Por Albert Portillo

En una ocasión en que Danton se dirigió a la Asamblea Nacional proclamó que “para vencer nos hace falta audacia, una vez más audacia, siempre audacia”. Según Danton, solo de este modo podría Francia salvarse de la grave crisis política que la acechaba en ese momento. Evidentemente España no es Francia y no estamos en 1792 pero hay ocasiones en las que un inteligente atreverse, un atreverse estratégico, es la mejor manera de repartir la baraja que nos ha tocado. Ciertamente, la distinción entre audacia y temeridad es una delgada línea roja pero en política el atrevimiento suele decantarse por lo uno o por lo otro retrospectivamente. Es decir, en la medida en que el éxito, o lo que es interpretado como tal, es atribuido a posteriori de aquella decisión llevada a cabo. Así que, en momentos de intensa crisis política la posesión, o carencia, de una habilidad estratégica para moverse con garantías de éxito es lo que define si el rumbo tomado era audaz o temerario.

En tal sentido, me parece que hay un amplio consenso sobre determinados temas que permite hablar de un diagnóstico colectivo sobre la situación política en la que nos encontramos. Y por tanto inclinar el rumbo de un lado. Si empezamos por lo más evidente; es público y notorio que el boicot de un ciclo progresista por falta de una Entente Cordiale entre PSOE y UP anuncia una frustración política con importantes efectos en el corto y medio plazo. En el corto, con la amenaza de una abstención que podría echar al traste, ya cuantitativamente, una mayoría progresista. En el medio, un desencanto político que deslegitime toda idea progresista de país a la par que regala una oportunidad electoral, política y cultural a los adversarios.

Pero, es más, el tono preelectoral que están adoptando PSOE y UP, en declaraciones a los medios y por los relatos que empiezan a propulsarse desde Telegram, amenaza con radicalizar aún más esta dinámica de devaluación de ambos actores progresistas ante una decepcionada opinión pública. Los ataques recíprocos de unos y otros; Sánchez culpando a los que habían de ser sus aliados y UP completamente a la defensiva con tal de justificar cierta pasividad y falta de flexibilidad en las negociaciones para la investidura, no hacen sino acelerar este descenso a los infiernos narrativos.

En este contexto, que parece anunciar una campaña electoral viciada de pullas, ataques y contraataques, es más que razonable temer que los ejes políticos que esperanzaban al pueblo progresista queden completamente fuera de órbita. Un orden de justicia social, la democratización de las instituciones, el debate constructivo de un nuevo pacto territorial, la plena reinstauración de derechos y libertades civiles (más necesarias que nunca con las condenas a los presos políticos a punto de anunciarse), la imaginación de un Green New Deal español o la feminización de nuestro orden comunitario e institucional, podrían quedar aparcados anulando toda discusión política en aras de una rivalidad viciada que solo genera ruido en el campo progresista.

Llegados a este punto, y siendo conscientes que tal escenario genera un momentum para enunciar una equivalencia entre bloque progresista, apoliticismo partidista y el desorden más caótico posible, es importante pensar si existe alguna posibilidad de superar la primacía de los intereses particulares en la conformación de un bloque social progresista que pueda llevar a cabo, de forma creíble, un proyecto alternativo de nación.

Creo que sí, si bien un objetivo tal requiere propuestas de amplio espectro que puedan efectivamente reconstruir un bloque progresista. Una reconstrucción que quizás podría anudarse como un conjunto de alianzas concéntricas. Con un primer círculo que abandere las alianzas más evidentes del llamado espacio del cambio. Y con un segundo círculo que interpele y empuje al PSOE dado que este es visto como un actor progresista por gran parte de la gente mal que le pese a Iván Redondo y a más de un barón territorial.

En cualquier caso, la habilidad de conformar un frente amplio progresista con un núcleo dinámico y con la voluntad de interpelar al PSOE podría dar lugar a una campaña en positivo y en torno a aquellos consensos progresistas que ya existen en favor de una idea alternativa de nación. Idea alternativa de nación que, como señalaba Fernández Buey, en España necesariamente ha de tomar una forma “federalista en lo cultural, confederal en lo organizativo y moralmente sensible a las diferencias de las distintas nacionalidades y regiones” [1]. Y si la regionalización del espacio del cambio ha alumbrado una sensibilidad madrileña progresista propia y original, ¿por qué los madrileños y las madrileñas no deberían tener su propia voz en el Congreso?

Quizás un movimiento en este sentido sería un primer paso para construir una nueva opción progresista de mayorías a la par que se avanza en la representación de los pueblos de España en el Congreso ya que el Senado no se presta a ello.

¿Quién podría atreverse a tal audacia? Sin duda quién sea capaz de hacer las renuncias necesarias con tal de conseguir los objetivos políticos imprescindibles para cambiar el país y a la vez sea lo suficientemente audaz como para atreverse a tomar la iniciativa y encarnar la creatividad del porvenir. De modo que este afán lleve a la sublimación hegemónica señalada por Jordi Solé Tura por la que “sectores hoy minoritarios puedan convertirse en fermento de nuevas mayorías y que sectores hoy políticamente mayoritarios sean incapaces de entender las nuevas exigencias y se conviertan en un peso muerto en la vida política de nuestro país” [2].

 

Notas

[1] Fernández Buey, Francisco. Sobre Federalismo, Autodeterminación y Republicanismo, El Viejo Topo, 2015.

[2] Solé Tura, Jordi. Nacionalidades y nacionalismos, El Viejo Topo, 2019.