungido, pero también con cierta satisfacción sádica, a la “alerta antifascista”.
Sin embargo, hay una salida heterodoxa a esa melancolía conservadora y bloqueante. La señala Brown en su famosa entrevista titulada Learning to love again: hay que leer el presente de forma distinta a través de una lectura, distinta también, del pasado. En esta disyuntiva, podría ser clave volver a la tesis XII sobre la historia de Walter Benjamin. La historia, afirmaba el filósofo, no sirve para dar la razón al presente, sino que tiene que despeinarnos a contracorriente, tiene que ser intempestiva, decirnos sobre el presente algo más de lo que ya sabemos [8].
En otra de sus tesis, Benjamin alertaba de que la tarea principal es comprender y transformar el presente. Un presente que no sabe nada del porvenir, pero que si tiene que viajar al ayer para redimir sus proyectos frustrados [9]. Es decir, en lugar de una memoria ensimismada e inoperante, más allá del goce efímero que pueda provocar, una memoria cargada de futuro. No volver para recordar, sino volver para cambiar.
Dos días después de perder Madrid y Barcelona en las elecciones del 26 de mayo, Nacho Padilla se despertó preguntándose si existe un término que describiera esta nostalgia del futuro [10]. Quizá, tras tanta derrota y en un mundo en el que se derrumban a pasos agigantados las estructuras de la modernidad, incluidas las utopías, tener nostalgia del futuro sea una emoción legítima. Pero es el presente el que tenemos que transformar a través de la memoria de aquellas derrotas. Construir nuevas semánticas políticas, nuevos significados que nos den horizonte, para dejar de ser el sujeto melancólico contemporáneo al que aludía Germán Cano en un tweet demoledor: «Escucho en la radio la historia de un preso que, cumplida su condena, se ha automutilado para regresar a la cárcel. Mejor volver atrás, por malo que sea, que carecer de futuro. Alegoría de nuestros tiempos» [9].
Notas
[1] «DELLAFUENTE, Novedades Carminha – Ya No Te Veo (Video Oficial)»: https://www.youtube.com/watch?v=DBExn39Hvzc
[2]Álvaro García Linera (2017), Tiempos salvajes. A cien años de la revolución soviética, en Juan Andrade y Fernando Hernández (eds.), 1917. La revolución rusa 100 años después, Akal, Madrid., pp. 529-531.
[3]«Los Chikos del Maíz – Valerie Solanas (Stop Making Stupid People Famous)»: https://www.youtube.com/watch?v=mvQkEIEOU9U
[4] Xandru Fernández, «La izquierda melancólica o la felicidad de las langostas» https://ctxt.es/es/20190424/Firmas/25811/Slavoj-Zizek-Jordan-Peterson-debate-capitalismo-marxismo-Xandru-Fernandez.htm
[5] Jorge Lago (2018), Prefacio, en Stuart Hall, El largo camino de la renovación. Tatcherismo y crisis de la izquierda. Lengua de Trapo, Madrid, p. XII.
[6] Wendy Brown (1999). Resisting left melancholy. boundary 2, 26(3), 19-27.
[7] Enzo Traverso(2019), Melancolía de izquierda. Después de las utopias, Galaxia Gutenberg, Madrid, p. 95
[8] Reyes Mate (2009), Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia», Trotta, Madrid. pág
[9] Reyes Mate (2009), Medianoche…,p. 72.
[10] Tweet de Nacho Padilla (@nchpdll): https://twitter.com/nchpdll/status/1133242854170648577
[11] Tweet de Germán Cano (@fdeflaqueza): https://twitter.com/fdeflaqueza/status/1125285125883867136