Qué sea Errejón o del valor.

Qué sea Laclau o del alma.

Qué sea Chantal o del placer.

Qué sea Gramsci o de lo nacional-popular.

Vivimos una crisis terrible. Este de aquí, el que escribe, no cree que la crisis sea económica, lo que estamos atravesando es una crisis del imaginario emancipador, pero tremenda. Cuando las fuerzas revolucionarias entienden que va a ser difícil que el marxismo clásico sirva para lograr la victoria, no debido al fracaso histórico del modelo soviético, que también, sino porque el esencialismo que reduce la batalla en términos de lucha de clases no explica nada, sobre todo porqué no se conoce de manera objetiva qué sea la clase, esto es, no existe de manera natural inherente al momento social o a la posición ocupada dentro de la escala productiva.

Podríamos hablar de qué papel puede jugar la socialdemocracia en este sentido, incluso podríamos discutirlo durante horas dando muchas vueltas de tuerca, o en clave a esta. La situación para la socialdemocracia es incluso peor, pues se ha mostrado incapaz de abordar las exigencias y los problemas sociales, y su logro fundamental, el Estado del bienestar, nos lo quita la China Popular.

La propia idea de progreso, ligada al ideal del socialismo, se puso en cuestión hace tiempo, bueno lo que se puso en cuestión fue la modernidad pa’qué nos vamos a engañar. Hace tiempo que el ideal universalista y liberal de la Ilustración ha quedado superado, entendiendo la Ilustración como una época histórica de la evolución y naturalización del pensamiento burgués, esto es, como construcción y transformación cultural que hegemoniza un sentido común. De tal manera que esta forma de razón, moral y derecho se presenta como un proceso colectivo irreversible (o esto parece). La gente como yo, que negamos la modernidad y con ello los fundamentos de existencia democrática, renunciamos a entender la existencia como manera específica de racionalidad verdadera objetiva como fundamento que rige el todo.

Es muy importante pensar hasta qué punto la relación entre liberalismo y democracia es contingente en tanto articulación y relación no necesaria entre ambos que se formalizó en un momento histórico, hecho que no implica la imposibilidad de desnaturalizar esta concepción como forma revolucionaria de entender la filosofía política. Hay mucha gente atacada por las formaciones de izquierdas donde todavía predominan los ritos y liturgias, este de aquí, el que escribe, es una de ellas en tanto a posestructuralista idealista reaccionario, o esto dicen.

El imperio yanquee y sus aliados intentaron expandir el liberalismo burgués posmodernista, al que la izquierda tradicional no ha sabido combatir, y ha tenido que aceptarlo, o como dirían algunos de los jóvenes marxistas-leninistas militantes en las juventudes del PSOE, nos hemos tenido que conformar en gestionar las miserias del capitalismo. La izquierda no supo entender la situación, o al menos no la gran mayoría.

Ernesto Laclau teorizó sobre la reformulación del imaginario de la izquierda y del proyecto socialista, intentando evitar caer en los errores del socialismo marxista y de la socialdemocracia. En su tesis recoge las luchas por la emancipación y empieza a definir un proyecto moderno y posmoderno, en tanto a que persigue el proyecto no realizado de la modernidad, pero entendiendo que la perspectiva de la Ilustración no puede servir. Plantea unas nuevas formas de hacer política sin los obstáculos modernos y analizando la política desde un punto de vista no esencialista, criticando al racionalismo y al subjetivismo, y solo tomando como herencia de la modernidad el advenimiento de la revolución democrática.

Asumiendo que no existe una verdad objetiva, esto es, leyendo desde lo posmoderno la imposibilidad de cualquier fundación última que constituya la razón de la forma democrática, esto es, superando la modernidad, desafía al humanismo y poco más.

Sin abandonar el logro de la igualdad y libertad, ahora tenemos que profundizarla, y como nos enseñan Chantal Mouffe e Íñigo Errejón en su libro de conversaciones Construir Pueblo hegemonía y radicalización de la democracia, hay que entender que la sociedad, en tanto a multiplicidad inteligible de agentes heterogéneos, necesita una articulación discursiva que construya sujetos colectivos en tanto a antagónicos a otros, esto es, construir un enemigo que permita diferenciar un nosotros de un ellos. Entendiendo que las clases y posiciones no existen de manera natural, esto es, entendiendo que la concepción racionalista del sujeto unitario no es válida, se necesita siempre relacionar las diferentes posiciones subjetivas mediante un discurso que permita articularlas como partes de una nueva identidad en torno a cosa, pero sobretodo contra el enemigo. Por tanto el resultado del universalismo democrático liberal según el cuál hay que superar todos los antagonismos y aspirar a vivir en una sociedad armoniosa y despolitizada como suma de individuos independientes no tiene sitio en este análisis, como tampoco la concepción marxista donde la humanidad ha vivido en una suerte de error catastrófico a ser superado, esto es, la prehistoria, y se dirige hacia una homogeneización donde las clases sociales desaparecerán en el socialismo utopista.

Si entendemos que el terreno donde se libran las batallas es la cultura y el sentido común y que este viene determinado por una construcción y solidificación histórica con raíces profundas, va a ser difícil desnaturalizar los enclaves que parecen irreversibles. Es necesario entender que los derechos y las demandas que tenemos ahora los que queremos radicalizar la democracia no son ya derechos universalizables, tenemos que reconocer lo múltiple, heterogéneo, lo particular, esto es, todo aquello que el concepto universal moderno racional abstracto del hombre excluía. Es la idea de dialéctica universal-particular que aprendí en primaria, Pablo.

Con todo esto quiero básicamente decir dos cosas. Una: al estar construidos como sujetos no de manera natural sino debido a una serie histórica de discursos la tradición democrático liberal será muy difícil de combatir, quizás si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà lograremos derrumbarla, aunque esto sea una versión leninista de la hegemonía en tanto a derrota del adversario en forma de suma de fuerzas, esto es, de formula táctica que facilite la victoria, una simple suma de actores. Con esto no va a ser suficiente, nos diría Gramsci, que para lograr la transformación en los estados occidentales complejos, es necesaria la concepción populista-hegemónica, una suerte de construcción articulada entre grupos para que se genere un sentido de colectivo nuevo, no la simple suma sino la creación algebraica de un horizonte nuevo que componga el bloque en forma más amplia que la simple yuxtaposición de actores, la idea de bloque histórico que Gramsci aprendió en la cárcel. Esta creación no converge espontáneamente, se necesita establecer equivalencias democráticas entre los distintos sujetos para transformar la identidad en forma de nuevo sentido común, no es la mera alianza sino la modificación de las fuerzas en forma de identidad nueva. La idea de cadena de equivalencias que Laclau aprendió en su casa, Pablo.

Lo de dos cosas lo he dicho en referencia a un viejo y conocido camarada, pero si tuviera que decir algo hablaría de la necesidad de trascender el falso dilema de qué sea la libertad, entendiendo que o se ejerce de manera colectiva, presuponiendo los derechos de los otros, o no se ejerce, esto es, la necesidad imperante de terminar con la libertad individual en pro de la libertad colectiva de interdependencia entre todos para el bien el sujeto pueblo.