Por Roc Solà
Diego Vernazza es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, Master en Ciencias Sociales y Doctor Filosofía Política por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia. Sus últimos trabajos buscan problematizar los principios de la subjetividad moderna, a partir de las obras de Pascal, Locke, Leibniz, Montesquieu y Tocqueville. Actualmente se interesa también por posibles diálogos entre la filosofía política y el psicoanálisis lacaniano. Ha propuesto, sobre estos temas, cursos de grado y posgrado en Francia y Argentina, y publicado artículos en revistas argentinas, españolas, francesas e italianas.
1. En los últimos tiempos se ha hablado mucho de populismo. Normalmente se usa en un tono despreciativo y referido supuestamente a alguien que “engañaría al pueblo diciéndole lo que quiere oír para llegar al poder”. Por otro lado, se obvian todos los aportes hechos, por ejemplo, por Chantal Mouffe y Ernesto Laclau. ¿Qué seria para estos autores el populismo?
No conozco bien la obra de Chantal Mouffe, he tenido sí la ocasión de recorrer varias veces el libro de Laclau, La razón populista, que me interesa ante todo como una manera de incorporar el psicoanálisis lacaniano a una reflexión de filosofía política. Laclau, me parece, lo hace de un modo muy interesante, en particular en el momento en que incorpora la noción lacaniana de “demanda”. Esta plantea, de por sí, el problema de lo natural y lo no-natural en las “necesidades” humanas. Finalmente, lo que sostiene Lacan, y que Laclau incorpora a su modo para pensar la política, es que no existen necesidades naturales, que toda necesidad puesta en palabras –desde los mismos blablás de un recién nacido– está ya en el orden del lenguaje, es decir, de un mundo no-natural, propiamente humano. Laclau toma esto para pensar la política desde un plano que no es otro que el del discurso, donde no hay un más allá, natural o lo que sea, al cual remitirse. En Laclau, me parece, la noción de populismo es elaborada para comprender la lógica política misma, otro modo de plantear la pregunta rousseauniana por aquello que hace que un pueblo sea un pueblo. Laclau traduce esa pregunta de otro modo, en tanto aquello que es capaz de vehiculizar, bajo un fondo de imposible, una pluralidad de demandas, de necesidades dichas, a partir de un significante que llama vacío.
Ahora bien, personalmente, no estoy seguro que el significante “populismo” sea el más adecuado para articular, hoy, una serie de demandas democráticas. No hay que confundirse en este punto. Si uno quiere, lo puede utilizar como concepto, a la Laclau. Pero el “populismo” en tanto significante, es decir tal como se entiende en relación a otros significantes que circulan en la realidad política europea, me parece que es poco conveniente, ya que se lo asocia, nos guste o no, a discursos que poco tienen que ver con una lógica democrática. A ver si intento explicarlo de otro modo: creo que cuando se intenta pensar la política no se puede ser indiferente a la manera en que se estructura, efectivamente, esa realidad política, y sobre todo a los significantes que circulan en ella. El filósofo no puede tampoco pedirle a la realidad política que se adecúe a sus conceptos. La política es mucho menos clara y distinta que cualquier concepto. Por ello, me parece que el significante “populismo”, en tanto significante, es decir en tanto no significa más que en relación a otros significantes, es poco adecuado para articular una serie de demandas que tienen que ver con lo social, con el trabajo, con la mujer, con la ecología, por decirlo en pocas palabras. De hecho, considero que el mismo significante “democracia” sigue teniendo, a condición de tomarlo no como algo adquirido sino como algo que falta, como democracia por venir, una cierta potencia.
2. Leyendo un artículo tuyo a raíz de los 500 años de “El Príncipe”, de Maquiavelo, me han venido resonancias de los temas tratados por los teóricos del populismo: la percepción del mundo como variación (“variazione”), la descripción de lo humano como insatisfacción (“mala contentezza”) o la noción de lo político como conflicto (“disunione”). ¿Es todo ello una crítica a la ideología liberal del consenso y de la política como gestión?
¡Gracias ante todo por leer ese artículo! El mercado académico obliga a publicar cada vez más artículos que cada vez menos gente lee. Respecto a tu pregunta, diría lo siguiente. La ideología del consenso no es exclusiva del liberalismo. De hecho, cierto liberalismo, como el de Montesquieu o Tocqueville, está lejos de pensar en clave de consenso. Sí, claramente, el llamado neo-liberalismo, que poco tiene que ver con aquellos, y que se plantea como un modo de terminar con toda división, subjetiva y social, a fin de dar lugar a un espacio social homogéneo donde solo quepan gestos siempre renovados de consumo. El sujeto, utópico, ideal, del neoliberalismo, sería un sujeto cuyas faltas sean enteramente traducibles en actos de consumo, es decir, un sujeto no dividido, no realmente dividido. Por eso, en mi recorrido intelectual, que va de la política a la filosofía, y de la filosofía al psicoanálisis, nunca he cesado de volver a Maquiavelo. Seguramente porque, como decía en algún lado Nietzsche, cuando uno lo lee respira el aire de Florencia, pero también porque desde mi interpretación, Maquiavelo ha sabido pensar, paralelamente, y de un modo a la vez simple y estimulante, dos formas de la división. Ante todo, la división del sujeto, a partir de la mala contentezza, que podríamos traducir como insatisfacción o descontento y que no es otra cosa que un desfasaje permanente entre el plano de lo que se desea y el plano de lo que se obtiene, entre el deseo y la realidad del objeto, para resumir. Luego, como se sabe, Maquiavelo es también un pensador de la división social, pero no de la división social en tanto contingencia a superar, sino de la división social constitutiva. Toda ciudad, como todo sujeto, está para Maquiavelo dividido, por definición, y es justamente esa división la que lleva a un colectivo humano a buscar en la política un modo de “hacer con eso”. La división, para Maquiavelo, es a la vez constitutiva y constituyente, en el sentido que es la división social quién da lugar a la política, en tanto acción a la vez necesaria e imposible.
3. Los teóricos del populismo tienen también una concepción del sujeto diferente a la concepción liberal de un sujeto transparente, soberano sobre sí mismo y reflexivo. A su vez, también se distancian de la concepción marxista del sujeto que estaría constituido por su posición en la escala productiva. ¿Qué concepción del sujeto plantean los teóricos del populismo? ¿Cómo ayuda Jacques Lacan ahí?
Justamente, vuelvo a lo que decía recién. El fantasma del consenso, de la totalidad reconciliada consigo misma, no es exclusivo del liberalismo. La izquierda y el marxismo fueron habitados durante largo tiempo por ese fantasma. El significante comunismo encarnó durante todo el siglo XX esta utopía de reconciliación final de la humanidad consigo misma. Es más, diría incluso que ese fantasma del consenso no cesará nunca de recorrer el mundo, ya que es un efecto propio de la división constitutiva de todo sujeto. Para no complicar demasiado las cosas, lo expresaría de este modo: por vivir inmersos, desde antes incluso de nacer, en el mundo del lenguaje, de la palabra, estamos siempre divididos, porque la palabra, por más plena que sea, no llega nunca a poder decirnos completamente. En el momento mismo de hablar, nos dividimos, subjetivamente, entre nuestro ser y aquello que intenta representarlo, entre aquello que decimos desear y lo que deseamos, etc. Así podríamos entender la idea de que el sujeto, en Lacan, es siempre “manque à être”, falta en ser, o falta a ser. Por ello también, el fantasma, en este caso bajo la forma del consenso, es un recurso propiamente humano, en tanto aquello que intenta tapar la falta que surge de esa división constitutiva. La democracia podría definirse, en ese sentido, y tomando la línea que va de Maquiavelo a Claude Lefort, como el régimen que incorpora la división, que acepta la falta, e intenta hacer algo con ella. Los fantasmas, de todo tipo, y ahora está ahí el fantasma fascista recorriendo cada vez menos gentilmente Europa, la acecharán siempre, porque es un régimen que asume la división y el vacío.
4. Hay, asimismo, una concepción del ser humano como una especie de “oveja que sigue a su pastor” o lo que la izquierda tradicional ha llamado “falsa conciencia”. ¿Cómo se piensa la ideología desde la óptica del psicoanálisis lacaniano?
Bueno, podríamos comenzar con La Boétie, y su servidumbre voluntaria, pero se nos alargaría la cosa. Intento responderlo a partir lo que decía recién. El riesgo de todo sujeto, siempre dividido, siempre faltante, así como el riesgo de la democracia, régimen que acepta la división y la falta que la constituye, es que frente a ese vacío, se salga corriendo a buscar un Amo que prometa colmarlo. Ese riesgo está siempre ahí, es humano, demasiado humano. Ahora bien, la diferencia entre esto que digo y la idea de “falsa conciencia” es que desde mi perspectiva, que podríamos llamar, un poco en broma, maquiavelo-lacaniana, no hay modo de borrar esa división y esa falta. Me parece que bajo la idea de “falsa conciencia” habita otro fantasma: el de la conciencia verdadera, es decir, del sujeto transparente a sí mismo. Luego, claro está, esto no significa que un sujeto no pueda tener una idea más o menos falsa de su situación real, sin dudas. Creo que cuando uno se recuesta en un diván a hablar de aquello que cree que le pasa y al cabo de un cierto tiempo se entera, por el solo hecho de enredarse en el propio hablar, de otras cosas que no se quería decir a sí mismo, que no paraba de no querer decirse a sí mismo, o en política, por ejemplo, cuando alguien comienza a militar en serio y se da cuenta que tiene que tomar decisiones que son mucho más difíciles e impuras de lo que esperaba cuando estaba opinando alegremente en Facebook, ahí, en esas dos situaciones, uno se encuentra, por así decir, más cerca de lo real. Por ello, tanto el psicoanálisis como la política me parecen dos grandes modos de no escapar, al menos no completamente, a una cierta confrontación con lo real.
5. Hay otra postura muy típica entre organizaciones de izquierda tradicional que se basaría en el supuesto de que hay que “la verdad es siempre revolucionaria” y a veces eso deriva en una incomprensión del mensaje. ¿Qué aporta el psicoanálisis lacaniano a esta cuestión?
¡¿La verdad siempre revolucionaria?! ¡¿Quién dice eso?! El problema de la relación del sujeto con la verdad en algo complejísimo, que me interesa particularmente, y que no osaría intentar agotar en una respuesta, por más larga que sea. De hecho hace unos años ya, con algunos colegas, durante mi doctorado en París, en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, organizamos unos seminarios alrededor de esa pregunta, e intentamos retomarla desde textos de Montaigne, Gracián, Pascal, Rousseau, entre otros. El psicoanálisis, claro está, ataca el problema de raíz, ya que opera a partir de la palabra, del decir del sujeto, y de cómo en ese decir se cuela, en los intersticios, en los silencios, en los lapsus, en los sueños, algo así como su verdad. Lacan tiene una frase que me gusta mucho, que cito siempre, y que traducida al castellano, algo que es siempre difícil de hacer con Lacan, daría algo como “pienso donde no estoy, estoy donde no pienso”, y que es una suerte de inversión de la certeza cartesiana del cogito. Lo que dice Lacan ahí, respecto a la verdad, es que el sujeto habla, dice algo de su verdad, allí donde el yo, imaginario, la representación que este tiene de sí mismo, calla; donde el yo orgullosamente pensante deja de estar. Por eso, de algún modo, y más allá de que Lacan dejará de lado, en el transcurso de su obra, la noción de verdad, el psicoanálisis puede concebirse como una puesta en práctica del problema de la relación del sujeto con la verdad, a condición de entender a esta verdad como “no toda”. En este sentido me gusta decir que el psicoanálisis es una suerte de continuación de la filosofía por otros medios.
6. ¿Por qué crees que el psicoanálisis está desprestigiado tanto en la academia como en la clínica?
¿Desprestigiado? Depende. Hay lugares, como en Argentina o en Francia, donde no es tan así. Aunque si es cierto que, en los últimos años el psicoanálisis ha vivido más de un ataque. Es bastante comprensible, ya que trae a la luz aquello que no puede ser pensado por el discurso científico, que es el discurso al cual nuestras sociedades dan una suerte de crédito de verdad. Ahora bien, por más apoyado que esté el discurso científico en sus nuevas técnicas, pienso en las imágenes cerebrales y esas cosas, este no puede pretender cerrar, justamente, el problema del sujeto. El discurso científico tiene mucho para decir, sin dudas, a condición de tomarlo como lo que es, una serie de hipótesis. El problema es que subyace allí, a menudo, una suerte de delirio propio a la ciencia, aquel que pretende resolver, literalmente, el problema humano, encontrando la fórmula final que explique el porqué de nuestros deseos, sufrimientos, alegrías, amores y sueños. Ese desliz acechaba al mismo Descartes, cuando decía que la ciencia nos ayudaría a volvernos “como amos y poseedores de la naturaleza”. Descartes, igual, matizaba, en el “como” de la frase, pero cierta ciencia actual, a veces, pareciera dejar de lado todo matiz. Siempre aparece un artículo, en los periódicos, que dice que una universidad americana resolvió científicamente el enigma del amor, el sexo, y prontamente también, dirán, de la muerte. Hay allí una forma de alucinación, de delirio, en un discurso que se pretende objetivo, es decir, en perfecto acuerdo con su objeto. El psicoanálisis es atacado porque no promete soluciones rápidas y milagrosas, porque no propone una clínica que se someta a estos tiempos que, ante todo, corren. Algunas nuevas terapias, junto con los mercaderes de psicofármacos, prometen soluciones prontas y definitivas, y, en esto, hay que decirlo, mienten. Hay que recordar siempre que en Europa, y diría que en Occidente en general, el consumo de psicofármacos, para dormir, para calmarse, para aliviar el dolor de un duelo, para olvidar una novia, o lo que sea, son de consumo masivo, y de esto es responsable tanto el mercado, que los vende, como el cuerpo médico, que los receta, y también el Estado, que no habilita otras vías. El psicoanálisis, por el contrario, deja de lado la promesa de felicidad, del summum bonum, para entablar un trabajo sobre sí, sobre sí en relación a los otros, que, como todo verdadero trabajo, implica tiempo, y una cierta dosis de, hay que decirlo, coraje.