Ana Paolini (@Analini79) y Juan von Zeschau (@Juanvonz)

El argumento de la novela es sencillo: Juan Marcelo López Gavérgola, un presidente peronista corrupto, decadente y vicioso de una Argentina igual de corrupta, decadente y viciosa, es secuestrado en el megaprostíbulo de diez pisos llamado el “Parnaso Argentino”, que él mismo mandó a construir en plena costanera porteña para su goce y disfrute. Quienes lo secuestran son sus trabajadores (“putas, efebos y travestis”); es decir, los propios empleados del presidente, quienes desean utilizar al mandatario como rehén y moneda de cambio para mejorar sus salarios miserables.

Hasta aquí, el primer acto de la novela podría haber sido escrito por la mano de cualquier antiperonista foráneo. Porque López Gavérgola es, justamente, un peronista deshonesto y corrupto, cualidades que, para los críticos acérrimos de ese movimiento político, son comunes a todos los peronistas. Sin embargo, Strafacce, con sutileza lúdica y talento, retuerce la trama hasta convertir los blancos y negros en tonalidades opacas. Todos sus personajes (los ladrones, los cínicos, los comprometidos, los heroicos, los ingenuos) juran y perjuran ser peronistas. Y, en verdad, a su manera, realmente todos lo son. En un devenir caleidoscópico ellos construyen, a través de las devorables páginas de El Parnaso Argentino, un peronismo coral, incómodo, contradictorio, hecho de miserias, pero también de virtudes destacables y gestas heroicas. Más o menos, como el peronismo de siempre.

Todos sus personajes juran y perjuran ser peronistas. Y, en verdad, a su manera, realmente todos lo son. En un devenir caleidoscópico ellos construyen un peronismo coral, incómodo, contradictorio, hecho de miserias, pero también de virtudes destacables y gestas heroicas.

Pero mejor, vayamos por partes.

¿Toda política es show?

Podríamos decir que, desde hace ya algunas décadas, una parte de “lo político”, al menos en Argentina, adquirió la capacidad de devenir en show. El show, entendido como una espectacularización de la política, implica sobreactuar posiciones, simplificar las opciones y, sobre todo, significa desplazar a los políticos tradicionales (“los de antes”) para darle lugar a los outsiders, los eslóganes y los hashtags. Porque el prime time no se lleva bien con debates profundos, “más aburridos”; el show busca construir consumidores, no ciudadanos, un mercado de consumidores ávido de sucesos espectaculares. Desde luego, el show no ocupa todo el debate político, pero cuando lo hace, las consecuencias son bien concretas. En el 2016, pocos se tomaban en serio la posibilidad de que Trump llegara a la Casa Blanca.

Quizás lo más peculiar de El Parnaso Argentino es que el disparate de sus páginas funcione ―al mismo tiempo―como entretenimiento del lector y como metáfora de la realidad. En la historia, el presidente López Gavérgola, responsable de haber llevado al país hacia una profundísima crisis económica, es raptado en el Parnaso Argentino. A partir de ahí, el secuestro del mandatario y el descabezamiento del máximo poder institucional de la Argentina se convierte en show. Y solo en show. Porque, en el fondo, nadie desea liberar a López Gavérgola. Ni siquiera sus propios ministros, que poco y nada hacen para rescatar a su líder. El show mediático ocupa, llena y rebalsa el vacío de poder. El silencio oficial es cubierto por los videos televisivos que muestran hasta el cansancio “las perturbadoras imágenes de los glúteos de un López Gavérgola amarrado a un camastro del burdel”. Hasta que, enterados del hecho a través de los medios (oh, casualidad) y frente a la pasividad del Estado, una facción diminuta del peronismo―crítica de la línea oficial y de las condiciones de precariedad de los empleados del Parnaso Argentino―, conducida por el heroico imprentero Marinardi, organiza un grupo comando clandestino para liberara Gavérgola.

Literatura y peronismo. O la “gran pregunta”.

Una obsesión ―que adopta la forma de un interrogante preciso― parece atravesar a gran parte de los escritores argentinos después del 45: ¿qué es el peronismo? ¡Como si definir el fenómeno con exactitud diera a Borges, Bioy, Cortázar y compañía la clave para erradicarlo de las pampas! Aunque con otro objetivo, esa misma pregunta ―retórica y solapada, casi como un cebo―es la que desliza El Parnaso Argentino. Y como lectores, entonces, caemos en la trampa del autor y nos preguntamos junto a él: ¿qué es el peronismo? ¿Lo que decía Perón? ¿Lo que hacía? ¿La derecha peronista? ¿Su izquierda? ¿Montoneros? ¿La Triple A? ¿El libidinoso presidente López Gavérgola? ¿El imprentero Marinardi, convencido y abnegado? ¿Todo eso junto?

Una obsesión parece atravesar a gran parte de los escritores argentinos después del 45: ¿qué es el peronismo? Aunque con otro objetivo, esa misma pregunta es la que desliza El Parnaso Argentino.

No obstante, como dijo Miguel Bonasso, escritor y exguerrillero peronista, la literatura muestra, pero nunca interpreta. La literatura no disecciona el cuerpo vivo. Las definiciones totalizadoras quedan como tarea para la academia, por eso la obra de Strafacce se contenta con exhibirlas múltiples escisiones internas del peronismo. Pero El Parnaso Argentino, sin embargo, dialoga con textos académicos. Alfredo Pucciarelli, autor de Los años de Menem, decía que los argentinos nos acostumbramos al fraccionamiento visible, creciente y cíclico dentro del peronismo. En el mismo sentido, Carlos Altamirano, en Peronismo y cultura de izquierda, argumenta que la imagen del peronismo es doble: por un lado, dice, existe un peronismo autodenominado “verdadero”, que funciona como soporte moral y que remite a expectativas ideales; y, por el otro, un “peronismo empírico”, privado de esencia, aunque no de mando. Es decir, el diálogo clásico y tenso entre el peronismo cultural (el de fuerte contenido ideológico) y la institucionalidad partidaria (los alcaldes, los gobernadores, etc.). En otras palabras, “alma y músculo”, dos elementos ineludibles de cualquier proyecto político con vocación transformadora.

Esta característica bipolar (o multipolar) del peronismo lo convierte casi en un sistema partidario en sí mismo y define uno de sus atributos centrales: la contradicción interna. Y Strafacce se regodea en este aspecto. Primero exhibe la figura de López Gavérgola, el presidente corrupto y fiestero. Pero después nos presenta a Marinardi, el dirigente territorial sacrificado y creyente en la fe peronista. Lo fabuloso quizás sea que, en última instancia ―nos muestra el autor―, el creyente salva al corrupto y (alerta: spoilers), con el rescate épico de Gavérgola del Parnaso Argentino, Marinardi salva también a todo el peronismo de su extinción segura, le limpia el nombre, lo dignifica a través de su acto heroico. En la novela, la renovación del peronismo ―casi en términos de “expiación”cristiana del movimiento―es llevada adelante no por cualquiera, sino por un dirigente territorial que profesa la coherencia ideológica y la honestidad: a Marinardi y su agrupación se los conoce como “La Liga de los Castos” en el peronismo de la ciudad de Buenos Aires, porque militan de sol a sol, no piden dinero al partido ni para tomarse el bus, y andan con los zapatos descosidos.

El peronismo que salva al peronismo es, en la obra de Strafacce, el de los pobres, los marginales, los periféricos. El autor, tal vez sin desearlo, plantea esa salida para el peronismo grotesco de su ficción. Es el “Movimiento Circunscripcional de Liberación Peronista – MCLP” (compuesto por treinta militantes y un solo local partidario en el barrio de Caballito) la agrupación que permite al peronismo sobrevivir y alzarse con la victoria electoral, luego de desplazar a Gavérgola. Los desclasados son el eje conceptual y político de la renovación, en contra de la mirada pactista del establishment peronista y de cuño institucional conducido bajo un yugo pragmático.

El peronismo que salva al peronismo es el de los pobres, los marginales, los periféricos. Los desclasados son el eje conceptual y político de la renovación, en contra de la mirada pactista del establishment peronista y de cuño institucional conducido bajo un yugo pragmático.

Pero Strafacce, dual, no ahorra en acidez y también se burla de los militantes que pretenden darle a su tarea un halo de epopeya. Galín, el “número 2” de la diminuta agrupación MCLP, discute permanentemente el liderazgo de Marinardi por izquierda, encarnando en sí mismo, como pose vacía, la mística revolucionaria de la agrupación Montoneros, la guerrilla peronista más importante de los años setenta. Fundamentalmente, Galín critica a Marinardi por no querer hacer la revolución. Pero, ¿de qué revolución está hablando Galín? De una revolución imaginaria, parece decirnos Strafacce, conducida por guerrilleros virtuales, de Twitter, aquellos que, al igual que Galín, antagonista del héroe Marinardi, viven la resistencia contra el establishment como pose y coquetean con una pertenencia fingida a la trayectoria histórica del peronismo revolucionario, simulando riesgos pasados (la dictadura, la muerte, la desaparición) que, en la actualidad, ostensiblemente no existen.

Entonces: ¿qué es el peronismo?

Antes del triunfo de Macri, y luego de 12 años ininterrumpidos de peronismo, algunos analistas mencionaban que aquel movimiento exhibía características propias de lo que Otto Kirchheimer denominaba catch all party, un tipo de organización partidaria que “dirige su atención hacia todo el electorado”. Sabemos, por los resultados de 2015 y 2017, que esa capacidad electoral no es imbatible, más aún, cuando el peronismo se presenta dividido en diferentes sellos partidarios. Ahora bien, ¿se puede entonces seguir hablando de un solo partido? ¿O debemos referirnos a varios?

Desde luego, no hay un solo partido peronista, hay muchos. ¿Pero hay también muchos peronismos? Strafacce, conocedor del paño y de manera jocosa, menciona este enredo continuo y cataloga de “democracia anárquica” sus disputas internas. Para el novelista, el abanico que va desde la izquierda a la derecha (clivaje típicamente europeo), al peronismo le queda chico. Hay peronismo de derecha (el presidente Gavérgola) y de izquierda (el pseudo guerrillero Galín), por supuesto. Pero hay también un peronismo sindical y un peronismo de los trabajadores desclasados. Hay un peronismo de liberación nacional y hay un peronismo queer. El surgimiento de líneas internas, nos dicen los personajes de Strafacce, es de creación espontánea, de abajo hacia arriba, con líderes difusos y sin estructura partidaria. El Parnaso Argentino acierta en narrar al peronismo siempre en movimiento, bajo la lógica de una película, nunca como una foto quieta; la identidad de sus personajes (y sus colectivos) se construye sobre la marcha, en el tránsito de un camino lleno de bifurcaciones y desvíos hacia un horizonte siempre incompleto.

El abanico que va desde la izquierda a la derecha al peronismo le queda chico. También hay un peronismo sindical y un peronismo de los trabajadores desclasados. Hay un peronismo de liberación nacional y hay un peronismo queer.

Muchos caracterizan al peronismo como un fenómeno político “nacional y popular”, y quizá podemos estar de acuerdo. Un nacionalismo, desde luego, nunca esencialista (es decir, a la búsqueda del “verdadero espíritu nacional”), ni supremacista (jamás se planteó una “Argentina über alles”), sino entendido como la difícil construcción de una identidad colectiva heterogénea y en permanente cambio. Y también es un movimiento popular, en el sentido de su continua vocación por los sectores postergados de la sociedad y además por su afán de construir grandes mayorías que permitan alcanzar el poder estatal. La cuestión es que el peronismo es nacional y popular, y también es muchas otras cosas más. Siempre hay un “y”, o un “pero”, o un “además”. Cuando el peronismo sea algo fácilmente clasificable, seguramente será un movimiento político muerto. Eso es, quizá, lo que nos muestra la novela de Strafacce: un cuerpo vivo y, como todo ser vivo, contradictorio, con una identidad en flujo, siempre inacabada, rica en debates nunca clausurados, y capaz, justamente por todo eso, de albergar y aglutinar tantas particularidades. En suma, un movimiento cultural y político que ―tiránico y caprichoso― pudo colocar en lo alto del poder a un López Gavérgola, para luego desplazarlo, en un plumazo, por un desconocido y audaz imprentero llamado Marinardi.

Sobre el autor

Ricardo Strafacce (Argentina, 1958) es escritor y abogado. Publicó Osvaldo Lamborghini, una biografía (Mansalva 2008). Entre sus novelas más conocidas se encuentran La boliviana (Mansalva 2008), Crímenes perfectos (Mansalva 2011), Frío de Rusia (Blatt & Ríos, 2013), Gerardo y Mercedes (Wu Wei, 2013) y La escuela neolacaniana de Buenos Aires (Blatt & Ríos, 2017).  En poesía, Bula de lomo (Spiral Jetty, 2011) y De los boludos no tenemos la culpa (Pánico el pánico, 2012). Tuvo a su cargo la antología Nuestro iglú en el Ártico, relatos escogidos de Mario Levrero (Criatura Editora, 2012). En 2014 recibió el premio Kónex.

[En este enlace puedes leer la reseña que publicamos de Fuego Amigo, la última novela de Juan von Zeschau]