Por Jónatham F. Moriche | @jfmoriche

Eduardo Fort, argentino de Buenos Aires afincado en España, consultor y analista político, ex-asesor del Ministerio de Cultura argentino y del Ministerio de Educación e Innovación de la Ciudad de Buenos Aires, licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, doctorando en Estudios Norteamericanos en la Universidad de Alcalá, habitual de los platós de Intereconomía e Hispan TV y las tribunas de opinión de los digitales Disidentia, Milenio o El Debate. Reticente a las etiquetas, se define, «si no queda más remedio», como «liberal devoto de Jorge Luis Borges, Clint Eastwood y Johan Cruyff, cinéfilo y bibliófilo». No será esta, pues, una conversación confines adentro del territorio de las izquierdas, sino casi de esquina a esquina del tablero ideológico, en torno a una Argentina a un año de elecciones legislativas y presidenciales, sacudida por un brusco repunte de la incertidumbre económica y en un contexto latinoamericano y planetario en acelerada y radical transformación.

Pregunta: Mauricio Macri ganó las elecciones de 2015, tras trece años de gobiernos kirchneristas, proponiendo un severo plan de recortes y privatizaciones, que efectivamente ejecutó con muy duros costes sociales, y una posterior fase de estabilidad y crecimiento, que no solo no llegó sino que termina con el país llamando a las puertas del Fondo Monetario Internacional en pos de auxilio financiero. ¿Qué sectores y procesos concretos de la economía argentina están alimentando esta crisis? ¿En qué medida puede Macri ampararse en una coyuntura global adversa, y en que medida es su plan económico, aún evaluado desde su propia lógica neoliberal, el que está fallando?

Respuesta: Para empezar, conviene aclarar que ese «severo plan de recortes y privatizaciones» no fue tal. Se recortó el presupuesto en diversas áreas, pero no se concretaron los despidos en el Estado que apocalípticamente se previeron en su momento. Por otra parte, no hubo ninguna privatización, más allá de la venta de terrenos de propiedad estatal que no cumplían función alguna. Considero que el gobierno del presidente Mauricio Macri no explicó con exactitud cuál era la situación con la que se encontró en diciembre de 2015. Existe un informe al respecto, titulado «El Estado del Estado», que no tuvo a mi entender la publicidad suficiente. En cuanto a quién o quiénes alimentan la crisis, el empresariado argentino, típicamente parasitario y prebendario, acostumbrado como sostiene el profesor José Luis Espert a «cazar en el zoológico», no estuvo ni está a la altura de las circunstancias. Párrafo aparte merecería el sindicalismo argentino, mayoritariamente peronista, parte de cuyas dirigencias han estado históricamente más preocupadas por ellas mismas que por los derechos de los trabajadores.

P: La plataforma electoral que sustenta el gobierno de Macri en el legislativo, Cambiemos, ¿a qué actores políticos reúne y a qué sectores sociales representa, mediante qué síntesis ideológica, estratégica y organizativa? ¿Responde enteramente a pautas históricas liberales y liberal-conservadoras argentinas o incorpora ya características del nuevo populismo conservador hoy en auge en todo el mundo?

R: La coalición Cambiemos está formada por tres partidos políticos nacionales importantes (Unión Cívica Radical, Propuesta Republicana y Coalición Cívica) y tres más pequeños (Partido Demócrata Progresista, Partido Conservador Popular y Partido FE) y cuenta con alianzas tácticas específicas en algunas provincias (Unión por la Libertad en la Ciudad de Buenos Aires, Partido Demócrata en Mendoza, Frente Cívico en Córdoba, etcétera). No responde al tradicionalmente irrelevante centroderecha liberal argentino, que solo alcanzó el poder mediante el apoyo de las Fuerzas Armadas y tuvo alguna significación electoral en los años 80, a través de la Unión del Centro Democrático fundada por el capitán ingeniero Álvaro Alsogaray, funcionario de diversas dictaduras militares. Desde lo estrictamente sociológico, Cambiemos es un frente electoral que contó con el apoyo mayoritario de la clase media porteña, así como de amplios sectores de la Provincia de Buenos Aires. En cuanto a tu observación sobre el «populismo conservador», es un rasgo clásico de los líderes políticos argentinos ya desde Juan Domingo Perón. Como ex-presidente de Boca Juniors, uno de los clubes de fútbol más populares de Argentina, creo que el presidente Macri ha adoptado algunas actitudes que pueden encuadrarse en esa corriente que mencionás.

P: ¿Qué nivel de cohesión han mostrado Cambiemos y el macrismo a lo largo de la legislatura? ¿Es posible la emergencia de liderazgos y orientaciones alternativas a los de Macri con vistas a las urnas de 2019?

R: Cambiemos es una coalición política inusualmente heterogénea. Quizá su antecedente más adecuado sea la Unión Democrática que enfrentó a Juan Domingo Perón en las elecciones presidenciales de 1946 y que estaba formada por los mismos partidos que ahora forman Cambiemos, más el Partido Comunista y el Partido Socialista. En Cambiemos confluyen elementos del centroizquierda, el centro, el liberalismo, el conservadurismo, el catolicismo político y una cierta derecha clásica residual. En estos tres años, se mantuvo cohesionada gracias a la labor de los líderes de los partidos que conforman la coalición (Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió, entre otros). Sin embargo, nada cuesta advertir que hay tensiones internas producidas por el manejo un tanto personalista que el presidente Macri realiza de la gestión gubernamental. La UCR, cuyos miembros manifestaron en su día cierto malestar por sentirse apartados de la toma de decisiones, probablemente presentará su propia fórmula presidencial para las elecciones de 2019.

P: A la vista de hechos como la desaparición forzada y asesinato del activista Santiago Maldonado, el proceso y prolongada prisión preventiva de la dirigente indígena Milagro Sala o la nueva Directiva de Defensa Nacional que habilita la intervención de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad interior, ¿se está produciendo un deterioro estructural del marco de derechos y libertades civiles en Argentina bajo el gobierno de Macri?

R: Hasta ahora, la Justicia sostiene, y no dispongo de evidencias en sentido contrario, que Santiago Maldonado se ahogó durante una protesta cuando era perseguido por efectivos de la Gendarmería Nacional, con lo cual no veo claros los asertos de «desaparición forzada» (término de potente y triste recuerdo en Argentina) y «asesinato», ya que luego de su autopsia, de la cual participaron decenas de peritos oficiales, de parte y dependientes de organismos de Derechos Humanos, se dictaminó que el cuerpo de Santiago Maldonado no sufrió violencia ni fue sometido a torturas; si en su muerte hubo alguna intervención por parte de las fuerzas de seguridad u otros elementos, es la Justicia quien deberá ahora esclarecerlo. Con respecto a Milagro Sala, evidentemente estamos ante un uso excesivo de la prisión preventiva, figura penal polémica que en Argentina se utiliza quizá con demasiada frecuencia. Respecto a la «directiva de defensa nacional» de la que hablás (en realidad, es el decreto reglamentario 683/18, modificatorio del decreto reglamentario 727/06): básicamente, se trata de que las Fuerzas Armadas presten apoyo logístico a las Fuerzas de Seguridad (Policía Federal, Policías Provinciales, Gendarmería Nacional, Prefectura Naval Argentina) y custodien objetivos estratégicos (reactores nucleares, represas, embalses, etcétera), competencia que actualmente asume la Gendarmería. En definitiva, no considero que estos datos que enumerás sean parte de una suerte de «estrategia global» por parte del gobierno argentino. Nota aparte merece la demorada reforma militar y policial, que Argentina tiene pendiente desde el final de la última dictadura militar en 1983. Los argentinos deberían decidir de una vez por todas qué Fuerzas Armadas quieren, si es que las quieren, y para qué las necesitan.

P: Dentro de unos días se reúne en Buenos Aires el G-20, con la región y el mundo aún bajo el impacto de la contundente victoria de Bolsonaro en Brasil. ¿Cuáles ha sido hasta ahora las posiciones de Macri ante las grandes cuestiones de la política exterior argentina, como los procesos de integración latinoamericana o la relación con el emergente bloque chino-ruso? Y más concretamente, ¿cuál sería la posición argentina ante una hipotética tentación intervencionista de Bolsonaro contra Bolivia y Venezuela?

R: Desde el comienzo del mandato del presidente Macri, la política exterior del gobierno argentino se basó en algunos ejes principales: presencia en aquellos foros internacionales que el país había abandonado en el período 2003-2015, durante el que se prefirió establecer lazos con estados como Venezuela, Irán o Rusia; apoyo a las iniciativas multilaterales de estímulo de la democracia, así como actuación en aquellos países donde la misma se vea afectada (actualmente en la región podríamos mencionar a Venezuela y Nicaragua); establecimiento de una «política inteligente» con respecto a la cuestión Malvinas, ya que desde la guerra de 1982 las estrategias argentinas fueron claramente contradictorias, pasando de la intrascendencia (Alfonsín) y la seducción (Menem) al rechazo frontal (Kirchner). Con respecto al fenómeno que encarna Jair Bolsonaro, creo que el presidente electo de Brasil tenderá a enfocarse en la política interna. No veo probable que Bolsonaro apoye una intervención en Venezuela, y mucho menos en Bolivia.

P: Pasando del gobierno a la oposición, ¿con qué balance de logros y faltas se presentó el kirchnerismo a las elecciones de 2015, y por qué, en términos de sociología electoral, pesaron más las segundas que los primeros? ¿Quienes fueron  los desencantados, por dónde se rompió el kirchnerismo?

R: Visiblemente, el kirchnerismo se enemistó con la clase media hacia el final del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Históricamente, quien en Argentina pierde el apoyo de la clase media pierde el gobierno. Por otra parte, no quedan dudas de que en el período 2003-2015 no se cumplieron las expectativas generadas al principio. Con ingentes ingresos en dólares y con un crecimiento promedio del 8% anual, derivados del precio récord de la soja y demás commodities [materias primas], Cristina Fernández de Kirchner dejó la presidencia con un déficit fiscal creciente, una caída del 45% en las reservas del Banco Central, un 494% de inflación acumulada, etcétera. Desde la izquierda política, se sostiene que el kirchnerismo no modificó las bases sustanciales de la economía argentina, e incluso que, pese a su discurso rupturista y popular, la «patria financiera» tuvo ganancias récord y el kirchnerismo le entregó el campo a Monsanto, el petróleo a Chevron y la minería a Barrick Gold.

P: ¿Cómo se ha desenvuelto el espacio opositor desde entonces? ¿Qué correlación de fuerzas interna al peronismo institucional y popular ha aflorado con la derrota electoral? ¿Persiste o declina la hegemonía kirchnerista dentro de ese más amplio y diverso ecosistema peronista? ¿En qué medida se ve esa labor de oposición condicionada por los procesos judiciales por corrupción en curso contra el anterior gobierno?

R: Desde la muerte de Juan Domingo Perón, el movimiento que fundó se convirtió en un enorme conglomerado de poder político, al estilo del PRI mexicano. Por lo tanto, los jerarcas peronistas huelen la sangre del derrotado y apoyan a quien más chances tenga de ganar, sea quien sea. Luego de una lógica dispersión y consiguiente confusión producto de la derrota electoral de 2015, el espacio peronista (que va de izquierda a derecha, de progresismo a conservadurismo, atravesando todo el espectro ideológico) se dividió en dos sectores claramente diferenciados. Por un lado, existe lo que el gobierno denomina «peronismo racional», liderado por figuras como Sergio Massa (diputado nacional y ex candidato presidencial), Juan Schiaretti (gobernador de Córdoba), Juan Manuel Urtubey (gobernador de Salta) y Miguel Ángel Pichetto (líder del peronismo en el Senado). Al menos tres de ellos exhibieron aspiraciones presidenciales y tienden a apoyar críticamente algunas medidas oficialistas. Por otro lado, existe una suerte de «resistencia kirchnerista», encabezada por la propia ex-presidenta y algunos integrantes de su administración, quizá las voces más críticas tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Los integrantes del «peronismo racional» tienden a despegarse del legado kirchnerista (del cual, en algunos casos, fueron artífices decisivos), pero dada su trayectoria, no creo que duden en apoyar a Cristina Fernández de Kirchner si le vieran chances de ganar las elecciones presidenciales de 2019. Por otra parte, las causas judiciales que involucran tanto a Cristina Fernández de Kirchner como a funcionarios de sus dos presidencias son una muestra clara de la depuración que el sistema político argentino demanda a gritos desde, al menos, la década de los 90. La corrupción es un fenómeno que atraviesa a todos los partidos políticos y, creo yo, se configura como un reflejo de la propia sociedad argentina, atávicamente presa del exitismo, la soberbia y el gusto por la ganancia fácil.

P: ¿Cómo aquella síntesis electoralmente exitosa de peronismo y progresismo que encarnó el kirchnerismo podría ahora reformularse y disputar con posibilidades de éxito las elecciones de 2019? ¿Es posible con Cristina Fernández de Kirchner, es posible sin ella?

R: Existen varias respuestas posibles. Es importante señalar que la coyuntura internacional fue favorable en varios sentidos para la consolidación del kirchnerismo en el período 2003-2015. Tanto el factor económico, con el ya mencionado encarecimiento de las exportaciones, como la presencia de figuras como Evo Morales, José Mujica, Michelle Bachelet, Rafael Correa y especialmente Hugo Chávez y Luiz Inácio Lula Da Silva, configuraron un escenario óptimo para la permanencia del kirchnerismo en el poder y la implementación de sus políticas. No parece posible (aunque «imposible» es un término relativo en Argentina) que el kirchnerismo pueda volver a sus épocas de gloria. La figura de Cristina Fernández de Kirchner, por otra parte, suscita tanto apoyo como rechazo, lo cual complica sus posibilidades electorales en un balotaje [segunda vuelta electoral].

P: Con una previsiblemente dura y prolongada campaña electoral en ciernes, ¿qué relevancia tienen nuevos medios digitales y redes sociales en el debate público argentino, y qué tipo de estrategias están desplegando en ellos partidos y otros actores políticos? ¿Se discute también en Argentina sobre memes, youtubers, fake news y bots rusos? ¿Serán las argentinas de 2019 unas elecciones de tan alto voltaje digital como las norteamericanas de 2016 o las brasileñas de 2018?

R: Cambiemos en general y el PRO en particular fueron pioneros en la utilización de las redes sociales y las técnicas más avanzadas de la comunicación política. Aunque los demás partidos vieron esto con sorpresa primero y con burla después, no hay dudas del éxito conseguido por el oficialismo. Esto llevó a la adopción de estas tácticas por parte de todo el universo partidario. La aparición de presuntos bots y la difusión de numerosas fake news serán con seguridad moneda corriente en las elecciones presidenciales del año que viene.

P: Un aspecto bien conocido del fenómeno Bolsonaro ha sido su desinhibida reivindicación de la dictadura militar brasileña, en Estados Unidos la reivindicación del bando esclavista de la Guerra Civil es un distintivo de su nueva «derecha alternativa», por no hablar del caso español y su persistente disputa por la memoria de la Guerra Civil, el franquismo y la Transición. En Argentina, ¿cómo ha evolucionado en estos últimos años y qué papel juega hoy en la cultura política institucional y popular el recuerdo de la dictadura? ¿Tendría alguna cabida en la esfera pública y el arco político argentino actuales una propuesta más o menos abiertamente nostálgica del período militar y negacionista de sus crímenes?

R: Una de las señas de identidad más importantes y más valiosas de la joven democracia argentina es un rechazo total y rotundo a la masacre perpetrada por la dictadura militar que asoló el país entre 1976 y 1983. No existe espacio en Argentina para una reivindicación de lo sucedido en esos años. A diferencia de lo que ocurre en países como Chile, donde el pinochetismo cuenta con un apoyo ciudadano estimable, en Argentina nadie en su sano juicio se atreve a reivindicar esa época nefasta. Como sostuvo en 2012 el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, los juicios por crímenes de lesa humanidad ocurridos en el período 1976-1983, inéditos a nivel mundial, son parte del «contrato social de los argentinos» y, agrego yo, un motivo de orgullo para el país.