Por Pablo Cerezo Alpresa (@Pablo_Cerezo_)
Francisco Jurado (Úbeda, 1983), estudió derecho y ADE en Sevilla y es doctor en Ciencias Políticas. Escribió su tesis sobre Internet y la representación política en la Universitat Autònoma de Barcelona bajo la supervisión de Joan Subirats, actual Ministro de Universidades. En 2011 fue uno de los fundadores de Democracia Real Ya, germen del 15M. Desde entonces, ha vivido una agitada actividad política participando en iniciativas como Democracia 4.0, OpEuribor, 15mPaRato o Podemos. En la actualidad forma parte de la Ejecutiva autonómica de Más País Andalucía y es miembro del Laboratorio de Ideas y Prácticas Políticas de la Universidad Pablo Olavide.
En su último libro, Un Caos Bonito (Lengua de Trapo, 2021), narra todas estas experiencias y muchas otras. Un libro necesario para volver a aquella década que comenzó con la SpanishRevolution y de la que todavía hay mucho de lo que aprender.
Al principio del libro Un caos bonito, analizas el manifiesto de Democracia Real Ya, ¿Por qué funcionó tan bien aquello?
En aquel momento se dieron varios factores concatenados. Estábamos en el pico de la crisis, con medidas de austeridad terribles, y no se visualizaba ningún tipo de reacción por parte de las organizaciones políticas institucionalizadas (partidos y sindicatos). Además, el grado de desafección hacia esas organizaciones era enorme, de ahí que el manifiesto se plantease yendo, conscientemente, más allá, apelando a las personas. Tanto en el mensaje como en el tono, la idea central combinaba una interesante idea de cooperación: luchar por los intereses que compartimos sin negar la diversidad social. Justo todo lo contrario a la cultura de la polarización de nuestros días, que pretende dividir, por encima de las cosas que tengamos en común. El hecho de que el llamamiento viniera de entidades asociativas y personas comunes y anónimas facilitó que el mensaje calase. Fue relativamente fácil generar sentimientos de identificación y pertenencia, como también lo fue construir a los antagonistas: políticos y banqueros.
A lo largo del libro muestras la importancia que tuvieron las redes sociales en la articulación de todo el movimiento. Sin embargo, parece que ahora las redes sociales son cada vez más hostiles y a veces da la sensación que paralizan más que posibilitan. Se premia el «zasca» y los debates residuales y endogámicos ¿cómo valoras esa evolución?
Es una deriva tan triste como lógica. En 2010-2011, redes como Facebook o Twitter se utilizaban para divertirte, para compartir fotos con los amigos, para hablar de las películas que habías visto o para contar chistes. ¡Si tuiteabas algo que no era humorístico había que poner #TuitSerio! En Democracia Real Ya comenzamos a hacer, en masa, algo pionero: hablar de política, organizar una movilización y hasta influir desde las redes sociales en las noticias de la prensa convencional.
La cosa funcionó pero, claro, no podíamos esperar que ese uso de las redes sociales pasase inadvertido para otros actores políticos, mediáticos y económicos. Una vez se descubrió la potencia de las redes sociales para generar opinión o polarización, las dinámicas empezaron a cambiar. A esto hay que añadirle otros dos ingredientes muy de nuestra era: el sesgo de confirmación y el narcisismo. Es el cóctel (im)perfecto.
Ahora hay iniciativas como hateblockers que pretenden analizar y contrarrestar estas prácticas, pero tengo serias dudas de que un clima similar al de 2011 se pueda volver a generar. Antes, es más probable que esas dinámicas expulsen a mucha gente y sólo resistan las personas que disfrutan de ese tipo de conversación o las que se jueguen algún tipo de interés (político, económico…).
10 años después del 15M, y tras la foto del aniversario de Podemos que vimos hace unos meses en redes, parece que uno de los aspectos que más se analizan ahora es la relación entre el partido y los movimientos sociales. ¿Qué lecciones podemos sacar de esta década en el debate calle versus instituciones?
Lo primero, que sigue siendo un falso debate. De hecho, la debilidad actual de Podemos tiene mucho que ver con su desarraigo. En esta época estamos viendo la facilidad con la que un partido puede subir como la espuma, llegar a tener mucha representación y, de la misma manera, deshacerse como un azucarillo. Tenemos los ejemplos de UPyD, de Podemos, de Ciudadanos… a ver qué sucede con Vox cuando empiecen a tener responsabilidades de gobierno. Los partidos que pueden resistir más a esta especie de tendencia de «voto infiel» son los que, históricamente, han echado raíces. En esto de echar raíces hay, también, un componente generacional. Es otra cultura política, la del partido del siglo XX.
Ahora estamos en otra fase. Los movimientos en el espacio electoral tienen más que ver con las emociones, con los relatos, con los giros… Es una forma de hacer política que prescinde de los amarres en el activismo, el asociacionismo o cualquier otra expresión política ciudadana. A priori, parece más sencillo, porque es muy difícil sentarse, debatir, acordar o gestionar diferencias. Pero, en el largo plazo, las alianzas extraparlamentarias de un partido suponen un suelo, un seguro de vida. Incluso aceptando el valor del relato y la potencia de los estados de ánimo, la sintonía con los movimientos sociales facilita la generación de desbordamientos o efectos arrastre.
¿Sigue mereciendo la pena volver al 15M o va siendo hora de pasar página?
Es que es imposible volver. Lo que merecería la pena es importar cosas del 15M. Del método científico o del pensamiento racional sabemos que lo empírico sirve para adquirir aprendizajes que se puedan seguir aplicando, incluso si cambian los escenarios. En la ola electoral post 15M, con Podemos o las candidaturas municipalistas, se incorporaron métodos y know how que habíamos experimentado en el 15M, a pesar de ser un entorno institucional. El problema es que ha sido muy difícil mantener esos inputs. Suponían un ejercicio de democracia y de transparencia que está lejos de la cultura y los usos de la política de partidos. Pero eso no invalida los aprendizajes y su aplicación. De hecho, se confirmó que funcionaban y que, con su paulatina desaparición, el escenario político institucional se ha vuelto más hostil, polarizado y destructivo.
La página del 15M ya ha pasado. Eso es indiscutible. Pero la vigencia de muchas de sus innovaciones no ha caducado, aunque cada vez parezca más difícil recuperarlas y aplicarlas en el contexto actual.
Tú participaste en una parte del movimiento a la que quizás no se le ha dado tanta importancia pero que también forma parte del relato del 15M. Me refiero a las campañas de #15PaRato o #OPEuribor. ¿Qué aprendiste de aquellas campañas?
Aprendimos, en primer lugar, que, con conocimiento, buenas ideas y unos recursos básicos, se puede molestar mucho a los poderosos. Para mí fueron los experimentos políticos «totales». Tenías que estudiar economía, contabilidad, política, comunicación… Había que diseñar campañas muy eficaces con pocos recursos. Era importantísimo generar canales de participación mediante los que la gente pudiera sentirse partícipe del proyecto. Tuvimos que lidiar con conflictos internos, gestión de grupos y de egos, diferencias de estrategia o puntos de vista…
Y todo eso, que nos ocupaba quince horas al día, de media, lo hacíamos completamente gratis. Parece imposible y, justamente, al anunciar su lanzamiento, recibíamos muchos comentarios acusándonos de ilusos, sentenciando que no íbamos a conseguir nada.
Ver a Rodrigo Rato entrando en la cárcel o a Joaquín Almunia anunciando las multas más grandes de la historia de la UE a los bancos que manipularon el Euribor fueron una bella manera de demostrar que sí se puede. ¡A la gente y a nosotros mismos!
Hoy en día, veo lo extraordinario de poder haber reunido a un equipo de gente tan portentosa y realizar un trabajo tan complejo sin apenas medios.
Hiciste tu tesis sobre la representación política en internet. En el libro lo llevas también al ámbito legislativo. En ese sentido, desde Más País lleváis mucho tiempo trabajando en maneras para aplicar la participación ciudadana directa. ¿Qué propuestas se han trabajado en Más País para fomentar la participación ciudadana directa y cuáles crees que hay que trabajar en el futuro?
La más ambiciosa ha sido la presentación de una Ley Orgánica que desarrolle el derecho de participación directa del artículo 23.1 de la Constitución. Hasta la fecha, sólo las leyes orgánicas reguladoras de la ILP y el referéndum, desarrollaban ese derecho, y ambas datan de la primera mitad de los años 80. Los cambios sociales, políticos, culturales o tecnológicos de nuestra sociedad nos llevan a pensar que esa legislación está desfasada. La desafección ciudadana hacia los partidos y las instituciones sugieren que hay que buscar el acercamiento de las instituciones, y una buena manera de hacerlo es a través de la participación. Cada vez es menos sagrada la idea de que los representantes son gente más preparada que el pueblo para tomar decisiones políticas.
El problema de intentar aprobar una ley como ésta es que las personas que tienen que votarla a favor son las que perderían poder si entrase en vigor. Por eso hay que recuperar la participación como una exigencia transversal de toda la sociedad. En los años siguientes al 15M, lo era, pero poco a poco ha ido perdiendo vigencia en el debate público. Deduzco que esto se debe, por un lado, al paulatino abandono de los postulados del 15M y, por otro, a que los experimentos que se han hecho desde entonces no han cumplido las expectativas. Precisamente, esto último ha sucedido y sucede porque las innovaciones legislativas en materia de participación, en municipios o en Comunidades Autónomas, han estado encorsetadas en el marco legislativo estatal que, como comentaba, es anacrónico, restrictivo e insuficiente. Y los vacíos legales han sido suplidos por una jurisprudencia del Tribunal Constitucional también restrictiva y conservadora.
Para poder exprimir todas las posibilidades de la participación ciudadana hay que cambiar el marco principal que es, en este caso, el actual desarrollo legislativo del derecho reconocido en la Constitución.
En otra dimensión, la de Más País Andalucía, hemos diseñado métodos para elaborar los programas electorales de forma participativa y, de alguna manera, intentar que no se olvide el legado del 15M en esta materia.
En una u otra dimensión, lo importante es que nos tomemos en serio los procesos, que sean vinculantes y que la gente que participe tenga la sensación de que su tiempo y su esfuerzo se han tenido en cuenta. De otra forma, lo que se genera es frustración, y eso complica el seguir presentando la participación ciudadana directa como algo bueno para nuestra democracia.