Por Giuliana Mezza
Por iniciativa de la gestión de Manuela Carmena, el Ayuntamiento de Madrid inauguró el pasado 4 de diciembre una placa conmemorativa al movimiento 15M. La misma fue colocada en la fachada nº10 de la Puerta del Sol y en ella puede leerse “Dormíamos, despertamos”. Durante el acto, que congregó cerca de 500 personas, Jorge García Castaño, al frente de la Junta Municipal de Centro, sostuvo que el homenaje pretende reconocer al movimiento y a todos aquellos que “aportaron su trabajo e inteligencia colectiva en favor de la transformación de esta sociedad y de esta ciudad”. Sin embargo, ¿existe entre los españoles un consenso generalizado respecto del significado y las implicancias del 15M?
Siendo algunos de sus lemas fundamentales “no tenemos miedo”, “lo llaman democracia y no lo es”, “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” o “no nos representan”, el 15M continúa generando polémica en torno a la identificación de sus objetivos específicos. Según datos de Metroscopía[1], en el año 2011 el 71% de los españoles consideraba que era un movimiento pacífico cuyo objetivo era regenerar la democracia –frente a un magro 17% que, por el contrario, le atribuía un carácter radical y antisistema- y cerca de un 80% aseguraba que sus reivindicaciones eran legítimas. Sin embargo, los acontecimientos acaecidos los años posteriores fueron reconfigurando el mapa de sentidos e interpretaciones respecto de su naturaleza y alcances. Si es posible sostener que el 15M es un punto de inflexión en la vida política española, no sucede lo mismo respecto de su contenido. Tanto las líneas teóricas que se han desarrollado en el estudio del fenómeno como los propios actores involucrados articulan lecturas divergentes, e incluso abiertamente contrapuestas.
En el caso de los legisladores del PP, el 15M es conceptualizado como una manifestación de protesta frente a los duros embates de la crisis económica. Posibilitada y magnificada por las redes sociales y la lógica de las “fake news”, sostienen que el momento inicial –más autónomo y espontáneo– dio paso a la utilización política por parte de aquellos que “tomaron las riendas” y se pusieron “a la cabeza” del movimiento. Afirman que “nació de la indignación juvenil” pero más tarde “degeneró en un movimiento antisistema en manos de Podemos”. Todos los representantes entrevistados rechazan tanto la forma asamblearia de organización, como la ausencia de contenido que habría caracterizado las movilizaciones, calificando al 15M de ineficaz por no aportar soluciones concretas.
Trazando ciertos matices a la lectura del PP, dos de los tres entrevistados del PSOE reconocen el tinte político que adquiere el descontento ciudadano asegurando que significó un “revulsivo de conciencia”, “una llamada seria de atención” sobre un problema que no había sido percibido, y que “reclamaba cambiar la forma de hacer y entender la política”. En este último caso, se identifican deficiencias en la calidad de la representación y se interpretan las demandas en clave de mayor participación y transparencia para regenerar la democracia española. Uno de los entrevistados, por el contrario, lo definirá como “la rebelión de las élites contra la democracia”. En su opinión, el 15M es producto de la desafección ciudadana, y puede entenderse como un “significante vacío”, ya que no posee un contenido específico. El señalamiento de la crisis económica como causante del malestar se produce al mismo tiempo que se relativiza la gravedad de sus efectos. Esta lectura también será una línea predominante entre los entrevistados del PSOE, ya que se afirma que el 15M tiene lugar “en el contexto de un país rico”. Las divergencias en el seno de la organización podrían revelar las tensiones ideológicas vividas entre las diferentes corrientes internas y que se escenificaron con ocasión de la elección de su secretario general[2].
Por lo tanto, en una postura defensiva de su interlocución exclusiva ante las instituciones de la representación, los dos partidos tradicionales coinciden en atribuir al 15M un carácter difuso y poco programático. Asimismo, la tendencia que se exhibe tanto en el PP como en el PSOE es identificar en la crisis económica el origen del malestar ciudadano. La diferencia estriba, en todo caso, en que en el PSOE se impone cierta relativización de sus efectos, y un mayor reconocimiento al carácter político que adopta el 15M.
En el caso de los nuevos partidos del escenario político español, las respuestas de los representantes de Podemos son unívocas en el tono cuasi libertador y refundacional de la protesta, que acompañan de expresiones como “esperanza”, “alegría”, “despertar”, “liberación” e “ilusión” entre otras, así como en la contraposición pueblo-élites políticas y económicas. Las manifestaciones habrían permitido a los ciudadanos visualizar que aquello que percibían como un sentir personal era en realidad compartido. En ese aspecto resulta significativo el salto del plano individual al colectivo en la identificación de los sujetos que forman parte de la comunidad. Consideran que es la movilización misma lo que posibilita vislumbrar alternativas y plantear nuevas formas de entender y de hacer política: “decir que sí es posible cambiar el mundo”, “que existe la democracia real”. La ocupación del espacio público es vista como antídoto frente a la desafección, ya que “significó un recobrar la esperanza y la ilusión que se había perdido durante muchos años”. La participación contribuye a percibir que se es sujeto activo del orden político, trascendiendo el carácter estático que se desprende de las interpretaciones formalistas de la representación.
Las respuestas en el grupo de Ciudadanos dejan de lado la emoción del supuesto activismo libertador ciudadano y aterrizan en el plano de los conceptos clásicos de la crisis de la representación: “deslegitimación” de los representantes, “crisis institucional”, desafección y corrupción. En efecto, sus representantes descartan el carácter inédito de las consignas que fundamentaron las manifestaciones ciudadanas, considerándolas reclamos preexistentes a los que se dota de un altavoz. En su opinión, el 15M es una expresión particular –“quizá la más visible”- de un fenómeno más amplio, de un sentir ciudadano que no solamente se expresa a través de la toma del espacio público. Los diputados de Ciudadanos consideran que el 15M fue un revulsivo de conciencia y que constituye un punto de inflexión en la historia política española. Dialogando con las expresiones de los legisladores de Podemos, sostienen que el 15M no posee un “unigénito” o un “único heredero”, ya que también Ciudadanos también bebe de su espíritu regenerador. La diferencia estribaría en que, a diferencia de la fuerza morada, ellos no reconocen interlocución ciudadana alguna que no se exprese en el seno del Parlamento o por canales institucionales.
A la luz de las opiniones expuestas, y en líneas generales, se podría concluir que el PP tiende a reconocer la expresión del descontento social atribuyéndolo a la crisis económica y a la falta de respuestas institucionales frente a la misma. En segundo lugar, entiende los sucesos posteriores como una “perversión” del planteamiento originario y denuncia una “utilización política” por parte de ciertos dirigentes. Por último, coinciden en señalar que no es una modalidad eficiente de expresión de malestar social ya que no posee una dimensión propositiva. En el caso del PSOE, reconocen también en la crisis el origen del malestar, aunque matizan al mismo tiempo sus repercusiones, y ponen en cuestión la intencionalidad política de los protagonistas del 15M. La línea predominante dentro del partido valora negativamente los acontecimientos, caracterizándolos como injustos, inconducentes o desmedidos. Sin embargo, algunas voces realizan una reflexión más autocrítica de los acontecimientos, apuntando al incumplimiento del mandato de representación por falta de profundidad en el análisis de la situación. La perspectiva minoritaria en el seno de esta organización destacará sin embargo que el 15M sí tenía una agenda concreta de reivindicaciones referidas a la transformación del vínculo entre representantes y representados, donde la demanda de mayor participación constituía el núcleo central. Así lo consideran también los representantes de Podemos y los de Ciudadanos, aunque estos últimos coincidirán con el PP en negar el carácter representativo –mayoritario– de las voces del 15M como expresión de “la voluntad popular”.
No sería aventurado afirmar que los proyectos de país, o el rumbo de los Estados se trazan sobre lecturas, diagnósticos y perspectivas determinadas. Si el entramado institucional ligado a la calidad de la representación debe o no ser transformado, dependerá en gran medida de que se identifique una crisis o un déficit en su desenvolvimiento actual. Lo mismo ocurre, en otros aspectos, con la forma que adopta la democracia y los canales de participación que ésta ofrece a los ciudadanos. Lo nutritivo de continuar posando la lupa sobre el 15M para analizar el clima político español, es que éste desnuda un desacuerdo nodal respecto de cuestiones elementales como la democracia, la representación y la participación. Al (re)activar una huella emotiva y singular de la historia nacional, los debates pierden sus ropajes abstractos y presumidamente conceptuales para anclarse en las posiciones reales que los actores adoptan a la hora de tomar decisiones. Si bien el hecho de que no logren establecerse amplios consensos respecto del 15M puede presentarse como un signo de alarma, también es lícito sostener que la apertura de la disputa por su significado supone de cierto modo un “despertar” social. En un contexto en el que los otrora “irreversibles” se disuelven ante nuestros ojos, es preciso tanto no abandonarse al derrotismo, como saber apreciar los acontecimientos que nos ofrecen un punto de partida desde el cual imaginar –y construir- otros horizontes posibles.
—
[1]Ver en: https://elpais.com/diario/2011/06/26/espana/1309039209_850215.html
[2]Ver al respecto “Primarias PSOE: El retorno de Pedro Sánchez” (22-05-2017) en https://elpais.com/elpais/2017/05/22/opinion/1495404285_969120.