Grabado del periódico La Tramontana (1881)

Roc Solà (@Roc_Sola_) y Chema Meseguer (@ChemaMeseguer)

España vive un momento de crisis identitaria. Distintas corrientes compiten en su interior por dar una respuesta a la pregunta fundamental de toda comunidad política: cuál es el demos. ¿Se trata de una sola nación o de múltiples? ¿Qué tipo de estructura estatal se ha de articular? Lo que sigue es una conversación que se inició entre Roc Solà y Chema Meseguer a raíz del artículo publicado en esta revista por el segundo el 28 de mayo de 2020. En él, Meseguer proponía un mapa sobre las distintas ideas de España que habría en conflicto. La discrepancia de Solà respecto a éste dio inicio a un breve intercambio sobre la plurinacionalidad, el concepto de nación de naciones y el federalismo, que reproducimos a continuación.

Roc Solà: Me parecen interesantes varias cosas que planteas, pero expresaría algunas dudas respecto a la división que haces entre las concepciones de la nación. Estoy de acuerdo con las “homogeneizadoras”, pero me rechina un poco que pongas por un lado las “plurinacionales” y por otro las que defienden que España sea una “nación de naciones”. Me explico: la primera vez que se habló de España como “nación [haz] de naciones” fue el demócrata federal Joan Baptista Guardiola, que fue también teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Barcelona. En 1851 decía:

Ya, pues, que España no forma una sola Nación, sino un haz de naciones; ya que no es un solo ser, sino un agrado de seres diversos, acepte franca y resueltamente el político este hecho, y limite las aspiraciones de su ambición a conseguir la gloria de armonizar de una manera fraternal y elevada las, en ocasiones encontradas, pretensiones de nuestras antiguas provincias, representantes las más de nacionalidades diversas. Pretender otra cosa, es querer estrellarse contra el fatalismo de las leyes de la naturaleza.

Vemos pues que es precisamente un federalista quien plantea por primera vez en nuestra historia la existencia del fenómeno plurinacional. Posteriormente, el mayor teórico y dirigente federalista, Pi i Margall, en su libro de 1877, Las nacionalidades, expone muy claramente cómo entienden la soberanía nacional los federales:

Federación viene del nombre latino foedus, que significa pacto, alianza. Para que la haya, es indispensable que aquellos que la celebran tengan capacidad para obligarse y sean, por tanto, libres, es decir, sui juris. La federación supone por tanto necesariamente igual y perfecta autonomía en los pueblos para constituir las provincias.

Aquí me pregunto en qué se diferencian en tu clasificación la concepción de ‘nación de naciones’ y la concepción ‘plurinacional’. ¿En que la segunda reconoce el derecho a decidir y la primera solo reconoce la variedad de identidades (ponerle tomate al pan o pimentón al pulpo)? Creo que es relevante porque si tú reconoces “igual y perfecta autonomía en los pueblos” como los federalistas buenos, entonces de facto estás reconociendo un demos y con ello reconociendo una soberanía nacional que es divisible.

Si tú reconoces “igual y perfecta autonomía en los pueblos” como los federalistas buenos, entonces de facto estás reconociendo un demos y con ello reconociendo una soberanía nacional que es divisible.

Chema Meseguer: Efectivamente, estoy de acuerdo con lo que planteas. El concepto de nación de naciones concreto que señalo ahí tiene como función neutralizar las concepciones que llamo provisionalmente “plurinacional” y “homogénea”, pero sin tener una idea claramente genuina. Su rol es meramente defensivo, intenta quitar el agua en que nadan las otros dos. La distinción de Meinecke de nación política y nación cultural en la que se basa está retorcida para poder proponer una forma de identidad plural, no muy distinta a la de los regionalismos, pero que pueda neutralizar a los nacionalismos subestatales, hablando de más naciones además de la española. En este sentido, una posible lectura es que hace esto a través del truco de usar dos acepciones de la palabra nación, una con soberanía y otra sin ella. Esto sería “teóricamente” un despropósito, pero “políticamente” habría cumplido su papel hasta la fecha. Es más, me parece que el hecho de que una concepción tan defensiva haya sido tan efectiva y productiva dice mucho de la complejidad del sistema nacido en la Transición.

Si se entiende nación de naciones de una forma más coherente, otorgando soberanía a todas, estamos ante una forma de plurinacionalismo, claro. Los separo en el esquema que propongo porque, en ese caso, no estoy describiendo tipos ideales de concepto de nación (para lo que sí distinguiría solo tipos no contradictorios) sino usos concretos, los conceptos que han usado las distintas corrientes, sean coherentes o no en su lógica conceptual, y para un periodo muy concreto, desde la Transición hasta aquí. Para un periodo más largo, efectivamente, como señalas, habría que hacer muchas matizaciones en esa diferenciación.

De todas formas, en Joan Baptista Guardiola, no termino de ver el concepto de nación de naciones. Me parece que concibe muchas naciones, pero sin reconocer a la española como una, ¿no? Lo conozco poco, seguro que tú lo manejas mucho más. En Pi  i Margall, sí. También lo veo en Valentí Almirall, por ejemplo. Porque reconocen una soberanía múltiple y compartida entre una nación española y el resto de naciones en su seno. Ahí hay claramente un concepto de nación de naciones que es plurinacional (y que es interesante también de estudiar, entre otras cosas, por el tratamiento que da a los conceptos de homogeneidad y heterogeneidad), y a la vez distinto del plurinacionalismo confederal, que vería un conjunto de naciones reunidas en un mismo Estado, pero sin reconocer soberanía a este, solo cesión de su ejercicio desde las partes soberanas. Lo del XIX es que da para otra tesis doctoral, claro, yo con una ya estoy saturado, pero prometo profundizar en ello si algún día acabo.

El concepto de nación de naciones tiene como función neutralizar las concepciones que llamo provisionalmente “plurinacional” y “homogénea”, pero sin tener una idea claramente genuina. Su rol es meramente defensivo.

RS: Qué bueno que estés investigando sobre este tema. Te voy a plantear dos discrepancias más. La primera cuando dices que “teóricamente’ es un despropósito, políticamente ha cumplido su papel hasta la fecha”, refiriéndote a la idea de plurinacionalidad cultural. Estoy radicalmente en contra. Es decir, ¿estás considerando que desde la Transición no ha habido reconocimiento de soberanías a las naciones sin Estado? Yo lo veo al revés. El Estatut del 79 fue aprobado por una votación del demos catalán y luego no se podía cambiar nada en Madrid porque precisamente el Estatut formaba parte del bloque de constitucionalidad –es una extensión de la Constitución, no está por debajo- y esto supone que en Madrid solo se puede aceptar o rechazar pero no cambiar ningún punto. En cambio, con la sentencia del 2010 esto se rompe. Por eso cuando se deja de reconocer la soberanía deja de “funcionar” y es cuando vienen las protestas.

En cuanto a Guardiola y el federalismo, yo te diría que reconoce tanto como Margall la existencia de la nación española como espacio donde se comparten las soberanías, lo único que lo llama “haz” y no “nación de naciones”. De hecho, el concepto “haz” creo que expresa muy bien la idea pimargalliana de “pacto sinalagmático conmutativo y bilateral”. Lo que veo problemático es la distinción entre “plurinacionalismo confederal” y “nación de naciones”. Creo que es una dicotomía que no ha existido nunca en la práctica y mucho menos en la historia concreta. De hecho, cuando dices que la idea confederal “no reconoce soberanía a este [el Estado], solo cesión de su ejercicio desde las partes soberanas”, diría que esta cesión de soberanía al Estado federal es precisamente reconocerle soberanía. Almirall defendía, por ejemplo, que la soberanía en materia de diplomacia internacional sí que era interesante mantenerla compartida y fue el fundador del catalanismo, mientras que Pi Margall, que fue presidente de España en 1873, escribió una constitución del Estado catalán en 1883 en la que promulgaba –entre otras– la abolición de todos los títulos nobiliarios. Sobre estos temas es muy buena esta entrevista a Gemma Ubasart.

CM: En cuanto a la primera discrepancia, es posible hacer esa lectura, no niego eso. Lo que señalo es que, en buena medida, ese equilibrio que apuntas (yo no lo llamaría “reconocimiento” porque creo que no se trata de reconocer situaciones fácticas, sino de entender construcciones identitarias distintas en conflicto), que empezó en la Transición y ahora ha estallado, ha sido posible con el concurso de ese concepto de nación de naciones ambiguo, cuya efectividad no reside en negar la plurinacionalidad en favor de la unidad de España ni viceversa, sino, precisamente, en mantener ambos vivos, pero sin que ninguno sea capaz de imponerse al otro (de ahí que sea un concepto defensivo o neutralizador). Por eso, en la actualidad, vemos por toda España gente que apoya una u otra concepción, pero ninguna logra romper el equilibrio en su favor. Y por eso ha sido precisamente cuando la efectividad de este concepto de nación de naciones se ha visto resentida, cuando la polarización entre esas dos ideas de España (plurinacional y castellanista) se ha acrecentado.

Sobre los federalistas, estoy seguro de que controlas a esos autores mucho más que yo, así que te agradezco los apuntes, nada que comentar. Y en relación a la confederación: claro, ahí sí que se trata de una distinción de tipos ideales –no como cuando se estudia la elaboración conceptual de ciertas corrientes–, y como tales, nunca aparecen de manera pura. Como dices, la idea confederal también puede presentar al Estado confederal como soberano, tras la cesión de soberanía desde las partes, pero me parece que la distinción que hago se puede mantener. Lo creo porque no es lo mismo que se reconozca que la nación que sobredetermina a las demás componentes del Estado federal tiene los mismos rasgos de nación soberana que éstas, en un escenario complejo de soberanía compartida, que se considere que la soberanía del Estado que aúna naciones nace de la delegación de soberanía desde las naciones componentes. En el segundo caso, la soberanía original reside en las naciones confederadas y la del conjunto confederal sólo se ejerce delegada por las partes tras la confederación. En cambio, en el primero la soberanía reside de manera original tanto en las naciones federadas como en la del Estado federal. Hablando claro, en la primera, España sería tan nación como Cataluña, Galicia o Castilla, aunque sea incomprensible sin éstas, en tanto que todas son sentimientos colectivos de comunidad forjados por la historia.

No es lo mismo que se reconozca que la nación que sobredetermina a las demás componentes del Estado federal tiene los mismos rasgos de nación soberana que éstas, que se considere que la soberanía del Estado que aúna naciones nace de la delegación de soberanía desde las naciones componentes.

Yo entiendo así a Pi i Margall, cuando dice, por ejemplo, hablando de las “tendencias de España a la federación” en Las nacionalidades:

Una guerra […] volvió a dejar a nuestros antiguos reinos en libertad para organizarse. […] Recobraron todos con afán su independencia, pero sintiendo casi desde el primer instante la necesidad de un lazo que los uniera. Se hicieron soberanos, y a poco levantaron sobre sí una soberanía: una soberanía que, sin menoscabar la suya, atendiera a sus comunes intereses.

Aquí entiendo que, para Pi i Margall, la soberanía es inherente a los pueblos de España, pero que éstos, a su vez, reconocen la soberanía de una nación que los aúna. Por eso nada más “recobrar su libertad” sienten la necesidad de “reconocer” esa soberanía que los sobredetermina. Además, contribuye a entenderlo así también cuando, en lo que a mí me parece un ejercicio de genialidad política, más adelante, Pi i Margall utiliza el argumento de la fortaleza de la unidad de España en favor del plurinacionalismo, echando en cara a los que claman contra la amenaza separatista o disgregadora que tienen en muy poca estima “los lazos que unen la nación” (sic) si creen que son tan débiles que basta para romperlos el cambio en las bases de su organización como Estado.

RS: En primer lugar, estoy muy de acuerdo con la crítica que hace Pi i Margall de que los unitaristas a la fuerza y los homogeneizadores no tienen argumentos para defender que mantenerse unidos pueda ser positivo para las partes. Es triste y lógico, si no crees que tienes que convencer a nadie ni piensas en argumentos posibles.

Por otra parte, lo que me descoloca un poco es que hagas una distinción entre concepciones confederales donde una reconoce la existencia de una nación compartida y otra niega la existencia de esta. Creo que no existe una visión de la plurinacionalidad que niegue la existencia de España o de la nación española. Lo que sí plantea el federalismo pimargalliano es una redefinición completa de la idea –y también de la constitución material y distribución topológica del poder– de nación. Eso me lo tienes que desarrollar más, porque no sé quién consideras que niega la existencia de España. Creo que la idea de nación de Pi, como te decía, tiene más que ver con un pacto sinalagmático conmutativo y bilateral que con una “nación que sobredetermina”. Por seguir con el lenguaje espacial, creo que lo ve más en un plano horizontal.

Esto me hace un poco de ruido si lo pasamos a términos prácticos. ¿La sobredeterminación quiere decir que se puede prohibir un referéndum que pide el 80% de una de las naciones de tu país y que ha sido reconocido jurídicamente como demos propio en 1931 y 1979? Por aterrizarlo un poco.

Creo que no existe una visión de la plurinacionalidad que niegue la existencia de España o de la nación española. Lo que sí plantea el federalismo pimargalliano es una redefinición completa de la idea de nación.

CM: Yo tampoco creo que haya ninguna corriente importante ahora mismo que no tenga una idea de España, pero eso no significa que ese tipo de articulación (la que llamo confederal para aclarar los términos, pero que podríamos denominar como tipo concreto de Estado federal o de otra manera) no se haya dado y no sea posible. Entiendo así, por ejemplo, la defensa de la U.R.S.I. [Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas] a principios del siglo XX.

Sobredeterminación es una manera de decir que las identidades de las partes están constituidas también por su pertenencia a una identidad que las atraviesa a todas. Si esto significa posibilidad o no de autodeterminación de las partes, no se puede extraer de manera lógica de ese concepto. Dependerá de otras dimensiones de la articulación de esa comunidad, ya que se puede entender, por ejemplo, que la relación que liga la identidad de la parte a aquella que la sobredetermina es de necesidad (la identidad de la parte es incomprensible sin la que la sobredetermina) o reformulable (es decir, que la identidad de la parte tiene capacidad de desligar su soberanía de la de esa identidad que la sobredetermina).

RS: Justo ahora en el 2020 hace 10 años de la sentencia sobre el Estatut del que Alfonso Guerra decía que se lo habían “cepillado”. En ese momento, el Constitucional se atribuyó unas funciones que no tenía. Sin darse cuenta, el modelo territorial que se había acordado en la Constitución de reconocimiento del demos catalán por el simple hecho de haber sido votado por el pueblo catalán saltaba por los aires. A partir de aquí, la negación a celebrar un referéndum que es consenso en el 80% de la población en Catalunya no ha hecho más que afianzarla voluntad recentralizadora del Estado. Como tantas veces en la historia de España, se ha prentendido construir uno de los Estados más centralistas y excluyentes en uno de los países más heterogéneos cultural e institucionalmente. Esto ha generado una reacción muy fuerte contra el nacionalismo español, que cada vez está más condensado dentro de la M-30. Eso es muy evidente en el hecho que desde las últimas elecciones generales hay 43 diputados y diputadas que no pertenecen a partidos de ámbito estatal, y alguna fuerza no es ni nacionalista ni autonómica sino directamente ya provincial, como Teruel Existe. Hay cada vez más gente que, siendo española, no se ve representada por ese nacionalismo español.

Como tantas veces en la historia de España, se ha prentendido construir uno de los Estados más centralistas y excluyentes en uno de los países más heterogéneos cultural e institucionalmente. Esto ha generado una reacción muy fuerte contra el nacionalismo español.

Entonces, está bastante claro que la crisis en la que estamos inmersos tiene que ver con una cuestión mucho más política que cultural. Y si algunos nos resistimos a decir que no hay solución como defendía Hibai Arbide en octubre de 2019, es porque entendemos que las fuerzas progresistas en la historia de España han ido siempre de la mano de una concepción de tipo federal, desde los republicanos del XIX como Pi o Ramón Xaudaró –el primero que redactó una Constitución federal para España en 1832- a los anarquistas de la CNT, los catalanistas de izquierdas, los galleguistas, los andalucistas o el conjunto de las fuerzas antifranquistas en el siglo XX. El reconocimiento de las realidades nacionales subestatales siempre ha ido de la mano de todos los proyectos democratizadores.

En el fondo, si me permites hacer una conclusión creativa, el federalismo es tanto el republicanismo como el anarquismo. Primero Pi Margall: analiza la realidad nacional y el poder y desarrolla un proyecto de República federal que funcione como horizonte. Después, Seguí: como dirigente político desarrolla una guerra de posiciones dentro del Estado a la vez que difunde y forma cuadros cuando aún no puede tomar el poder. Y después, otra vez Pi Margall: toma del poder e intenta aplicar su programa hasta el final.

CM: Me parece que algo que puede ayudarnos a pensar esto, para concluir, es distinguir entre el concepto de nación de naciones del federalismo decimonónico y el de la Transición. Como hemos dicho, el primero concibe España como una multiplicidad de naciones co-implicadas por su pertenencia a una que las liga a todas. La clave ahí es que se concibe una multiplicidad de sujetos soberanos, incluso aunque se considere que estos solo tienen sentido juntos. Por su lado, el concepto de nación de naciones de la Transición habla de una pluralidad de naciones, pero sólo reconoce la soberanía a la española. Es innegable que este concepto toma parte del legado del federalismo del XIX, y, con él, de su complejidad conceptual, pero da una respuesta distinta a la misma. En su caso, rescata la distinción de Meinecke entre nación política (con soberanía) y cultural (sin soberanía). En este sentido, parece que esta concepción de la nación de naciones salva esa complejidad dando dos definiciones distintas del término “nación”. Esto puede ser interpretado, desgranando y siguiendo la lógica de la elaboración, de dos maneras: o bien estamos ante una visión esencialista de las naciones, en la cual toda nación será siempre cultural o política, o bien las naciones son susceptibles de evolucionar de culturales a políticas. Si optamos por lo primero, lo que tenemos son dos conceptos diferentes, unidos únicamente por la palabra “nación”, pero serían dos cosas distintas. Si lo vemos de la segunda manera, se abren otras dos opciones: o hay una conceptualización contradictoria, en la cual “nación” implica y no implica soberanía a la vez, o se está reconociendo la posibilidad de que las naciones culturales puedan alcanzar madurez política y, por lo tanto, ser reconocidas como soberanas en algún momento.

El concepto de nación de naciones del federalismo decimonónico concibe España como una multiplicidad de naciones co-implicadas por su pertenencia a una que las liga a todas. La clave ahí es que se concibe una multiplicidad de sujetos soberanos, incluso aunque se considere que estos solo tienen sentido juntos.

Aquí es donde reside, a mi parecer, la complejidad del concepto de nación de naciones desarrollado durante la Transición. Está constituido por una ambigüedad que permite desde una lectura esencialista a una plurinacionalista. Pero es probable que en eso haya residido su fortaleza, o al menos su pervivencia, más que su debilidad, pues le ha permitido ir vertebrando un país desestructurado y desequilibrado. Esta ambigüedad del concepto pone de manifiesto la complejidad de la cuestión nacional española, y, a la vez, participa en ella. Como lo hace lo que señalas, y con lo que estoy plenamente de acuerdo, cuando apuntas que el Parlamento español tiene más fuerzas provincialistas, regionalistas o nacionalistas subestatales que nunca, y que esto muestra la crisis del nacionalismo español. También es muestra del problema la cuestión de la España vaciada, que no es sino otro indicador de la desigualdad estructural sobre la que está construido el Estado. Pero, ojo: las denuncias al centralismo de Madrid desde un lado, y a los privilegios económicos del País Vasco desde otro, por poner dos ejemplos claros, son expresión del mismo problema, incluso aunque sólo se esté de acuerdo con una de ellas, y por eso es algo que no se va a solucionar con una parte destruyendo a la otra, sino destruyendo el problema, que son los desequilibrios estructurales. Eso es lo que pone de manifiesto justamente la España vaciada: “oye, que mientras Madrid, Cataluña y el País Vasco os peleáis, los demás estamos pasando hambre”. Y luego están casos como el de Cantabria o Murcia. ¿Son periferia? ¿España vaciada? ¿Son una variante del castellanismo? ¿Son “simplemente” España? Estos son problemas que una concepción plurinacional tiene que abordar.

Pero, en definitiva, estoy de acuerdo contigo en que creo que sí que hay solución para todo esto. La cosa es que no se trata de una solución matemática, sino de una que nunca será definitiva, y, por lo tanto, siempre tendrá que tener en cuenta que España es plural precisamente porque es, ante todo, el nombre de un conflicto por definirla.