por María Giaever y César Fuster

Joan Romero González (Albacete, 1953) es Catedrático de Geografía Humana en la Universidad de Valencia. Desde hace años viene analizando con un espíritu crítico el proceso de la globalización. Recientemente, junto con Antonio Ariño, ha escrito La secesión de los ricos, un libro que ahonda en las fracturas sociales y económicas que atraviesan nuestro mundo globalizado y que son objeto de la presente entrevista.

 

El término globalización está muy presente en nuestro día a día: en los periódicos, en los telediarios, en las calles, en las campañas electorales. Sin embargo, es un concepto complejo, difícil de desentrañar. ¿Cómo definirías qué es la globalización?

La globalización es la forma, a mi juicio, de expresar lo que ha supuesto un cambio de época. La forma de organización del conjunto del sistema capitalista que, a partir de un determinado momento, mediante tres elementos, consigue abarcar por primera vez en la historia el planeta en su totalidad. Los cambios que lo propician son, en primer lugar, cambios de naturaleza política. En segundo lugar, cambios tecnológicos y, en tercer lugar, la revolución de los transportes. Muchos compañeros míos se olvidan del primer elemento que, a mi juicio, es fundamental. La globalización tiene un fuerte componente de decisiones de naturaleza política que permiten que se puedan derribar fronteras y que las grandes empresas globales, el gran capital financiero, encuentren menos grado de resistencia a escala planetaria, desregulando, privatizando… Respecto al cambio tecnológico y la revolución de los transportes, éste es un proceso de larga duración que hunde sus raíces en los años ochenta. Esto es lo que yo entiendo por globalización, un cambio de era que ha tenido hasta 2008 un padre, que es el pensamiento neoliberal. Sin embargo, a partir de 2008 parece que empezamos a asistir a un final de ciclo de la gran ola neoliberal.  En el siglo XX hay tres grandes momentos: uno, liberal, desde inicios del siglo al período entreguerras; otro keynesiano, desde final de la Segunda Guerra Mundial hasta los ochenta; y otro neoliberal, de los años 80 hasta 2008.

¿Quiénes son, económicamente, los beneficiarios y los perdedores de la globalización?

Entre los ganadores, en primer lugar, se encuentra, sin ninguna, duda China. En segundo lugar, un conjunto de países emergentes que ha encontrado una gran ventana de oportunidad histórica en la globalización. China que ha encabezado una transformación que le ha situado como la segunda potencia económica del mundo y que no se explicaría sin haber aprovechado al máximo estos grandes cambios de los que he hablado antes. Hay una anécdota muy significativa: en la última cumbre de Davos el mayor defensor de la globalización fue el primer ministro chino, de hecho, el único de los grandes dirigentes mundiales que dijo que la globalización era magnífica y que debía ser intocable.

¿Y quiénes son los perdedores? Básicamente, las democracias liberales. Mejor dicho, las personas con menos recursos que viven en las democracias occidentales. Si recordáis la curva de Milanovic, es la que, de una manera un poco burda pero estilizada, nos serviría. Hay un conjunto de regiones que se han beneficiado, especialmente las clases emergentes del Pacífico, y luego hay una gran fosa de perdedores en Europa Occidental y en Estados Unidos. Europa occidental se encuentra entre las regiones más perjudicadas, es donde hay una bolsa más significativa de perdedores. Yo diría que de la Europa de los 15, de cada 10 regiones (NUTS 2, escala comunidad valencia), siete son perdedoras y tres ganadoras. A muchos estados norteamericanos también los incluiría en el grupo de regiones perdedoras en este proceso.

Estas fricciones que señalas también se dan en otros planos, como el cultural. ¿Asistimos a un proceso de integración cultural o de repliegue identitario?

Claramente de repliegue. Me gusta mucho el concepto de Andrés Ortega, el politólogo español, que habla de momento vertical, como contraposición a la idea de Thomas Friedman de que la tierra es plana. La idea de vertical evoca a la fase que vivimos de repliegue con compartimentos estancos. Antón Costas habla de neonacionalismos para describir el período actual. Yo prefiero utilizar el término repliegue, ya que va más allá de la capacidad política de los Estados, tiene que ver también con la actitud de los ciudadanos. Ante la incertidumbre, la inseguridad, el temor, la vulnerabilidad, las fracturas sociales, la población tiene una tendencia natural a replegarse. Y esto está sucediendo especialmente en las democracias liberales. En la dimensión geopolítica, tendríamos de alguna forma la vuelta a recuperar rasgos del Estado-nación que algunos añoran. De modo que tanto me da que sea una reacción como la de Trump, que no es más que una versión de nacionalismo de Estado, como cualquier otra versión de nacionalismo occidental. Esto nos plantea problemas que habrá que saber gestionar, pues yo creo que, contrariamente a lo que muchos piensan, estos tipos de repliegue, si se mantienen un tiempo, no traerán nada bueno para nadie. Los excesos del neoliberalismo nos han traído hasta aquí. Esto es una asignatura muy importante para Europa Occidental, sobre todo para la Unión Europea. Mucha gente puede pensar que le irá mejor desmontando parcialmente el proyecto político de la Unión Europea. Gran error. Nos irá peor a todos. No me imagino, como europeo, ni para mí ni para mis hijos, una Unión Europea anoréxica, más de lo que está ahora, con menos capacidad política y cierta devolución de competencias a los parlamentos nacionales.

Analizando la globalización, Rodrik menciona tres elementos claves que explican las tensiones inherentes al mismo proceso, como son Estado, democracia e hiperglobalización. En su opinión, estos tres elementos no pueden articularse de manera conjunta. La primera globalización se caracterizó por conjugar Estado con hiperglobalización, en detrimento de la democracia; mientras que la segunda globalización, regida por las premisas del Consenso de Bretton Woods, combinaba eficazmente Estado con democracia, en perjuicio de la hiperglobalización. ¿Cómo podríamos caracterizar el proceso actual de globalización de acuerdo con los elementos destacados por Rodrik? ¿Cuáles de estos elementos prevalecen?

En este momento yo creo que sigue prevaleciendo la dimensión hiperglobalizadora, porque sigue funcionando sin red, sin controles. Como suele decir Rodrik, alguien destapó la botella, el genio salió de la botella y nadie ha sido capaz de embridarlo. Y el genio era el capital financiero que opera veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Aunque también veo algunos problemas a la tentación del argumento de Rodrik en concluir que lo ideal sería “menos globalización y más Estado-nación, parlamento y soberanía nacional”. No creo que nos fuera mejor como Estado-nación a España, Alemania o Francia con menos unión. Yo, más bien, pienso que sería mejor avanzar en fórmulas de modelos federalizantes de buena gobernanza, a escala Unión Europea, que nos permitiera comportarnos como actor global, buscando más sofisticación entre las relaciones de las instituciones europeas con los parlamentos nacionales. Pero, desde luego, sigo pensando que, si yo tuviera que elegir, diría: gobernanza democrática supraestatal, recomposición con competencias claras de los Estado-nación y de los parlamentos nacionales, y democracia representativa cualificada. Veo difícil conjugar estos elementos, pero yo, personalmente, no sacrificaría la pieza grande: hiperglobalización.

Y esta tesitura, ¿qué disyuntivas plantea en torno a la idea de soberanía? ¿Cómo se conjuga hoy en día la soberanía? ¿Dónde recae?

Probablemente habría que trabajar la idea de soberanías múltiples o compartidas. Creo que el término soberanía nacional ya empieza a quedarse en el siglo XX. Tendríamos que desarrollar otros tipos de soberanía. Por eso he dicho que antes “modelos más sofisticados”. Un modelo federal a la europea. Modelos en el que los ciudadanos vean que los parlamentos tienen capacidades que ahora creen que no tienen, pues algunas han sido delegadas hacia arriba. Pero hay cuestiones que en la escala supraestatal se resuelven mejor. Pensemos en paraísos fiscales, comercio internacional, regulaciones medioambientales, regulaciones del cambio climático, terrorismo global, defensa en Europa Occidental… Alguna vez tendremos que ser mayores de edad y hablar en serio de estos temas y dejar que nuestro socio, tutor de siempre, nos siga tutelando por siempre. Y eso en la escala del Estado-nación creo que no es posible.

Vemos, además, cómo en la actualidad la desbocada globalización económica no viene acompañada por el desarrollo paralelo de una globalización política. ¿Cuáles son las consecuencias de este desacople?

Esa es una pregunta difícil. Creo que estamos en una fase en la que los liderazgos están optando por reforzar un perfil de nacionalismo político y nacionalismo económico, tanto me da la versión Trump o la versión Macron. Por ejemplo, Macron ha nacionalizado recientemente el mayor astillero de Francia para que no caiga en manos de capital extranjero. Y, además, esto es una forma de congraciarse con electorados que siguen añorando el Estado-nación. Por eso yo hablaba antes de ausencia de liderazgos políticos claros. Hay una diferencia considerable entre un dirigente político y un líder político. El primero piensa en el ciclo de cuatro años, el segundo piensa en ciclos de veinticinco años. Andamos escasos de liderazgos políticos que piensen en la Europa del 2050. Estamos en una fase de nacionalismos, en algunos sitios nunca se fueron de ahí, como Rusia; pero en las democracias occidentales estamos volviendo. Creo que esta lectura está más presente en el ámbito académico que en el ámbito estrictamente de los políticos, donde el discurso de nacionalismo económico y político prevalece. En muchos casos es así porque muchos dirigentes liberales y socialdemócratas abrazan parcialmente el discurso más populista por su derecha precisamente para no perder electorado por partidos emergentes. Por tanto, escoran hacia posiciones más nacionalistas. Veo, por tanto, una especie de distancia grande entre lo que decimos en los ámbitos académicos y lo que los dirigentes políticos actuales hacen. Por ejemplo, la Unión Europea está en una fase de bloqueo, ni para adelante ni para atrás. ¿Por qué? Porque los dirigentes de la Unión piensan más en clave de Estado-nación. Yo creo que es un error. Lo decimos desde ámbitos académicos, pero, en fin, la política es al final la que tiene sus propias pautas. No sabría responder con más precisión a esta importantísima pregunta

Pero, sin embargo, sí que estarías de acuerdo en que la extrema derecha está leyendo mejor las demandas que han surgido como resultado de las tensiones de la globalización.

La extrema derecha, la extrema izquierda, los relatos populistas de las democracias liberales…, han sabido articular un discurso dirigido a aquellas personas que querían escuchar esto, que básicamente son los perdedores del proceso de globalización. Ello significa que han sabido construir un relato de corto plazo, diciendo cosas que los ciudadanos querían escuchar. Cuando vemos el resultado del Brexit y analizamos quién ha votado qué, te das cuenta de que han votado a favor de salir sectores del Reino Unido golpeados duramente por el proceso de globalización. Cuando tú ves cómo distritos enteros que han votado al Partido Demócrata toda la vida pasan a votar a Trump, te das cuenta de que son cinturones industriales golpeados duramente, grupos de población empobrecidos. Por cierto, hay una cierta lógica. Porque es ahí donde los temores anidan más.

Cuando el Premio Nobel Angus Deaton y Anna Case publicaron hace unos pocos años el artículo sobre cómo la mortalidad de la población blanca de edad intermedia en Estados Unidos se ha disparado, te das cuenta de que es gente que muere mucho por cuestiones relacionadas básicamente con la pobreza: muere por alcohol, por ingesta de productos farmacéuticos deficientes… Yo los relaciono con los perdedores de la globalización, que son principalmente los que han votado este relato de Trump que es simple, pero eficaz. Ahí yo creo que el mérito no es de los partidos populistas, sino demérito de los partidos tradicionales, liberales y socialdemócratas. Especialmente socialdemócratas, que son el gran fracaso de las últimas décadas en las democracias liberales occidentales, pues no han sabido entender qué significaba esta época, no han sabido construir un relato alternativo adecuado a este nuevo tiempo. No entendieron que había acabado la gran coalición obrera de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX. Y no entendieron los grandes procesos que estaban ocurriendo. Se han quedado sin discurso y sin base social. Esta es la razón por la que los partidos socialdemócratas han pasado del 40% del voto al 20%, y algunos hasta al 6%, y otros, como en Francia, a punto de desaparecer. Esto es demérito de la socialdemocracia que, durante mucho tiempo, al menos dos décadas, se ha convertido de facto en la cara amable del relato neoliberal. La población más castigada le ha dado la espalda y ha mirado, en lo general, a la extrema derecha, salvo en un par de regiones o tres, en la periferia europea, donde ha mirado a su izquierda: Portugal, España y Grecia.

¿Utilizarías el concepto “momento populista” para describir el mapa que señalas?

No estoy seguro. A mí me gusta poco hablar del futuro. ¿Qué tenemos sobre la mesa? Electorados muy volubles, electorados que, de cada cuatro años, pueden cambiar drásticamente de orientación. Se ha perdido la fidelidad propia del modelo industrial de los años 60 del siglo XX. Nos encontramos con un nuevo proletariado de servicios, con bases amplias de precariado en nuestras democracias, con situaciones de desamparo, con gente que se ha quedado en los márgenes, con gente que ha sido expulsada, en el sentido que Sassen utiliza de expulsión, con fracturas sociales muy profundas… Entonces, algunos de estos sectores abrazan partidos nuevos que pueden ser de muchos tipos: partidos de una sola cuestión o partidos nuevos, por derecha o izquierda, algunos pueden ser populistas, muchos lo son, pero no estoy seguro de que hacia estas opciones se produzca una adhesión permanente. Dependerá de cuál sea el relato que construyan los partidos tradicionales que ocupan el centro de nuestras sociedades, partidos liberales y socialdemócratas. Socialdemócratas, que no partidos socialistas. Partidos nuevos que tengan un relato socialdemócrata adaptado al tiempo presente. La gente confunde socialdemocracia con partido socialista, no tiene por qué ser así. Un ejemplo es Ada Colau, que no pertenece al PSOE, pero cuyo programa, sin embargo, es socialdemócrata. A esto me refiero. La política pública de Compromís, que no pertenece al partido socialista, es también esencialmente socialdemócrata. ¿Por dónde va a evolucionar? No lo sé. Yo creo que se irá abriendo camino algún tipo de relato socialdemócrata que no tendrá necesariamente que ver con los partidos socialistas clásicos, que pueden incluso desaparecer. Tiendo más a pensar esto que no la emergencia de populismos, sobre todo de extrema derecha, que hayan venido para quedarse. Creo que la relevancia de los populismos será efímera siempre y cuando haya relatos, construidos ex novo, en clave socialdemócrata que estén articulados en torno a la justicia social, la equidad, la igualdad, la lucha contra los monopolios… Un nuevo contrato social. Aquellos partidos que sean capaces de defender un nuevo contrato social para estos tiempos, creo que tendrán un amplio y creciente apoyo electoral.

Por último, ¿qué papel piensas que está desempeñando la juventud en todos estos procesos?

He ido haciéndome una idea después de 36 años de profesor, trabajando con jóvenes entre 18 y 22 años. A diferencia de lo que algunas personas dicen, sin pensarlo muy bien, yo creo que se están produciendo cambios muy positivos. Nunca creí ni he comulgado con la idea de que la juventud actual es nihilista, individualista, de que no se preocupan por los temas actuales. Tampoco creí que la juventud actual está menos formada o que estudia menos… Porque, además, es falso. Se están produciendo cambios de fondo muy importantes, que tienen que ver con cambios culturales, reflejo de cambios sociales a su vez, que están provocando la emergencia de una generación nueva que en poco tiempo se hará cargo de sus propios destinos democráticos. Hay un punto de inflexión en el 15M muy importante, ya escribí sobre aquello (“El 15-M: defensa radical de un moderado”). Yo creo que estamos en esta fase de inicio, completamente nueva, más difícil de gestionar que décadas anteriores. Ahora es más complejo el escenario. Por lo que veo, principalmente en la escala local, las redes organizadas, sobre todo las nuevas generaciones, buscan modelos alternativos de convivencia, de consumo, de movilidad, etc. El cambio probablemente venga por ahí, de abajo a arriba. Mi opinión es muy esperanzadora. Confío y sintonizo más con personas e intelectuales que tienen más de 80 años y con jóvenes que tienen menos de 30. Lo que está pasando es una revolución nueva, inédita, una nueva era que os tocará gestionar a vosotros.