Por Roc Solà

Versión en catalán: http://latrivial.org/entrevista-a-ferran-gallego/

Ferran Gallego Margalef es un historiador y escritor, doctor en Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), donde imparte sus clases. Es colaborador de la edición catalana del periódico El Mundo. Se licenció en filosofía y letras por la UAB, su especialidad es la temática sobre la extrema derecha y el fascismo.  

 

¿Qué entendemos por extrema derecha?

El otro día vi un reportaje sobre la Marine Le Pen en que Ana Pastor le preguntaba si ella se consideraba de extrema derecha; Marine Le Pen, de inmediato, repreguntó que qué era la extrema derecha. En un mundo donde las categorías políticas han cambiado -lo vemos en otros movimientos emergentes que dicen que tenemos que superar las categorías izquierda y derecha– la categoría extrema derecha cae.

En principio, en la tradición política, la extrema derecha se distinguiría de la derecha extrema. Es decir, la derecha extrema serían los sectores más derechistas de la derecha. El salto a la extrema derecha sería el salto a situarse fuera de la categoría extrema derecha liberal y parlamentaria; y así pues, situarse ya en un mundo de impugnación absoluta del sistema, como mínimo, liberal-parlamentario. Evidentemente, una impugnación -y por eso les llamamos extrema derecha y no decimos extrema izquierda- llevada con los valores de la defensa de una nación tradicional, de una nación orgánica, de una nación jerarquizada, incluso atributos religiosos, de elementos integristas, elementos de una moral convencional… Por ejemplo, Marine le Pen dijo que lo primero que haría sería prohibir los matrimonios homosexuales. Es decir, desde términos morales, la extrema derecha tiene una concepción del mundo situada fuera de lo que son los mecanismos no sólo políticos, sino también antropológicos, de la tradición liberal-democrática.

 

¿Qué proyecto real de país tiene la extrema derecha?

Más que proyecto, lo que tiene es una difusa propuesta; de hecho, difícilmente encontraremos una fuerza política que tenga, en estos momentos, un proyecto de país. Sobre todo, porque tú puedes tener un proyecto de país pero, con las condiciones de la globalización, es muy difícil que puedas llevar un país adelante. No estamos hablando de lo que uno podía tener como proyecto de país en la época del fascismo, por ejemplo, donde tú podías tener un proyecto por tu país y decir “soy absolutamente soberano para organizar aquí dentro lo que quiera”. No. Hoy tienes un proyecto que tienes que combinar con una correlación internacional que es determinante, no sólo condicionante. Entonces lo que pasa es que, más que proyecto, ellos son capaces de integrar en un horizonte de insatisfacción, insatisfacciones muy diversas, la cohesión de las cuales es la demanda de la seguridad perdida. La nostalgia de una seguridad que muy probablemente haya tenido lugar en el estado del bienestar pero que ellos radicalizan en una seguridad de valores, de puestos de trabajo, de identidades muy bien marcadas y amenazadas por una decadencia nacional, por una degeneración de las virtudes morales y cívicas. Las amenazas son varias, ahora se empiezan a articular en torno a la inmigración, que sería portadora de todo lo que provoca el malestar, el miedo, la posibilidad de pérdida de las condiciones de vida de las personas.

 

“Cuando la Marine Le Pen dice que el BCE manda y no manda la Asamblea Nacional, no se trabaja sobre un prejuicio, aquí se trabajaría sobre una determinada certeza de que ha sido denunciada desde sectores diferentes”

 

Yo creo que, lo que hacen ahora los más inteligentes, es decir que lo que están haciendo es defender la soberanía. Construyen ya, no sobre perjuicios, sino sobre ciertas intuiciones populares correctas, es decir, la intuición popular es: “aquí no mandamos nosotros, aquí manda el Banco Central Europeo”. Cuando la Marine Le Pen dice que el BCE manda y no manda la Asamblea Nacional, no se trabaja sobre un prejuicio, aquí se trabajaría sobre una determinada certeza de que ha sido denunciada desde sectores diferentes. ¿Cómo es que quien lo aprovecha no es Mélenchon, sino Marine Le Pen? Porque el discurso antiglobalización de la izquierda es mucho más sutil, tiene que entrar en un análisis del imperialismo mucho más sutil, un análisis de clase mucho más exigente. El análisis de la falta de soberanía hecha por la extrema derecha se puede comunicar con más velocidad y, además, conecta de forma descarada con determinadas formas de inseguridad que quizás nos da vergüenza manifestar. Una situación, por ejemplo, de una persona que pierde el trabajo en manos de otra persona que no es del país, y esa persona se siente marginada, pero no se atreve a convertir esto en un discurso. Cuando 6 millones de franceses normalizan este rencor, este resentimiento, es muy potente.

 

¿Qué pasaría si Le Pen llegara al poder? ¿Qué decisiones concretas tomarían?

Ahora ya tienen una capacidad muy fuerte para influir. Si alguien cree que en Francia se puede gobernar sin tener en cuenta el Frente Nacional (FN), o si alguien cree que en Italia se puede gobernar sin tener en cuenta la Liga Padana, está muy equivocado. ¡Y si alguien pensaba que se podía gobernar Inglaterra sin tener en cuenta el UKIP, mira tú qué sorpresa! Esto ocurrirá en Holanda, esto ocurrirá en Dinamarca y también en Alemania con el surgimiento de una nueva fuerza decisiva para hacer coaliciones, etc.

Ellos lo que piden es la capacidad condicionante, es decir, hacer que su discurso tenga que estar siempre presente y abrir la porosidad de la derecha para situar el discurso. O incluso dentro de una izquierda que no encuentra respuestas de la socialdemocracia, que consideran tecnocrática, conformada en los designios de esta Unión Europea. Hay cierta decepción con la UE. Aprovechando que la decepción proviene de que se ha confundido la Unión Europea con la unión monetaria, Marine Le Pen podría decir que, así como ha hecho Gran Bretaña, Francia también abandona Europa. Dirán que el Euro es una moneda muerta y lo que se debe hacer antes de que se muera es ver, de una forma más paciente y racionalista, como hacemos otra vez el franco francés.

Ella está diciendo que el abandono del Euro y de Europa devolverá a Francia la capacidad de organizar el bienestar. Entonces, se está dirigiendo a una gente que aún recuerda el bienestar, no se está dirigiendo a una gente que no recuerda más que el mundo después de la caída del muro, por lo tanto, no está hablando de un mundo soñado, sino un mundo en el que se podría volver aún si hubiera voluntad. Y además se aprovecha, en el caso de Francia, de una cultura nacionalista muy potente, que no es sólo la suya, es la gaullista, es el “No” en Francia en el referéndum sobre Europa… en estos momentos si preguntaran a los franceses si se quieren ir de Europa seguramente también dirían que sí.

 

Visto esto, parece que decir que ahora mismo en Francia hay millones de racistas no tiene mucho sentido. ¿Pero por qué parece funcionar el racismo como medio para movilizar?

Ellos no dirán nunca racista, ellos dirán diferencialista. Creo que habría que considerar este tema con sutileza. La exaltación de las identidades radicales fragmentarias; la pérdida de niveles de universalidad por parte de la posmodernidad; la alabanza, frente al totalitarismo, de los elementos de la instantaneidad y del presentismo; la conversión de las identidades alternativas a la universalidad; la pérdida del discurso de la ilustración a favor de un discurso de lo concreto -no lo que me define como individuo ni como ciudadano, sino que como miembro de una comunidad-. Todo esto tiene unos elementos absolutamente enriquecedores, elementos de respeto a las diferentes tradiciones. Al mismo tiempo, tiene algunos elementos que podrían llevar a que este diferencialismo haga de las sociedades, sociedades donde lo que se afirma en primer lugar no es el individuo, ni la sociedad en su conjunto, ni la democracia, sino algo que previamente a la igualdad: la existencia de una diferencia.

Marine Le Pen es diferencialista. El diferencialismo empieza a disfrutar de un cierto prestigio intelectual porque se pone delante de un exceso de universalidad, de la pérdida de identidad de las mayorías. Creen que por ser tolerantes han perdido su propia identidad: “todo el mundo tiene identidad excepto los franceses”. Aquí hay un rebote de la sociedad francesa, que también en una tradición gaullista, incluso republicana, o, sobra decirlo, una tradición vichista, una tradición bonapartista, una tradición nacional-francesa del orgullo del 89… Ellos dicen: “Nosotros lo que queremos es recuperar una identidad que está en peligro”. En este contexto se crea un racismo de baja intensidad, pero que, de hecho, no es más que una forma de xenofobia. Ellos no buscan reivindicar una preeminencia de la ciudadanía, sino situar un antagonismo necesario entre discurso republicano y discurso de las comunidades. Desde el momento en que dices que la República Francesa y el discurso de las comunidades son elementos contradictorios, estás creando un conflicto allí donde podría haber un proceso de convivencia. Es una especie de retorno de un prejuicio ya convertido en “nosotros también somos una comunidad, pero le decimos República”. Le Pen no tiene un discurso republicano por mucho que diga, ella tiene un discurso comunitarista francés. No está restableciendo el discurso de la República; si lo hiciera, no hablaría de inmigrantes, porque para la República no hay inmigrantes.

Claro, teniendo en cuenta esto. La pregunta es: ¿Por qué la izquierda no es capaz de llegar a la gente, de interpelar a más sectores de la sociedad? ¿Por qué no lo consigue la izquierda?

La izquierda ha estado en proceso de vaciado ideológico, de derrota no sólo política -porque la derrota política la recuperas- sino en una consideración de desahucio ideológico. La izquierda se ha considerado a sí misma anacrónica, sin respuestas para la actual situación. Lo que tenemos en España es una buena muestra de ello: “acabamos con el viejo, lo nuevo por sí ya es bueno, el nuevo sujeto se creará con el nuevo proceso constituyente”. Parece como si la izquierda fuera la única cosa que no tiene tradición en el siglo XX. Y la izquierda lo que siempre ha defendido es que es el resultado de una larga tradición de lucha, de experiencias populares… lo que dice el Thompson: cuando pierdes la idea de que tú perteneces a un largo movimiento y llegas desnudo a una situación que quieres empezar con los problemas que hay ahora, juegas en un terreno donde la gente que te está votando a ti igual podría estar votando al Frente Nacional (FN). Hay mucha gente que aquí está votando a Podemos que en Francia estaría votando al FN porque comparten todo este discurso del pueblo, los oligarcas, la soberanía, etc.

Pues en cuanto a la izquierda: yo en un artículo decía que la Marine Le Pen en las últimas elecciones no había ganado a la derecha liberal o a la izquierda socialdemócrata, sino que había ganado al otro partido antiglobalización: el Frente de Gauche. El Melenchon había sacado el 6% y ella el 25%, de tal manera que los franceses habían decidido que la otra alternativa a la globalización no les interesaba. Creo que la izquierda vive como si estuviera francamente acomplejada -por el destrozo de los países del este, por la derrota política importantísima, y ​​por la devastación de un espacio material, de unas relaciones sociales, que no tiene nada ver con el mundo donde esta izquierda nació-: los sindicatos no pueden proteger una clase obrera que no existe como clase obrera con un contrato; ya no negocian, han perdido la capacidad de organizar a los trabajadores, los movimientos vecinales se han convertido en movimientos de defensa en contra, a veces, de la gente recién llegada. Hay “ombliguismo” de ciudad que a veces son ridículos, En la propia Barcelona a veces hay una especie de complacencia barcelonesa que parece que están compitiendo con alguna otra ciudad a ver qué ciudad es más moderna, más bonita y nosequé. Este complacencia barcelonesa a veces esconde también una forma de populismo, que ha sustituido a las antiguas luchas vecinales por las condiciones de vida.

 

“Los sindicatos no pueden proteger una clase obrera que no existe como clase obrera con un contrato”

 

La izquierda, en los años 80, no se dio cuenta de que empezaba un nuevo ciclo. No fuimos capaces de saber lo que venía, porque no nos lo imaginábamos. Un cambio de ciclo geopolítico, la desaparición de la URSS, una ofensiva del capitalismo hacia una organización del capitalismo financiero, una desindustrialización que nos sacaría la capacidad de resistencia, que sacaría el marco físico de reconocimiento de la clase obrera y que, por tanto, sacaría la experiencia de los trabajadores como base sobre la que se podría construir un movimiento. Entonces yo creo que la izquierda viene muy debilitada, parece que hay intentos de revisarlo, pero la realidad es que viene en el peor de los escenarios. Entonces la gente va por un lado con las viejas banderas, y por otra los que dicen: “No queremos saber nada de vosotros, nosotros vamos hacia un camino absolutamente nuevo”. Esta propia división de la izquierda, el no querer reconocer, de pensar que la tradición es un peso, de querer cazar en todas partes que haya protesta y no valores de la izquierda; esto es muy peligroso. Porque esto siempre ha generado un populismo que no siempre ha estado en una posición transformadora sino a veces ha dado lugar a una “coalición de resentimientos”, y éstas pueden salir por cualquier sitio.

 

Aun así, y si se aclaran, parece que Podemos sea un partido a tener en cuenta.

Si se aclaran, efectivamente; y saben exactamente quién es el padre o la madre. Aquí hay una gente que aparece como si saliera de la nada, como si nunca se hubiera movilizado, y además se moviliza de una forma que para la izquierda es… La ventaja que tiene Podemos es que ha recuperado, lo dije esto en un artículo en Viejo Topo, ha conseguido romper el aislamiento de la gente; es decir, con nuevas tecnologías, los espectadores de un programa de televisión de La Sexta, las personas que no se movilizan, han conseguido encontrar un referente electoral (no político, electoral). Pero al mismo tiempo, esto quiere decir que Podemos es el resultado, no de la movilización, sino de las deshechas sucesivas de la izquierda. Entonces Podemos, como retroceso, puede sumar el nivel de conciencia que ya tenemos, sumar el nivel de cabreo, pero con el grave riesgo de si este nivel de cabreo acaba o este nivel pasa a una exasperación brutal de la gente, si el sufrimiento se distribuye hacia los más jóvenes y los mayores empiezan a encontrar trabajo, entonces se crea una situación en la que se va dividiendo el sujeto cabreado y se va radicalizando.

Nada está escrito: ¿Por qué esta radicalización no puede acabar integrándose en otras formas? El identitarismo catalán, por ejemplo, es un caso donde, en muchos casos, se cree que el tema social sólo se puede solucionar afirmando una identidad nacional. Esto obliga a ir a hacer una parte del viaje con personas que en principio son tus adversarios de clase radicales, con personas con las que no puedo ni aprobar un proyecto de sanidad pública de acuerdo con una idea ni siquiera laborista. Para mí es el gran error de la CUP. Te estás dejando una izquierda en el resto de España que está en un proceso de crecimiento, estás aislando a un izquierda en Cataluña y estás reforzando la legitimación de una gente que no está por la soberanía. Porque, crear un estado en Europa … ¿Qué quieres? ¿Un estado como Grecia? ¿Un estado como Irlanda? ¿Como Dinamarca? Creando un nuevo estado se pretende romper la cadena de dependencia pero acepta la forma del estado. En cambio, se está dejando de lado la búsqueda de crear la soberanía y la posibilidad de agruparse con las otro fuerzas de España para romper la correlación de fuerzas. En lugar de eso, preferimos el marco catalán y todo lo que esté fuera no nos interesa; con lo que, para hacer mayoría la tenemos que hacer con la derecha. El Proceso bloquea procesos constituyentes de verdad.

Cambiando un poco de tema. En relación al fascismo, en tus clases, dices que éste fue capaz de llegar a la gente más convencional. Entonces ¿Qué elementos del estudio del fascismo de los años 30 pueden servir para entender el presente actual?

Lo primero es dejar de creer que el fascismo fue un paréntesis monstruoso excepcional, que lo es, pero dicho así… Es decir, acabar con el invento de un fascismo imaginario caracterizado por su monstruosa visibilidad como salvajismo, y no entender que el fascismo fue una propuesta ilusionante, cohesionadora de gente; fue como resultado de tremendas fracturas de la sociedad de los años 20, viniendo de la Gran Guerra, gente que llamaríamos normal, con una tienda, maestro de escuela, gente agricultora… Estas personas que no se les puede atribuir ser de las SA, o de las SS. Asistió primero a una violencia excesiva contra la gente de la que tenían miedo; era gente que tenía miedo: el fascismo no es el resultado de la esperanza, es el resultado del miedo. Convierte el miedo en una forma deforme y degradada de esperanza. El fascismo es el resultado de un gran pesimismo social, inseguridad y ese miedo toma forma monstruosa de una utopía construida sobre la entrega de la libertad. Porque una persona que tiene miedo, lo primero que entrega es la libertad a cambio de la seguridad. Seguridad económica, del estatus que estoy ocupando, de la reputación, un prestigio. La gente se hace fascista por motivos diferentes, a Alsacia la gente vota al Frente Nacional por un motivo; en Marsella, por otro; a Paso de Calais, la gente votaba socialista y le fue de 300 votos a Marine Le Pen de no ser diputada. Gente que viene de procedencias muy diferentes apoyó también el fascismo. La gran capacidad del fascismo es su capacidad de síntesis. En eso gana a la izquierda de lejos… la izquierda tiene una gran capacidad de análisis [risas]. La izquierda está obsesionada con el rigor analítico -si uno es marxista sólo, o marxista-leninista-. La derecha no hace el gran tratado teórico. La derecha dice que es realista.

Estos son los motivos por los que el fascismo ha ganado a la izquierda en varios momentos del siglo XX, y tal vez en algunos lugares ahora también: la gran capacidad de sintetizar formas muy diversas de descontento (la decadencia, el miedo, inseguridad incluso física, abandono, la gente que no entiende la convivencia de culturas muy diferentes). Ha habido una cierta frivolidad por parte de la izquierda para entender la convivencia de culturas. Lo que dice Marine Le Pen: “Claro, yo estoy harta de que aquellos que después tienen que convivir con los inmigrantes no son los que deciden si los inmigrantes pueden entrar. Los que deciden si pueden entrar no conviven con ellos “. Hasta el punto de que el problema se convierte en un problema simbólico, no es una experiencia real para que muy posiblemente no hayan visto nunca un magrebí y por el contrario mantienen un discurso racista. Acaban consiguiendo situar una no-experiencia como experiencia discursiva o simbólica.

 

Sobre el libro que escribiste en el 2002, “Por qué Le Pen” [1], si lo tuvieras que volver a escribir sobre la actualidad, ¿Qué añadirías o cambiarías?

El cambio fundamental es la sucesión en el partido y sobre todo el cómo el partido pasa de ser un partido nacional y a ser un partido nacional-republicano. Piensa que Europa no existía en 2002, en 2016 es diferente. La situación que queda con la crisis de 2008, el desprestigio de Europa, los recortes, el empeoramiento concreto de la vida de la gente y demás se está percibiendo directamente como un problema creado por la UE. Después hablaría de la sutileza del discurso del que se ha rodeado Le Pen, ya que se ha rodeado de personas que vienen de una escisión, de Bruno Negrette, que era el número dos de Le Pen y que se escindió del 1999 y creó el movimiento nacional-republicano. Esto fracasó, por la categoría que tenía Le Pen de liderazgo, pero muchos cuadros locales volvieron. Es decir, personas que trabajan directamente con Marine Le Pen son personas que vienen de Negrette, y éstos tienen una mucho mayor sutileza en presentar una alternativa nacional. Alternativa nacional-republicana. Han conseguido, por ejemplo, situar el tema cultural y el tema migratorio en un solo tema. En vez de hablar de Francia, hablas de la soberanía; en vez de hablar la multiculturalidad hablas de la población republicana y dices que los magrebíes están poniendo en duda la república.

Hay algo muy significativo: en las elecciones de 2006, cuando arrancó la campaña no se comenzó con Juana de Arco, en París, donde arrancan siempre las campañas, arrancó a Valmy, con un discurso redactado por una persona de izquierdas. Valmy es el lugar donde se hizo una batalla mítica en 1792, donde las tropas revolucionarias francesas ganaron a los nobles y el ejército austríaco. Valmy pasaba a ser el lugar de la fundación de la República y Le Pen hace un discurso donde dice que saluda a todos aquellos sectores de la sociedad que, por mucho que sean inmigrantes de varias generaciones, entendiendo que quieren ser franceses. Pero ser francés no significa negar la nacionalidad, significa integrarse en el mundo de valores de la sociedad francesa. El racismo se orienta de una manera cultural o política y no de una forma religiosa. Los que están aquí sólo pueden ser franceses si aceptan los principios del 89 y no se aceptan principios que no cuadren con los del 89.

 

¿Tienes pensado escribir otra versión del libro?

He estado leyendo mucho para un artículo y con la posible victoria, o victoria relativa, de Le Pen en 2017… Con las novedades que conlleva, por ejemplo, sería la primera lideresa fascista.

 

Yo lo compraría [risas].

Ya veremos.

 

¿Cómo ves la situación española? ¿Por qué no crece la extrema derecha?

España tiene una arritmia. Desde la Primera Guerra Mundial, en la que España no entró, España tiene una arritmia respecto del desarrollo político en Europa. A nosotros nos cayó la democracia justo en el momento que en Europa entraba en crisis el sistema creado en 1945. Hemos llegado a la democracia en la crisis, no de la democracia, sino con la crisis del Estado del Bienestar. Al entrar, Europa nos envió recursos y eso nos pareció que modernizó el país, un discurso reduccionista.

Por el otro lado, una de las cosas que dificulta la llegada de la extrema derecha es el tema del nacionalismo. En España el nacionalismo es algo desacreditado, no hay un movimiento patriótico español, no tenemos ni símbolos de referencia, no tenemos ni letra del himno. La bandera española no la coge un tío de izquierdas. Entonces, un país que no tiene material simbólico común, es un país que los elementos de nacional-populismo le deberán estallar de forma fragmentada.

Podemos está intentando crear un nuevo patriotismo, el problema es que en este país no hay elementos. Por ejemplo, en Cataluña no le funciona. En Euskadi, les acaban de decir que les pasan por delante los demás. En Galicia le ha funcionado de una manera muy relativa. No hay un discurso nacional español, ya definiremos si es una nación de naciones… Pero si no hay nación, asumida por el conjunto de la ciudadanía, y sólo hay régimen constitucional, porque el nacionalismo de los nacionalistas españoles, no se presenta como nacionalismo, se presenta como defensa del orden constitucional. Entonces, el españolismo se manifiesta de una manera tan burda, tan defensiva, tan deportiva, tan sentimental… que no hay intelectuales dedicados. Y luego, tenemos una cierta vergüenza… no hay un orgullo de la tradición política y cultural española.

 

“A nosotros nos cayó la democracia justo en el momento que en Europa entraba en crisis el sistema creado en 1945”

 

Ni El Quijote!

En Francia hay un gran orgullo de la tradición intelectual, de la revolución, del liberalismo … Aquí no. Es como en Italia, Piove, Porco Governo! Nosotros somos un país que no se toma en serio a sí mismo. En España pasan las cosas que pasan también porque no nos tomamos en serio a nosotros. Ni a la derecha hay idea de estado, ni a la izquierda hay una idea nacional, porque a esta la mataron el año 39.

Yo siempre digo en clase que hay dos culturas políticas que perdieron la guerra de verdad, las otras no, ninguna de las otras: una es la libertaria -la libertaria no ha conseguido rehacer una cultura riquísima, con cientos de miles de personas- : ésta ha desaparecido. Es decir, la forma de ser de la clase obrera era la CNT. La CNT no era un sindicato, era la forma de ser obrero en Cataluña. Esto, liquidado. Y otra cultura que se liquidó fue la nacional-republicana. El gran enemigo del franquismo era Azaña; no Prieto, Azaña. La imagen del republicano, los liberales… estos son los enemigos. En mi casa, que era una casa de extrema derecha, el gran adversario de mi padre no era Pestaña, no era el movimiento obrero, no eran ni los comunistas, su gran adversario era Azaña. El republicanismo democrático, no es que no hubiera existido nunca: sí teníamos una propuesta nacional-democrática! Lo que pasa es que la mataron con una guerra. Se dijo a los españoles que tenían que elegir entre ser nacionales o ser rojos, pero en la guerra civil los carteles del PC llevaban el 2 de mayo, se luchaba en la guerra por la independencia de España. La categoría nacional era una que no te querías perder.

Le Pen decía: “No me explico cómo en España no hay un movimiento como el mio” [risas]. Pues porque en España una persona no se puede proclamar como nacionalista. Ni la derecha nacionalista puede hacerlo. Marine Le Pen no te diría nunca que Francia debe estar unida porque lo dice la constitución, en cambio Soraya sí lo hace.

 

¿Los ascensos de la extrema derecha son casos a estudiar particularmente o tienen un hilo conductor?

Las dos cosas. En otras épocas la extrema derecha era la italiana del MSI de los años 70: los neofascistas sacaban el 10% de votos y en Nápoles sacaban el 20% de votos, cuando en Francia no había nada. En Alemania el año 66 el NPD no entró en el parlamento nacional de milagro y entró en todos los parlamentos excepto en el de Hamburgo. Era una ola. Después vino Le Pen, consiguió arraigar porque esta oleada coincidió con un cambio de paradigma del sistema y se situó en la posición de antisistema. En una etapa en la que el sistema estaba demostrando su devastación, esto funcionó.

 

Yo creo que vamos a una uniformización alrededor de una cosa muy clara, que es la gran protesta contra la globalización y el gran grito por la recuperación de la soberanía, la seguridad y la identidad nacional arrebatada por este proyecto europeo diciendo, y con razón, que este proyecto europeo se construye con las finanzas y lo construye el banco central europeo. No lo construyen los pueblos de Europa, ni los estados de Europa y, por tanto, el retorno a lo que decía de Gaulle, L’Europe des patries. Esto tendrá un tirón muy fuerte porque la gente sufre. La extrema derecha nunca ha subido en momentos de estabilidad, la socialdemocracia en cambio sí. El discurso de la inmigración tampoco arraiga en momentos de estabilidad. ¿Cómo puede ser que un partido pasa de tener el 0,7% de votos a tener 10% y luego 25% si en 1973 había muchos inmigrantes en Francia y en 1979 también? ¿Cómo es que del 1980 al 1984 el Frente Nacional sube un 10% de votos si no han llegado tantos inmigrantes? Es la congruencia de una propuesta política con el ciclo que se está viviendo. Esto la izquierda no lo ha encontrado.

 

¿Qué opinión tienes de Trump?

Trump representa una determinada brutalización de la política, este realismo del que te hablaba antes. “Dejémonos de buenismo, las cosas como son, dejémonos de esos de Wall Street que dicen que la gente es toda igual y que los mexicanos pueden venir aquí y pueden convivir igual”. Este discurso republicano de Trump se hace contra la sociedad idílica de los intelectuales judíos de Nueva York. La propia grosería de Trump resulta que es acogida con aplausos: “Ya se puede hablar claro! Os doy un baño de realidad”. Su llegada representa esto. Trump radicaliza el discurso del realismo de Reagan. Este aspecto de brutalidad lo hace un Berlusconi americano: el self-made man.

Para escuchar el audio de la entrevista: https://soundcloud.com/user-361624761/entrevista-a-ferran-gallego