Por Rodrigo Olmo Martín
Abril 2019. Vivimos un tiempo histórico acelerado, en el que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, en el que cuesta detectar los posos de sedimento que deja la corriente con su paso. Esto nos indica que las tendencias históricas de fondo, que arrastra nuestra época, no dejan de colisionar y repelerse.
Una de estas ondas largas podría identificarse bajo la siguiente tesis: la crisis del régimen político del ’78 se entrecruza con la crisis del PSOE, partido que legitima y da sentido a ese régimen.
Por tanto, las condiciones de recomposición de ambos necesariamente van de la mano. Creo que hay dos elementos claros. Una parte de voto que vuela de Podemos al PSOE difícilmente va a volver en las posiciones actuales, no era tanto un voto en positivo a Podemos como un voto en negativo al PSOE (el recuerdo de su mala gestión de la crisis aún seguía vivo).
Por otro lado, el horizonte constituyente en el corto-medio plazo está cerrado, y hay una mayoría social que no quiere turbulencias, sino por decirlo con Juan Andrade – él respecto a la anterior transición – “bascular entre seguridad y progreso”, y ese proyecto de país a día de hoy solo lo encarna con éxito el PSOE. En este sentido, parece difícil ensanchar y empujar más allá el imaginario del “cambio” desde lo institucional y en un momento de reflujo de la movilización (con la excepción del feminismo y el ecologismo, que no es poco) cuesta pensar la posibilidad de desborde por abajo. Esto no parece significar un cierre definitivo de lo que se teorizó como “crisis de régimen”, pero sí un estrechamiento de las posibilidades que abría esta (para posiciones más rupturistas) o una reorientación de la misma en términos de satisfacción parcialmente exitosa de demandas (para posiciones más conservadoras). En este sentido, ante la posibilidad de nueva fase conservadora y reaccionaria, y la dificultad para pensar una alternativa de país viable, el islote PSOE parece asegurar a una buena parte de la población cierta estabilidad y orden, un caminar despacio pero seguro.
Por otra parte, cabe tener en cuenta que con respecto a las potencias del movimiento feminista y el ecologista es innegable su centralidad política actual, pero al mismo tiempo pueden percibirse tensiones entre su autonomía y el riesgo creciente de institucionalización. Hecho que parece dibujar uno de los techos de la fase actual. Sin embargo, en el diagnóstico no podemos pasar por alto aquellos elementos que persisten en la onda larga del ciclo: la paulatina descomposición de las clases medias (garantes últimas de paz social), los viejos y nuevos fenómenos de precariedad (en los que el feminismo parece adquirir un rol clave), el procés catalán, la cuestión de la identidad nacional y el futuro del proyecto europeo, el descrédito de la clase política y el creciente hastío social, y la crisis de la masculinidad tradicional.
Con todo ello, podemos concluir que el ciclo político actual, aunque en nueva fase, sigue planteando sin duda más interrogantes que respuestas, pero no debemos subestimar la ocasión (hasta hace no mucho desactivada) que se le presenta al PSOE de Sánchez de pilotar una nueva transición.